08/10/2019
Un horizonte crítico y humanista
Por Horacio González
El 9 de octubre se cumple un nuevo aniversario del asesinato en Bolivia de Ernesto Guevara, fusilado por el sargento Mario Terán en 1967. El Che fue médico, político, revolucionario y además, escritor. A partir de la (re)lectura de dos de sus textos fundamentales, Horacio González propone en esta clase de la Cátedra Libre de la UBA de 1997 un abordaje de la formación humanística de Guevara y la influencia de pensadores marxistas, latinoamericanos y argentinos en su herencia literaria y política.
Ernesto Guevara, ADEMÁS, era un escritor. Y como escritor deja textos fundamentales que aún hoy suponen un llamado a pensarlos, a revalorizarlos y convertirlos nuevamente en una invitación a pensar nuestra propia situación política y cultural. Las condiciones en que damos esta clase, si es que sirviera esto como una pequeña introducción también nos hace pensar la situación que se vive en esta facultad. Hay un reclamo de mayor comodidad para dar las clases, el edificio no aguanta más. Este reclamo es justo pero también es justo advertir que en una situación como esta, donde no se puede decir que haya comodidad en la situación física que reina en el aula, en una situación donde este aula que no está preparada para esta gran concentración de personas, aumenta nuestro horizonte de expectativas, quizás nuestro nerviosismo, y sin duda nuestra disconformidad con la manera en que se dan las clases. Este es un tema sobre el que podríamos reflexionar hoy aquí, sobre cierto valor político, teórico y crítico que tiene la incomodidad.
La incomodidad de los cuerpos aquí reunidos. Cuerpos reunidos e incomodidad son siempre un factor de promesas, siempre prometen algo más. De los cuerpos reunidos y de una incomodidad física siempre surge una promesa. Si los cuerpos reunidos y la incomodidad tienen como única respuesta una universidad aburrida, tenemos el primer derecho de reclamar mejores condiciones para dar clase. Si surge, como puede surgir de aquí, un nuevo horizonte de reflexión teórico, crítico y humanístico –si me permiten decirlo– entonces la incomodidad se revela también como una precondición de la crítica.
Dije humanismo: me voy a referir a la formación del pensamiento de Guevara en relación a un concepto o a una palabra que ha recorrido las últimas décadas y que ha viajado en brazos de muchas filosofías, que es el concepto de humanismo, la palabra humanística, el concepto del hombre como sujeto de la política y la idea misma de hombre, como invitación literaria a visitar el conjunto de la política. No son épocas estas donde se puede decir que el humanismo reúna para sí las mejores condiciones de explicar lo que ocurre. El humanismo y la tradición humanística, que es una antiquísima tradición de la filosofía occidental, no atraviesa su mejor momento en las aulas, en los libros de filosofía, en la discusión en los suplementos culturales del país. De algún modo, la tradición humanística no está, como dicen los políticos argentinos, en la agenda de discusiones. ¿Vale la pena hoy volver sobre esa vieja palabra?
Ya sé que esta pregunta casi todos nosotros la respondemos con una dadivosa aceptación de nuestra parte, en relación a que sí vale la pena, porque siempre vale la pena volver sobre viejas palabras. ¿Vale la pena, entonces, reconsiderar cuáles son los momentos y los afluentes de la formación humanística de Guevara? Y poniendo esta palabra humanismo, humanística como la palabra que ocupa como el lugar de un problema, no como algo que recibimos ya resuelto. No como una invitación, muchas veces demagógica, a suponer que nos reclamamos humanistas y recogemos una larga tradición, si se quiere desde la filosofía griega en adelante, que ha marcado el concepto del humanismo y de lo humanístico. Desacreditado, refutado, y al mismo tiempo, señalado por las filosofías que en esta época –y no les quito interés– dominan las aulas universitarias, que han proclamado la muerte del hombre como lugar explicativo del conjunto de la crisis cultural. Sin duda esta es una discusión fundamental, una discusión difícil, una discusión que caracteriza el actual momento universitario, una discusión que se hace con dificultad en aulas muchas veces despobladas,y que también se hace con dificultad en esta aula llena, pero que hoy sería interesante retomar en estos términos: ¿La tradición humanística de Guevara está en condiciones, si la reconstituimos, si la reflexionamos, si la re-reflexionamos, de presentar un debate interesado, y al mismo tiempo lleno de potencialidades respecto de las filosofías de la época que han declarado la muerte del hombre, o la muerte del sujeto comprendido como hombre?
