11/12/2017
Tomar las calles y las paredes
Hace 20 años el Grupo de Arte Callejero (GAC) hizo su primera intervención colectiva. Son mujeres y trabajan cuerpo con cuerpo en el espacio público. Por primera vez exponen en una muestra “quieta” en el Parque de la Memoria. “Liquidación por cierre” es una excelente excusa para reflexionar sobre cómo hacer militancia artístico-política ante los giros sociales, los conflictos y las esperanzas.
“Pinte, pinte, compañera, y no deje de pintar, porque todas las paredes son la imprenta popular”. El canto popular enfrenta el despliegue de tropas de la Gendarmería. Manifestantes de más de treinta organizaciones piqueteras, sociales y de derechos humanos respaldan a coro a un grupo de jóvenes que intervienen con esténciles cada una de las escaleras de la estación de tren de Lanús. Es el sábado 19 de octubre de 2002, en el sur del conurbano bonaerense, en una Argentina en crisis. Se cumplen diez meses de los asesinatos de manifestantes populares del 19 y 20 de diciembre de 2001. Están por cumplirse cuatro meses de la masacre de Avellaneda.
Y ahí están ellas, las estudiantes de Bellas Artes, con sus esténciles, después de una larga caminata desde la municipalidad hasta la estación, en la que se denunció la represión estatal y se rindió homenaje a los compañeros asesinados. Ellas, alentadas por cientos de manifestantes que vuelven canción una frase de Rodolfo Walsh.
Ese respaldo no es circunstancial ni efímero: y ahí está la clave de estos veinte años de historia del Grupo de Arte Callejero -más conocido por sus siglas: GAC- que aquí se intentará contar y que, si se quiere saltar del mundo digital que une estas letras a un/a lector/a, se puede conocer de primera mano visitando la muestra Liquidación por cierre en el Parque de la Memoria.
Decíamos que ese apoyo de los manifestantes no era efímero ni circunstancial: estaba construido en decenas de rondas de mate del GAC junto a vecinos e integrantes de movimientos de trabajadores desocupados, de sindicatos, de familiares de víctimas del gatillo fácil, de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi). Una construcción que podrían haber pensado solas, pero que tiene horas y horas y horas de trabajo colectivo. Y que por eso es defendida colectivamente: como sucede en esa estación Lanús del 19 de octubre de 2002, cuyas imágenes nos llegan por medio de una pequeña pantalla en esta muestra en el Parque de la Memoria.
“En tiempos en los que las imágenes circulan con tanta rapidez y facilidad y que son creadas en soledad, el GAC es la creación en grupalidad, en el cuerpo con cuerpo, no en un chat ni por wasap”, explica Lorena Bossi, una de sus integrantes. Stop. Marcha atrás.
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Largada. Buenos Aires, 1997. El neoliberalismo se impone. Y cruje. El menemismo revela sus señales de agotamiento. Y distintos sectores populares empiezan a tomar las calles. Ellas: estudiantes de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Ellas: tienen ganas de reunirse de salir de hacer algo. Ellas: quieren estar en las calles. Y allí están.
Los profesores estaban en huelga, y había tomas, y estaba la Carpa Blanca frente al Congreso, en repudio a la Ley Federal de Educación. Esas tomas, esos paros, esas marchas, disparaban diálogos, generaban comunidad.
Ellas estaban yendo a una marcha y se plantearon hacer murales, pero sin pedir permiso a nadie. “Tomemos las paredes”, fue la consigna. Y salir de noche. Estuvieron bocetando ideas en unos cuadernos durante una semana. Decidieron que fuera una imagen simple. El guardapolvo blanco era el símbolo de la educación pública en la Argentina. Decidieron pintar guardapolvos blancos sobre fondo negro. Y guardapolvos negros sobre fondo blanco.
También acordaron no firmar los murales (y, junto a la construcción colectiva y la trabajosa búsqueda de la simplicidad, ahí tenemos un tercer principio del GAC: el anonimato).
