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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

11/03/2016

Entrevista a Mónica Hasenberg

El archivo de la buena memoria

Su padre alemán era fotógrafo, ella misma tomó fotos toda la vida. Pero comenzó a tomárselo en serio el día en que conoció a una monja de avanzada. Y mucho más cuando comenzó a registrar en plena dictadura la lucha de los organismos de Derechos Humanos. Fotos de personas “que no son puntitos”; fotos que preguntan “si lo importante es el yo, o yo con el otro”.

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Marcha de la resistencia, 1981. Archivo Hasenberg-Quaretti

Creció al lado de una cámara de fotos. Supo del valor del laboratorio y de tener un archivo desde que tiene memoria. En 1972, cuando su padre –el fotógrafo alemán Werner Hasenberg- murió, tomó la posta. Y desde entonces casi, casi, no paró. Hoy Mónica Hasenberg reparte su tiempo –esto incluye días y noches- digitalizando y reparando las fotos que tomó junto su marido Brenno Quaretti en los años 80. Unos 45 mil negativos, sólo contando desde 1979 a 1989.

Pero para llegar hasta acá, el camino fue largo y arbitrario.

Lo más arbitrario vino de la mano de una monja arriba de un taxi, que manejaba un cuñado. La mujer vio una foto familiar tomada por Brenno que colgaba del retrovisor y le gustó. “Necesito un fotógrafo para una revista”, le dijo al chofer y le dejó una tarjeta.

La pareja hasta entonces hacía fotos publicitarias, pero además era atea. Lo de la monja no le entusiasmaba nada a Brenno. Pero su compañera, en ese momento mamá de dos niñitos, lo envalentonó con un argumento contundente: con ese salario podrían pagar el alquiler.

Lo que resultó de eso fue una suerte de la vida: la monja con ojo era Elena Oschiro, una ex budista que estaba al frente de la revista Familia cristiana, en ese entonces muy volcada hacia la Teología de la Liberación. “Fue muy particular ese trabajo y fue lo que nos puso en contacto con los Derechos Humanos”, dice Hasenberg, en su casa del barrio porteño de Almagro.

La primera foto que tiene registrada con fecha es de octubre de 1979. Debe haber centenares sacadas antes de ese momento, pero no todos los negativos fueron a parar a los cajones que hacían de fichero caótico.

“A partir de ese momento comenzó nuestro acercamiento a las Madres y empezamos a ir todos los jueves a las marchas. Sacábamos pocas fotos, algunas de atrás para que nos se les viera las caras. Sólo tomábamos fotos de frente cuando las marchas eran grandes. Así comenzó la militancia: tomando fotos que no publicábamos y que sólo hacíamos para un registro nuestro”.

Pero el archivo no es solo de las Madres. “Cubre la vida de este país durante los años 80”, define la fotógrafa, que con su Archivo Hasenberg- Queretti busca mantener en alto la memoria.

“Para mi la fotografía es un manera de mostrar la vida, de no perder la memoria y de poder interpretar la historia”, dice y profundiza: “Hay fotos que necesitan un texto, otras por ahí no. Pienso en la imagen dramática de “El niño del buitre”, por ejemplo. Lo que sí creo es que la foto necesita de una acción. En dónde publicás o cómo publicás, no da lo mismo. Por eso es tan peligroso nuestro trabajo para medios que no nos representan ideológicamente: una foto puede decir muchas cosas”. 

El archivo de la buena memoria- Revista Haroldo
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Marcha CGTRA, 30 de marzo 1982. Archivo Hasenberg-Quaretti

La otra cosa que la desvela es identificar a las personas que están en sus fotos históricas. “No son puntitos, son personas”, refuerza. El represor Raúl Guglienminetti custodiando al presidente Ricardo Alfonsín en uno de sus primeros desfiles no es un puntito que no se ve. Pero la desvela igual. “¿Qué pasa con eso? Por supuesto que la historia te cuenta que fue su custodio, pero cuando lo ves te lo trae como un cachetazo. No te olvidás. Ese es el valor de la foto”.

Con ese sentido, de traer como cachetazo o como abrazo la historia, armó una muestra itinerante. Son lonas vinílicas gigantes que se enrollan y caben en un auto. “Está hecha así para poder trasladarla a todos partes y si se lastiman no es problema. Y son tan grandes porque me gusta la idea de que a todas esas personas que están en la imagen se les vea la cara”.

En 1985, los cajones eran un bodrio endemoniado. Les pedían fotos y no había cómo encontrarlas. “Era un triunfo dar con algo”, dice. Entonces, laboriosamente comenzó a poner los negativos en carpetas, que hoy están en un gran placard de su escritorio.