Si la respuesta es afirmativa, y esta conjunción de personas, este momento colectivo que vivimos es una invitación para considerar que esta pregunta puede responderse afirmativamente, es decir, lo humano en tanto humano, lo humano en tanto práctica social, lo humano en tanto invitación a constituir la individualidad y la subjetividad, en un conjunto colectivo de prácticas diversificadas, si eso es un horizonte posible para reflexionar nuevamente, la vieja herencia crítica, que es anterior al marxismo, que pasa por el marxismo y que nos invita nuevamente a reformular y a replantear y a recuperar al marxismo como pensamiento vivo de nuestra época, entonces tiene sentido valorar, y nuevamente concurrir junto a los afluentes y las fuentes, y los itinerarios de las lecturas y escrituras de Ernesto Guevara que, como dije, era también un escritor, y por cierto, bastante considerable.
De este modo, me parece interesante partir de dos escritos fundamentales de Guevara, que muchos han leído en los años 60, dos escritos que permanecen como casi todo el capital literario, crítico y teórico de Guevara, como una lectura a la que por supuesto, podemos concurrir cuantas veces queramos pero que tienen el inequívoco signo de que son lecturas fuera del tiempo. Nadie puede sustraerse a que leer a Guevara hoy, en el mundo filosófico que hoy de algún modo reina en las universidades, es una convocatoria a tener que hacer algo con el ligero sentimiento de anacronismo que sentimos cuando lo leemos… Dado que una de las lecciones de la historia latinoamericana en su dimensión política, y quizás más política, es que no hay palabras que no sean atravesadas y reconstituidas por el espacio público en que se dicen, y por el sentimiento colectivo que son capaces de generar, y por el sentimiento colectivo que antes que las palabras es capaz de inspirarlas a éstas. De modo tal que lo que se anuncia como una clase, sin dejar de serlo debe tener de algún modo algún tono de manifiesto, y lo que puede ser un manifiesto, sin dejar de serlo, no puede dejar de ser también la invocación de ciertos textos, de ciertos escritos. No en vano una larguísima tradición llama escrituras, a aquel lugar donde aparece la inspiración y aquel lugar donde aparece el llamado a una práctica, a un comportamiento. No en vano entonces podríamos afirmar que lo que nos reúne también son escritos, también son textos, también es una conciencia que se postula a sí misma como una conciencia escritora. Quería comentar entonces, dos de los ensayos, y no me parece carente de interés también la palabra ensayo, que escribe Guevara en los años 60, a principios de los 60, que son vastamente conocidos. Mucho menos ahora que antes, puesto que el lector actual no puede dejar de tropezar con una sensación que no considero incómoda que es un ligero anacronismo, respecto a constituirnos hoy como lectores tardíos de estos grandes textos de los años 60. Uno de estos es El socialismo y el hombre en Cuba, escrito en el 61/62. Es una extensa carta que dirige Guevara al director de la revista Marcha de Montevideo. El otro es el conocido escrito Sobre la excepcionalidad de la Revolución Cubana donde, quizás por primera vez, y con una reflexión no carente de originalidad en la tradición socialista latinoamericana alguien se pregunta sobre si en algún momento la historia es capaz de perforar, desviar o vulnerar ciertas leyes que parecían escritas para siempre en materia de lo que se juzgaba era la transformación social. La pregunta que hace Guevara en ese escrito es: lo ocurrido en Cuba ¿es excepcional? Lo ocurrido en Cuba, si es que es excepcional, y en ese sentido es la respuesta de Guevara, está en condiciones de replantear lo que para el socialismo es o era la conocida herencia de que la historia es el despliegue de ciertas leyes, y no inmutables, por lo menos pertenecientes a una lógica de la marcha de la historia que de ningún modo se podía desconocer. Vamos a comenzar por el primer escrito y tratar de percibir ahí cuáles son las influencias, que en ningún momento son fácilmente perceptibles, pero que involucran a Guevara con la más rica tradición del humanismo marxista de los años 20, de los años 30 europeos.
