08/11/2019
Coloquio internacional “La memoria en la encrucijada del presente”
Del Nunca más al Ni una menos
Pañuelos blancos y pañuelos verdes. El primer Paro Internacional de Mujeres y las masivas marchas contra el 2x1. Así como el movimiento de mujeres encontró en la lucha de las Madres y Abuelas un modelo a seguir, ellas pudieron rebautizar su propio camino como práctica feminista.
A partir de las exposiciones del Coloquio Internacional La Memoria en la encrucijada del presente, realizado en el Conti, Luis Ignacio García reflexiona sobre el intenso tránsito de ida y vuelta entre el Nunca Más y el Ni Una Menos.
Estas notas surgen a partir del comentario que hiciera en el marco del Coloquio La memoria en la encrucijada del presente. El problema de la justicia de una mesa titulada “Estéticas y políticas de la memoria”, en la que presentaran sus trabajos Emilio Crenzel, Francine Masiello y Diego Tatián. Escribo lo que sigue tiempo después del encuentro, recuperando algunas notas de entonces, pero a la luz de mi impresión general del conjunto de las jornadas. Organizo algunas de esas notas en los siguientes ejes:
- Las memorias insurgentes, o del derecho a tener derechos
Lo llamativo de las presentaciones que tuve que comentar es que, a pesar del título de la mesa, “Estéticas y políticas de la memoria”, ninguna volvía al tópico manido de la “representación del horror”. Creo que ello muestra un cierto momento histórico de las “estéticas de la memoria” que parece reclamar otras tareas que las que se impusieron en el pasado, y que las tendieron a estabilizar como tópico domesticado en las humanidades. Ninguna de las tres ponencias hablaba de los dilemas de lo “irrepresentable”, o de la desmesura sublime del horror, de las tensiones entre la probidad de la palabra y la espectacularidad de la imagen, etc. Y, a la vez, las tres presentaciones coincidían en hablar de la pervivencia de la resistencia, la insistencia del deseo emancipatorio, la incalculabilidad de la interrupción histórica, la sobrevivencia de la insurrección incluso bajo hegemonía neoliberal. Como si se estuviera diciendo: hoy las “estéticas de la memoria” han de interrogarse menos por los dilemas de la representación del horror y ocuparse cada vez más por las formas de la transmisión, la insistencia y la supervivencia de las fuerzas de la resistencia; hoy deberían ser menos una excusa para el “giro ético” de la estética y la política, que para una radical politización del arte. Un problema de memoria, sin dudas, pero menos fijado en la pérdida o el trauma, y más centrado en los ensamblajes de sentidos y herencias, en los montajes de cuerpos que se pueden tramar en la singular temporalidad de las memorias insurgentes y sus formas sensibles. La memoria no es la reserva ética de la estética, sino la presencia espectral de la política como latencia e insistencia de la insumisión. Las “estéticas de la memoria” hoy parecen ofrecer territorios para explorar las políticas de lo virtual, menos “políticas de la memoria”, como se ha dicho, que memorias de la política (como en el film de Moreira Salles analizado por Tatián). Hoy las “estéticas de la memoria” ya no nos llevan al “giro ético”, famosamente denunciado por Rancière, sino a la experimentación de lo político en estado de memoria.
En ese sentido, la “memoria” aparecía en estos trabajos como esa potencia social que permite sostener la lucha por esos derechos que el derecho no reconoce, es decir, ofrecer el anclaje político del “derecho a tener derechos”. ¿Por qué alguien se rebela, para decirlo con Tatián, o por qué el pueblo rememorante, aún en plena luna de miel macrista, salió masivamente a las calles a rechazar la ley del “2x1”, como analiza Crenzel? El lugar de su legitimación está justamente allí, en esa grieta de las memorias insurgentes, irreductibles sin dudas al derecho positivo pero también a toda idea de derecho natural, de mera naturalización de la resistencia como potencia incontaminada de lo popular. Las memorias insurgentes pueden ser pensadas como un horizonte normativo pero no legal, que, sin reducirse al derecho, da una concreción visible y tangible, sensible diría Masiello, a la “justicia” como por-venir de la democracia; abre el espacio en que la justicia en cuanto reclamo incondicional se realiza, no en derecho, no en ley, pero sí en prácticas concretas de confianza y coraje, de humor y alegría, de plebeya astucia, de antigua tenacidad, de un cuerpo histórico colectivo. La experiencia de las memorias insurgentes parece ofrecernos un modelo teórico y práctico de transmisión para pensar más allá de las dicotomías entre justicia y derecho, iusnaturalismo y positivismo, poder constituyente y poder constituido, violencia instauradora y violencia conservadora, y ser un nombre de esos medios (im)puros que se elaboran en las estéticas políticas de la memoria, como “sensus communis” de una transmisión sensible ajena a las dicotomías que han organizado nuestra manera de comprender lo político.