Violeta Bernasconi -otra de las GAC- hacía una obra de teatro con fuego y quemaba objetos. Su antorcha se convirtió en el instrumento que estampaba la firma del grupo: un fuego que hacían entre todos y que marcaba una huella sobre los guardapolvos. Era el uno a uno, el imperio de la convertibilidad, y ellas pegaban guardapolvos reales en la pared con enduido. Después llegó el tiempo del ferrite y la cal.
“Docentes ayunando”, aquella intervención, fue en abril de 1997, en un lugar emblemático para el arte político argentino: la plaza Roberto Arlt. Ubicada en la esquina de Rivadavia y Esmeralda, rinde homenaje a uno de las figuras más punzantes de la literatura nacional, y había sido el territorio elegido por el grupo CAyC (fundado por Jorge Glusberg e integrado por Luis Benedit, Víctor Grippo, Alfredo Portillos, Clorindo Testa y Horacio Zabala, entre otros) para llevar adelante su primera acción pública en septiembre de 1972. Esa muestra -Arte e Ideología, CAyC al aire libre- fue desmantelada y destruida por la dictadura del general Alejandro Agustín Lanusse. En el GAC no conocían esa historia, se las comentó luego uno de los docentes de la Prilidiano, Julio Flores, que alentaba las acciones de sus estudiantes.
Los guardapolvos se seguían multiplicando en las paredes: cerca de la estación de tren de Agronomía, en el Hospital Italiano, en San José e Independencia, en la estación de tren de Núñez, en Independencia y Jujuy.
En cada una de las acciones, se iban gestando, de manera no planificada, una serie de ritos-GAC: se reunían cada domingo y comían fideos largos (a veces con manteca, a veces con aceite, en circunstancias excepcionales con tuco); hacían “vaquitas” para recolectar el dinero con el que comprar los materiales necesarios; seleccionaban las paredes entre aquellas que habían visto en forma separada durante la semana; trazaban los bocetos y los mapas estratégicos en un diario íntimo (que, en realidad, era un viejo libro de actas); y, salían de noche, vestidas de negro, para camuflarse con el mural. En el cierre, hacían el registro fotográfico de la performance, con el objetivo de mostrarlo luego en la escuela (no había redes sociales y una página de internet podía tardar unos cinco minutos en abrirse si se lograba acceder a una conexión por vía telefónica).
Observemos la primera foto que recibe al visitante en la muestra del Parque de la Memoria, en la zona 0, en el punto de partida (de la exposición y del propio grupo).
El ojo de Vanesa “Mane” Bossi (hermana de Lorena), la encargada de las fotografías, registra, en el fondo, una pared blanca pintada con rectángulos negros y, arriba de estos, los guardapolvos blancos; al frente, diez jóvenes vestidas y vestidos de negro con sus bocas amordazas por trapos blancos. Una de ellas, la otra Bossi, Lorena, en el centro, porta la antorcha encendida. Hay denuncia, luto, afrenta a la potencial censura. La imagen podría retrotraernos a militantes revolucionarios de décadas anteriores, pero el estilo de las camperas y los ojos lúdicos de alguno de los jóvenes enclavan la escena en los 90.
¿Había nostalgia de lo no vivido, asumían el proclamado “fin de la historia” y querían retrotraer el tiempo atrás?
No -responde rápido Carolina “Charo” Golder, otra de las integrantes-. El GAC es presente. Nunca tuvimos una mirada melancólica. Desde esa primera acción quisimos estar en las luchas actuales.
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Verano del 98. Carlos Menem firmaba su decreto para demoler la Escuela de Mecánica de la Armada y construir allí un monumento a la reconciliación nacional. Uno de los genocidas de ese campo de concentración y exterminio, Alfredo Astiz, reivindicaba el terrorismo de Estado en un diálogo con una periodista. Se amparaba en las normativas de la impunidad que se tejían en la Argentina desde fines de la década del ochenta.