Digo que no son perceptibles estas influencias porque no son escritos académicos, no son escritos con citas, no son escritos que –como se acostumbra en la vida académica- pagan con una cita la intención de establecer una red de relaciones en la institución académica. Puesto que no se trata de escritos académicos, pero en muchos casos se toman temas de hoy, en la llamada vida académica se tratan con notoria falta de imaginación, como ser esta central pregunta del conocimiento histórico: ¿hay leyes en la historia? o esta otra: lo humano, puesto que produce conocimientos a través de las prácticas, ¿es algo que debe mantenerse como el lugar del sujeto en la historia?
Es decir, lo humano, en tanto tal, en tanto constitución del hombre a través de sus prácticas. En un primer sentido me parece notoria la influencia, y si hablo de influencia quiero hacer de este concepto no también un pago de tributo sino la necesaria relación de enlace de los lectores de una época con los lectores de otra época, porque leer es –de algún modo– involucrarse en una herencia, y en ese caso hay una influencia notoria en El Socialismo y el Hombre en Cuba de los manuscritos económicos de Karl Marx del año 1844. Estos manuscritos no se conocían en el siglo XIX, fueron publicados recién en la década del 30 de este siglo, [se refiere al siglo XX] y en los años 60 contaron con muchísimos lectores en las tradiciones socialistas latinoamericanas que, a través de estos escritos marxistas que replantean la situación del trabajo en relación a las formas de la consciencia, y percibieron que era posible interrogarlos interesadamente para replantear la situación del hombre colectivo o del hombre militante en los años 60. En el caso de Guevara es notorio el empleo que hace en su artículo El Socialismo y el Hombre en Cuba. La idea revolucionaria aparece como una instancia que recupera lo humano a partir del momento en que lo humano se convertiría meramente en un lugar donde se reproducirían las relaciones de dominación existentes, lo dado, es decir, lo inerte, es decir, el capital.
Esta idea, de lo dado como lo inerte o de lo dado como mercancía, es pronunciada en este escrito de Guevara de un modo tal que también, aunque hoy estas ideas si no están a la orden del día es precisamente porque estas tradiciones se han debilitado, pero al mismo tiempo se puede decir que son hoy quizás (para quien quisiera abordarlas existe incontable bibliografía para hacerlo) lo que no era común en esa época, porque la bibliografía donde están estas ideas señaladas de un modo que sin duda aparecen con mayor rigor filosófico es en la obra del filósofo húngaro George Lukacs.
Ya se ha señalado en muchas ocasiones la lectura de Guevara de la obra de este interesantísimo filósofo de una biografía intelectual absolutamente perturbada, conflictiva, contradictoria, que en ningún momento el conflicto de su biografía política interfirió la originalidad de todos sus escritos, aun aquellos que están más presos del festejo de las formas menos creativas del Estado soviético de los años 40 y 50. La idea de que la consciencia se transforma en una cosa cuando se convierte en mercancía, es una idea que pertenece a ese momento muy creador de la filosofía marxista de los años 20, que está en libros que también están hoy en los anaqueles, que sobreviven muy dificultosamente a los cambios de orientación colectivos en las lecturas, pero los libros que les señalo en sus provocadores títulos, Historia y conciencia de clases, Lukacs, años 20, que reconocen cierta impregnación idealista son los que toma Guevara. Eso no lo caracteriza a Guevara necesariamente como un pensador idealista del marxismo, puesto que alrededor de eso hay una vasta polémica. Guevara, cuando percibe qué territorio está recorriendo su lectura, qué territorio está recorriendo su problematización del marxismo, cuando percibe que la asimilación de la conciencia burguesa a la mercancía y el hombre colectivo a un momento de ruptura de la cosificación del mundo, cuando percibe que esto lo empalma con el impacto que hacen los marxismos de los años 20, toda la tradición idealista, inmediatamente proclama en sus escritos que no es idealista. Esa proclama debe hacerla porque en todos los momentos de fuerte renovación en el marxismo, los momentos donde el marxismo libera sus escrituras, intenta re-encontrar el objeto, señala las burocratizaciones y las burocracias como el momento de la cosa que perturba la capacidad de la conciencia para asumirse como una conciencia emancipada.
