30/07/2017
Anita, la vida negada
Por Milena Heinrich
El historiador Federico Lorenz rastrea en su nuevo libro “Cenizas que te rodearon al caer” los pasos de la joven militante Ana María González para humanizar al personaje detrás del explosivo y entender por qué de ella terminaron hablando solamente sus enemigos. Su vida y su muerte -piensa el autor- permiten desarmar un engranaje social y político, una memoria del pasado reciente, que como toda memoria es compleja y urgente.
Hubo quienes tomaron su bandera como una épica de su tiempo, otros piensan que fue un fracaso político, una lección de pugna de fuerzas, y otros siguen sin entender cómo ella, Anita, la chica educada de zona norte, fue capaz de ejecutar una acción de semejante envergadura. El caso es que la bomba que la joven militante de 20 años colocó debajo de la cama del jefe de la Policía Federal quedó en la memoria. A más de 40 años de aquel atentado en el que murió uno de los hombres más importantes que perpetró el golpe de Estado de 1976, el historiador Federico Lorenz rastrea los pasos de Ana María González para humanizar al personaje detrás del explosivo y entender por qué de ella “terminaron hablando solamente sus enemigos”.
Ni tres meses habían pasado de la toma del gobierno de facto cuando en la madrugada del 18 de junio de 1976 una bomba detonaba al jefe de la Policía Federal, Cesáreo Cardozo, en su propia casa. El explosivo que colocó la joven militante de Montoneros camuflado en una caja de perfume fue efectivo y simbólico: justo debajo de la cama matrimonial, en la intimidad de un oficial en ascenso dentro de la Junta militar. No hubo dudas: “¡Nos traicionó!”, aseguran que dijo Chela, la hija del militar sobre su amiga y compañera de estudio. Tras el atentado, Anita pasó inmediatamente a la clandestinidad y aunque el aparato represivo dispuso todos sus esfuerzos en encontrarla, nunca más se supo de ella. Desde entonces, Anita se convirtió en un “símbolo tremendo de lo que fueron los años 70, llevados al extremo en una vida”, sostiene el autor de este libro que explora su vida y muerte, o sus vidas y sus muertes, para así -indefectiblemente- complejizar un contexto que sólo puede entenderse en el marco de una racionalidad política particular: la violencia de esa década.
“Siempre me molestó que sobre ella hablaran solamente sus enemigos. De a poco, me di cuenta que iluminar su vida me iba a permitir agregarle matices a unos tiempos que todavía vemos muy monolíticamente. Aunque estoy seguro de que no en la línea que ella buscaba, y sin pretender ningún tipo de autoridad, de alguna manera hacerme preguntas sobre ella me permitía darle sentido a su muerte”, adelanta el historiador y novelista sobre esta suerte de biografía que apunta a recuperar “una vida cuya historia está negada”.
La investigación, que lleva por título Cenizas que te rodearon al caer (Sudamericana) -palabras que el autor recoge del poeta Juan Gelman- traza preguntas que buscan respuestas entre documentos y testimonios de amigos, colegas y compañeros, no los hay de familiares porque ni los de Anita ni los de Cardozo quisieron hablar. Y si bien son preguntas que buscan conocer la biografía de una joven que entró a “la historia con la imagen de la traición” buscan también hacerle lugar a un interrogante histórico mayor que es el de comprender una época.
Caso bisagra, mediático y resonante, “historia difícil de escribir”, apunta Lorenz, el atentado contra el jefe de la Policía Federal desató no sólo un plan aleccionador sino también una narrativa poderosamente eficaz sobre la juventud, respaldada por una intensa campaña de medios afines. Como explica el historiador, la figura de Anita “joven, violenta, que se vale de la amistad de otra joven para matar al general, fue una pieza fundamental del discurso represivo. Una nota muy famosa de ese año, escrita por el periodista Bernardo Neustadt, enfatizaba que los jóvenes de clase media, aburridos y poco controlados por los padres, se decantaban por la lucha armada como podrían decantarse por las drogas. Anita se transformó, desde esa perspectiva, en el arquetipo de todo aquello que la dictadura quería destruir”.
Mientras que para el discurso de las fuerzas armadas Anita representó el mal encarnado en una joven desencantada de clase media, para la organización política de Montoneros por “un breve lapso fue el modelo de revolucionaria. Pensemos que, además, por las características de la acción su identidad fue pública de inmediato. Solo que retrospectivamente sabemos que las represalias a partir de esa acción fueron terribles”. Con esto, Lorenz se refiere a que, sin pretender reducir la violencia “salvaje” de la dictadura, “de alguna manera el atentado, que tuvo una altísima visibilidad, pareció darle la razón a quienes planteaban que no había que poner ningún tipo de límites a la matanza”.