- De las abuelas a las pibas: ¡todas locas!
La “memoria de las rebeliones”: el puente tendido entre el sufrimiento padecido o la felicidad incumplida y las formas de narrar, dar sentido y desencadenar la acción: comunidades imaginarias y afectivas que no responden a la modalidad de la presencia, pues se asientan en el propio devenir de una transmisión, que saben de espectros, y que se reproducen con la astucia y la potencia de lo virtual –ese es el sentido de una política en estado de memoria. Tenemos en la Argentina experiencias emblemáticas de estas memorias insurgentes, pero hay una, decisiva, que estuvo en el corazón de nuestro encuentro, un encuentro que conectaba uno de los nombres más emblemáticos del feminismo contemporáneo, como Judith Butler, con un espacio igual de representativo en las luchas por los derechos humanos en nuestro país, la sede del encuentro, el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti en la ex-ESMA: me refiero a las memorias que se tienden entre el “Nunca más” y el “Ni una menos”, intenso tránsito de ida y vuelta, en el que la herencia incondicional de las madres y abuelas se contagia de acción feminista retroactiva, de modo que si el movimiento feminista encontró en la lucha de las madres un modelo ejemplar (se proponía, en alguno de sus manifiestos, “un nuevo nunca más”), muchas madres y abuelas habrán rebautizado retrospectivamente su propio hacer como práctica feminista, aún cuando en su momento o en sus motivaciones originales ello no fuera explícito. Todo ello condensado históricamente en las pocas semanas que pasaron entre el estallido del primer paro internacional de mujeres y las masivas marchas del “2x1”, esto es, entre marzo y mayo de 2017. ¿Cómo pensar, entonces, el vínculo entre el “nunca más” y el “ni una menos” como el corazón de una memoria insurgente que bulle en el corazón de nuestro “intenso ahora”? ¿Cómo se ve nuestro “ahora” cuando lo pensamos como un remolino histórico que enlaza, en su centro más álgido, las prácticas de las madres y abuelas con las de las hijas y nietas, un nudo histórico-político que está transformando radicalmente los parámetros con los que pensamos la política?
Entre sus signos, sus marcas y con-signas, encontraremos la figura de la “loca”, que atraviesa como relámpago la insumisa osadía de las madres y la rebeldía golosa de hijas y nietas, nos daremos también con la puesta en crisis del umbral entre lo privado y lo público y la capacidad de llevar lo íntimo al corazón de lo político, con la puesta en valor de la dimensión sensible y afectiva de la acción y la organización política (como ha insistido con elocuencia Masiello), nos las veremos con un amplio conjunto de figuras y problemas que se retroalimentan y sostienen en reciprocidad. El pañuelo blanco de las madres retorna, modulado y enriquecido, en el pañuelo, ahora verde, de la marea feminista. Entre los contagios mutuos y las alianzas estratégicas, nuestra agenda se expande, y el suelo sobre el que fundar nuestro “derecho a tener derechos” va cobrando nuevas y más vigorosas formas de potencia virtual.
- Derechos humanos sin humanismo
De la expansiva agenda abierta por el enlace entre el “nunca más” y el “ni una menos”, dos consignas que requerirían una compleja diversidad de abordajes comparativos, quisiera subrayar dos movimientos clave, que entiendo estuvieron, ambos, presentes en nuestro encuentro. Por un lado, podemos sugerir que el feminismo contemporáneo nos ayuda a redefinir los “derechos humanos” del movimiento de madres, abuelas y familiares, por fuera del “humanismo” que el feminismo está ayudando a cuestionar. Por otro lado, y de manera recíproca, me interesa subrayar el modo radical en el que las políticas del cuerpo de las abuelas ayudan a redefinir la “naturaleza” en un sentido que excede los límites restrictivos que cierto constructivismo feminista puede aún involucrar. Vayamos a lo primero.