Todos esos momentos, es fuerza reconocerlo, pertenecen al momento donde el marxismo se acerca a lo que parecería haber sido el campo de su archienemigo ideológico: la tradición idealista. ¿Pero no es acaso esa tradición idealista, como lo señala Marx en las tesis sobre Feuerbach, la que señala que el sujeto debe apropiarse de las condiciones de la acción, la que señala que el sujeto es, antes que nada, una voluntad de pensar la historia sin condicionamientos? Es decir, pensar no desde la mercancía, no desde las fuerzas productivas, sino que es capaz de pensar a través de una práctica auto afirmativa, o auto contradictoria pero que el sujeto percibe como perteneciente a su voluntad de acción. Esta tradición voluntarista, que en muchos momentos de la vida de las ideologías de este siglo, en muchas de las corrientes marxistas, apareció muy desacreditada, es la tradición en que se inscribe Guevara, por la vía de los textos de la renovación marxista, que ocurre desde los años 20, relectura de los manuscritos de Marx de por medio, y, evidentemente esto lo coloca como uno de los dirigentes de la tradición socialista latinoamericana mucho más avanzados en la lectura del marxismo y mucho más expuestos a que las interpretaciones dogmáticas y rutinarias del marxismo lo señalen como alguien preso de excesivas apuestas de renovación que lo ponían en el terreno del voluntarismo, del subjetivismo. De modo tal que el pensamiento de Guevara no sólo es interesante porque se escritura, su literatura, sus crónicas persiguen de algún modo fusionar la tarea del dirigente de un Estado –aunque esto hoy también nos suene lejano– con las del escritor, y al mismo tiempo con aquel que, sin citar a nadie, estaba con el oído atento (esa frase la utilizó con respecto de otra cosa: estar con el oído atento a las voces de los pueblos, etc.). Estar también con el oído atento a los textos, a las escrituras. Y el oído atento lo lleva a situarse en la historia del socialismo latinoamericano en uno de los momentos de más fuerte renovación, sin duda. Y también en uno de los momentos más polémicos. Si estamos acá es porque es también una de las figuras que, a pesar de ser ícono, de ser como se dice en periodismo una figura emblemática, es una figura que no cesa de ser polémica, que nos obliga como toda figura polémica, es decir como toda figura que encierra en sí misma el signo de su propia interrogación y de su propia crisis. Nos obliga a nosotros a ser polémicos con nosotros mismos y también con los íconos.
De modo tal que estas influencias que provienen de las relecturas de los marxismos que se comprometían de un modo más polémico con las fronteras del marxismo, donde parecía que empezaba el idealismo, aquello que Marx había reconocido como no perteneciente a la tradición materialista, que no había sido capaz de repensar el sujeto. Si Marx mismo lo había postulado como uno de los momentos de auto reflexión más característicos del marxismo, pero también más secretos y más sepultados, por qué no suponer que todas las renovaciones, renovaciones que aún debemos escuchar de las grandes tradiciones socialistas, no deberían realizarse precisamente en este pensamiento de frontera. Es en las fronteras donde el sujeto no deja de existir pero comienza a pensar en las tensiones que lo rodean, en los mundos que debe abandonar, los temores que se abren a través de los pensamientos que parecían en poder de otras tradiciones. Ese momento de fusión tiene en Guevara cierta raigambre, ciertas señales de cierto compromiso que, de algún modo, se pueden señalar también como la presencia de cierto pensamiento –y no temo en decir la palabra– místico. Cierto pensamiento místico, si entendemos la mística también como el otro nombre que tiene la praxis. Y en este sentido también, en este pensamiento donde el dirigente político, el militante, el hombre de Estado se convierte y se fusionará en hombre colectivo, desde el punto de vista de una tradición mística, elabora de inmediato, aparece de inmediato la obligación de construir la idea de individuo. ¿Qué es un individuo? ¿El socialismo admite el individuo? Esta es una vieja discusión de la tradición socialista. ¿El individuo es un recorte que podemos hacer en su singularidad en la historia, con capacidad deliberativa propia, con libre albedrío, reclamando para sí diferencias…? Ese es el dilema, este sí de honda actualidad, al cual se ve enfrentado el escritor Guevara. Se ve enfrentado escribiendo en caminos, escribiendo en campamentos, escribiendo con nombres supuestos… Es un tipo de escritor que también usa seudónimos, que se disfraza, que pasa fronteras con otra identidad.
