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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

27/07/2016

La Noche de los Bastones Largos

Los borrados de Ciencias Exactas

Compilador de Exactas exiliada, Penchaszadeh es biólogo marino y uno de los protagonistas de aquella noche del 29 de julio de 1966, cuando algunas universidades fueron desalojadas por la fuerza. En memoria de este acontecimiento, Haroldo publica un adelanto del libro, publicado por Eudeba, que rememora esa jornada, una de las más violentas y vergonzosas de la historia argentina. En este anticipo, el testimonio del autor.

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En fila para ser golpeados y apaleados, antes de subir a los furgones y ser conducidos a las comisarías. En el centro, Renata Wulf. 29 de julio de 1966. Fotógrafo anónimo *

Presentación

La entrevista que me hizo Sebastián Barbosa (en 2013, en TECtv, del Ministerio de Ciencia y Tecnología) despertó en muchos colegas las ganas de escribir sobre sus viven­cias en Exactas en los años 60 y, también, sobre qué pasó después con nosotros, aquellos que éramos estudiantes y jóvenes graduados cuando se produjo la Noche de los Bastones Largos. (1)

Los docentes renunciantes de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires fueron unos 400 y la mayor parte de ellos se fue al extranjero. El impacto fue variable según los departamentos y en algunos resultó devastador. Muchos de los que éramos estudiantes quedamos atrapados en un limbo, con materias por rendir y de­jados a nuestra suerte.

Así surgió la idea de hacer este libro, que se compone de trece testimo­nios, a los que se suman la entrevista que me hiciera Sebastián Barbosa y el prólogo de Mario Bronfman. Los autores de los relatos fueron los primeros en responder al proyecto y aunque hubiésemos querido incluir a muchos más, ello excedía nuestra capacidad de edición. Igualmente, creemos que, pese a que es una muestra pequeña, la esencia de lo que queremos transmi­tir y el tono emotivo no hubiera cambiado con más material.

Este libro trata de rescatar para las generaciones siguientes de Exactas la forma de vida en la Facultad en aquellos años y propone abrir el juego de ideas, vivencias y opiniones.

Se han respetado los estilos y la personalidad de los autores, lo que si bien puede dar una sensación de heterogeneidad, es justamente lo que con­tribuye a la riqueza del todo: diversos puntos de vista acerca de lo que, para muchos, significó una de las escisiones más desgarradoras de nuestras vidas.

A lo largo de los textos se palpa la enorme ingenuidad de los protagonistas, su total desconcierto ante el cierre de la Facultad luego de aquella noche de julio de 1966 y cómo una tremenda y desconocida templanza les permitió reinventarse una y otra vez en los distintos avatares que les tocó vivir, para que muchos pudieran seguir con su vocación científica desde diferentes e insospechados lugares.

Llama la atención la enorme cantidad de nosotros que se desperdigó por el mundo y que junto con los del mayoritario exilio interno −los que se quedaron en el país, pero fuera de la Facultad− constituyen la “generación perdida de los años dorados” de Exactas. Los escenarios fueron distintos y cambiantes: Chile, Venezuela, México, Brasil, Uruguay, Estados Unidos, Alemania, Francia, África, Oriente y… la Argentina. Nuestra Exactas es una mochila que nos acompaña, en la que siempre podemos reconocer nuestra raíz y extraer lo mejor de nuestra juventud.

De igual manera, el libro también es testimonio de que el retorno a Exactas de esta generación en la mayoría de los casos no fue posible ni es­timulado. Salvo en lo declamatorio, con variadas experiencias y excepcio­nes, y a cuentagotas, ninguna administración de la Facultad dio los pasos precisos y necesarios para incorporar a la generación producto de los “años dorados”.

Este libro intenta así recuperar en algo la memoria y presencia de los “borrados”, para que las presentes y venideras generaciones sepan que no les dimos lo mejor de nosotros no porque no hayamos querido, sino porque ni nosotros ni ellos tuvimos la oportunidad de conocernos. 

