05/12/2015
A mí papá le decían “Verdura” en la zona sur, se lo llevaron en Larrea y French, en Capital, junto a dos compañeros de la fábrica Molinos Río de la Plata, él era el responsable de los compañeros Espíndola y Salazar.
Mi papá empezó a militar en 1968 en una agrupación y, en 1970 creo, se fue a Montoneros con la Agrupación 17 de Octubre. A él y a otros compañeros la organización les pidió que vayan a trabajar a Molinos Río de la Plata, entre ellos estaba también mi padrino, Alberto, se insertaron y comenzaron a empujar la lucha gremial en la fábrica. Eran jornadas de dieciséis horas por día, no tenían vestuarios, no se respetaban las escalas salariales y había otra serie de abusos de parte de la empresa, así que encararon la lucha. Los que eran delegados en Molinos afuera de la empresa estaban bajo la responsabilidad de mi papá; y por compañeros suyos supe que él era un cuadro importante de Montoneros.
Muchas veces por decisión de la organización nos tuvimos que mudar con toda la familia, mi mamá, mi papá y nosotros que somos diez hermanos, yo soy el menor. En un momento vivimos en Burzaco, pero después vinimos a Solano, Quilmes; fue cuando mi papá empezó en Molinos, en Avellaneda. Con el tiempo la empresa se dio cuenta de que eran militantes, a mi papá lo echaron en 1974, diciéndole que se tenía que ir junto a los demás compañeros.
En esa época mataron a una compañera de la Agrupación Evita que iba a ser comadre de mi papá, Liliana Ivanoff. La secuestraron y apareció asesinada en el barrio, y entonces mi papá pasó a la clandestinidad y empezó a acompañar a Paco Urondo que estaba en el diario Noticias. Pero la organización no quiso que se quedara en Solano y nos mudamos a Villa Corina, en Avellaneda; mis hermanos más grandes se acuerdan de que a papá lo golpeó mucho eso, era un tipo muy duro, pero cuando se tuvo que ir de Solano lloraba.
Mi papá no estaba, había ido a encontrarse con un compañero. Los bajaron a todos del departamento, pero a mi hermano y a Salazar se los llevaron. A Espíndola lo hicieron quedar en la puerta del edificio, cuando mi viejo llegó preguntó qué pasaba y le dijeron que había un operativo y vio aparecer a los milicos que habían copado todo. Mi papá empezó a correr gritando “mi hijo”, por mi hermano, y ahí empezaron a salir autos de todos lados.
El 1 de julio de 1976 cayó uno de los delegados que vivía a tres cuadras de casa, Avelino Atenor Fleitas. Yo nací al día siguiente, el 2 de julio, y el 6 de diciembre de ese año cayó mi viejo. Recién después de 34 años mi hermano, Fernando, pudo dar testimonio de cómo fue todo, él tenía 15 años y estaba con mi papá cuando lo secuestraron.
Mi padre y los otros dos compañeros habían conseguido trabajo para pintar un departamento porque después de lo de Molinos vivían haciendo changas de pintura y militando. Dice mi hermano que golpearon fuerte la puerta de ese departamento y como la dueña no abrió rápido patearon y la tiraron abajo, la señora empezó a gritar que era la mujer de un militar y los milicos, de uniforme, la callaron de un cachetazo y se ensañaron con Espíndola que tenía 21 años. Mi papá no estaba, había ido a encontrarse con un compañero. Los bajaron a todos del departamento, pero a mi hermano y a Salazar se los llevaron. A Espíndola lo hicieron quedar en la puerta del edificio, cuando mi viejo llegó preguntó qué pasaba y le dijeron que había un operativo y vio aparecer a los milicos que habían copado todo. Mi papá empezó a correr gritando “mi hijo”, por mi hermano, y ahí empezaron a salir autos de todos lados, él corría en zigzag y dicen que respondía disparando también y que se puso detrás de un árbol, no sabemos si estaba herido, entonces los milicos subieron un auto a la vereda y lo atropellaron contra el árbol y se escuchó una detonación, queremos creer que él se pegó el tiro o que, no sé, lo remataron ellos al ver que estaba herido y lo cargaron en el baúl. A mi hermano lo tenían yirando en otro auto y escuchó que dijeron “el pájaro grande cayó”, y los tipos preguntaron “¿qué hacemos con el pibe?” y les contestaron “dejalo”, entonces le dieron un billete para viajar y lo soltaron.
