28/06/2019
Historias lesbianas de los ‘70 lejos del arcoíris de Stonewall
Por Adriana Carrasco y Gabriela Elena
Fotos Irina Bianchet / Gentileza archivos personales Gabriela Elena y Adriana Carrasco
Hace 50 años la policía de Nueva York reprimía a la población LGBTIQ en los hechos de Stonewall, una serie de razzias que culminaron en masivas movilizaciones. En la Argentina durante la última dictadura la población homosexual masculina y transgénero/travesti sufrió torturas y violaciones. En tanto, a las mujeres homosexuales se les reservaba un interrogatorio psicológicamente vejatorio. Pero, ¿qué pasaba con dos adolescentes lesbianas estudiantes del secundario en la Buenos Aires de 1976? Adriana Carrasco y Gabriela Elena responden a ese interrogante.
¿Qué podían saber sobre Stonewall dos adolescentes lesbianas, estudiantes secundarias de escuela normal, durante la dictadura de 1976 en Buenos Aires? Ni siquiera habíamos escuchado alguna vez la palabra “lesbiana”. La estela de las pequeñas agrupaciones políticas homosexuales de comienzos de los 70 –entre ellas, el Frente de Liberación Homosexual- se había esfumado, hacia el exilio exterior o el silencio dentro del país.
Las divisiones de Moralidad de las distintas policías fueron creadas para reprimir rebeliones contra el poder político y para mantener el espacio público libre de “amorales”. Antes de las leyes que protegen en Argentina a la población LGBTIQ+, la policía –desde su mirada institucional- consideraba amorales a: los “afeminados”, los “hombres vestidos con ropa del otro sexo” (negación absoluta de identidades travestis y trans), los hombres que buscaban tener relaciones sexuales con otros hombres, dos mujeres sorprendidas tomadas de la mano o en actitudes “indecorosas”. La doctrina jurídica local sostuvo durante más de un siglo que el Derecho se regulaba según “la moral del hombre medio”. La policía legitimaba su accionar sobre los amorales con los llamados “edictos policiales”. La represión siempre fue más abierta y brutalmente aplicada hacia los varones que rompían individualmente el contrato con el rol dominante que pueda dar prueba de conducta heterosexual y masculina. La población homosexual masculina y transgénero/travesti sufrió históricamente torturas, violaciones y vejaciones en las comisarías. En los años de terrorismo de Estado, algunas de esas comisarías eran “pozos” (centros de detención, tortura y exterminio), por lo que algunxs detenidxs por Moralidad terminaron coincidiendo en el centro de detención con prisioneros del Plan Cóndor. Pero no por exigencia del Plan Cóndor de exterminar “desviadxs” sino por desorganización de las fuerzas represivas.
A las mujeres homosexuales, en cambio, la policía les reservaba un interrogatorio psicológicamente vejatorio, que les señale su lugar en la sociedad –dominadas por los varones (cisgénero heterosexuales)- y apenas una noche de susto en la seccional. Se consideraba que las relaciones que pudieran sostener las lesbianas no son relaciones sexuales, porque no se consideraba completa la sexualidad sin pene. Por eso la pregunta clásica en los interrogatorios de la Policía Federal Argentina a las contraventoras lesbianas era: “¿Cómo lo hacen?”. El concepto de lesbiana aún no había sido atravesado por el movimiento de liberación trans. En el contexto de los años 70 y 80 del siglo XX en Buenos Aires, hablamos de lesbianas como mujeres cisgénero (aquellas cuya identidad de género coincide con la que les asignaron al nacer) que se relacionan sexual/ amorosamente con otras mujeres cisgénero, independientemente de que en la intimidad muchas de ellas pudieran considerarse “hombres”. En aquellos años, en los ambientes lésbicos locales no se refería la existencia de mujeres trans lesbianas o transbianxs.
La conformación del Gay Liberation Front en Estados Unidos luego de la revuelta de Stonewall repercutió en nuestro país, donde se organizaron los primeros grupos del movimiento homosexual. El más importante fue el Frente de Liberación Homosexual (FLH, fundado en 1971). Por un pequeño recorte de diario –que se conserva en el archivo del diario Crónica- podemos conocer que a comienzos de la década del 70 existió un grupo de lesbianas llamado Safo.