En el breve período de 1973-1974, algunos profesores y varios de los que fuimos estudiantes volvimos a ser contratados. Pero no duró más que una corta temporada, tras de la cual la Facultad retornó a las penumbras.

Hubo oportunidades que se desperdiciaron. Con el advenimiento de la democracia, en 1983, existió la gran expectativa de que se declaran nulos los amañados concursos docentes que se realizaron en 1982, en los que no se permitieron presentaciones de residentes en el extranjero y se daba gran puntaje a la antigüedad en el cargo. Esto, sumado a cláusulas discriminato­rias, demostraba que habían sido diseñados para dejar enquistada la medio­cridad reinante en la dictadura. Aunque la FUBA impulsó la impugnación de la totalidad de los concursos y una comisión destacada de la Facultad analizó y concluyó que la mayoría de los nombramientos debían ser anula­dos, finalmente en 1985 se dio por terminado el asunto y los casi 200 docentes cuestionados nunca fueron removidos.

Después de 18 años de la Noche de los Bastones Largos, luego de 1983, fue contratada una cierta cantidad de profesores de renombre, la mayo­ría residentes en el exterior; muchos de los graduados que comenzaron a acceder a cargos docentes en esa época, y a conformar en gran medida la Facultad que hoy conocemos, lo hicieron prácticamente sin contacto con los “años dorados” ni con la mayoría de nosotros, su producto, aunque hubo alguna cooperación puntual con colegas que continuaron residiendo en el extranjero. Pero ese agujero negro generacional se nota y es uno de los ras­gos que resaltan en la composición etaria de la Exactas de estos años.

Este libro intenta así recuperar en algo la memoria y presencia de los “borrados”, para que las presentes y venideras generaciones sepan que no les dimos lo mejor de nosotros no porque no hayamos querido, sino porque ni nosotros ni ellos tuvimos la oportunidad de conocernos.

 

Los borrados de Ciencias Exactas- Revista Haroldo
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Aula de Perú 222, asamblea del Campamento Químico, 1963. Foto Ricardo Sanguinetti

El quiebre 

¿Y a la Universidad cuándo entraste? (2)

A los 16 años. Y a los 22 me recibí, en el 66. En 1962 empecé a tra­bajar en la facultad como ayudante de segunda… Todo era bastante rápido en los 60, y diferente: yo pintaba, hacía escultura en el taller del español José María Lanús, estaba en el coro de la Facultad de Ingeniería. Fue una adolescencia muy efervescente. Estábamos con el grupo del Di Tella, iba al Campamento Químico, al de Farmacia, al de Ciencias Naturales. La ciudad era un club, maravilloso, gigantesco. Cine Club Núcleo en el desaparecido cine Lorraine de la calle Corrientes. En Perú 222, donde estaba Exactas, teníamos el Centro de Estudiantes de Ciencias Naturales, editábamos la revista Holmbergia, en 1962 era ayudan­te de Renata Wulff en la secretaría de la revista, estaba a cargo de la cartelera en el pasillo de entrada a la facultad, “El Amonite”, y hacíamos el ciclo de cine los sábados por la tarde, con Bergman, De Sica, Antonioni…

Imaginate lo que me representa a mí y a los que allí estudiábamos, lo que significó el quiebre de Exactas en el 66. La Universidad nunca volvió a ser la misma. 

¿Cómo era cursar en esa época?

En esa época cursar las materias de Biología era tener más o menos unos veinte-treinta compañeros y en general los que nos daban las clases eran también jóvenes. En Exactas, en el año 1958 o 1959, las autoridades decidieron que iban a contratar gente joven, sobre todo que venía de afuera, que nadie conocía, y que aunque no tuviera mayor currículum, en cambio tenía ganas, ideas novedosas y energía de cambio. Y eso le dio aire a todo. Al mismo tiempo trajeron unos fantásticos profesores extranjeros, y yo tuve al mejor posible.

