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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

24/05/2019

La casa

Por Mariana Rocca

Ilustración Elisa Ferreira

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Elisa Ferreira

Ya dormís, vida mía, pero hoy se interpuso este pensamiento entre nosotros y la casa, o entre el mundo y nosotros y no quiere irse desde la mañana. Como si la casa hablara, me agarró por pensar que Juan tiene razón. Le encanta repetir como un gurú esa frase que nunca entiendo: “Nada está exacto donde se cree” dice, inventa, con tono solemne de profesor. Es gracioso, son pavadas, me digo. Pero ahora, algo que ronda, invita a nombrar las cosas de otro modo: el viento lo empuja todo, mueve las ramitas de los árboles y revolotean como aves rapaces entre mis cabellos preguntas nuevas. ¿O son las viejas? Noto interferencias en mis antenitas, esos radares que viajan como sondas misteriosas. Todos se fueron a comer pizza. Y por alguna razón, me falta el aire. El silencio es denso, algo confabula en un sórdido reordenamiento del universo. El pequeño y el mayor.

La noche está de un azul profundo. Te miro, tiemblo. Pienso en vos como un salvoconducto, directo a la raíz de las cosas. Las de siempre, las elementales. Respiro el rocío de la noche y creo en vos, único ser que pone en orden mi locura. Una luz intensa entra por la ventana de tu pieza, además de un séquito de mosquitos de montaña que andan golpeándose contra las paredes. Qué reprocharles, si también ando dando tumbos: me golpeo los muslos, con las mesas; los codos, con las paredes; tiré el celular dentro del inodoro. Qué se yo. Ni sé cómo fue que te arrastré a upa hasta acá. Tus piernas están larguísimas, cuelgan por abajo de mis rodillas, y dormís como si todo el universo se fuera a descansar con vos. Menos yo, que me quedo insomne cada día, haciendo la vigilia. Sos mi flacucho y lanzo tu cuerpito sobre el colchón mientras escaneo sobre su lomo las mismas manchotas de humedad que había hace un año, después tapo tus dos piernas de tero, como para que algo te abrigue: vos te destapás y protestás. Siento el olor musgoso de la cama. ¡La pucha que es añeja! Si habrá sido testigo de historias, generaciones, gobiernos. Pongo el espiral mandala, te cuento que es ya un clásico adorno generacional y además todavía se consiguen con el envase de antes, de esas pocas cosas que siguen igual, o casi. Vos pensás que es un hipnotizador de mosquitos: “No se mueren, mamá, sólo se marean y se van”. Tarda en quemar, sobre las baldosas del pasillo distribuidor. La casa está en silencio, pero se pueden escuchar tus ronquidos, voy en puntillas de pie a la cocina y, por fin, alcanzo la heladera. Es una operación compleja abrirla, no creas, y hacerlo sin electrocutarse, sobre todo descalza. Son esos riesgos domésticos que hoy se me antojan amigables. Te lo digo siempre y te tengo prohibido acercarte con los pies mojados. Todo un arte, desenganchar el elástico vintage que inventó el novio nuevo de la tía Ali, porque, en rigor, el artefacto todavía enfría. Me sirvo un Gancia, sin hielo, por supuesto, y pienso que todo me jode en esta noche enorme, más que nada, los insectos. El calor es agobiante, tiene un espesor de hace tiempo. Me prendo un pucho mientras me acomodo en la galería, chupé bastante, y aunque aún no lo sé, voy a tomar mucho más en las próximas horas de insomnio. Me llega un recuerdo, como una ráfaga de alturas, la abuela Francisca ya no está. Justo ahora se tuvo que morir la muy guacha. Era oportuna hasta para eso, la vieja esa hermosa. Pero esa sí que no se la perdono, hubiera esperado un poco más para irse, al final, nos había convencido a todos de que era fuerte y eterna. De chiquita creía que cuando la gente buena se moría, se convertía en estrella, pero ahora me cuesta más creer en esas pelotudeces y la echo en falta tanto. En todo caso que Dios me perdone a mí por putearla y a las soretas de las estrellas, por brillar, mientras una anda triste. En fin, no sé ya que digo, y esta última pitada me cayó fatal.