También eso, aunque se realiza por cuestiones militares, puesto que este escritor también es un militar, en la gran tradición de los escritores militares de la humanidad, también tiene que ver con los escritores que usan seudónimo, con los escritores que escriben en condiciones desfavorables, sin las condiciones para escribir que podría dar un laboratorio, se escribe a cielo abierto, se escribe en la clandestinidad. De modo que no es de ningún modo inapropiado que también lo reivindiquemos como un gran escritor de la tradición socialista, con estas herencias, pero también, hay una herencia argentina inequívoca.
En el otro escrito que podemos comentar aborda la pregunta sobre si Cuba es excepcional. Este escrito es absolutamente recomendable porque los escritos interesantes no son aquellos que nos entregan, sin ningún tipo de trabajo ni elaboración de nuestra parte, una verdad ya constituida.
Este es un escrito que lucha por constituirse como un escrito educativo, como un escrito pedagógico y tropieza con sus propias formulaciones de un modo que lo hace más, y no menos interesante. La pregunta sobre si el socialismo era excepcional en Cuba se responde por sí. Pero, inmediatamente, este escritor que decía que el socialismo era excepcional en Cuba, siente como el aliento de años de una formación marxista mucho más cerrada que se atiene muy estrictamente a la idea de que hay leyes en la historia. De modo que la respuesta de que en Cuba había ocurrido un hecho excepcional, un hecho que después la teorización posterior llamará foco, y hoy se llama de muchas formas. Hoy lo podemos decir con mucha más franqueza, y en el caso de Guevara la idea de que Cuba era un lugar donde había ocurrido algo excepcional, tropezaba de inmediato con la formación de los cuadros políticos de los partidos de la época, de las tradiciones socialistas que fueran, que tenían como una cartilla admitida el hecho de que la humanidad, atravesaba distintas etapas con leyes prefiguradas, de modo que la excepcionalidad en Cuba, cuando la tiene que explicar, la explica en relación a un ideal que se le ocurre que es la fórmula mística donde el socialismo, la tradición del individuo y la tradición de lo colectivo se fusionan, y encuentra la figura de Fidel Castro como el individuo que al mismo tiempo tiene todos los poros de su conciencia volcados a representar lo colectivo. No dice las clases, a pesar de que descubre el concepto de mercancía con Lukacs, no es un pensador de las clases sociales, es un pensador del hombre colectivo. Esto también origina polémica, esto también forma parte del síntoma, de la señal y de la convocatoria polémica que, si hoy no la sabemos entender, esos escritos durarán en los museos o perdurarán en las clases que imparten axiomas y no en los lugares donde es preciso replantear la gran tradición socialista latinoamericana.
Por eso el tropiezo que tiene este escrito es que desea demostrar la excepcionalidad de lo que había sucedido en Cuba a través de la presencia de un hombre extraordinario, concepto incómodo en la tradición marxista. No existía en esa tradición, y si existía, existía sólo bajo el aspecto de festejos a liderazgos o a supuestos carismas que tenían una razón estatal, una racionalidad tecnocrática, y que tenían no pocas veces rasgos despóticos, como era en el stalinismo. Guevara no es, por cierto, un pensador stalinista. En muchas partes se parece incluso a la contraparte del pensamiento stalinista, y aunque nunca se preguntó sobre esa polémica, sus intentos más traviesos de replantear la tradición marxista lo acerca sin duda a las tradiciones más inquietas (Lukacs, Trotsky) de reflexionar qué ocurre con la conciencia cuando ésta es intervenida por la mercancía. Es decir, el principio general de burocratización del mundo llamado, en esta tradición, la mercancía. Por eso también en este caso la pregunta por la excepcionalidad de Cuba se resolvía en relación a la existencia de un hombre excepcional y a los errores del imperialismo. Qué quiere decir que el imperialismo hubiera cometido errores. Este concepto de error no estaba pensado en el marxismo. Los marxismos, sobre todo el de la segunda internacional, pero también el marxismo soviético tal como se pensaba en Latinoamérica en los partidos comunistas de la época, no tenía para sí la idea de que la historia atraviesa desvíos, la historia cesa de tener sentido colectivo en muchos momentos, la historia se convierte en muchos más momentos aún en un lugar donde las fuerzas contrapuestas impiden reordenar el sentido. El error, el equívoco, el desvío aparecen entonces como una noción que lejos de apartarnos de las leyes colocan al sujeto de la historia en un lugar tormentoso, en el lugar que conviene, justamente, a aquel que percibe de la historia aquello que la historia tiene de fuerza contradictoria, de fuerzas creativas. Por eso dice: Cuba también es un producto de los errores del imperialismo. No lo dice, pero todo el escrito está recorrido por una especie de idea de astucia de la historia. El viejo concepto hegeliano-marxista en el que la historia podrá tener leyes, recurrencias, circularidades, podrá repetir sus motivos, pero el precio de esa repetición siempre son los momentos de desvío, los momentos de la astucia, los momentos donde los que hacen la historia no saben lo que hacen.
