19/10/2018
Revista Humor: una contraseña secreta
Por Diego Igal*
Surgida en 1978 en plena euforia mundialista, dirigida por Andrés Cascioli y conformada por una redacción que dejaría su huella en el periodismo gráfico, la revista Humor supo resistir y desafiar la censura, enfrentar la clausura y sobrevivir a la represión dictatorial. A 40 años de su aparición, Diego Igal nos propone un recorrido por esta experiencia que hoy forma parte de la memoria colectiva de los argentinos.
"Acá la gente es muy indiferente. La sociedad es muy injusta. Debería ser más solidaria con los esfuerzos, la tenacidad y la trayectoria", me dijo Hermenegildo Sábat en el mediodía del jueves 1° de marzo de 2012 cuando me atendió menos de 20 minutos en su oficina mínima de la redacción del diario Clarín. Lo entrevistaba para mi libro sobre la historia de Humor Registrado y en ese momento no terminé de dimensionar el peso de la sentencia. Quizás lo haga ahora, más de seis años después.
Con Sábat hablábamos del derrotero de Andrés Cascioli, pero también de aquella revista y de Ediciones de la Urraca, que la publicó durante 21 años junto a otros títulos memorables.
Con ciertos temas, como algunos de los ocurridos en los siete años dictatoriales, la memoria colectiva parece escrita en ese tipo de papel que con los años pierde nitidez, se borra o quedan manchones. Del período 1976-83 se suele apelar al consuelo del "nada se sabía". Una falacia que cualquiera puede descubrir si recurre a protagonistas, testigos o archivos papel, donde se encontrará información sobre lo que hacía la represión en todos los terrenos y que algunos medios como Humor, el diario Buenos Aires Herald, la revista Medios & Comunicación o ciertos columnistas, amplificaban.
Humor apareció en la misma semana que se inauguraba el Mundial de Fútbol de 1978 en el estadio Monumental.
Los primeros tanteos de Humor fueron salir (...) con las características típicas de una revista de chistes de humor universal (...) con críticas livianas a la política económica como el costo de vida o la inflación.
Para entonces, ya habían desaparecido la mayoría de los periodistas de los que nunca más se supo el paradero; se habían clausurado publicaciones díscolas o intervenido algunas clave y entre ambas cuestiones se había generado y extendido un efecto mordaza férreo y extendido entre la prensa. En los dos años que llevaba la dictadura en el poder habían surgido más revistas de espectáculos que de información general. La excepción sería Somos, de editorial Atlántida, que desde el número 1 tuvo el declarado fin de apoyar al régimen de facto, como lo hizo el resto de los títulos de la editorial.
El golpe de marzo de 1976 había frustrado el intento de Cascioli y Oskar Blotta de volver a poner en circulación Satiricón. El primero se refugió en la publicidad luego de fracasar con un mensuario de espectáculos y el segundo partió al exilio luego de que lo secuestraran unos días junto a Mario Mactas y Sylvia Vesco por editar una revista para mujeres que tuvo la osadía de poner una mujer pelada en la tapa.
Los primeros tanteos de Humor fueron salir con una periodicidad mensual -quincenal a partir de los primeros meses de 1979- y con las características típicas de una revista de chistes de humor universal, a los que le agregaban otros sobre las vicisitudes de la clase media, con críticas livianas a la política económica como el costo de vida o la inflación. De hecho, el primer funcionario del gobierno y durante los primeros meses, el único en ser retratado, sería el entonces ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz. Las referencias a dictadores eran de otras tierra (como el ugandés Idi Amin) y el dictador vernáculo Jorge Videla no llegaría a la tapa sino hasta diciembre de 1979 (número 24) y, precisamente, para satirizar sobre medidas económicas referidas a la importación.