Lo bueno es que ahora hasta parecemos una familia normal, entramos por la puerta y salimos por la puerta, como hace la gente que uno ve por ahí. Otros años tuvieron que salir por la ventana, o entrar por la puerta y no salir más. El viejo, dicen, tuvo que vivir un tiempo con las ventanas cerradas y las persianas bajas, en silencio. Tenía un chumbo, por si se pudría todo y lo encontraban. Por suerte eso ya pasó, aunque los fantasmas vuelven en días como hoy que la casa está parlante.

Pero ahora estás vos, como en esa época estaba yo, que era una beba. Dormía también en esta casa, al lado de esta ventana, cuando los viejos decidieron que lo mejor era rajar. Ya había sangre y más tarde se supo la oscuridad que vendría. Aunque las paredes escuchaban, las personas habían ensordecido y miraban vaya uno a saber hacia dónde. Me contaron, porque no puedo recodarlo, pero sí tengo estas sensaciones en la piel, que nacen y renacen.

Mamá lo convenció a papá después de mi nacimiento, que una cosa era que ellos asumieran riesgos y otra cosa era la nena. Papá no quería irse porque sentía que era como abandonar el barco. Cosa rara es el cariño que, así de golpe, se puede querer todavía más, tanto que puede estallarte el corazón.

Mamá lo convenció a papá después de mi nacimiento, que una cosa era que ellos asumieran riesgos y otra cosa era la nena. Papá no quería irse porque sentía que era como abandonar el barco. Cosa rara es el cariño que, así de golpe, se puede querer todavía más, tanto que puede estallarte el corazón. Ni bien naciste no me daba cuenta, a pesar de que me despertaba para verte respirar y tenía miedo y miedo de que algo te pasara. Ahora sí, sé que ser mamá es también cruzar la calle y sentir un temor desconocido, por primera vez en una vida, temer por la muerte de uno de un modo distinto. No por uno sino porque de golpe te das cuenta que hay alguien muy chiquito que te necesita como el agua o el aire, eso no es joda. Siempre pienso si ellos también habrán pensado eso cuando nací. Pero ellos eran corajudos, querían cambiar las cosas en serio.

Ahora parece que peleamos entre nosotros como si tratáramos de matar a almohadonazo limpio un mosquito en la oscuridad; nuestras batallas están perdidas de antemano, nos conformamos con chaucha y palito. A pocos les importan lo que le pase al de al lado. Hay una frase: “Que fluya” que lo explica todo. “Que todo fluya”, que no haya que asumir el conflicto. Pienso. Y más o menos así hijo lo vamos perdiendo todo. Los brazos como que no se terminan de levantar, de tanto mirarnos el ombligo. La puta madre. Aunque pasaron muchas cosas en casa, no me acuerdo de haber tenido miedo, ni siquiera de chiquita, siempre fui aguerrida, tal vez no me importaba nada, si en una de esas me moría, chau, me moría. Me pregunto por qué, si nunca tuve vocación de morir. Luego te acostumbrás tanto a andar pateando todo, que ya no sabes bien querer o dejarte ablandar. Ser débil tal vez sea perder.

“La casa” - Revista Haroldo | 1

La cuestión es que vos naciste y todo cambió. No podía comprender como esa pasita de uva humana, hacía girar el universo a su alrededor: el mío. Por fin algo me podía, era poderoso y extremadamente pequeño y suave. Eras la cosa más frágil y fuerte que había visto.

Será que hoy estas paredes tienen huellas y ventanas, pasajes ocultos cifrados, como los de los castillos. No paran con sus murmullos, ¡Que las parió! Serán irrespetuosas, están llenas de ojos y de agujeros por los que poder mirar atrás y adelante a la vez. En lo oscuro de esta noche en que se hace presente multitudes, tu ronquidito me hace explotar de ternura. Todo esto junto puede pasar y extrañar a la abuela al mismo tiempo. Qué noche turra, jodida, quisiera que amanezca. Y tengo miedo ¿Cómo? ¡La concha de la lora! A ver… ¿Qué vendrías a ser, la cuarta o la quinta generación vos? La prima Lau, que estaba presente cuando lo secuestraron a su papá, dice que ya somos de amianto, irrompibles. Tomo otro sorbo, parece un caldo. He echado panza este verano, por mucho que salgo a caminar, hay una arruga en el entrecejo que no se va más, como las ojeras, que tampoco y las patas de gallo son hasta simpáticas, ponele.

