24/08/2016
Entrevista a Teresa Meschiati, sobreviviente de La Perla
Dos años, tres meses y tres días
Por Roxana Barone
Fotos Julián Athos
“Asumo el lugar de dónde vengo. Soy yo y un montón más. Somos la memoria viviente, porque somos los últimos que vimos a los compañeros con vida. Y eso es un contrato moral para siempre”, dice Tina, como la conocen todos, a la espera de la sentencia de la Megacausa La Perla/La Ribera, de la que fue testigo y querellante.
"Me duele la cabeza, me duele la nuca, me pican las cicatrices que tengo en las piernas –los costurones que me dejó la picana-; tengo un cansancio histórico”.
-Y el jueves 25 de agosto cuando se conozca la sentencia a los 43 imputados por la Megacausa La Perla/ La Ribera pasará ese cansancio histórico? *
-No.
Teresa Meschiati –Niní para su mamá, Tina para sus amigos- es una de las sobrevivientes del campo de concentración de La Perla, ubicado a mitad de camino entre la ciudad de Córdoba y Villa Carlos Paz, al costado de la ruta. Es testigo y querellante en el juicio más grande que se realiza en la provincia, donde se juzga uno de los hechos del Terrorismo de Estado más dramáticos de la historia argentina. Fueron tres años, ocho meses y veintisiete días, en los que se juzga a los 43 militares de delitos contra 716 víctimas, de las cuales 279 están desaparecidas. Junto a la megacausa Esma, es el proceso de lesa humanidad de mayor envergadura del país, que lleva adelante el juez Jaime Díaz Gavier, al frente del Tribunal Oral en lo Criminal Federal 1.
“El cansancio es producto de tantas emociones y de tantos años. Yo soy testimoniante desde que me liberaron, en 1979. Son muchos años de contar, de ver los rostros de los hijos de los compañeros y en esos rostros verlos a ellos; de recibir correos y llamados de gente que me pregunta si conocí a un familiar desaparecido; es un asunto que siempre está conmigo. Levantarme y hojear el diario y ver la cara de (Ernesto) Barreiro ahí, mi torturador… Y pienso en todos los compañeros y veo sus fotos y el cansancio que siento es enorme. Pero que –no se equivoquen- a la sentencia yo voy”.
En el megajuicio declaró dos veces: la primera vez el 3 de junio de 2008, cuando las causas aún estaban separadas. “Testimonié por cuatro chicos que desaparecieron en noviembre de 1977. Me acuerdo perfecto de la fecha, porque ese día Eduardo, mi compañero, hubiera cumplido 60 años. Reconocí a los ocho represores que en ese momento estaban en el banquillo, cada uno con su alias. ¡Cómo no voy a reconocerlos si estuve más de dos años!”. La segunda vez fue en 2012, “con todos los milicos detrás mío”.
“Cara de cemento y ojos de boba”, define su actitud frente al tribunal y con los genocidas a sus espaldas. “Yo hablo, pregunten lo que quieran, les dije. Es un rol el que me pongo. Algunos dicen que me pongo los borceguíes cuando hablo. No tengo ningún dilema en testimoniar. Me siento y hablo. Porque en el fondo siento una gran satisfacción: es mi determinación frente a estos degenerados genocidas. Porque les gané. Les ganamos todos los que seguimos denunciándolos. No pudieron con nosotros”.
...
A los dos años Tina balbuceaba “Perón si, otro no”, aprendido de sus padres, obreros de una fábrica que en 1943 habían conseguido media hora de descanso a su jornada laboral. En abril de 1952 la familia se mudó a Ciudad Evita a un chalet con luz y agua corriente. De aquella época recuerda a un profesor de apellido Morgado que le hablaba de la importancia de la educación pública, laica y gratuita.
Entró a la política de la mano del folclore, que le abrió los ojos al interior del país. “Empezamos a escuchar a los poetas y aprendimos a entender que había un mundo más allá de la General Paz”.
Con el tiempo se unió a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y luego junto con la organización formó parte de Montoneros. Con su compañero llegó a Córdoba. “Donde la organización nos mandara, íbamos a ir. No nos fuimos a morir: fuimos a militar”, dice de aquella decisión que le costó a Eduardo la muerte y a ella, un cautiverio que duró dos años, tres meses y tres días.
El 25 de septiembre de 1976, hace casi 40 años, una patota de 30 hombres la secuestró en la calle. Estuvo un mes en estado semicomatoso, como consecuencia de las torturas de las que Tina habla sin tapujos. “Son muchos años de pensar sobre eso. Cuando hablo es como si fuera otra. Es otra Tina. Es como si me pusiera un escudo que me protege”, dice ahora en su casa del barrio porteño de la Boca, a donde llegó en 2004 después de su exilio como refugiada política en Suiza.