Esta idea está íntimamente vinculada a la libertad del individuo, por lo tanto, la idea del hombre colectivo, que está presente en toda la reflexión de Guevara, está teñida permanentemente por –y este es el gran tropiezo que tiene este escrito– desear afirmar la excepcionalidad y continuamente decir que existen las leyes. Este error no lo van a cometer más, dice en algún momento… Ya no habrá más errores, por eso va a Bolivia considerando que el imperialismo no cometerá más errores, quizá cometió el error de creer que ya no habría más errores en la historia y todo el escrito sobre la excepcionalidad de lo que había ocurrido en Cuba apuesta a una idea que se puede decir con cierto fervor que está en la antesala de reescribir toda la historia del socialismo contemporáneo, es que: la Historia tiene esta capacidad de ser entrecortada, esta capacidad de ofrecer siempre elementos enigmáticos, esta capacidad que hace a quienes puedan pensar en leyes o puedan pensar en grandes armazones de justicia para la historia, sentirse pensando eso mismo, que yo no niego, con el gran desafío de la historia convertida en una historia llena de oscuridad, llena de terror, llena de desvíos, llena de renunciamiento.
Creo que todo eso está latente en un pensamiento sumamente rico y que si lo parece menos es porque, en general, no atribuimos la potestad de la riqueza de este pensamiento a alguien que parecía excesivamente un militar, alguien que parecía excesivamente un hombre de armas, alguien que parecía excesivamente un hombre que actuaba en clandestinidades y en los suburbios de la política. Pero podemos decir que en los años 60, y quizás hoy también, estaba en el centro mismo de los problemas del sujeto y de la razón de un modo tal que no tendría que envidiar ningún filósofo de esos mismos temas de ninguna universidad. Y en ese sentido no sólo hay influencia de Guevara del espíritu estudiantil argentino. Aunque en la Universidad argentina hoy no se muestre, aunque hoy este espíritu latinoamericanista, el espíritu del viajero, el espíritu de un cierto itinerario por Latinoamérica esté muy sofocado. Es el itinerario arqueológico y antropológico que pasa por Machu Pichu, por los leprosarios americanos, ese itinerario del médico-arqueólogo que en sus crónicas basadas en un gran mito de renunciamiento, aparecen como aquella piel que es dejada de lado en virtud del hombre militar, del hombre colectivo, del hombre armado, que sin dejar de ser individuo busca la fusión mística con lo colectivo.
A pesar de todo eso podemos decir que la herencia argentina de Guevara, su argentinidad, pasa por un territorio y por un cierto itinerario sentimental que formó a miles y miles (y quizás hoy lo sigue haciendo secretamente) de conciencias políticas en la Argentina. Es el itinerario que pasa por Latinoamérica, por la región Andina, por las grandes selvas y finalmente bebe en las aguas del Caribe. Ese gran itinerario emocional y político es una gran herencia literaria y política de Guevara.
