28/09/2018
Hilda Rais, una mujer que se jugó a sostener lo imposible
Por Laura Klein
Fotos Irina Bianchet
Hilda Rais fue una escritora, poetisa y activista de género. Integró la comisión que logró la sanción de ley de patria potestad compartida en 1985. Fue parte de grupos de acción feminista y diversidad sexual, como la Unión Feminista Argentina (UFA), el Grupo de Política Sexual (GPS) y la Asociación de Trabajo y Estudio sobre la Mujer (ATEM), entre otros. Falleció en octubre de 2016.
Hilda se la conoce por su poesía, por su activismo feminista, por su delicada presencia, y por su insidioso impulso de pensar y hacer pensar lo que le daba bronca, lo que la dejaba perpleja, lo que le rompía los esquemas, lo que no lograba entender nunca del todo.
Pulsiones en la vida de Hilda: escribir, pensar, beber, empujar a pensar, conversar, fumar, generar que otrxs piensen y escriban: participó de Diario Colectivo, libro en el cual si bien se conocen los nombres de quienes integran el colectivo –María Inés Aldaburu, Inés Cano, Nené Reynoso e Hilda- decidieron no identificar quién había escrito qué parte, qué párrafo: la voz es plural. Años después convocó a otras mujeres, algunas escritoras y otras no, y así salieron en 1990 Salirse de madre y en 1998 Locas por la cocina, trabajó activamente en Sudestada, la Asociación que organizó el primer encuentro nacional de escritoras, dirigió durante 9 años la sección literaria de la revista Brujas. Mientras tanto, escribía otras cosas, otra cosa: poesía. En 1984 publicó Indicios, en 1990 Belvedere, en 2009 Ensayo y Serenata.
Hilda es y no es una ensayista. Sus textos están en ese cruce donde el pensamiento intenta dar un salto en la acción o mirar cara a cara dónde tropezó o la acción. Un salto poético: una detención en medio del salto.
Cuando empecé a pensar qué les iba a contar hoy sobre Hilda, sobre sus escritos, empecé pensando que estaban animados por un impulso común, que había entre su escritura poética y sus reflexiones teóricas feministas, una imbricación, un puente fácil de transitar, directo, una coherencia. Y una complicidad.
Entonces les decía que empecé pensando que había este ánimo común, y cuando leí –cuando me puse a leer- me encontré que había más y otra cosa: una imbricación, sí, pero nada pacífica. Un puente, sí, pero hecho de obstáculos. Una ligazón de fuerzas en pugna forzada por la unidad de una vida, un cuerpo, un nombre. Y vi que ni siquiera había una afinidad temática, que más bien se trataba, se trata, de un contrapunto, un contrapunto que muchas veces se resiste a formar parte de la misma obra. Como ven, la idea del impulso común comenzó a atenuarse. Y ya no paró.
Algunos poemas y algunos textos teóricos se sacaban chispas entre sí. Aun se sacan chispas.
Por ejemplo. Tomemos cómo empieza el texto “¿Cómo respondemos las feministas a la violencia de otras feministas? comienza así:
“Mi propuesta es comenzar formalmente a reflexionar juntas acerca de la violencia entre nosotras, dado que existe. No voy a ocuparme ahora de quienes la ejercen, sino de las respuestas que damos como feministas porque tenemos primero dificultad en incluir dentro del campo de la violencia un hecho proveniente de otra feminista y luego dificultad en reconocer que ese hecho nos atañe a todas.”
Bueno, y sigue. En un poema creo que del mismo año, no, un poco anterior dice
Cada mañana me arrepiento de lo que he dicho
Porque nadie lo entiende
Y es mentira
La lógica de Hilda es un asunto notable. Dice: saber que hay un lugar no es decirlo / ni tocarlo / ni tomarlo entre las manos y pedir que otro lo vea. / Y si es un lugar, nadie se acerca. / Y si no es un lugar, no hay camino. / Pero hace frío y hay miedo, / y la pregunta es un guijarro blanco que encierro en mi puño / porque amanece.
Rais nos acorrala contra el ring de la lógica, la hace funcionar, no la discute. Y entre las cuerdas, que no separan más el adentro y el afuera, entre las cuerdas, adentro de la cuerda, hay alguien ahí __no es el ring y el público y la pelea: hay alguien concreto que tiene miedo y pone el miedo en medio de la escena.