Si por humanismo entendemos la ideología que entronó al hombre como paradigma de una forma de universalismo típicamente moderno que se rigió por una lógica no-marcada de un “para todos” que siempre fue para esos “todos” que se podían identificar con la norma androcéntrica y patriarcal, si el humanismo fue el modo en que el hombre europeo re-centró la jerarquía de lo humano en una narrativa de la razón para tiempos seculares, si el humanismo es la marca de las pretensiones “universales” de una razón colonial, androcéntrica y antropocentrada, el feminismo es el golpe más firme a ese nido ideológico de violencias. ¿Los “derechos humanos”, entonces, están fundados en un tremendo equívoco? En parte, sí. O al menos: el propio sintagma involucra un equívoco que el feminismo permite, retroactivamente, despejar, aclarar, y resignificar. Contagiar al “nunca más” con el “ni una menos” puede a implicar, entre otras cosas, entender que la defensa de los “derechos humanos”, al menos en las luchas de los organismos en nuestro país, han de ser preservados de la confiscación del léxico de los “derechos humanos” que el humanitarismo imperial pone una y otra vez en juego, sea en sus políticas belicistas, sea en los negacionismos de sus distintos voceros locales.
El feminismo nos permite decir con todas las letras algo que supimos desde el inicio del movimiento de derechos humanos: que siempre que hablamos de derechos humanos lo hacemos por fuera de todo humanismo, que los derechos humanos supieron convivir con la silueta inhumana de los espectros que nos asediaron en la figura siniestra del desaparecido, que desestabiliza radicalmente cualquier entramado categorial del humanismo eurocentrado, que los derechos humanos abrieron a la discusión política acerca de lo humano y sus marcas. Entre el Nunca más y el Ni una menos se juega una política de los “derechos humanos” que los piensa, de entrada, como derechos de lo inhumano, como derechos de lo posthumano: como defensa del valor de todo lo que el andro-antropocentrismo europeo dejó siempre fuera. Un derecho a la altura de la monstruosa locura de esas mujeres que lo reclamaron. Desaparecidos y femicidios se sitúan en el mismo territorio que obliga a tomar conciencia del carácter siempre marcado de lo humano, esto es, su carácter de territorio en disputa y nunca decidido de manera “universal” y “para todos”.
- Políticas del ADN: ¿construcción social de la naturaleza?
Pero así como el feminismo puede ayudar a redefinir lo “humano” de los DDHH, del mismo modo las abuelas pueden ayudar a una “redefinición de la naturaleza” en el marco de los debates feministas contemporáneos. Me refiero al lugar de lo biológico en las militancias de esas incansables abuelas para las que la “naturaleza” no parece ser lo mismo que para algunas de las militancias feministas formadas en la idea, muy difundida, de que la naturaleza es de derecha.
En la mesa de cierre de nuestro encuentro dos potencias se saludaban: Estela Carlotto junto a Judith Butler eran dos monstruos de la política contemporánea que situaron a las mujeres y al género en un lugar decisivo de las luchas más urgentes de nuestra actualidad. Y sin embargo, algo parecía a la vez crujir en ese encuentro final. El acontecimiento sucedió en el auditorio de la Casa por la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo, y con la visible presencia en el público de la militancia feminista: no podía estar mejor escenificado el encuentro del Nunca más con el Ni una menos. Se generó allí una energía poderosísima que todos lxs asistentes pudimos sentir vibrando en nuestros cuerpos. Hacía apenas días que se había recuperado la nieta 129. En ese contexto, y viéndola allí junto a Judith Butler, fue a la vez “natural” y chocante escuchar a Estela hablar de papá y de mamá, de la familia y de la transmisión en las retóricas del amor incondicional, de “resurrección”, o incuso (¡horror de horrores!) de la sangre y del valor de la identificación biopolítica (y todo junto también: “la sangre y la genética llevan dentro suyo a papá y mamá”, dijo en algún pasaje). No pude dejar de percibir cierta incomodidad y malestar contenido en algunas de las compañeras.
Y sin embargo, el discurso aparentemente familiarista, al parecer biologicista de Estela podía poner en entredicho ciertas inercias del feminismo educado en la construcción social del género, un feminismo al que justamente Butler tanto ayudó a construir. Quizás las palabras papá, mamá, o sangre, en boca de Estela, no eran portadoras ni de familiarismo ni de biologicismo, sino de su subversión más radical, desde dentro, digamos así. Y acaso esa “sangre” no viniera sólo del pasado sino a la vez del futuro: ella es también, o puede llegar a ser si la situamos en el vector temporal adecuado, anuncio de una renovación del feminismo más allá del constructivismo social hegemónico, en la senda de un naturalismo crítico y feminista que no oponga naturaleza a cultura, sino que parta del continuum naturaleza-cultura para pensar los cuerpos ciborg de las hijas, pero también, retroactivamente, de madres y abuelas. Estela hablando de la sangre es también Donna Haraway pidiendo pensar la crítica más allá del interpretacionismo constructivista, es Paul Preciado experimentando deshinibidamente con hormonas, es la conciencia de que en la lucha que viene no todo es construcción social, y acaso lo actuado por el Equipo Argentino de Antropología Forense en nuestro país se cuente entre lo más avanzado de un feminismo (post)naturalista: la naturaleza no es lo opuesto a la cultura (esto es, a la política), y por eso podemos hablar de la sangre; la naturaleza no es mera “naturalización” ideológica, por eso podemos rehabilitarla en sentido emancipatorio.