Gastó fortunas en el papel necesario para que los negativos quedaran resguardados. Igual, el paso del tiempo hizo lo suyo y muchos están rayados y con hongos. O ambos daños a la vez.

Las primeras cien fotos que digitalizó fueron gracias al Instituto Espacio para la Memoria y a un escaner del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos.

En 2004, en lugar de comprarse una cámara digital, se compró el aparato milagroso. Empezó a digitalizar la carpeta titulada “Derechos Humanos”. “Porque tenía que ver con nuestra historia”. Eso le lleva miles de horas. Cada rayita significa un laborioso trabajo de corrección. Cada hongo, lo mismo. Pero por encima de toda esa técnica está el placer de mirar. De reconocer caras, gestos, momentos. Un cartel de publicidad puede ser el disparador para saber en qué fecha pudo haber sido tomada. “Éramos tantos, tanta gente movilizada”, dice mirando una foto con una multitud en la Plaza de Mayo, pero que aún no pudo catalogar como corresponde.

En su muestra, hay una foto tomada el 8 de marzo de 1984. El primer Día Internacional de la Mujer en Democracia. Los artistas hicieron un homenaje a las Madres de Plaza de Mayo. La imagen muestra a un grupo de Madres y a unas niñas sentadas en el piso. Una de ellas lleva un cartel: Avelino Freitas.

Cuando la eligió para su muestra, quiso saber quién era Avelino. “Es el primer trabajador desaparecido de Molinos Río de La Plata. Entonces quise saber quiénes eran esas mujeres”, cuenta sobre la historia de la foto que la llevó a buscar y conocer a Natalia Freitas, una de las nenas que está sentada en el piso.

Lo que vino después es historia de pura emoción para ella y también para la familia Freitas, a la que el Centro Cultural de la Cooperación homenajeó cuando se inauguró la muestra “La resistencia popular: Madres de Plaza de Mayo” de Hasenberg, el pasado 23 de febrero, pero que desde el 13 de marzo sigue su derrotero por plazas, escuelas, universidades.

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Marcha Paz Pan y Trabajo - San Cayetano, 7 de noviembre de 1981. Archivo Hasenberg-Quaretti

La muestra itinerante tiene una dinámica propia en cada lugar donde se presenta. Desde hace un tiempo, junto a las gigantografías, nació un siluetazo resignificado. Ya no son las siluetas vacías que idearon Rodolfo Aguerreberry, Julio Flores y Guillermo Kexel en aquel proyecto colectivo de 1983. Ahora las siluetas están llenas de caras, frases. “Llenas de lucha”, explica la fotógrafa, que para esa intervención ofrece sus propias fotos, que las personas recortan y pegan en un collage que resulta pura vida.

“La experiencia más impresionante fue la que hicimos en la Iglesia de la Santa Cruz, con las doce siluetas de sus  desaparecidos. Fue emocionante ver a toda esa gente tirada en el piso trabajando colectivamente. Es muy fuerte que tus fotos circulen de esta manera”, resume.

Ahora, a unos días de conmemorar el 40 aniversario del Golpe de Estado, que inició la dictadura cívico-militar más cruenta de la historia argentina, una parte del Archivo Hasenberg-Quaretti está abierto para quien lo requiera. “Es un grupo de fotos preparadas para imprimir y otras para fotocopiar, que envío con todas las indicaciones necesarias. Tengo decenas de pedidos, muchísimas escuelas del interior interesadas. Lo que les pido es que me devuelvan fotos de la actividad que realizaron. ¿Qué voy a hacer con eso? Romper el silencio”.

Entre las decenas de actividades que tiene programadas de acá al 24 de marzo, hay una que la entusiasma mucho: el trabajo de los chicos en las escuelas. No es que ésta sea la primera vez que los niños se arrodillen en el piso a recortar figuras y rellenar siluetas, con su muestra como telón de fondo. Sólo que en esta oportunidad, el 23 de marzo, en la plaza de Apolinario Figueroa y Avenida San Martín, los pibes de 6º y 7º del distrito escolar con la ayuda de sus profesores harán entre todos un nuevo siluetazo recargado y resignificado. "Maravilloso", califica. 

Hasenberg hace todo esto porque no quiere que nos distraigamos de nuestra historia. “Esto nos pasó. Es lo que vivimos y tenemos que tenerlo vivo todos los días. Más que de ideología yo hablo de humanismo. Yo tengo mi ideología y la aplico en todo lo que hago, pero lo que más me preocupa es lo que humanamente te lleva a decidir como vivís: si lo importante es el yo o yo con el otro. Ahí está la clave”.

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