 ¿De dónde?, ¿quién era?

Era un profesor de Ecología increíble, que falleció hace muy poco, Oliver P. Pearson. Pearson era de California y cuando hicieron el anuncio para trabajar acá él dijo “yo quiero”. ¡Y no hablaba una papa de español! Había estado antes en Perú en la alta montaña estudiando ecología de vi­cuñas. El profesor y la persona más amorosa, el docente dedicado, el in­vestigador nato, construía aparatitos simples con latitas, con la mano, que medían cualquier cosa. Fue el único que en toda la carrera nos dijo: “Ustedes son un grupo de estudiantes increíble. A mí nunca me pasó. Yo di clases en California y nunca vi chicos tan interesados como ustedes”. Oliver nos estimulaba. De cualquier modo era muy distinto en esos años, y es impo­sible explicar a los chicos de ahora lo que fue en realidad porque eso no está en su imaginario, en la percepción actual de la gente joven. Todos los que estaban acá, con los que yo tenía contacto, contacto-contacto, se fue­ron, todos, salvo algunos pocos. Y no hablemos ya de nuestros profesores. Hablo de los que fuimos estudiantes en los 60 en Exactas. Y nadie hizo nada para que volviéramos. Carlos Bernstein ahora vive en Lyon, Francia; Silvia Braslavsky se fue al Max Planck en Alemania;  Eugenia Kalnay está en Estados Unidos; Tomi Gergely trabaja en Washington. A Epstein le acaban de dar acá el premio Raíces porque está en vinculación, pero vive en Lyon. Rubén Pasmanter, ¿dónde vive? en Amsterdam. Claudio Benski, que falleció, estaba en Francia también. Tonica Muñoz, coordinadora de Biotecnología de la ORT en Río de Janeiro. Hugo Malajovich, director de la organización ORT en Brasil, tampoco vol­vió. ¡Toda gente que descolló afuera pero de una manera tremenda y que nunca volvió! ¡Qué tremendo desperdicio! Nosotros fuimos formados en una escuela de erudición increíble pero no nos dábamos cuenta. Y aunque digan lo que digan, que el que no volvió es porque no quiso, yo la historia esa no me la creo. La gente mía no está en la Facultad. Porque además, la que se quedó en el país se tuvo que ir de Exactas. Yo me acuerdo de todos mis compañeros, puedo hacerte una lista de memoria. Marta Sierra, botánica que trabajaba en el INTA cuando fue secuestrada, torturada y desaparecida en los setenta. Su hijo hizo "M", una película sobre ella.

Hacia 1973 hubo un amago de regreso de alguna gente, pero en general el sectarismo prevalecía en quiénes sí y quiénes no, y duró apenas un año, en que regresó lo peor del fascismo a nivel nacional (Ivanissevich, Ottalagano) y nuevamente Zardini a la Facultad… Este perso­naje había sido el Secretario de la Facultad de la intervención en el 66. 

¿Por qué?

Porque no les dieron nunca más un cargo, hasta 18 años des­pués y a cuenta gotas, ¿entendés? Hacia 1973 hubo un amago de regreso de alguna gente, pero en general el sectarismo prevalecía en quiénes sí y quiénes no, y duró apenas un año, en que regresó lo peor del fascismo a nivel nacional (Ivanissevich, Ottalagano) y nuevamente Zardini a la Facultad… Este perso­naje había sido el Secretario de la Facultad de la intervención en el 66. De allí en adelante los grupos que dirigieron la Facultad nunca más dejaron que en­trara de nuevo masivamente la gente que había renunciado en el 66 ni los que se graduaron en aquellas épocas. Hubo un momento en que podría haberse hecho algo. Fue con el advenimiento de la democracia. Pero la tremenda e injusta decisión en Exactas fue la de convalidar unos amañados concursos apresurados realizados a finales de la dictadura…, con lo cual no hubo posibilidad de recambio. La mayoría de la gente que en los 60 se fue al exterior, si regresó lo hizo en otras instituciones, no a Exactas, salvo por algunos profesores de renombre. Lo mismo con aquellos que se quedaron en el país, debieron buscar otros lugares de trabajo.