A las mujeres homosexuales, en cambio, la policía les reservaba un interrogatorio psicológicamente vejatorio, que les señale su lugar en la sociedad –dominadas por los varones (cisgénero heterosexuales)- y apenas una noche de susto en la seccional. Se consideraba que las relaciones que pudieran sostener las lesbianas no son relaciones sexuales, porque no se consideraba completa la sexualidad sin pene.
El camino que condujo a la revuelta de Stonewall en Estados Unidos está enmarcado en los sucesos de la década del 60. La novedad de la píldora anticonceptiva y la revolución (hétero)sexual, las protestas contra la guerra de Vietnam, la radicalización del movimiento de liberación negro (lxs Black Panther) y las perspectivas comunitarias hippies. Desde 1950 la Mattachine Society luchaba por la aceptación pública de los homosexuales, pero no era una organización radicalizada.
En la madrugada del sábado 28 de junio de 1969 una multitud formada por drag queens, maricas, un par de lesbianas negras y pibitos de la calle, enfrenta a la policía en varias manzanas del sur de Manhattan (Ciudad de Nueva York). Todo comenzó con una razzia en el bar Stonewall Inn. Mientras conducían a lxs detenidxs al camión celular, se corrió la voz y la calle se llenó de “desviadxs” enardecidxs. Las drag queens rodeaban el camión de traslado y arrojaban monedazos a los policías. Storme DeLarverie, lesbiana negra drag king, se quejó de que las esposas le apretaban demasiado y un vigilante le pegó un tonfazo[1] en la cabeza. Furia generalizada, fuego y combates callejeros protagonizados principalmente por las drag queens (entre ellas, Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson). La policía se atrincheró en el bar (regenteado por la mafia) y tuvo que acudir la fuerza especial formada para reprimir manifestaciones contra la guerra de Vietnam. La revuelta de Stonewall, reconocida históricamente como el comienzo de la revolución LGBTIQ+, se replicó cada noche hasta el 2 de julio de 1969. Mientras continuaban los hechos en Nueva York, en Argentina la dictadura autodenominada ampulosamente “Revolución Argentina”, presidida por Juan Carlos Onganía y caracterizada por el anticomunismo y el cursillismo pacato, decretaba el estado de sitio luego de los estallidos populares en capitales de provincias, el más recordado de ellos, el Cordobazo. Las luchas en territorio argentino están marcadas por las coordenadas de clase, los ideales revolucionarios socialistas, la batalla contra las burocracias sindicales, el movimiento de masas antidictatorial y el sueño del retorno de Perón. Los homosexuales argentinos recién comenzaban a reunirse, pero muy pocos los tomaban en serio: ¿qué clase de política podía llevar adelante a cabo un grupito de “desviados”?
A muchxs gays y lesbianas de izquierda en Estados Unidos, mientras tanto, les resultaba muy difícil tener que elegir entre la lucha por el “gay power” y la revolución socialista. En aquellos años, el gobierno cubano consideraba la homosexualidad una “desviación burguesa” y perseguía a quienes no se mantenían rigurosamente en el closet. Las organizaciones comunistas y peronistas revolucionarias en Argentina seguían la misma línea, con excepción de los partidos trotskistas. En ningún lugar de la Tierra dejaban en paz a los homosexuales.
Hasta aquí lo reconstruido a partir de relatos ajenos. Los años posteriores podemos contarlos a través de vivencias personales, sin pretensión de objetividad histórica ni de un punto de vista universal. Vivimos como niñas el gobierno de Héctor J. Cámpora, el regreso de Perón a la Argentina, las bandas parapoliciales de las Tres A apoderándose de las calles y el comienzo del terrorismo de Estado. Dos niñas nacidas en 1962 y en 1963, inscriptas en una misma escuela: el Normal 5 de Barracas. Gabriela, fue una pequeña artista de la música desde el minuto uno, en su familia este don fue potenciado y estimulado por xadres y abuelxs, seguidores del socialismo y el radicalismo; Adriana criada en un hogar de la resistencia peronista, con xadres simpatizantes-pero no militantes- de las organizaciones guerrilleras y muy politizada desde niña. En esta confluencia comienza el guión de la perfoensayo LesboProtoplasma (El control sobre las lesbianas en la Escuela Normal, durante el terrorismo de Estado).