Deduce que aún vive porque a veces sufre y otras veces goza. El resto pertenece a una réplica perfecta que compone para que no se advierta su ausencia por ahora.
Si hablo, si te cuento,
Debo pensar en una sola dirección
Y es un orden que cansa.
Escuchemos ahora el orden que cansa, ese orden donde todos abrevamos para poder sobrevivir en este mundo, y también, a veces, para hacer de él algo más vivible. Escuchemos entonces ahora el contrapunto violento, a la otra orilla del puente, que impide leer una coherencia –esa que yo esperaba, esa que yo también suponía- entre sus poemas y sus textos político-teóricos esa coherencia que para muchos supone integridad, honestidad, vida ejemplar o ética:
“Para acercarme a lo que parece ser un nudo intransitable doloroso en todo caso incómodo, recurriré en principio al análisis, no exhaustivo, de dos casos concretos. Como mi intención apunta a la creación conjunta de pensamiento feminista elijo estos referentes también por ser nosotras protagonistas de una especificidad: feministas, argentinas. Hay una historia compartida a enlazar con la historia que en el feminismo compartimos. Por eso enmarquemos, pero no diluyamos en ejes mayores: violencia sexista, patriarcal…continental universal planetaria interplanetaria, ejes en los cuales, probablemente desemboquemos luego.” (Del mismo texto “Cómo respondemos…”).
Y al otro lado del puente:
Vuelve su rostro hacia mí. Esperen. Inclinada sobre una gran mesa la bruja trabaja con trazos de cuerpos humanos. Yo estoy allí, observando, la pequeña, lejos de su sabiduría, con temor respetuoso, fascinada por su misterio. Vuelve su rostro hacia mí, pregunta si estoy dispuesta a dar mi vida por la investigación. Respondo que sí ansiosamente, deslumbrada por la posibilidad de acceder a ella. Ordena descuartizarme. Observo por detrás de su hombro mi cuerpo muerto sobre la mesa. Lo estudia pronuncia fórmulas y palabras mágicas. Recorre muy suavemente mi piel rozándola apenas con las yemas de sus dedos índice y medio. Escribe luego en su cuaderno sólo dos palabras: sutil y rancio.
En sus poemas hay reflexión, hay pensamiento… en realidad, hay un poco más que reflexión, o un poco menos: la reflexión en los poemas es el trampolín desde el cual surge el pensamiento; el salto al vacío: sabiduría y desaliento, otra forma de la alegría. Especie de antinirvana con cero desesperación.
Escribía. Un día me dijeron que eran poemas. Ahora escribo y hago poemas. He perdido otra inocencia, y como siempre que esto sucede, se han agregado otras dos “yo”, la que lo hace y la que observa, especializadas en este tema. ¿No es fascinante? Multiplicidades y sorpresas que me traen mis habitantes.
“Mis habitantes” aquí yo sería la casa o la anfitriona, sigamos.
“Todas las que soy, las que fui y seré”: un poco más desparramada pero con una cierta aceptación de unidad.
“Estoy disociada, somos dos”: gran reducción de personajes; recitemos de memoria toda tesis…antítesis… síntesis triunfal con trompetas.
Qué bien estaría todo si alguna otra yo no saliera siempre con esa manía de querer ser una sola. O, al menos si una cualquiera tomara el poder y lo conservara. O si todas estuvieran parejas y ordenadas de modo que ninguna sobresaliera demasiado. O si no pasara que a veces una me engañara haciéndome creer que es ella quien soy toda yo. La mayoría escribe. No saben hacerlo las abortadas, las uterinas, las que están muertas, las que se arrojan hacia cualquier cosa que provoque vértigo, las que no aprendieron a hablar todavía, y las que siempre huyen.
Mi cuerpo es una casa de mujeres escritoras y de mudas. Sin duda, mujeres.
¿Cómo seguir después de esto?
En la misma época, en el mismo año, 1984, Hilda escribía, en un texto llamado “Las mujeres del cono sur escriben”, fechado el 28/12, y yo creo que no soportaba decir: “Estamos, formamos parte indispensable de esta cultura patriarcal que nos nombra con su voz, que nos designa y es desde adentro de esta cultura que hemos comenzado a desordenar el orden establecido”.
