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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

22/03/2018

La memoria en primera persona

No ha escrito demasiado sobre su familia diezmada por el Terrorismo de Estado. Su padre, sus hermanos y sus parejas están desaparecidos. No sabe cómo convivió con ese dolor. Lo que sí sabe es que después de tanta miseria humana, el pueblo argentino se merece otra cosa. Por eso el autor de esta columna, periodista de Página 12, convoca: El 24, todos a la Plaza.

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Laura Bonaparte, integrante de Madres de Plaza de Mayo

Como viejo periodista detesto la primera persona y no la uso casi nunca. Y aunque algunos piensen que debería haber hecho todo lo contrario, tampoco he escrito mucho sobre mi familia. Por varias razones. Pero como Haroldo se comunicó conmigo por las fotografías de mis hermanos y mi madre que colgué en Facebook, decidí trasgredir esa costumbre o decisión o lo que sea. Mi familia fue muy golpeada por la represión. Mis tres hermanos, sus compañeros y compañeras y mi padre fueron secuestrados y desaparecidos durante la dictadura. Sobrevivimos un hijo de cada uno de mis hermanos, mi madre y yo y la familia que había empezado a construir.

Mis hermanos Irene, Noni y Víctor, sus parejas Mario, Cacho y Jacinta, y mi padre Santiago son las ausencias que debemos sobrellevar sus sobrevivientes. Se han escrito libros sobre mis hermanos y sobre mi madre y también se han escrito notas en algunos periódicos y revistas, entre ellas una contratapa que escribí hace muchos años en Página 12 y por la cual me otorgaron el Premio Latinoamericano de Periodismo, José Martí. https://www.pagina12.com.ar/2001/01-04/01-04-22/pag17.htm

La dimensión del dolor es tanta como la que pueda sentir un ser humano. Vi a mi madre luchar contra el dolor como un San Jorge contra el dragón. La vi sublimarlo hasta un punto que le permitiera convertirlo en su militancia en los derechos humanos y en las Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora. No sé cómo pudo hacerlo, igual que las otras Madres, pero tuvo un costo en su salud, la fue desgastando hasta el final. Siempre que le hacían un homenaje ella decía que lo que menos hubiera querido en su vida era ser Madre de Plaza de Mayo.

Mis hermanos eran militantes del ERP, con diferentes niveles de compromiso. Como yo era peronista, discutíamos bastante. Siempre discutimos, desde chicos. Éramos insoportables, destripamos todas las cerraduras de la casa para espiar los cuartos, masticábamos la comida hasta hacer una pasta que después usábamos para una guerra con tenedores o para tirarla al techo, nos disfrazábamos en todos los carnavales y teníamos muchos amigos y compinches en el barrio de Morón y después en Castelar, donde vivimos. Nos íbamos de vacaciones en una estanciera roja y blanca y siempre en carpa a la Villa Gesell despoblada de los principios, a las Toninas o Valeria del Mar. En la parrilla de la estanciera mi viejo llevaba un gran colchón que era su única condición para aceptar vacacionar en carpa. Los dos más grandes éramos buenos alumnos, a los dos más chicos les costaba más. Mi viejo era socialista y, como bioquímico, era socio en una farmacia en el centro de Morón, un universo de obreros peronistas, un potente centro industrial cuyas fábricas inmensas como La Cantábrica o Textil Oeste, fueron cayendo gobierno tras gobierno.

Durante la militancia, yo los entendía y sentía como ellos. Y discutimos bastante cuando salí del país. Les pedí que salieran conmigo. Se los volví a pedir en la carta que les escribí cuando mataron a Noni en Monte Chingolo. Noni era muy inteligente y muy valiente. Tenía un carácter fuerte. Irene y Víctor tenían un corazón muy grande. La muerte de Noni pesó en su decisión de quedarse y después en julio del 76 una patota que buscaba a Víctor secuestró al viejo. Después de eso, Víctor no se iba a ir. Y yo, desde fuera, busqué la forma de volver al país ciego por la bronca, pero por razones ajenas a mí, la vuelta se fue postergando hasta que fue evidente que se trataba de una locura.

Irenita y Víctor fueron secuestrados entre mayo y junio de 1977. Fue la última caída del PRT, lo último que les quedaba. Suponemos que fueron llevados al campo de concentración de Campo de Mayo, donde fueron vistos varios de sus compañeros.

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Irene, Noni y Víctor, junto con un compañero del secundario, Carlitos Spattaro. Los cuatro están desaparecidos. 

Al hablar de ese tiempo, yo tampoco entiendo cómo pude seguir. No lo entiendo. Tengo una explicación: yo los entendía desde la militancia y los respetaba. Y por otro lado, los chicos que habían sobrevivido, mis hijos y mis sobrinos, no me dejaban bajar los brazos. Cuando reventé, literalmente como un sapo, con dos embolias pulmonares, estaba desesperado pensando que mis hijos se quedaban solos con la madre en un país donde no teníamos red. Y hacía todo lo que podía en solidaridad con los que llegaban y en la denuncia periodística. Eso fue desde el primer día de exilio en Venezuela, en Panamá y en México, donde uno de mis primeros trabajos fue fundar la revista América Latina: Derechos Humanos, que publicaba el CenCoS, un organismo similar al Serpaj.

Mi madre viajaba en ese momento como observadora de Amnistía Internacional en los campos de refugiados de El Salvador y Guatemala y con la ayuda de sus compañeras feministas y un heroico capitán de Aerolíneas Argentinas del que nunca supe su nombre, pudimos sacar de Argentina a Huguito, el hijo de Noni, y llevarlo a México.

Uno se resigna ante el peso de esa historia porque no hay forma de darla vuelta. Pero siempre traté de que no me ahogara y me sacara las riendas de la mano. Igual, la marca es inevitable. Pude hacer mi propia vida reivindicando esa historia. Me importó tres pepinos si eso me limitaba profesionalmente. Soy lo que soy y estoy orgulloso de mis hermanos aunque hubiera querido que me acompañaran a lo largo de la vida. Cada tanto pienso en eso.

En estos días, con este gobierno que integran muchos que vienen de un sector de la sociedad que impulsó el golpe del '76, empecé a ver fotos familiares y a colgarlas en Facebook, algo que antes hacía siempre mi vieja, con sus carteles en las marchas.

Después de tanto dolor, de tanta miseria humana, el pueblo argentino se merece otra cosa. Y cada 24 de marzo se abre una ventana para que la consiga en su capacidad de lucha y solidaridad, los valores que estaban en el corazón de mis hermanos, de mi padre y de los compañeros desaparecidos. Por eso en todos los epígrafes puse: El 24, todos a la Plaza.

*Luis Bruschtein es columnista del diario Página 12

*Laura Bonaparte murió el 23 de junio de 2013

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