01/05/2019
“Cuando los nietos recobren la identidad sabrán lo que es la libertad”
La frase corresponde a Sonia Torres, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo Córdoba. Sonia aún busca a su nieto, el hijo de Silvina Parodi y Daniel Orozco, que nació en junio de 1976. La pareja había sido secuestrada en marzo de ese año, dos días después del golpe de Estado y fueron vistos en el centro clandestino de “La Perla”. Su búsqueda y su posterior incorporación a Madres y a Abuelas y su transformación en una referente de Derechos Humanos.
Sonia Torres aún no encontró a su nieto, el hijo de su hija Silvina Parodi y su pareja Daniel Orozco, desaparecidos el 26 de marzo de 1976 en Córdoba. Sin embargo, en estos 43 años de búsqueda tejió distintos espacios de lucha y sumó nuevas causas de militancia: es la referente de Abuelas de Plaza de Mayo Córdoba, filial que fundó junto a Otilia Lescano de Argañaraz, y en los últimos años participó activamente de las marchas del 8 de marzo, #NiUnaMenos y en distintas movilizaciones para defender los derechos de las mujeres y las personas LGBTQI .
Es accesible, amable, empática. Está acostumbrada a trabajar con gente más joven. Algo de eso se percibe en los congresos y seminarios en los que Torres participa con sus colaboradoras de Abuelas Córdoba. Además de mesas de trabajo, el grupo de mujeres comparte charlas, mates, inquietudes y opiniones.
En 2018 Sonia participó del Congreso Educación, Arte y Memoria. Pensar los Derechos Humanos que tuvo lugar en Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. La visita de Torres a Buenos Aires coincidió con el segundo aniversario de la condena por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio de “La Perla” y “La Ribera”, luego de un proceso que se extendió por tres años y ocho meses. Fue la primera sentencia por el secuestro, desaparición y fusilamiento de Silvina y sus compañeros y el robo de su nieto, a quien todavía busca.
“Fue todo un triunfo de los cordobeses. Con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y los indultos que dio [Carlos] Menem creíamos que nunca íbamos a conseguir llevar a los genocidas a juicio. Pero seguimos y seguimos en la lucha y pudimos concretarlo. Fue un juicio largo en el que logramos el objetivo: cárcel común, perpetua y efectiva, aunque después se fue transgrediendo eso. Sentí una mezcla de alegría y angustia. Porque si bien logramos eso, ella no está más”, afirma Sonia, dueña de un hablar pausado pero firme.
"El fallo por los crímenes de lesa humanidad en 'La Perla'y 'La Ribera' fue todo un triunfo de los cordobeses".
El 25 de agosto de 2016 el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N°1 de Córdoba, integrado por los jueces Jaime Díaz Gavier (presidente), Julián Falcucci, José Camilo Quiroga Uriburu y Carlos Arturo Ochoa impuso la pena de prisión perpetua a 28 imputados y fijó penas de dos a 21 años para otros diez acusados. Cinco fueron absueltos. Entre los condenados a perpetua estuvo el jefe del III Cuerpo del Ejército Luciano Benjamín Menéndez. Fue la primera condena en Córdoba por robo de bebés, encuadrado en el delito de “sustracción de menor de diez años”. Todo un hito, ya que en la provincia mediterránea, según recuerda Sonia, durante muchos años se negó que hubiera habido maternidades clandestinas y apropiaciones de bebés.
Según los relevamientos de Abuelas, unas 22 mujeres cordobesas estaban embarazadas al momento de su secuestro. No todas parieron en esa provincia, pero para los partos que ocurrieron en su zona de influencia Menéndez tenía la “estrategia” de obligar a las madres a parir en lugares distintos de donde estaban secuestradas, en ocasiones en otras ciudades, para que estuvieran fuera del radar de búsqueda de sus familiares. Hubo solo dos casos en los que los bebés fueron restituidos a sus abuelas a poco de los partos de sus madres.
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Torres nació en Villa Dolores, un pueblo de Traslasierra. “Volvería a nacer en el mismo lugar y en la misma casa”, dice. De pequeña estudió baile y música. “Todas actividades con las que antes adornaban a una mujer”, señala. Al terminar la secundaria se mudó a Rosario para estudiar Farmacia, formación que completó en Córdoba porque anhelaba tener un título de la Universidad Nacional de esa provincia. La idea de estudiar una carrera fue suya aunque el entorno estimulaba, era una familia de universitarios: sus dos hermanos varones (uno mayor y otro menor) estudiaban para odontólogos, su papá era dentista y su abuelo, el médico del pueblo. Sin embargo no era ese el destino de las mujeres de la familia: el grueso eran amas de casa.