Beatriz Goldstein, por ejemplo, que en los 60, 70 puso la primera escuela-taller de Ciencias en la Argentina, que se llamó Eureka, quedó vedada y vetada para cualquier concurso. Nené Di Pace se fue y tam­poco consiguió cargos cuando volvió. Héctor Terenzi era mi profesor de Zoología, nunca más volvió porque acá no conseguía nada. La cantidad de geólogos con Félix Bonorino a la cabeza, y Marcelo Lipmann, y Mabel Costa, y Rubén Cucchi, y Rogelio Clayton, y Romeo Greco, y los Calvelo y Pedro Ulbricht y… la gente me dice: Ah, Pablo, no te podés quedar con el pasado. No me quedo en el pasado, pero nunca más Exactas volvió a ser lo que era. Todo lo que pasó, y que me pasó a mí también, ¡soy una muestra viva!

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En el vagón. Campamento Químico 1962-1963. Foto Ricardo Sanguinetti.

¿Vos cuándo te recibiste?

Yo me recibí en el 66 con la última materia, posterior a la Noche de los Bastones Largos. Siempre me preguntan: ¿Vos estuviste en la Noche de los Bastones Largos?. Sí, estuve esa Noche de los Bastones Largos en Perú 222. Estaba la asamblea y allí estaba todo el mundo; con una amiga, Aída Colma, dijimos: Che, ¿vamos a comernos un sándwich? Eran como las 12 de la no­che, un hambre, un ragú, y nos fuimos a avenida de Mayo, comimos unas pizzas, cervecita, charlamos, y cuando volvimos ya había pasado todo lo que pasó. ¡No lo podíamos creer! Estaban las puertas batientes de Perú 222, alguna poca gente afuera que nos contaba lo que había pasado y con Aída nos volvimos a la misma cervecería de avenida de Mayo a hacer las listas de toda la gente que recordábamos que estaba adentro de la Facu, porque luego de golpear a todos salvajemente se los habían llevado en cana. Y empezar entonces a hacer las ca­denas de teléfonos para que los papás o familiares supieran que a su hijo se lo habían llevado, averiguando a qué comisarías, que esto y que lo otro. A Rubén le partieron la cara, y ahora está en Amsterdam. Estaba Guillermo Bomchil, quí­mico que vive en Francia. A la hermana, a Alicia, le habían partido la frente con un tubo de una escopeta lanzagases. Y los que nos salvamos de esa, nos ocupa­mos de la gente. A mí particularmente me tocó ocuparme de Carlitos Bernstein. Esa noche habían tirado gases lacrimógenos sobre la gente, él no se dio cuenta y una le cayó encima, y el líquido se le fue evaporando hacia los ojos. Estuvo toda la noche en cana con ese líquido en la ropa y se le quemaron las córneas; salió ciego. Y después la debacle completa: la mayoría de los profesores y docentes renunciados o echados. Imaginate: me falta una materia, la Facultad cerrada, 22 años, ¿qué hago? Entonces me dijeron que lo fuera a ver a Manuel Sadosky, que era el vicedecano, a su departamento de la calle Paraguay, donde oficiaba casi una secretaría paralela. Yo había cursado una materia con él, junto con 200 alumnos, y pensé que no se iba a acordar. Pero me atendió, me escuchó y me hizo una carta manuscrita para la embajada de Francia dando testimonio de mi rendimiento. La carta decía: "Este joven va a ser algún día un gran biólogo marino de la Argentina".

Eso te ayudó mucho, me imagino.

