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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

23/03/2017

Operación Masacre, la consagración de Rodolfo Walsh

El texto como arma política

El fusilado que vive le cambia la vida al escritor. Al escuchar esa frase experimenta una epifanía, una revelación política, histórica e íntima. Es el inicio de su militancia peronista. Docente de la UNLP, la autora de este texto desgrana las estrategias narrativas de Operación Masacre, el libro que inaugura el género del nuevo periodismo y lo consagra como el autor que recurre a las herramientas de la literatura para contar la masacre del 9 de junio de 1956 en José León Suárez.

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Fotografía cedida por Lilia Ferreyra al Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti

Lo último que hizo Nicolás Carranza antes de ir a escuchar la pelea de box fue abrazar a sus hijos. Entró a la casa, los más pequeños se colgaron de sus piernas. Berta vio la mirada triste de su marido desde la máquina de coser. Nicolás Carranza no era un hombre feliz, dice Rodolfo Walsh, pero no sabe por qué. Hacía dieciséis años que Francisco Garibotti trabajaba en el Ferrocarril Belgrano. La tarde que terminó en masacre salió del trabajo a las cinco y pasó por su casa, oscurecía pronto esos días de junio. Después de cenar, apareció Carranza y se “llevó” a Garibotti, como dirá más tarde Florinda, la esposa. Tomaron el tren hasta Florida, caminaron las seis cuadras hasta la casa del pasillo largo y tocaron el timbre. En esa casa de portones celestes vivía Don Horacio. Antes de llegar, Carlos Lizaso visitó a su novia y dejó una nota que comienza con “Si todo sale bien esta noche…”. Nada salió bien.

Reconstruir los últimos días de las víctimas fue la obsesión de Walsh durante un año. Así escribió Operación masacre, el libro con el que inaugura el género del nuevo periodismo y se consagra como un escritor que usa las herramientas de la literatura para contar la masacre del 9 de junio de 1956 en José León Suárez. Aunque el reconocimiento vino después, la información se convirtió en prueba judicial.

El fusilado que vive le cambia la vida a Walsh. Al escuchar esa frase experimenta una epifanía, una revelación política, histórica e íntima. El texto es el inicio de su militancia peronista, aquella que lo llevará a pasar de la reflexión a las armas y a escribir la obra que lo hizo conocido fuera del país, Carta abierta de un escritor a la junta militar. Operación masacre salió primero como un folletín en entregas y luego como libro. Le costó a Walsh encontrar un editor que se jugara por la historia y los detalles en tiempos de Revolución Libertadora.

La denuncia periodística se hace, por primera vez, con las herramientas de la narrativa: Walsh logra reconstruir los hechos, encontrar a los fusilados vivos, averiguar los detalles más importantes, darles voz y acción a los personajes. Pero no tiene el mismo efecto en el poder de turno ni en los gobiernos sucesivos: ni Aramburu, ni Frondizi, ni Guido reconocen la masacre o a los sobrevivientes.

El texto como arma política- Revista Haroldo

El estilo literario -especialmente en el prólogo, la primera y la segunda parte- es una decisión estética de autor. Parte de las herramientas que aprendió en sus trabajo como traductor, editor y autor de cuentos policiales. “En Variaciones en rojo es el corrector de pruebas en una editorial (como Walsh) y detective aficionado Daniel Hernández el que aporta el ingenio y la lógica para llevar a buen puerto la investigación”, escribe Roberto Herrscher en Periodismo Narrativo. En Operación masacre, Walsh adopta el rol que le había dado a Hernández en la ficción: ya sabe que la policía no resolverá el enigma y decide investigar él mismo.

Parte de la estrategia narrativa es la de construírse a sí mismo como un personaje, un cronista en peligro: “Durante casi un año no pensaré en otra cosa, abandonaré mi casa y mi trabajo, me llamaré Francisco Freyre, tendré una cédula falsa con ese nombre, un amigo me prestará una casa en el Tigre, durante dos meses viviré en un helado rancho de Merlo, llevaré conmigo un revólver, y a cada momento las figuras del drama volverán obsesivamente”.

Walsh interpela al lector. Primero apuesta a la indiferencia (o resentimiento, como tantos otros intelectuales argentinos que despreciaron al peronismo) que sentía antes de la masacre de José León Suárez. “Valle no me interesa. Perón no me interesa, la revolución no me interesa. Puedo volver al ajedrez?”, escribe. Pero no, no puede. El fusilado que vive no lo deja concentrarse en la partida. No tiene otra opción que salir a buscar a Juan Carlos Livraga. “No sé qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades. No sé por qué pido hablar con ese hombre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga”. Cada vez que dice que no sabe, le hace un guiño al lector: es su forma de construir verosimilitud, de dar confianza, de decirle que está narrando algo verídico, que preste atención a lo que sigue.

La búsqueda del cronista empieza en aquel bar de La Plata, a fines de 1956, cuando un hombre le cuenta del fusilado que no murió. Él había vivido los tiroteos de junio y un hombre había sido asesinado a diez metros de su casa al grito de “no me dejen solos hijos de puta”. Se convence de que es su historia cuando ve la cara y la garganta agujereadas por las bala, los ojos oscuros de muerte de Livraga. Y entonces, en equipo con Enriqueta Muñiz (la Harper Lee de Walsh, a quien le dedica el libro), exploran el territorio: trazan un mapa y recorren el basurero de José León Suárez siguiendo las indicaciones del sobreviviente. Es uno de los indicios más fuertes de la narración, el proceso de investigación y escritura que continúa con la reconstrucción de los últimos pasos de los vivos y fusilados que escuchaban la pelea de box en aquella casa de pasillo largo en la localidad bonaerense de Florida.