Otra vez: había que hacer algo, había que estar en las calles.
¿Poner flores en la ESMA? ¿Señalizar los centros clandestinos? ¿Hacerlo en soledad? No. No. No.
Otra vez, entonces: la grupalidad extendida. Un grupo que se vincula con otros grupos.
Hijos por la Identidad y la Justicia y contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.) había nacido en 1995 y comenzaba a impulsar los escraches, una serie de intervenciones callejeras que visibilizaba socialmente la impunidad de los represores de la última dictadura.
A tan solo meses de su surgimiento, el GAC estaba en proceso de búsqueda. No les convencía el circuito artístico. Y el circuito artístico tampoco estaba convencido de lo que ellas hacían. Porque no era bello, porque cualquiera lo podía hacer, porque no hacía falta estudiar arte “para eso”, porque el anonimato que profesaban no generaba réditos económicos ni permitía acreditar “prestigio”. Esos cuestionamientos eran, para el GAC, las claves de su grupalidad. Y esa grupalidad era, por definición, abierta, porosa, difusa: se hacía junto a otros. Como, en este caso, H.I.J.O.S.
De esa colectividad colectiva y colectivizante surgieron varios de los símbolos más potentes de la lucha contra la impunidad genocida. Si el pañuelo se constituyó en un icono desde los 70, si en los 80 se cristalizaron los siluetazos (que tuvo como uno de sus promotores a Julio Flores, aquel docente que impulsaba al GAC a ir hacia adelante), en los 90 surgió la señal vial del juicio y castigo. Un círculo blanco, con un borde rojo, y en el centro la gorra militar en negro y catorce caracteres también en negro que decían y dicen: Juicio y Castigo.
Hoy es remera, es pancarta, es imagen a la que la militancia y el periodismo apelan una y otra vez para ilustrar los juicios de lesa humanidad, los avances en memoria, verdad y justicia, las luchas contra eventuales retrocesos.
¿Cómo surgió ese símbolo?
Lorena Bossi: La potencia del GAC es generar imágenes que pueden ser utilizadas por cualquiera. Propusimos trabajar con señales viales e H.I.J.O.S. aportó la consigna. Pero no instalamos esa imagen, la instalaron H.I.J.O.S. y los organismos de derechos humanos. El GAC entendido como un grupo cerrado, que hace cosas para sí mismo, que hace piezas de arte político y público en la calle pero de forma endogámica, no hubiera podido generar imágenes que después embanderaran otros. Lo hicimos con otros, no solas. El GAC es un colectivo que va más allá de sus márgenes, integra a todos los que se pusieron alguna vez la camiseta, al que usa un mapa para llevarlo a otro país, o para su escuela. Todo eso hace que se comunique esa intervención. Hace poco una maestra de la escuela en la que trabajo me decía que no podía creer que nosotras hubiéramos generado esa imagen, pensaba que la habían hecho las Madres o las Abuelas hace mil años. Pero lo que hace famosa a la imagen –no a nosotras- es su reproducción. Y reproducirla es algo que hicieron todos. Entonces le quitamos el valor de la autoría, porque lo que la vuelve reconocible es todo el colectivo que se la embanderó. Y no nosotras, que nunca hubiéramos tenido la fuerza de hacerlo.
Esa búsqueda de condensación de sentidos, de simplicidad, se fue haciendo consciente, porque el objetivo del GAC era que todos participaran de las intervenciones, sean artistas o no, que pudieran ser apropiables o replicables por cualquiera. Esa regla se mantuvo en estos veinte años.
EL GAC fue, junto a La Chilinga y Etcétera, uno de los primeros grupos artísticos que se sumaron a los escraches. La acción uno fue en la indagatoria al ex jefe de la Armada, Emilio Eduardo Massera, en marzo de 1998 en los tribunales de Comodoro Py. Después vinieron decenas de intervenciones, denunciando a militares y responsables civiles, empresarios y eclesiásticos de la dictadura. “Aquí viven genocidas”, alertaban con su señalética, que también daba cuenta de los metros que distaban de la vivienda del beneficiario de la impunidad.