Sí, me dieron una beca de asistencia técnica para hacer un posgrado en Marsella. Al final, igual antes pude obtener mi licenciatura en Biología. Abrieron las puertas de la Facultad a los tres meses de clausurada. Me fal­taba cursar una única materia, Fisiología Animal, pero el profesor Héctor Maldonado había renunciado. El doctor Víctor Angelescu, con quien había hecho trabajo voluntario en el Instituto de Biología Marina de Mar del Plata en 1962, que permaneció en el cargo, me dijo: Si cambia la materia, yo le tomo, y nos tomó libres a cuatro de nosotros la materia Biología Pesquera y nos pudimos recibir.

¿Y te fuiste a Francia?

No, me fui a Dinamarca. Obtuve una beca de Unesco para hacer una pasantía de seis meses en la Universidad de Copenhague y me fui allá, donde tuve el privilegio increíble de estudiar con Gunnar Thorson, especialista ab­soluto en la reproducción de caracoles. Luego volví porque me había sa­lido la beca de iniciación del Conicet para ir a trabajar a Mar del Plata, al Instituto de Biología Marina, que más tarde la segunda, tercera o cuarta dictadura disolvió. El IBM era interuniversitario, fue uno de los más impor­tantes centros de investigación marina en Latinoamérica en la época; e ima­ginate que íbamos a hacer investigación pibes de todos lados, allí hice a mis amigos de La Plata, de Bahía, de Uruguay, de Brasil, chilenos, venezolanos…

Un día de mayo de 1975 secuestran a mi decana en la Universidad Católica, Coca (María del Carmen) Maggi. A pocos días del golpe del 76 la encuentran con dos balazos en la cabeza por el lado de Chapadmalal… El Aula Magna de la Universidad Nacional de Mar del Plata lleva hoy su nom­bre. Ese mismo día nos vienen a ver los chicos de la facultad. Me dijeron: "Pablo, te tenés que ir". 

¿Y vos de ahí cuándo te vas?

Yo me quedo en Mar del Plata desde el 67 hasta el 75, cuando me pro­híben la entrada al IBM. Apasionado por lo que hacía, ¡apasionado! En el 73 Cámpora asume como presidente y hubo una gran efervescencia. Yo daba cla­ses de Biología en la Universidad Católica de Mar del Plata y en el 73 siendo el jefe del Departamento de Biología había comenzado a armar una carrera de Biología orientada a la Biología Pesquera. Paralelamente una banda de la Triple A, armada con ametralladoras, irrumpe, toma y se instala en el IBM. Desde Buenos Aires, Zardini, con la ayuda de algunos del IBM, arma una lista de investigadores para ser echados. Al mismo tiempo el Conicet, que es­taba intervenido, me rechaza el último informe anual de actividades, el que contenía el manuscrito de mi tesis doctoral (con dos informes desaprobados consecutivos, te echaban…). Era como que todo se me iba cerrando…

Un día de mayo de 1975 secuestran a mi decana en la Universidad Católica, Coca (María del Carmen) Maggi. A pocos días del golpe del 76 la encuentran con dos balazos en la cabeza por el lado de Chapadmalal… El Aula Magna de la Universidad Nacional de Mar del Plata lleva hoy su nom­bre. Ese mismo día a los jefes de departamento nos vienen a ver los chicos de la facultad. Me dijeron: "Pablo, te tenés que ir". ¿Y adónde me iba a ir? Yo tenía 30 años, dos hijas, y una más en camino. Pero en dos horas nos fuimos.

 ¿En dos horas?

Sí. Yo tenía entonces un Fiat 1500 donde metimos todo lo que pudi­mos. Le di al vecino mi gata, al otro vecino el canario, y nos fuimos, mis hijas y mi mujer con la panza de siete meses, a Buenos Aires. Y allá, un querido amigo mío de esa época y de antes y de todas, Mario Bronfman, me dice: "A ver Pablo, ¿entendés que te tenés que ir del país?"; y me prestó plata para viajar a buscar trabajo. Te estoy hablando de un año antes del golpe, porque acá pareciera que pasa todo desde el golpe, pero no fue así. Es difícil de ex­plicar que las personas quedábamos atrapadas en los fuegos cruzados de las tendencias en pugna en ese momento, de las que no teníamos arte ni parte.