Después convence a Miguel Ángel Giunta, otro de los sobrevivientes, para que le cuente lo que sabe. Giunta es duro al principio, pero se va aflojando. Y se acuerda de cada detalle -otra vez la estrategia narrativa-. “Así me fusilaron”, dice. Y habla de un tercer hombre que logró escapar a las balas de la policía, Horacio Di Chiano. Y luego aparece un cuarto, un tal Gavino. Walsh lo busca en la embajada de Bolivia y lo recibe un amigo, Torres. A la lista le suman a Troxler y Benavídez. Y entonces surge el nombre del sargento Rogelio Díaz. Son siete los fusilados que viven (escondidos).

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Fotografía cedida por Lilia Ferreyra al Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti

Más tarde no sólo tiene los testimonios de lo sobrevivientes, sino de las viudas, huérfanos y otros  informantes a través de los cuales reconstruye a sus personajes: de qué trabajaban, dónde vivían, cómo eran sus familias, qué hicieron antes de salir hacia el destino de la tragedia. Pregunta para saber qué pasó la última vez que los vieron porque, en periodismo narrativo, las preguntas no son sólo la lista de las 5w sino todos los diálogos, acciones y detalles. “Walsh sabe que los tiene que matar, por eso los hace vivir primero”, dice el periodista y escritor Cristian Alarcón.

Las escenas tienen datos, precisión, emotividad y gestos. Mario “se adentra por el largo pasillo. Un testigo de último momento lo verá parado cerca del receptor de radio, sonriente y con las manos en los bolsillos, un poco aislado, un poco ausente de los otros grupos que charlan o juegan a las cartas”. El uso del lenguaje es el arma de seducción de Walsh, la misma que usará para describir con maestría “los hechos”.          

La noche del 11 de junio de 1956 un grupo de hombres fue arrestado en una casa de la localidad de Florida. El operativo comandado por la Policía Bonaerense obligó a las víctimas a subir a un micro y a bajar en los alrededores del basurero de José León Suárez. Los agentes los fusilaron y se fueron del lugar cuando creyeron a todos muertos. Pero resultó que siete de esos hombres, que habían ido a escuchar una pelea y que no (todos) tenían en principio vínculo con la revolución del general Valle, sobrevivieron. El dato más importante que tiene Walsh para denunciar los fusilamientos como crímenes de Estado es que ocurrieron antes del anuncio de la Ley Marcial (que habilitaba a la policía a matar a cualquier opositor a la dictadura). “La primera etapa de la “Operación Masacre” ha sido rápida. Son apenas las 23.30. En ese preciso momento, Radio del Estado, la voz oficial de la Nación, cesa de transmitir música de Ravel y comienza a pasar el disco 6489/94 de Igor Stravinsky”.

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Operación masacre es para Rodolfo Walsh su consagración como periodista y como periodista narrativo. La obra se estudia en universidades, cursos y talleres de América Latina y de otros países, y es tema de trabajos académicos y revistas especializadas. En un artículo del Boston Review de octubre de 2013, el periodista irlandés Stephen Phelan cuenta que fueron sus estudiantes de habla hispana los que le señalaron -en un curso sobre nuevo periodismo- que Operación masacre fue la primera novela de no ficción. Entonces descubrió que la primera versión en inglés del libro se había publicado un mes antes por Seven Stories Press e incluía la Carta a las juntas. Él lo conocía a Walsh por la cita de Naomi Klein en La doctrina del shock pero nunca había visto una versión anglosajona.

El periodista Michael McCaughan escribió una biografía de Walsh, True Crime: Rodolfo Walsh and the Role of the Intellectual in Latin American Politics, publicada en 2002 en inglés y traducida al español en 2016. Según él, Walsh no fue reconocido antes en el mundo anglosajón por escribir en español y por ser peronista, un fenómeno incomprendido fuera de Argentina.

Tanto Operación masacre como Quién mató a Rosendo y Caso Satanowsky son estudiados como ejemplos del uso del lenguaje de la literatura policial para hacer denuncia política, para convertir al texto en un arma política que descubre tramas criminales con un léxico simple. “Rodolfo Walsh transforma la novela de detective en un arma política al mostrar los crímenes ocultos del gobierno militar”, escribe la doctora de Yale Gina Louise Robinson Sherriff en su trabajo Stranger than fiction: True Crime Narratives in Contemporary Latin American Literature.

“En 1957, año de la publicación de Operación masacre, el mundo ha cambiado y Walsh percibe con sorprendente rapidez la necesidad de dar con un nuevo paradigma de comprensión”, explica Diego Alonso, profesor de Reed College, en un artículo en el Latin American Literary Review.

Aunque pasaron 40 años de su muerte y 60 de la publicación de Operación masacre, el valor periodístico y literario de Rodolfo Walsh es cada vez más reconocido. La batalla para consagrarlo se está dando en las escuelas y en las universidades.

 

*Periodista y Jefa de Trabajos Prácticos de Gráfica I, Cátedra Alarcón, Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.

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