A mediados de 1979, la revista había sumado al staff a Mona Moncalvillo para realizar entrevistas y fue en esta sección donde comenzaron a hacerse fuertes y cambiar el perfil de la publicación. Uno de los primeros reportajes fue al censor Miguel Paulino Tato y desde entonces aparecieron María Elena Walsh, Aída Bortnik, Eladia Blázquez, Atahualpa Yupanqui, José Larralde y dirigentes como Italo Luder o Raúl Alfonsín, lo que evidenciaba un declarado propósito de buscar personajes prohibidos o soslayados y concederles amplio despliegue de páginas.
En los dos años siguientes, la revista incorporó contenido político, a través de columnistas como Jorge "Jorjón" Sábato, Enrique Vázquez y Luis Gregorich y Alejandro Dolina comenzó en esas páginas a publicar las Crónicas del Angel Gris. El resto del sumario lo completaba una sección Espectáculos fuerte y atrevida, con críticas despiadadas al mundo del espectáculo y la cultura, y un lugar para dar cuenta del crecimiento del rock argentino y la censura cultural; y hasta algunas páginas para la información deportiva con una mirada original y punzante. Cuando en 1981 la revista comenzó a ser auditada por el Instituto Verificador de Circulaciones ya vendía un promedio de 120 mil ejemplares por quincena, poco más de la mitad de lo que sería dos años más tarde.
A mediados de 1979, la revista había sumado al staff a Mona Moncalvillo para realizar entrevistas y fue en esta sección donde comenzaron a hacerse fuertes y cambiar el perfil de la publicación.
La revista se compraba, la leía toda la familia, se prestaba a los vecinos, se mandaba a exiliados o presos políticos, se escondía o circulaba como una contraseña secreta. Las ventas fueron un pilar fundamental en el sostén y crecimiento de la revista. Tal era el fenómeno que las publicaciones más "populares" hacían notas sobre ella. Radiolandia 2000, por ejemplo, le dedicó una doble página a una entrevista con Cascioli. "Nosotros nos dirigimos a una amplia franja de público que aparentemente no le interesa a nadie, porque existe el prejuicio de que la cultura, la cosa inteligente no vende. Y nos estamos convirtiendo, a pesar nuestro, en una revista que se parece más a Primera Plana que a Satiricón. Esta última era una revista hecha por publicitarios, hecha para vender, con mucho golpe bajo. En cambio la intención de Humor fue la de mantenernos vivos, pese a lo que está ocurriendo en el país, que vive en un continuo estado de sitio, con un gobierno que no elegimos. Formamos un grupito de gente que apreciamos la inteligencia para hacer una revista y darnos por contentos si vendíamos cuarenta mil ejemplares. Queríamos sobrevivir con lo nuestro y ser independientes", puntualizaba Cascioli. En la misma nota el editor hablaba de manera abierta de la pulseada con la mordaza imperante ("nosotros luchamos contra la censura y la autocensura. Se confunde por ahí que cultura e inteligencia son cosas subversivas") y enumeraba los temas con los que no se metían: "problemas internos de los militares, de soberanía, pese a que para mí Martínez de Hoz rifó el país [...] Decididamente no quieren que se toque a [el interventor de facto de la Ciudad de Buenos Aires, entre 1976 y 1982, Osvaldo] Cacciatore".
El periodista de Radiolandia fue más directo todavía y preguntó si creían que iban más allá que otros medios. "Creo que sí -contestó Cascioli-, porque entre nosotros y el kiosco no hay ningún intermediario, ni partido político, ni editorial poderosa, tampoco dependemos de la publicidad [...]. Todos padecemos de desinformación y creo que éste es el momento justo para poner las cosas en su lugar, ordenarlas. ¿Si ése es el aporte de Humor? Nosotros estamos forzando un poquito la cosa. Hay mucho por aclarar, en este gobierno hay gente que parece interesante, con la que se puede hablar. Lo que pasa es que cuando hay un medio que no es condescendiente con lo que hace el gobierno parece que está en contra. Creo que éste es un momento en que podemos ayudar al país. Porque si decimos que todo es fantástico estamos mintiéndonos como hace ochenta años o cien. Se necesita gente que dé la cara, que explique: que se aclare lo de las listas negras en cine o TV que nadie vio, saber también quiénes son los grupos que asustan a la gente para que se vaya del país. Hay muchas cosas que no son claras y eso es lo que molesta mucho".