¿Dónde se ubicaron en Buenos Aires?

Primero en lo de mi suegra unos días, pero ahí no entrábamos con las chicas e íbamos a tener otra. Además, yo tenía que tener un lugar donde tra­bajar, porque si no, no cobraba. Yo había entrado a la carrera de Investigador del Conicet en 1971. Así que me fui al Museo Argentino de Ciencias Naturales a pedir lugar de trabajo, y me lo dieron por tres meses. Así entré al Museo, terminé varios papers en tres meses y después nos fuimos a Venezuela.

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A la derecha Raúl Gagliardi. 29 de julio de 1966. (Fotógrafo anónimo)

¿Cómo produjiste así, en ese tiempo y en esas condiciones?

No sé, sería por necesidad ante el dolor de haber tenido que dejar, lue­go de nueve años, mi Instituto, mi ciudad, mis amigos, mis bichos... y para no volverme loco. Todas mis cosas quedaron en mi pequeño laboratorio de Mar del Plata, y dos colegas y amigos pudieron sacar algunas carpetas con datos de varios trabajos que estaba haciendo. Lo que no fue salvado, es decir todo lo demás, incluyendo muestras en préstamo de museos extranjeros, colecciones biológicas en estudio, documentos, fotografías de trabajo, todo, fue a parar a la basura… En el Museo encontré excelentes colecciones, y me las puse a estudiar y terminar esos trabajos. Y el 1 de septiembre del 75 me fui para Caracas, y para mí fue un oasis maravilloso. Amo Venezuela. Cuando en los años 82, 83, 84, los argentinos, que había muchísimos, empezaron a volver para acá, yo me quedé en Caracas.

¿Por qué Venezuela?

Porque fue el primer lugar donde conseguí trabajo, en una de las universidades nuevas. Me tocó la más espectacular y de mayor excelen­cia, la Universidad Simón Bolívar: un campus verde a quince minutos de Caracas, un valle hermoso con gente súper. Así que yo me afinqué, armé un laboratorio, participé en la creación de la carrera de Biología, daba cla­ses, armamos una Estación de Ciencias Marinas en un lugar paradisíaco y crecí mucho como persona y profesionalmente. Me tocó hacer de jefe de Departamento, director de Instituto, delegado al Consejo Directivo, mi grupo ganaba premios de investigación… Fue un período muy fecundo, donde me sentí no tolerado en mis diferencias sino estimulado al máximo en mis capacidades… ¡Y me encantaba el clima!

 ¿Y cómo volviste?

En el 85 me había divorciado y en el 89 mi ex regresó con mis tres hijas a Buenos Aires, así que me vine también para acá con un año sabático pero me agarró la debacle del alfonsinismo, y… Carlos Saúl, ¡ni loco! Me volví para Caracas. Claro que viajaba muchísimo y me llevaba a mis hijas para allá cada vez que podía. Y en el 95 volví a tener un año sabático, y también me vine para acá y pedí reingresar al Conicet.

Entonces volviste y te quedaste. ¿Cómo fue?

Toda una saga. Mandé mis papeles para reinsertarme al Conicet a tra­vés de un programa de repatriación que se llamaba Procitec. Cuando me fui de Mar del Plata, en Conicet me dieron una licencia sin goce de sueldo por un año. Pero después, cuando vino el golpe en el 76 me metieron en una lista de 90 científicos, y me echaron por “razones de seguridad”, estando ya afuera, pero no acepté la indemnización para no convalidar mi despido. Pero eso no me sirvió para nada. Me admiten en la carrera de Investigador, pero como nuevo. Había que pedir ingreso, no reingreso. Imposible volver a tomar mi cargo en carrera…

Investigador sin trayectoria.