En 1999, decidieron presentar el proyecto de carteles viales en el Concurso Internacional de Esculturas del -en ese momento- incipiente Parque de la Memoria. Contra todos los pronósticos, resultaron ganadoras. Las 53 señalizaciones fueron emplazadas en el primer semestre de 2010 en la franja costera del predio. Reconstruyen los hitos de las luchas populares y denuncian el Plan Cóndor, la participación de Estados Unidos en la dictadura, la complicidad eclesial, las políticas económicas y sus leyes de precarización laboral.
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Volvamos a la escena inicial. Junto a la participación en los escraches, desde sus primeros años el GAC puso el foco en la denuncia contra la violencia institucional. Aquellos esténciles en la estación de Lanús enumeraban acciones represivas ejecutadas por las fuerzas de seguridad: “¿Seguridad? Te vigila, te controla, te intimida, te persigue, te reprime, te detiene, te tortura, te asesina. Policía-Prefectura-Gendarmería”. Aquel coro popular, “Pinte, pinte, compañera, y no deje de pintar, porque todas las paredes son la imprenta popular”, respaldaba esos esténciles que denunciaban explícitamente a la Gendarmería ante los ojos y las armas y las demás herramientas represivas de la Gendarmería.
Otra intervención: “Blancos Móviles”, realizada en múltiples lugares de toda la Argentina y del exterior. Una serie de afiches en los que prima una silueta negra atravesada por un blanco de tiro; las imágenes refieren tanto a niños, niñas, hombres o mujeres, potenciales víctimas del gatillo fácil. “Blancos Móviles” que llevan el nombre de Andrea Viera, asesinada por los golpes y las torturas perpetrados por un grupo de policías de la Comisaría 1° de Florencio Varela. También el GAC participó en múltiples reuniones con Miriam Medina para construir los afiches que denuncian el asesinato de su hijo, Sebastián Bordón, a manos de la policía mendocina.
Una encuesta pegada en la pared: ¿Qué hace mejor la policía? Marque con una cruz: Manejar a la delincuencia; custodiar multinacionales-bancos; reprimir desocupados; torturar; asesinar pibes; pedir coimas; participar de secuestros; manejar las drogas y la prostitución; meter miedo para venderte más seguridad; manguear pizzas.
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>>> 2001
[Escena 1: Exterior. Día] Avenida de Mayo, Ciudad de Buenos Aires. Las GAC piensan una perfomance: miles de soldaditos de plástico cayendo con sus paracaídas sobre el desfile de las fuerzas armadas que se llevará a cabo el 25 de mayo. El Área de Ornamentos y Festejos del gobierno porteño instala un palco de hierro y madera frente a la Casa Rosada. El presidente de la Nación, Fernando de la Rúa, suspende la actividad cuatro días antes. “No hay clima social para el desfile”, explican desde el Ministerio de Defensa. Los soldaditos quedan guardados en cajas hasta nuevo aviso. Escena postergada.
[Escena 2. Exterior. Día] 20 de Julio de 2001. Las GAC desplazan por el microcentro porteño una bandera de treinta metros de largo con una leyenda: “Liquidación por cierre”. En el extremo izquierdo: el escudo nacional de la República Argentina. En el extremo derecho: el logo del Fondo Monetario Internacional. La bandera circula por el Obelisco, la Casa Rosada, el Congreso Nacional. Los transeúntes preguntan: ¿Qué es esto? ¿Por qué están acá? ¿Qué quiere decir “liquidación por cierre”? ¿Por qué dice FMI? Las GAC formaban parte de una red artístico política antiglobalización, que había acordado realizar acciones de denuncia y visibilización en distintas partes del mundo contra la reunión del G8 en Génova, Italia.