Estela hablaba a su modo de una radical reinvención de la naturaleza que el “nunca más” ha construido a lo largo de décadas, y de la que el “ni una menos” puede aprender mucho para sus propias militancias. Tal como lo ha dicho Gabriel Giorgi en un ensayo sobre el tema: “el mapa que contraponía ‘esencialismos’ vs. ‘constructivismos’, biología, naturaleza, viviente, por un lado, y cultura, identidades sociales, subjetividad, por el otro, ese mapa que puso a las ciencias sociales y al giro lingüístico como matrices de los debates democratizadores en la segunda mitad del siglo XX, ya no nos sirve para pensar la presión que la cuestión de lo biológico ejerce sobre nuestra imaginación política y nuestras apuestas éticas.” Hay una memoria que no pasa por la conciencia, que se inscribe en nuestros cuerpos como información material, genética, y que no limita sus efectos al ámbito biológico, sino que revierte sobre procesos de subjetivación y de construcción colectiva. Así lo acababa de demostrar la recuperación de la nieta 129, un hecho psico-social biológicamente posibilitado. Por supuesto, el feminismo no es ajeno a estas alternativas. Ya el tropo de la “marea” nos invita a una politización de la naturaleza, contra la visión usual, izquierdista, de que es eternamente de derecha. “Células madre” fue el nombre de una muestra, también realizada en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, que proponía una genealogía de las escrituras feministas en nuestro país. Y sin embargo, no puede negarse que la impronta del constructivismo fue clave para las estrategias críticas del feminismo de las últimas décadas, y eso podría ser un obstáculo para apropiarse de una política radical de la naturaleza. En eso las Abuelas tienen mucho para aportar al feminismo contemporáneo.
Para concluir. Si el feminismo permite politizar lo humano para interrogar la inquietante (post)humanidad de los derechos humanos, y si las abuelas nos enseñan a politizar la naturaleza para interrogar al género desde una perspectiva materialista y hasta naturalista radical, la agenda se dibuja así entre umbrales: humano/no-humano, naturaleza/cultura. Una historia de “política de las mujeres” que vuelve extraño el propio entramado categorial en el que las “mujeres” fueron pensadas (en relación al “hombre” del humanismo, en relación a las jerarquías de la dicotomía naturaleza/cultura). Defendiendo los derechos humanos sin por ello desatender a la necesaria crítica y reformulación de lo humano, criticando las naturalizaciones operadas por el sistema de género, sin por ello descuidar la necesaria reinvención y repolitización de la naturaleza reclamada por los desafíos tecno-biopolíticos de nuestro tiempo. Humano/no-humano, naturaleza/cultura: allí, en los umbrales, bajo la forma de la barra que desestabiliza, allí, en los límites de la locura. Allí es donde la memoria, como apertura del ahora, y lo femenino, como apertura del género, se encuentran.
Una política virtual, espectral, en estado de memoria, que rompe los dualismos, está atravesando, como traza femenina, los umbrales de las dicotomías fundantes de las estéticas y políticas modernas. Esa barra que interrumpe es la misma que reúne y re-ensambla. Esa barra es el tema y el problema de las “estéticas de la memoria” del presente: ya no tanto la (ir)representabiliad del trauma, el puro testimonio de la violencia, cuanto las alternativas de una comunidad (de lo) virtual, la construcción de lo común imaginario. En ellas se ejerce la potencia social en la que se afirma la infinitud incondicionada de nuestro derecho a tener derechos: ni derecho natural ni derecho positivo, la comunidad virtual desnaturaliza la naturaleza (reinventándola, politizándola) y violenta al derecho (expandiéndolo, politizándolo). Abuelas ciborg y nietas espectrales se encuentran en la misma brecha irreductible de locura: desquician el presente, ya nunca más idéntico a sí mismo. Ponen a la política en estado de memoria; abren lo común a las potencias de lo virtual.
Judith Butler, Rita Segato, Estela de Carlotto, Nelly Richard y Leonor Arfuch fueron algunxs de lxs destacadxs investigadorxs y referentes que participaron del Coloquio Internacional La memoria en la encrucijada del presente. El problema de la justicia presentado junto al Consorcio Internacional de Programas de Teoría Crítica de la Universidad de Berkeley (California) en abril de 2019.
Todas las conferencias están disponibles en el Canal de Youtube del Conti.
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