Ese mismo 1981, la revista se daba el lujo de gastar al sanguinario Albano Harguindeguy y dibujarlo como un niño travieso que caza con una honda; además de involucrarse en producir o alentar movidas culturales de gran repercusión como Teatro Abierto (una movida para estrenar obras de autores y artistas prohibidos) o la organización del Encuentro de Música Popular Argentina (que reunió a músicos y bandas sin espacio para la actuación en vivo) para contrarrestar la visita de Frank Sinatra a Buenos Aires.
Mientras la cúpula de la dictadura se resquebrajaba por internas palaciegas, Humor crecía y agudizaba las caricaturas. Con la guerra de Malvinas y en especial, desde la derrota, endureció el discurso y el contenido periodístico para reclamar el retorno democrático, y a la vez denunciar las atrocidades de la represión: fue la primera publicación en hablar de las monjas francesas delatadas por Alfredo Astiz; además de entrevistar a algunas Madres de Plaza de Mayo.
Con Malvinas, desde la derrota, endureció el discurso y el contenido periodístico para reclamar el retorno democrático, y a la vez denunciar las atrocidades de la represión: fue la primera publicación en hablar de las monjas francesas delatadas por Alfredo Astiz; además de entrevistar a algunas Madres de Plaza de Mayo.
Claro que el regreso de la democracia trajo otros problemas y la revista, que apenas tenía cinco años y medio en la calle, comenzó sin saberlo a colaborar con su propia debacle. La falta de un enemigo común; cierta obligación, o por lo menos, la responsabilidad de apoyar al gobierno de Raúl Alfonsín ante el acecho militar; una fórmula que no se alteró y una competencia editorial que tomó mucho de lo que Humor había enseñado, le hicieron perder influencia en un contenido ya aggiornado. Ediciones de la Urraca aportó a esa oferta que quitaba lectores con el lanzamiento de títulos como El Periodista (que reunió a lo mejor del periodismo de entonces); SexHumor y Fierro, entre otras publicaciones. Los lectores se fueron detrás de otros mensajes y soportes con lo que las ventas de Humor se desplomaron año tras año que, con la falta de un gerenciamiento profesional de la empresa, crearon una bomba de tiempo. Cuando llegó el menemismo, la revista era una caricatura de lo que había sido. Ridiculizar a Carlos Menem y toda la cultura pizza con champagne que trajo no hizo mella ni levantó la circulación. En octubre de hace 19 años, Ediciones de la Urraca quebró por un cúmulo de juicios laborales, fiscales y previsionales. Ya no hubo más revistas.
Tal vez sea una ingenuidad mía, pero esperaba que este año se recordara con actos o celebraciones oficiales o culturales los 40 años del inicio de aquel emprendimiento que no fue uno más. Todo aquel mayor a 30 años tiene alguna anécdota referida a la revista y eso no ocurre con todas. Además del papel durante la dictadura, Humor y Ediciones de la Urraca fueron fuente de empleo, escuela y semillero de lo mejor del periodismo y el humor gráfico de los últimos 60 años. Y con sus luces y sombras, Cascioli el último gran editor, representante de pocos artistas y dibujantes que crearon sus propias empresas.
Insisto, quizás es una ingenuidad, pero los hacedores de aquella proeza merecen todavía un recuerdo o un gesto para que la opinión de Sábat -fallecido este mes- citada al comienzo no adquiera el carácter de sentencia definitiva.
*Periodista, autor del libro Hum® Registrado, nacimiento, auge y caída de la revista que superó apenas la mediocridad general. Buenos Aires. Editorial Marea, 2013.
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