[Escena 3. Exterior. Día] 19 de diciembre de 2001. 15.15. Microcentro porteño. Diez mil soldaditos con sus paracaídas rosas salen de las cajas y caen desde los pisos altos de un centro cultural. Oficinistas abren las ventanas e intentan atrapar a los muñequitos de plástico en pleno vuelo. De forma previa se había intervenido la zona circundante con calcomanías con distintos íconos militares. El tanque lleva la leyenda “multinacionales”; los misiles, “mass media”; los soldados, “sistema de seguridad”.
Un agente de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) se acerca y dice: “Esto no es un soldado de juguete”. Invierte la leyenda de Rene Magritte. Los símbolos dejaban de ser objetos y pasaban a generar comunicación con el otro, desprendían una actitud de rebeldía social. Los agentes de seguridad estatales estaban muy atentos a esos símbolos. “Andar por la calle con una imagen era sospechoso. El Estado estaba atemorizado ante el poder de lo simbólico. Era lo contrario a lo dictatorial, porque cualquier objeto podía hacer daño simbólicamente. Pero también era lo contrario a lo que pasa ahora, porque prima la vacuidad de lo simbólico”, reflexionan Lorena y Carolina.
¿Se imaginaban ellas que ese 19 de diciembre iba a terminar así? No, estaba todo muy caliente, pero no sabían que iban a bajar y se iba a decretar el estado de sitio. Ese día también iban a participar del escrache al cardenal Juan Carlos Aramburu y debió suspenderse. Las jornadas del 19 y 20 de diciembre culminaron con la renuncia de De la Rúa. Antes de su salida, la represión estatal asesinaba a 39 militantes populares en toda la Argentina.
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Enero de 2002. Los familiares querían rendirles homenaje a sus muertos, dejar marcas urbanas de sus vidas y de su compromiso con los otros. El GAC allí estaba, junto a ellos. Pegaron calcomanías denunciando el accionar represivo del HSBC; pero desde el banco, vallaron todos los vidrios. Hicieron otras marcaciones con materiales efímeros, pero siempre estaban aquellos que se encargaban de borrarlas, de arrancarlas, de suprimirlas.
Comenzaron a hacer marchas-homenajes por cada uno de los lugares cercanos a la Plaza de Mayo en los que habían sido asesinados Gastón Riva, Alberto Márquez, Diego Lamagna, Carlos Almirón y Gustavo Benedetto. Armaron baldosones blancos con sus nombres. Los familiares sumaban flores y pequeños objetos cotidianos que los recordaban. Era lo contrario a un monumento. O, en todo caso, un monumento popular.
En la muestra del GAC en el Parque de la Memoria hay una sola pieza que se resguarda triunfante en una vitrina: una barreta. Aquí su historia. Los ensayistas y documentalistas canadienses Naomi Klein y Avi Lewis alquilaron la habitación de un hotel con vistas a la Avenida de Mayo para poder registrar quiénes destruían una y otra vez la placa que hacía memoria de Gustavo Benedetto, trabajador de un supermercado que había sido asesinado mientras se manifestaba frente al HSBC. Klein y Lewis descubrieron que se trataba del personal de seguridad del banco. Pudieron quedarse con la barreta con la que rompían la baldosa y se la regalaron al GAC. Es esa que hoy se exhibe como memoria de la lucha popular por la memoria de los luchadores populares.
En línea con esas placas urbanas en homenaje a los caídos del 19 y 20, las veredas de la Ciudad de Buenos Aires iban a empezar a sumar baldosas en recuerdo de los detenidos desaparecidos por la última dictadura. Las GAC, sin embargo, siguieron otro camino para homenajear a los 30 mil: la intervención artística “Presentes”. Se trata de gigantografías formadas por múltiples papeles A4 que componen los rostros de los militantes desaparecidos. Los primeros se pegaron en Trelew, en memoria de los revolucionarios fusilados el 22 de agosto de 1972. Luego, se comenzaron a replicar en distintas ciudades y hoy pueblan las paredes de la ESMA.