En Rosario conoció a quien luego fuera su marido y el papá de sus hijos, Enrique Parodi. Se casaron y se mudaron a Córdoba. Sonia estudiaba Farmacia y Enrique viajaba constantemente a Villa Dolores, donde trabajaba como agrimensor en el campo. Antes había sido militar de aviación. La pareja tuvo tres hijos: Luis, Silvina y Giselle. Sonia rindió sus últimas materias embarazada de Giselle.
La política no era ajena en la casa de Sonia: previo a la militancia de sus hijos, su papá ejerció como diputado nacional en la Década Infame (1930-1943). Sonia asegura que aunque era “contrario a la política” fue elegido porque era muy querido en el pueblo y la familia era respetada. Recuerda que, al terminar su mandato, les dijo a sus hijos que no le gustaría que ninguno de los tres se dedicara a la política porque era “muy sucia”. “Dejen que otros hagan política”, les pidió.
“Después los nietos, es decir mis hijos, me enseñaron la política y realmente a mí me interesa muchísimo”, afirma Sonia, de casi 90 años.
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Torres nació en Villa Dolores, un pueblo de Traslasierra. De pequeña estudió baile y música. “Todas actividades con las que antes adornaban a una mujer”, señala.
Sonia habla sin rodeos, sabe cómo dar a conocer su punto de vista. Junto a su marido Enrique criaron a sus tres hijos en Córdoba. Allí, a los 13, Silvina entró al comercial Manuel Belgrano, un colegio secundario que depende de la Universidad Nacional de Córdoba, al que se ingresaba por promedio. “Era muy estudiosa y lograba todo lo que se proponía”, señala su mamá. El Belgrano era una escuela muy politizada, unos 20 estudiantes –entre ellos Silvina- están desaparecidos.
Por esas desapariciones está acusado Tránsito Rigatuso, rector entre 1974 y 1976, ya fallecido. Rigatuso fue señalado por el jefe de Inteligencia de Menéndez, César Anadón, por haber confeccionado las listas que después entregaban al Tercer Cuerpo del Ejército para que ejecutara los secuestros. La mayoría de los jóvenes, chicos y chicas de unos 20 años, fueron secuestrados entre el 24 de marzo y mediados de abril de 1976. Luego de un fallo de justicia federal de 1987 que confirmó la existencia de listas de alumnos que fueron entregadas a “personal militar”, Torres indicó en una entrevista en 1998 con un medio cordobés que Rigatuso era un “delator”, hecho por el que cual éste la llevó a juicio por calumnias e injurias del que fue absuelta. Corría el año 2002 y fue la primera –y única- vez que una abuela fue llevada al banquillo de acusados.
La militancia de Silvina Parodi se inició mientras estudiaba en el Belgrano. Sonia no conocía esa actividad de su hija y lo notó por un hecho fortuito: a principios de los años setenta, Torres y sus dos hijas se mudaron a Buenos Aires por un problema de salud de ella y el hijo varón, Luis, se quedó en Córdoba al cuidado del padre. Un 22 de agosto se conmemoraba el aniversario de la Masacre de Trelew y Silvina estaba muy nerviosa. En ese momento, Sonia lo advirtió. En Buenos Aires, Silvina estudió en la escuela 25 de mayo y al final de ese año le pidió a su mamá volver a Córdoba. “Yo amo mi colegio, no puedo estar sin mi escuela”, recuerda Sonia que le dijo su hija. “Es regla general que los jóvenes que entran a ese colegio, salen enamorados del colegio”, apunta.
Los Parodi-Torres se sabían perseguidos. Tenían intervenido el teléfono de la casa familiar. Una tarde Silvina, su pareja Daniel, el hermano Luis, la novia de él y amigos querían cortarse el pelo. Silvina llamó a un amigo y le pidió que llevara “la guitarra”. “Los milicos interpretaron que al pedirle ‘la guitarra’ le ordenaba que trajera ‘la guita’, entonces allanaron la casa y caímos todos: Luis, su novia, amigas de Silvina y un vecino que fue a tocar la puerta para ver por qué había tantos autos. Nos llevaron a la D2, a mí no me torturaron, pero sí escuché la tortura en ese lugar”, recuerda en la entrevista con Revista Haroldo.
En el juicio por los crímenes de La Perla, Giselle –la hija más chica de Sonia- recordó que su mamá escuchaba cómo torturaban con saña a un chico asmático y estaba aterrada por su hijo Luis, que padecía de los pulmones.