Pero en ese mismo momento en que está escribiendo esto, abro en cualquier lado Indicios, publicado el mismo año:
Sin saberlo, repiten un llamado que no suelo contestar. ¿A quién hablan? A este presente de infancia que descubren delante de sus miradas.
Pero la que está dentro de mí comienza a escapar hacia atrás.
Y con mi cuerpo. Con mis años.
Al principio responde la que sabe y ahoga la voz de aquella que, finalmente, ocupa el espacio del desamparo. Y no hay llanto y no hay caricias porque es un amor desolado en mí, sin esperanza de encuentro.
Abrí al azar, página 30, “Los pasos giran”. ¿Y qué dice ahí? Que todo ese saber, ese saber… desolado, y esa falta de esperanza, es una falta de esperanza en que la cosa cierre, ¿no?
Sin embargo, al mismo tiempo escribe: “Saber que la universalidad de la cultura es todavía un monólogo que empezamos a tirar pronunciado por una sola mitad de la humanidad.” – esto está en el mismo texto que leí antes de la cultura patriarcal, en la página 3.
Pero: Y si nos incluyéramos ¿qué? ¿Qué si nos incluyéramos, ¿no? Si esta “universalidad de la cultura” fuera un diálogo… También sería un monólogo.
Y yo creo que Hilda lo sabía.
De aquí que en un texto de 1990, “El temor de las mujeres a hablar en público”, Hilda plantee que el desafío para un “nosotras” no sólo conlleva hablar desde un saber no legitimado, que implica no sólo comunicar ideas incómodas, sino también romper el juego de la comunicación, salirse de esas reglas e inventar otros juegos, otros juegos que nunca contarían de antemano con un “nosotras” –ya que eso implicaría nuevas reglas que no son ya de juego- pero sí con el disfrute y el temor que corresponden a un juego.
Y por eso dedicó, se dedicó a (pequeña bocanada de aire) a no escribir (farfullo de risa). A no escribir. -Así empieza Ensayo y Serenata, el primer poema de su último libro: lúcido veneno de incertidumbre, repudiar fertilidad.
Aquel texto ("Las mujeres del cono sur escriben de 1984) seguía así: "pensar y no ser pensadas. Encontrar nuestra voz para que un día futuro cierto podamos decir con justicia...".
Ella, que no era una ni dos, ¿qué? ¿No podía unificar sus yoes en un nosotras? Ella, que escuchaba lo que escribían sus muertitas, sus mudas, y sus láminas apagadas desde siempre, ¿Iba a poder afirmar tan soberanamente quiénes somos las desposeídas de voz por la tronante trompa patriarcal?
¿Cómo podía decir sin que el cuerpo gritara, desde dentro de su lengua viva, que ese nosotras inexistía y que iba a terminar excluyéndonos, también, al avanzar sobre los años y los meses haciéndose discurso?
Y cómo no decirlo, a la vez, cómo no aplastar la sutileza para decir que “Es violencia que la cultura nos defina a nosotras las mujeres tal como lo hace” o que “La violencia mayor contra las lesbianas es su exclusión del género mujer”.
¿Cómo no simplificar para que la niebla de todos los sentidos reviente en el aire de la palabra justa –que nunca llegará-, de la conciencia exacta –que siempre encontrará una razón y un motivo y una explicación?
Hilda Rais se jugó a no aplanar ni lo que quería ni lo que sabía (ni de lo que no sabía). Por eso mantuvo esa brecha viva, activa. Se jugó a sostener lo imposible. A ser el ojo no visto del mundo. Pero es tan rara la sensación de hablar sola mezclada con la de que me oyen.
Política, íntima, clandestina. Por eso, el último verso de su primer libro dice así: Sólo yo sé que son alegres mis poemas.
* Hilda Rais fue una de las homenajeadas en la sección “Siempre vivas” de la muestra “Células madre. La prensa feminista en los primeros años de la democracia”, con idea e investigación de María Moreno, que se expuso en el Conti hasta el 16 de septiembre. Laura Klein escribió el artículo para un homenaje que se le hizo a Hilda en la Librería Borges bajo el título "Celebramos a la poeta y pionera del acitivismo feminista argentino".
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