Alguna sí, pero casi en la misma categoría de la que me habían echa­do. Había hecho investigación afuera todo ese tiempo, profesor titular en Venezuela, en la Universidad de Mar del Plata y Grado 5 en Montevideo, donde ayudé a armar lo que luego fue el Departamento de Oceanografía en el 85. Muy lindo trabajar con los uruguayos. Cuando retorna la democracia en el Uruguay, reponen al rector de la Universidad de la República, a los decanos y profesores cesanteados en los 70 (¡igualito que aquí…!) y con ellos a muchos amigos míos del exilio, entre ellos a Mario Otero y Mario Wschebor, que me piden que los ayude con el Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas y a armar algo en Ciencias del Mar.

¿Y, cómo terminó la saga del Conicet?

Tuve que elevar pedidos por reconocimiento de categoría, por anti­güedad, por labor de formación de recursos humanos… A ver, fácil no fue. Finalmente una comisión ad hoc evaluó por todo lo que mandé, y entonces sí, me pusieron en la categoría de investigador principal, y me fueron con­vocando para participar en cuanta comisión asesora y de evaluación había… Ahora ya hace más de diez años que soy investigador superior. Nunca me otorgaron la antigüedad por los años pasados afuera… ¡y mirá que la peleé!

¿Y a dónde pediste volver?

¡Al Museo Argentino de Ciencias Naturales! A la Facultad no la pisé nunca más desde el año 66, salvo para rendir mi tesis de doctorado en el 75. Y en el Museo lo primero que me pidieron fue que rehiciera la sala de los caracoles. Solicité dinero a la Fundación Antorchas, y es la primera sala re­novada del Museo en tiempos modernos. Y al poco tiempo me vinculé con la gente de la revista Ciencia Hoy, así que también empecé a colaborar ahí… y ahora soy el director, con un grupo de editores bárbaro… Esto es de lo mejor que me ha ocurrido, entre tantas cosas buenas.

Y luego volviste a la Facultad…

Sí. Después de más de treinta años de la Noche de los Bastones Largos… Cuando fue la inauguración de la nueva Sala de Malacología del Museo vino una antigua compañera de la facultad, que era en ese mo­mento jefa del Departamento de Biología en Exactas, y me dijo que por qué no dictaba la materia Invertebrados, que tenían un montón de alumnos y no tenían profesor desde hacía tres años... Y ahí volví. Me contrataron a dedica­ción exclusiva y me dieron un laboratorio bellísimo frente al río. Salí jubila­do a los 65 años. Y en los trece años que estuve, en el “famoso” laboratorio 19 del 4º piso produjimos unos cien papers, cinco libros y diez tesis doctorales.

A mi manera yo me vengué, porque tuve la posibilidad de volver a esos bichos míos, ¡especies que en 25 años nadie tocó! Esos cara­coles que te ponés en la oreja y escuchás el mar, los de Mar del Plata y los que están en nuestro libro, Patagonia submarina. Yo me saqué el gusto, ¿entendés? Dirigí una docena de tesis doctorales desde que volví, hicimos investigación de punta...

Sos conocido como un gran formador de biólogos.

Es que a mí me encanta esto. Yo te voy a decir algo de corazón, los bi­chos marinos de Venezuela son maravillosos, están entre los caracoles más lindos del mundo, los arrecifes de coral, dar clase en un arrecife es increíble. El agua calentita, transparente… Pero, la nostalgia por mis bichos de acá, eso tampoco se puede creer. Porque a mí me echaron cuando estaba en lo mejor de mi carrera de investigador, había descubier­to, por primera vez en el Hemisferio Sur a nivel mundial, el phylum de Diciémidos (unos parásitos del pulpo), modalidades de reproducción de ca­racoles nunca antes registradas, muchas cosas, y me cortaron en lo me­jor, a los 30 años.