Quiero señalar, ya para terminar, estrictamente lo de Martínez Estrada. Cuando Guevara se ve obligado, en ese escrito que estaba comentando sobre si Cuba tenía el socialismo como excepcionalidad o había que inscribirlo en las leyes inflexibles de la historia, evidentemente un tema con el cual se puede decir que han tropezado todas las grandes teorías del socialismo que finalmente deben definir cuál es el ámbito de libertades de la acción humana, frente a las proclamadas determinaciones de la economía, Guevara me parece que tropieza en ese escrito y lo resuelve muy rápido como repartiendo por mitades la idea de que hay una autonomía en toda razón política que crea sus propias leyes, es autogenerada, auto creadora, y al mismo tiempo eso se escribe en una historia que tiene regularidades, tiene secuencias que la razón de algún modo percibe y prevé. Cuando dice eso señala que Cuba comparte con todos los pueblos latinoamericanos una idea de subdesarrollo.
No voy a abundar en esto pero sí mencionar la metáfora a la cual él acude para decir que los pueblos latinoamericanos son subdesarrollados, y emplea sin ningún prejuicio esta palabra que provenía de los economistas de los años ’60 con los cuales debate. La idea de desarrollo y subdesarrollo no es una idea que perteneciera al marxismo sino a cierto liberalismo desarrollista de esa época. Sin embargo, apela a esa idea con un ejemplo que me parece pertinente para señalar otra de las grandes influencias de Guevara, que es la idea que Latinoamérica se le ocurre como una gran cabeza, una gran cabeza señalada por la existencia de grandes ciudades que reproducen la existencia de los capitales monopolistas etc. y al mismo tiempo pies de barro, cuerpo raquítico, piernas debilitadas. Esa idea de la gran cabeza, tiene un fuerte eco de uno de los maestros de Guevara que es Ezequiel Martínez Estrada que nada tuvo que ver con el marxismo, que poco tuvo que ver con el socialismo, si no nada, pero sí mucho tenía que ver con cierto lenguaje moral. Y esta es otra de las lecciones si queremos responder a estos temas en la actualidad, si queremos que estos temas formen parte del horizonte político argentino y latinoamericano y que el socialismo vuelva a ser una gran tradición humanística, que construya al hombre como hombre colectivo y al mismo tiempo sea capaz de pensar el ámbito de autonomía de deliberación y de libertades.
Me parece que es necesario, entonces, suponer que Guevara también surge de una tradición crítica argentina donde para que esa tradición lo constituyera no era necesario que quien fuera portador de ella se declarase socialista. Martínez Estrada no se decía socialista, por el contario, su actividad política era merecedora de profundísimos reparos a todos sus contemporáneos y, sin embargo, la influencia que produce sobre Guevara es a través de un lenguaje fuertemente involucrado de la idea del hombre moral. Es decir, esa tradición moral, la tradición del hombre colectivo entendido de este modo, me parece que hace a Guevara un pensamiento latinoamericano porque lo pone en el cruce de las fuentes en las que bebe que es el marxismo más renovado y más atrevido, y al mismo tiempo involucrado en ciertas tradiciones argentinas que no pertenecen a las historias del socialismo. Eso lo hace complejo, eso lo hace interesante, eso lo hace digno de que todos los ejemplos que queramos ver de él, sin duda acá se ven muchos, nos obligan también a considerar que también hay otro ejemplo disponible para nosotros y merecedor de que esta noche lo consideremos con profunda atención que es, cómo encara la construcción del sujeto a través del uso del lenguaje y a través del uso de las herencias críticas de los marxismos de la época entendidos como marxismo de frontera. El lugar donde el marxismo no sólo se constituye a través de la definición del otro, que está enfrentándose, sino que se constituya a través de un reexamen, a través de una reexaminación de las propias fuerzas creativas. Si entendemos que esto puede ser un factor, un foco de la revisión de los escritos de Guevara, para ser leídos por nuevos lectores atentos y se produzca el reenlace generacional –del cual tantas veces se habla en la política– y finalmente, el tema de la política es si hay reenlaces generacionales o hay generaciones vacías, o momentos vacíos sin palabras en la historia. Entonces, si tiene sentido todo esto podemos decir una vez más que la palabra Guevara puede ser nuevamente una palabra inspiradora.
*Este texto corresponde a la clase dada por Horacio González el día 11 de abril de 1997 en la Cátedra Libre Ernesto Che Guevara de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Fue publicado en el libro Che: el argentino de ediciones De Mano en mano (AA.VV. 1997).
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