LesboProtoplasma arranca el relato en 1974, cuando las Tres A acribillan a Julio Troxler, sobreviviente de los fusilamientos de José León Suárez y militante montonero, contra un paredón de la Escuela Normal Nº 5. En ese clima social represivo, Gabriela se enamora de su maestra de séptimo grado y le declara su amor con un poema. Quien salva a Gabriela del escarnio, es otra docente, lesbiana guardada en el closet, que para poder vivir en pareja con otra maestra de la escuela, decían que eran primas. Comienza 1976 y la Junta Militar ocupa el gobierno. Los canales de televisión difunden la foto de Ana María González, muy joven. Se le atribuye un atentado contra el jefe de la Policía Federal. Las niñas de 7º A señalan a una compañera como muy parecida a la que exponían en la tele, Adriana supo desde ese día que debía cerrar la boca. La escuela se militariza en su liturgia y en los contenidos en las aulas; las autoridades de la escuela y algunas profesoras están en contacto con militares o con sus cómplices civiles de la llamada “patria financiera”.
En ese estado de situación, y con la marcha de Ituzaingó como música diaria de apertura de actividades escolares, en 1978 Gabriela y su profesora de educación física se enamoran. Se hacen amigas, comparten salidas pero no se permiten una relación erótico-amorosa. La dirección se entera de este vínculo que ocurre fuera de la escuela y despiden del trabajo con sumario a la profesora, de 22 años. Gabriela entiende que, de haber pertenecido cualquiera de las dos a una familia militar como algunas alumnas de la escuela, la dirección hubiera mirado para otro lado. En el caso de Gabriela se aplicó el presupuesto de Víctor Mercante –primer organizador teórico de la pedagogía argentina- de que hay que vigilar y evitar que “las uranistas” (eufemismo por homosexuales femeninas) intercambien objetos y cartas y anden del brazo por la escuela. Siguiendo las enseñanzas de Richard von Krafft Ebbing (lo último en psiquiatría para su época, 1898), el lesbianismo debía ser considerado una enfermedad psiquiátrica. El azar quiso que Adriana corriera otra suerte. Se enamora de una profesora mucho mayor, librepensadora iluminista y por tanto contraria al positivismo biologicista de Mercante-Krafft Ebbing. La profesora ampara a la estudiante y la protege de potenciales ataques de otras profesoras y de las autoridades. Al llegar a la mayoría de edad, Adriana se enfrenta a un dilema ético: debe decidir entre continuar su amistad con esta docente –ligada a los sectores financieros del régimen militar- o sumarse a la Tendencia revolucionaria peronista, cuando esta comenzó a reagruparse después de la Guerra de Malvinas, en 1982, y renunciar a su amor.
LesboProtoplasma queda abierto a incluir experiencias de lesbianas que hayan pasado por las escuelas argentinas durante los años de terrorismo de Estado (1974-1983).
Pensar la memoria a partir de estas experiencias, nos parece necesario y es por eso que LesboProtoplasma como proyecto queda abierto a incluir experiencias de lesbianas que hayan pasado por las escuelas argentinas durante los años de terrorismo de Estado (1974-1983).
Pasarían algunos años hasta que Gabriela y Adriana comiencen a activar/militar como lesbianas, desde diferentes perspectivas (Gabriela Elena desde un espacio LGBTIQ+ y Adriana Carrasco desde el feminismo lesbiano), y tomen conocimiento de la revuelta de Stonewall y sus consecuencias.
“LesboProtoplasma” formó parte, como activación, de la muestra "Para todes, tode" curada por Kekena Corvalán, realizada en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, de marzo a mayo de 2019.
Notas
- Nota al pie 1: La tonfa es un bastón corto que usa la Policía.
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