“Nos oponíamos a esa idea de grandes monumentos monolíticos que fosilizan la historia, que hacen que se vea cristalizada en un punto, en una fecha. Estos monumentos populares son efímeros, implican renovarlos, realizarlos una y otra vez, volver a comprometerte, a reunirte para volver a hacerlos y recordar”, dicen.
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Así como hay monumentos populares, también se pueden generar antimonumentos. Es decir, objetos e intervenciones que permitan reflexionar acerca de qué figuras reivindica la historia oficial en sus denominaciones de calles, plazas, escuelas, edificios, ciudades. Y a quiénes se les emplaza un monumento. En esa estrategia, el GAC puso su mirada sobre Julio Argentino Roca, doble presidente y campeón sanguinario de la Campaña al Desierto. Rostro del billete de mayor denominación durante mucho tiempo: cien pesos. Línea de tren. Nombre de ciudad importante en esa Patagonia de la que quiso hacer tabla rasa en la segunda mitad del siglo XIX.
Junto al periodista y escritor Osvaldo Bayer, las GAC armaron la Comisión Antimonumento a Julio Argentino Roca. Elaboraron el proyecto de ley Antimonumento a Julio Argentino Roca. Pero también supieron pasar de la protesta a la propuesta. Plantearon fundir el monumento que actualmente se erige en honor del general sobre la Diagonal Sur del centro porteño y reconvertirla en una nueva forma: la roca de Roca. Una gran bola que rindiera tributo a aquella piedra que golpeó la cabeza del primer mandatario el 10 de mayo de 1886, cuando se dirigía desde la Casa Rosada hacia el viejo edificio del Congreso para dar inicio a las sesiones legislativas del último año de su primera presidencia. La piedra: un trozo de ladrillo refractario de manufactura inglesa de diez centímetros de ancho y que pesaba 675 gramos. El agresor: Ignacio Monges.
Otra opción. Un estencil en el que la pieza ecuestre del monumento corcovea y arroja por el aire al presidente-roca. Un monumento a la liberación animal.
Las intervenciones del GAC para denunciar el genocidio contra los pueblos originarios siguieron y siguen. La campaña “Nuevo desalojo Patagonia 2004” parodiaba los afiches de Benetton y denunciaba los desalojos en aquellas tierras que aún compra el grupo empresario de origen italiano a precios irrisorios.
Hoy el GAC está compuesto por Lorena Bossi, Vanesa Bossi, Fernanda Carrizo, Mariana Corral y Carolina Golder. En distintas etapas, también participaron Violeta Bernasconi, Pablo Ares, Rafael Leona, Lorena Merlo, Federico Geller, Sebastián Menasse, Alejandro Merino y Leandro Yazurio. Esta muestra, “Liquidación por cierre”, se podrá ver hasta fines de febrero de 2018 en la Sala PAyS del Parque de la Memoria (Avenida Costanera Norte Rafael Obligado 6745). Está abierta de lunes a viernes de 10 a 17; y los sábados, domingos y feriados, de 11 a 19.
Si se piensa al GAC como la gran banda punk con líderes mujeres que dio la Argentina, esta exposición podría tratarse del recital en un megaestadio que rinda tributo a sus veinte años. Nada de eso. “Esta es nuestra primera muestra, la primera que podemos trabajar nosotras, la primera en la que no hay alguien que te arma una curaduría. Es nuestro unplugged. Y está pensada por nosotras: cómo pasar la calle a un espacio cerrado, a un espacio de contemplación, como es un museo”, sostiene Lorena Bossi.