Pero a mi manera yo me vengué, porque tuve la posibilidad de volver a esos bichos míos, ¡especies que en veinticinco años nadie tocó! Esos cara­coles que te ponés en la oreja y escuchás el mar, los de Mar del Plata y los que están en nuestro libro, Patagonia submarina. Yo me saqué el gusto, ¿entendés? Dirigí una docena de tesis doctorales desde que volví, hicimos investigación de punta que fue publicada en revistas de primera… Yo por lo menos a eso ya lo tengo cicatrizado. Pude reencontrarme con mis bichos…, y ahora vamos por más, corrimos la frontera del conocimiento estudiando los animales abisales, que viven a tres mil metros de profundidad…

En realidad ese amor por los bichos fue lo que te impulsó desde el principio, pero luego tu carrera se vio…

Y bueno, la vida. Yo en Venezuela me tuve que poner a trabajar en el impacto ambiental de una planta termoeléctrica, porque en la Universidad hicimos un proyecto y salió una millonada para trabajar ahí en la costa. Tuve que armar un grupo internacional de la nada, no conocía nada… Y en Venezuela hicimos también unos descubrimientos increíbles…

Contanos uno…

Te cuento. Yo llego el 1 de septiembre del 75 y el 16 de septiembre realicé mi primer muestreo frente a la estación biológica marina de la USB. Encontré unos caracolitos preciosos, y así empecé a estudiar su reproduc­ción. Luego nos embarcamos en barcos de arrastre y aluciné con esas es­pecies tropicales. A los tres años tengo la oportunidad de ir a los Estados Unidos a un congreso de Malacología y me llevo en una cajita un montón de caracoles para identificar, porque no me coincidían con los catálogos que yo tenía del Caribe y no podía publicar su biología sin saber sus nombres… Entonces fui al American Museum of Natural History, en Nueva York, don­de me recibió el curador, el doctor William Old. Le muestro los caracoles, los examina y no encontramos en la colección de especies vivientes nada semejante. Me dice: “Pero, a ver, explíqueme ¿de qué depósito son estos ca­racoles?”, y entonces le vuelvo a explicar en mi pobre inglés: “No, de ningún depósito fósil. Yo trabajo en Venezuela y los recolectamos en el mar y los tenemos vivos en acuarios, donde yo estudio su biología”. Y ahí, sorprendi­do, me dice: “Venga conmigo. Yo le voy a mostrar dónde están sus bichos”. Entonces me lleva a una sala dentro del American Museum y me dice: “Mire, acá están sus caracoles”. Y yo miro y le digo: “Pero este es el Departamento de Paleontología…”. ¡Habíamos descubierto, mirá que caí allí como Mary Poppins, como todo, por casualidad, un grupo de especies relicto dadas por extintas al terminar el mioceno, hace unos dos millones de años! ¡Y yo estu­diando sus formas de reproducción! El Pacífico y el Caribe eran un mismo mar. Cuando se levanta el puente pleistocénico queda cerrada la comunica­ción y entonces empieza a calentarse el Caribe, unos grados por encima de la temperatura del Pacífico… y sobreviene una tremenda extinción de especies; casi el 80 por ciento de las especies de caracoles se extinguen… ¡Ja! Menos en algu­nos bolsones costeros del sur del Caribe donde la temperatura permaneció más fría, por fenómenos de surgencia de aguas profundas hacia la superfi­cie. Y, ¿qué hay al sur del Caribe? ¡Venezuela!

Sos de todo Penchaszadeh, has hecho de todo. Sos una especie de Paul McCartney de la Biología.

No, no digas así, para nada… por eso yo te digo: soy una muestra de lo que éramos. A nosotros nos pasaron por encima con una aplanadora. Y tuvimos suerte, porque después además nos mataban.

   

Notas

  • 1. "Presentación", del libro Exactas Exiliada, compilado por Pablo Penchaszadeh, Editorial Eudeba, primera edición, julio de 2016. 
  • 2. Extracto de la entrevista a Pablo Penchaszadeh, publicada en el libro mencionado, realizada por Sebastián Barbosa, biólogo de la UBA. 
  • * Las fotografías pertenecen al libro mencionado. 

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