A pesar de todos los esfuerzos por encontrarla, el gobierno militar no logró dar con Anita y sólo se supo de ella por una entrevista clandestina que ofreció al medio español Cambio 16 donde contó en primera persona su versión de los hechos. Se le perdió el rastro, su cuerpo -el trofeo que sus compañeros de militancia protegieron bajo llaves- no fue hallado y “debido al énfasis que la propaganda procesista hizo de ella, nadie tomó su nombre, salvo sus enemigos. Hasta mediados de la década de los 90, hablar de la militancia revolucionaria asociada a los desaparecidos era algo que no se hacía muy seguido. Ah, cómo, ¿algunos de los desaparecidos también eran violentos?. En el caso de Anita, esa incomodidad se multiplica todavía más”.
En esta investigación, la “incomodidad” que representa la figura de Anita a partir de las posibles lecturas sobre lo que significó el hecho de la bomba esquiva los intentos dicotómicos de transformar los pasados recientes en blancos y negros para, en cambio, pensar la historia con sus matices, en su complejidad. En ese sentido, asegura Lorenz, “nunca pensé que fuera un riesgo este libro. Sí, en cambio, que podía ser leído en una clave diferente a aquella con la que yo lo había concebido. Por eso es que intenté posicionarme lo más claramente posible sobre desde dónde partía, pero sin condicionar la apertura de los complejos problemas que la figura de Anita evoca, y sin perder de vista el hecho de que mi principal pregunta es acerca de la condición humana de esa joven, de los desafíos que enfrentó en la historia que le tocó vivir”.
Sucede que esta chica de zona norte -estudiosa, linda, solidaria, hija de padre médico y madre psicóloga- evoca en una misma persona imágenes bien diferentes: la revolucionaria, la terrorista, la que traicionó a su mejor amiga y la ejecutora de una acción que todavía para muchos de los suyos resulta inexplicable. De ahí que saber “quién era, además de qué hizo” es el trasfondo que sucumbe en cada una de las páginas de esta investigación que Lorenz tiene en la cabeza hace más de diez años. Para él, especialista en temas del pasado reciente, sobre todo la guerra y posguerra de Malvinas, lo que la volvió extraordinaria fue la acción: “Acción que muchos otros puestos en situación tal vez habrían protagonizado. Pero justamente por eso me preocupé por indagar quién fue antes de eso, y quién fue hasta que murió. De algún modo, lo impactante de su acción se la comió como ser humano. Siempre traté de entender la historia como una acumulación de acciones a veces extraordinarias de gente común, como cualquiera de nosotros, que puestas frente a una situación determinada, van hacia un lado, o hacia el otro. Desde su historia, con sus condicionantes, Anita informó de su vínculo con la hija del general, aceptó actuar, se mantuvo en su decisión después de ser secuestrada y torturada, y pagó con su vida su compromiso pocos meses después. Si después de enumerar todo eso la sensación que uno tiene es la de la misma melancolía que ahora siento, entonces hay algo que merece ser interrogado y entonces volver a la idea de pensar cuántas Anitas fue Ana, más allá del momento definitivo”.
Es que la acción de Anita no puede entenderse sin el escenario político de su ejecución: “El atentado de Anita contra Cesáreo Cardozo estuvo planificado y actuado en el marco de una racionalidad política, que era la de una de las organizaciones armadas, Montoneros. Esa organización fue derrotada y, en consecuencia, el paradigma desde el cual la acción podría ser reivindicada políticamente ya no existe. Más aún, al discurso revolucionario y el de la dictadura se sobrepuso el repertorio de la lucha por los derechos humanos, lo que volvió aún más difícil exploraciones de este tipo”.
Porque la acción de Anita no fue aislada ni tampoco ella fue una excepción, sus vidas y muertes permiten desarmar un engranaje social y político particular, una memoria del pasado reciente, que como toda memoria es compleja y urgente. “La reflexión sobre la violencia es una reflexión sobre la política”, dice Lorenz. Por eso, Cenizas que te rodearon al caer, como espera su autor, “puede iluminar no solamente aquellos años, sino cuánto de esos años siguen presente hoy: en naturalizaciones, aceptaciones, silencios” porque “la memoria no tiene límites”.
En cambio, sostiene el autor, “la crítica histórica, sí, en términos de que yo puedo imaginar relaciones entre los actores y los procesos, pero no puedo inventar nada. La memoria puede vivir cómodamente con aquello que elige definir como verdad. Para mí, en cambio, la verdad está en la pregunta de investigación más que en la respuesta que pueda encontrar”.
Federico Lorenz es Doctor en Ciencias Sociales Universidad Nacional de General Sarmiento-IDES. Es autor de Las guerras por Malvinas (2006); Los zapatos de Carlito. Una historia de los trabajadores navales de Tigre en la década del setenta (2007); Combates por la memoria. Huellas de la dictadura en la Historia (2007), Fantasmas de Malvinas. Un libro de viajes (2008); Malvinas. Una guerra argentina (2009); Algo parecido a la felicidad. Una historia de la lucha de la clase trabajadora argentina, 1973-1978 (2013), Unas islas demasiado famosas. Malvinas, historia y política (2013) y La llamada. Historia de un rumor de la posguerra de Malvinas (2017). Actualmente dirige el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur.
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