En diciembre de 1975 Silvina y Daniel se casaron. Ella ya estaba embarazada. Pasaron un período en Buenos Aires y al regreso se reencontraron con la familia. En ese encuentro Silvina llevaba un “trajecito color amarillo ajustado a la cintura”. Sonia lo recuerda como si fuera hoy. La madre-futura abuela- advirtió el cambio en el cuerpo de Silvina: “¿Y esa panza?”, preguntó. Silvina y Daniel compartieron la noticia: iban a ser padres para mediados de 1976.
¿Qué te contaba del trabajo militante?
No comentaba mucho, tenían casi todo en secreto. Militaba a full, no le importaba nada más que la militancia, pero de eso me di cuenta con el tiempo. A principios de 1976 fue a anotarse a la facultad y pensamos que se iba a inscribir para estudiar para agrimensora, como el padre. Cuando volvió me contó que se había anotado y me mostró la libreta.
-Pero Silvina…. te anotaste en Ciencias Económicas.
-Sí, porque la cola era más corta.
“Imaginate lo que le importaba en ese momento estudiar. Si lo mismo era una carrera que otra… Pero como era muy estudiosa le iba bien”, afirma su mamá.
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Daniel Orozco nació el 4 de octubre de 1953 en San Rafael, Mendoza. Un hermano mayor ya se había instalado en Córdoba donde se recibió de contador y Daniel le siguió los pasos. Al momento de su secuestro estaba en cuarto año. Daniel y Silvina militaban en el PRT-ERP y estudiaban Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de Córdoba.
La casa en la que vivía la pareja estaba muy custodiada por lo que se mudaron. Silvina le contó a su mamá que se iría a vivir a otro lugar pero la tranquilizó asegurándole que la llamaría todos los días. El 26 de marzo de 1976 Silvina y Daniel fueron secuestrados en el barrio Alta Córdoba. Los vecinos, cuenta Sonia, recuerdan que escucharon gritos de dolor. La sacaron envuelta en una colcha “así” [grafica]. El operativo buscaba impedir que los vecinos vieran las torturas y golpes a los que los habían sometido.
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El primer indicio del nacimiento de su nieto fue que en una ocasión quiso ingresar a la cárcel un moisés con ropa de bebé y no se lo rechazaron: “Eso me produjo mucha alegría, si se habían quedado con la ropa del bebé significaba que mi nieto había nacido”, razonó.
Después del secuestro, Sonia pudo averiguar que su hija Silvina estaba en la cárcel del Buen Pastor. Iba allí todas las madrugadas, a las 4, para hacer la fila para ingresar vestimenta y comida. En esa época trabajaba como inspectora en salud pública. Al principio le aceptaban los paquetes pero después empezaron a rechazarlos. “Tu hija no está acá”, le dijeron. El primer indicio del nacimiento de su nieto fue que en una ocasión quiso ingresar un moisés con ropa de bebé y no se lo rechazaron: “Eso me produjo mucha alegría, si se habían quedado con la ropa del bebé significaba que mi nieto había nacido”, razonó.
Pero el hijo de Silvina no nació en el Buen Pastor. Tras años de investigación, Sonia pudo confirmar a partir de una testigo que declaró en el juicio por los crímenes de La Perla, que Silvina a tuvo a su hijo en la Maternidad provincial el 14 de junio de 1976. Silvia Ester Acosta contó en el juicio que tuvo familia ese mismo día y se cruzó con Silvina en la sala de partos. En su declaración, recordó el padecimiento de Silvina, quien pudo estar apenas dos días con el bebé. Después, al niño lo llevaron a la Casa Cuna y a ella a La Perla donde la fusilaron.
Sonia supo esto años después. En ese momento, a partir del dato de que Silvina no estaba en el Buen Pastor, empezó a viajar sola por todo el país a recorrer cárceles. El papá de los chicos se quedó al cuidado de Luis y Giselle. En todos lados la respuesta era la misma: “Acá no los tenemos, no los hemos visto, se habrá ido con el novio, todo ese rosario de cosas que ellos pensaban”. Sonia imaginaba que no le iban a permitir ver a su hija pero esperaba que al menos que le confirmaran que estaba en tal o cual lugar. A partir de la sucesión de rechazos en las cárceles y ante la imposibilidad de obtener nueva información, empezó a ir y venir Buenos Aires. Para ese entonces las madres aún no se reunían en la plaza pero ya algunas empezaban a conocerse en juzgados y hospitales, a tejer lazos. Sonia viajaba periódicamente a Buenos Aires porque aquí –dice- había más noticias.
“En la plaza nos tiraban los caballos encima, nos decían ‘circulen, circulen’. Ellos mismos nos dieron la posibilidad de marchar. En dos oportunidades nos subieron a carros de asalto y nos llevaron al cuartel de policía de la calle Moreno”, recuerda.