El caso es que, mi otra abuela, una noche como ésta el año pasado, se tomó un traguito y nos contó que papá estuvo una semana detrás de esta ventana escondido. Los postigones permanecieron cerrados, casi tapiados, desde ese momento y luego por varios años más, para que todos piensen que la casa estaba abandonada y nadie preguntara. Y te digo que, en parte debe haber sido cierto, porque su propietaria, la tía Francisca, en esos días había sido difunta. ‘Chin Chin, difunta’, hablo ya en voz alta, como si necesitara oír mi voz: ‘por vos y por todos nuestros muertos’; qué pasa que entran y salen frescos por la ventana, están como a coro. Che, ¿Y por qué no vuelven más los pariente de comer pizza? ¿Les habrá pasado algo? Pasa que esa ventana tiene recuerdos y me está llamando. Escuchó lo que decía la abuela el día que se puso en pedo y largó hasta lo que nunca nadie se animó a decir, pero aún peor, la ventana vio todo. Eso. Y lo anterior. Y lo anterior. Nos conoció a cada uno en pañales, hasta al tío Hernán y a papá los conoció, seguro que gateaban por estos mismos baldosones moviendo de un lado para otro sus pañales de tela, esos que había que lavar a cada rato, qué plomazo.

Dicen que era hermoso el tío, me hubiera gustado conocerlo y que me abrazara en una noche como esta. Por eso, siempre quise cuidar a mi papá, por todo lo que había sufrido. Mamá cuenta que cuando fue a llevarle comida, caminaba como una bestia encerrada, estaba como loco, llevaba unos días sólo a oscuras para que nadie sospechara, hasta que la gente querida nos ayudara a salir lo más rápido posible del país. Eso era tener miedo. Lo de ahora es un poroto. Pienso… ¿De qué nos quejamos? Sin embargo esta noche es larga y hay fantasmas. Un sonido oscuro surca el cielo como un aullido. Puede ser un murciélago, tengo un mal presagio. Las aves carroñeras están al acecho.

Los ojos, el río y el agua me miran extrañamente desde los muros. Quiero cantar yo para que no canten ellos, los que amordazan el alba. Las guitarreadas, las risas familiares, la felicidad que fue y dejó de ser, que luego volvió. Vos dormís y yo te amo como a nadie. Quién está tras esta ventana. ¿Quién me habla allí? Hoy quisiera volver a subirme en esa avioneta, llegar a una ciudad con voces nuevas, que hablan con un sonido ajeno. Ser anónimos una vez más. Y luego nada, nada, nada. Había una vez un cuento que se repetía, en el que los tíos ya no estaban: a uno lo habían acribillado por la nuca, el otro aún está desaparecido. Pero vos sí estás y éramos nosotros, yo sí y ahora vos. Me siento confusa, me mareo, me mareo. Estoy infinitamente triste.

Nada está exacto donde se cree. Los miedos, que se van al cerrar una puerta, igual entran por la ventana. No se puede frenar el curso del agua. Ni obstruir la ventana como único vaso comunicante. Qué pasa con los muertos, los nuestros, los de antes…los de ahora, quizás. Estoy cansada y ebria. Entorno la puerta, me acuesto a tu lado, vuelvo a sentir el olor de tu piel, olor a infancia. Veo tu mundo de legos amontonados en una esquina, construís. Voy a cuidarte tanto hijo mío, voy a cuidarte siempre. Una luz brillante entra por la ranura. Todavía no amanece, es la luna. Quiero dormir dos horas antes de que amanezca. La ventana está abierta y confío en que así seguirá.

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