Recorramos la muestra otra vez. Tomemos cierta distancia, hagamos una panorámica. Entonces vemos: el GAC desenchufado. Las múltiples herramientas construidas de forma colectiva despojadas de su electricidad: el espacio público. La exposición es una pausa que permite analizar esos dispositivos, repensarlos, reflexionar sobre cómo seguir haciendo militancia artístico-política en esas calles siempre porosas ante los giros sociales, los conflictos, las esperanzas.
¿Qué generarían hoy intervenciones como “Liquidación por cierre” o “Invasión”?
Lorena: Los “blancos móviles” o los soldaditos eran objetos simbólicos que molestaban, pero porque había un clima de efervescencia en las calles. Hoy estamos en un momento contrario a ese: hay una efervescencia de no tolerar al que no es como uno. El otro en sí mismo molesta. Es una contrarrevolución. Y lo simbólico construido desde un colectivo no puede darse si ese colectivo está fragmentado. Entonces, primero es necesario colectivizarse, militar desde la construcción de ese nodo. Y eso no está ligado a la capa simbólica, sino a la capa más humana. Lo simbólico vendrá después, cuando se haga el click de nuevo.
Charo: Yo, por ejemplo, criticaba la idea de los vecinos que salen a la calle a tomar mate. Se dio en mi barrio, en el Bajo Flores, y cuando los vi ocupando los espacios, me pareció muy contundente, porque implicaba visibilizar algo que se perdió. Hoy el otro es visto como un sospechoso.
Cuando surgió el GAC en 1997 comenzaba a resquebrajarse el neoliberalismo en la Argentina. Sin embargo, 20 años después vivimos una nueva avanzada. ¿Cómo se interviene en esos espacios públicos que están amenazados?
Charo: Cualquiera de las expresiones que están en la muestra –desde “Liquidación por cierre” a nuestras denuncias contra Benetton- serían pedagógicas en un tiempo como el actual. Pero no funcionarían de la misma forma. Tal vez interpelarían a alguien que va a la marcha por Santiago Maldonado, pero no al otro desprevenido. Hoy ese desprevenido está de acuerdo con la privatización de lo público. Una diferencia es que antes uno no sabía lo que era el neoliberalismo, lo que estaba explotando, salvo la gente que tenía más trayectoria de militancia. Hoy la gente sí lo sabe, y está cómoda con lo que está pasando. Entonces hay que repensarse. Lo que el macrismo nos plantea es que no sé si hay muchas prácticas que han fracasado, pero sí que hay lenguajes –desde lo político, desde la militancia, desde el arte- que ya no van más. A los que hay que buscarles una vuelta. Nos ponen también un espejo, y nuestras prácticas tienen que modificarse.
Lorena: Estamos en un momento en el que el fin del arte ya ocurrió hace rato, y el fin de la política es un poco ahora. O del sujeto político tal como lo entendíamos hasta hace años atrás. Entonces hay una ruptura con la esfera política.
¿Es un cierre de este tipo de intervenciones?
Lorena: Sí, pero la dimensión del sujeto colectivo -la idea de trabajar con otros- es lo que mantiene al GAC. Y eso es lo que se necesita ahora. Es una construcción súper-invisible. La construcción simbólica viene después de un cambio real en los sujetos. Hoy salís con la bandera de “Liquidación por cierre” y todos la entienden: algunos la sostienen; y también están lo que no están de acuerdo, la famosa grieta. Pero en ninguno de los casos estás generando preguntas sobre esos otros sujetos, ya no lo captás desprevenidos, porque es un tipo de lenguaje que está en todos lados. Entonces, lo previo a la construcción de un lenguaje es el armado de un nodo humano que pueda generar un nuevo lenguaje.
¿Es esa fase la que viene?
Charo: Tal vez salga una bandera que diga “Liquidación por cierre”, pero debe tener un sentido para nosotras. Y ese sentido está ligado a esa construcción con otros. Todo lo que está en la muestra es muy actual, porque el neoliberalismo es muy actual. Pero no basta. Y para un montón de gente no basta.
Lorena: Esa es fase que debemos emprender ahora.
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