De aquellos interminables días en el centro clandestino de detención y tortura, recuerda su primera impresión: “No tenia la menor idea de que se mataba gente; después me fui enterando de que estaba en La Perla. Yo no sabía que existía… no sabíamos que existían los campos de concentración”.
“En noviembre empecé a andar un poco por mis propios medios, porque al principio las piernas no me funcionaban. Y entonces veo que se llevan a un montón de gente en un camión. Y le pregunto a un compañero qué pasaba. Tina, ¿no sabés?, van al pozo. Ahí descubrí lo que era el campo de concentración La Perla”.
En el campo, dividían a los secuestrados en blancos, grises y negros. “Los blancos eran unos pocos que estaban elegidos para sobrevivir, los grises estaban en una zona intermedia y los negros nos íbamos todos al pozo. Hasta en eso eran racistas. El pozo era la muerte, el fusilamiento”.
Mientras tanto sus padres vivían en el barrio de Mataderos y estaban al cuidado del hijo de Tina, Gustavo. Ya no eran obreros: tenían una casa de fotografía, “Carlín”, famosa en la época. “En noviembre de 1976 a plena luz del día llegaron unos marinos y se llevaron todo del negocio. Los llevaron a mis viejos a la Esma donde estuvieron 24 horas. Mis viejos nunca quisieron hablar demasiado de ese episodio. Mi padre nunca más trabajó como fotógrafo y se mudaron a San Antonio de Padua”.
“No fui ni heroína ni traidora. Fui una más. Hice todo lo que pude y siempre me queda el cargo de conciencia de no haber podido hacer más. Salí el 28 de diciembre de 1978. Fui una de las últimas en salir, por eso dicen que yo apagué la luz de La Perla”.
Después de un año y dos meses de estar en la categoría de “los negros”, a Tina decidieron dejarla con vida. “Pude hablar con mi familia y mis padres fueron con el nene a verme a Córdoba. Todavía recuerdo que la vieja dijo: Si nos tienen que matar que nos maten a todos juntos”.
“No fui ni heroína ni traidora. Fui una más. Hice todo lo que pude y siempre me queda el cargo de conciencia de no haber podido hacer más. Salí el 28 de diciembre de 1978. Fui una de las últimas en salir, por eso dicen que yo apagué la luz de La Perla”.
Se quedó con su familia en Cosquín, cosiendo para afuera y haciendo suplencias como maestra, bajo libertad vigilada. Hasta que le llegó la orden de dejar el país. Se fue a Brasil y luego a Suiza, donde consiguió el status de refugiada política, junto con su hijo.
“Fue un tiempo de soledad absoluta. Los compañeros nos tenían miedo. Una vez uno me dijo: el que entra a un campo de concentración no puede salir vivo. Éramos traidores. Durante muchos años no vino nadie a nuestra casa. Pero esa imagen después de 40 años cambió, porque la sociedad también cambió”.
Dice que no dio importancia a ese clima. “Qué me importaba si me querían o no me querían. Yo me dediqué a testimoniar. Una cosa tuve clara siempre: todos fuimos víctimas. Pero una cosa es ser víctima y otra jugar de víctima. Y yo no jugué de víctima”.
Por eso, enseguida de su nueva vida en Suiza, Tina no paró nunca de denunciar lo ocurrido. “Llegué en julio de 1980 y en agosto ya estaba testimoniando en la Subsecretaría de Derechos Humanos en Ginebra. Vinieron de Holanda, de la Rai, de Amnesty… después declaré ante la Conadep; en el 91 en Roma, en el 97 testimonié ante el juez Baltasar Garzón en Madrid, y siempre que pude conté lo que había pasado”.
Ahora viajó a Córdoba, donde se sentará en la sala de audiencias junto a otros sobrevivientes; los hijos, familiares y amigos de sus compañeros desaparecidos. Y enfrente estarán los imputados, sus secuestradores.
“Asumo el lugar de dónde vengo. Soy yo y un montón más. Somos la memoria viviente, porque somos los últimos que vimos a los compañeros con vida. Y eso es un contrato moral que tenemos para siempre”.
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* El 25 de agosto el Tribunal Oral Federal N° 1 condenó a cadena perpetua al ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército durante la dictadura militar Luciano Benjamín Menéndez y dictó otras 27 penas similares, entre ellos a Héctor Pedro Vergez y Ernesto "Nabo" Barreiro; cinco absoluciones y diez condenas más.
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