El 30 de abril de 1977 fue la primera marcha de las madres a Plaza de Mayo. Sonia no estuvo ese día pero se sumó un poco más tarde. “En la plaza nos tiraban los caballos encima, nos decían ‘circulen, circulen’. Ellos mismos nos dieron la posibilidad de marchar. En dos oportunidades nos subieron a carros de asalto y nos llevaron al cuartel de policía de la calle Moreno”, recuerda. Después vino la creación de Abuelas a partir de la doble búsqueda: del hijo y del nieto desaparecido.
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Sonia fundó la filial Córdoba de Abuelas junto a Otilia Lescano de Argañaraz –ya fallecida- quien buscaba también a su nieto, hijo de María de las Mercedes Argañaraz y Tomás José Fresneda, secuestrados en julio de 1977 en Mar del Plata en el marco de “La Noche de las Corbatas”. Tomás era abogado y trabajaba para distintos sindicatos y Mercedes –embarazada de cinco meses- militaba en el PRT-ERP. La pareja ya tenía dos hijos, Ramiro y Martín.
¿En Córdoba tuvo alguna particularidad la fundación de Abuelas?
Córdoba es una sociedad muy conservadora, cuando empezamos a juntarnos fuimos totalmente discriminadas. En los primeros años de democracia, casi todos los diputados y senadores se negaban a recibirnos; para ellos –y para muchos otros- éramos las madres de los subversivos. A medida que la sociedad fue entendiendo qué fue la dictadura, qué hacíamos las madres e internalizó que nuestros hijos no eran unos delincuentes, fue cambiando el concepto acerca de nosotras.
¿Dónde se reunían?
Hacíamos las rondas en la plaza San Martín, que es la principal de Córdoba y ahí también se manifestaban los que estaban en contra nuestro y nos insultaban. Decían para qué hacíamos ese circo si nuestros hijos estaban en Europa y todas esas mentiras...
En Córdoba, cuenta Sonia, durante los primeros años de democracia, había una negación respecto de que hubiera bebés apropiados e incluso un diario provincial muy popular publicó un reportaje en el que se afirmaba que no había bebés robados en la provincia. Con el tiempo y las investigaciones, se supo –por ejemplo- que en el Hospital Militar llegó a haber “un verdadero jardín de infantes”.
¿Cómo recuerda los primeros años de democracia?
Hubo momentos de mucha angustia. En 1983 comenzó el gobierno democrático pero los militares todavía estaban ahí y querían participar de la vida política, económica, social. [Raúl] Alfonsín tuvo la estrategia de someterlos a juicio y eso frenó la posibilidad de que participaran en las decisiones de gobierno porque si no, no había forma de pararlos. Habían hecho un papelón con Malvinas.
En la marcha en Córdoba en contra del 2X1 se ve muchísima gente en la plaza y el acompañamiento de sectores importantes de la población, ¿qué cambió?
Fuimos avanzando. Abuelas siempre trabajó de cara a la sociedad, lo que hacíamos nosotras lo conocía todo el mundo. En base a ese trabajo fuimos respetadas y ayudadas por diferentes gobiernos democráticos; también salimos a los países democráticos del mundo a pedirles que hicieran presión sobre las Juntas para que cesara la matanza. Yo pienso que lo que más nos ayudó fue la forma de trabajar: a puertas abiertas y a la vez, en cuanto a las búsquedas, con la mayor discreción posible. Eso fue creando un concepto de seriedad en el trabajo de las Abuelas. Se acercan personas a nuestra oficina que dejan papelitos bajo la puerta, llaman por teléfono con el discurso de ‘Había una vecina que no podía tener hijos y apareció de un día para el otro en la dictadura con dos bebés’. Si los cordobeses no nos hubieran ayudado en la forma extraordinaria en que lo hicieron, no hubiésemos encontrado los nietos que tenemos.
Usted participó en distintas movilizaciones de #NiUnaMenos, en las marchas del 8 de marzo. ¿Cómo ve la lucha del movimiento de mujeres, lesbianas y trans que se hizo masiva en los últimos años?
Pienso que se trata de comprender: comprender lo que hacían nuestros hijos, esa generación del ’70 que quería una serie de cosas y comprender a la generación actual. Yo a mis hijos los crié en libertad, cada uno hizo lo que quería hacer. Silvina siendo tan inteligente eligió militar y estudiar. Cuando tengo un micrófono a mano, me gusta dar un mensaje esperanzador. Tengo mucha esperanza en los jóvenes, pienso que van a seguir con nuestras banderas: no van a perder lo que nosotras logramos. Y siempre les pido a los cordobeses que se acerquen a Abuelas si tienen algo para contarnos. Hago un llamado a los nietos a que no tengan miedo, a que se acerquen: cuando recobren la identidad sabrán lo que es la libertad.
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