Cuando llegó a mi casa estaban María Pintos Rubio que después la desaparecieron en Quilmes, mi padrino Alberto y otra pareja, cuando mi hermano contó todo, se fueron por si llegaban los milicos.
Me presenté ahí y les dije que no hacía nada, que no militaba, pero que estaba necesitado y que me dieran una mano, que era el hijo de “Verdura”, como lo llamaban a mi papá; estaban en una reunión, se pararon todos, aplaudieron y me abrazaron. Y yo me rompí en llanto. Y bueno, ahí empecé a armar mi historia.
Y bueno… mi hermano mayor tenía 15 años y yo 5 meses, soy el menor de los diez. Mi mamá tenía 39, siempre trabajó y nunca más se volvió a juntar con un hombre, se iba a las ocho de la mañana y volvía a las doce de la noche, trabajaba en tres o cuatro casas de familia que siempre eran las mismas, la de Luis Landriscina, la de Horacio Guaraní, buena gente. Mi mamá murió hace dos años, muy enferma, era hipertensa, le hacían diálisis, era todo lo que padeció, ¿no? En 1975 había fallecido una de mis hermanas, Clarisa, por una epidemia de sarampión; y después fue lo de mi papá.
El único que se ocupó de reconstruir toda la historia de mi papá fui yo. Yo solo, tratando de rearmar mi identidad. Y me siento como nacido en cautiverio, es como que no tengo armada mi propia historia. Hace años que empecé con todo esto, fue cuando nació mi nena, me explotó la cabeza. Yo había renunciado a mi trabajo en una panadería y Alberto, mi padrino, estaba en una agrupación en Quilmes, con muchos compañeros de antes que habían conocido a mi viejo. Me presenté ahí y les dije que no hacía nada, que no militaba, pero que estaba necesitado y que me dieran una mano, que era el hijo de “Verdura”, como lo llamaban a mi papá; estaban en una reunión, se pararon todos, aplaudieron y me abrazaron. Y yo me rompí en llanto. Y bueno, ahí empecé a armar mi historia, primero arranqué con lo personal y después ya me empecé a meter, a sumarme, a militar. La verdad es que yo crecí con una mentira piadosa sobre mi papá, mi hermano Fernando quedó muy traumado. El día del secuestro cuando los milicos lo soltaron, él llegó a casa y cuentan que dijo “cayó Verdura” y nunca más dijo nada. Pudo hablar 34 años después, eso fue así, yo crecí entre mentiras y evasivas.
Nosotros nos quedamos en Villa Corina, en la casa en la que estábamos con mi papá antes de que se lo llevaran, no teníamos otro, toda la familia de mi vieja es de Tucumán, mi abuelo se enteró después de dos meses que había desaparecido mi viejo. Como mi mamá trabajaba de lunes a lunes, a mí me criaron mis hermanas más grandes, tenían 9 años y 7; y mi hermano Fabián empezó a trabajar en la feria de libros de Plaza Italia. Así nos manteníamos.
A mí no me dijeron nada de nada, me contaron que mi papá había muerto de una muerte común, trabajando en pintura, que estaba arriba de una escalera y se había descompensado. Nunca nada, mi vieja quería que yo tuviera una edad acorde como para asimilar la historia, pero todos mis hermanos sabían, además habían vivido la militancia de mi papá, la casa siempre llena de compañeros. Mi mamá no militaba y cuentan mis hermanos que veía llegar a todos los compañeros a casa y le decía a mi papá “¡Uh, estos montoneros de mierda…!” y después terminaba cocinándoles a todos, tallarines, empanadas, ellos le decían la “Gorda de Verdura”, se llamaba Nélida mi mamá. Cuando yo tenía 12 años un vecino que se jactaba de peronista y a las siete de la mañana ponía la Marcha, un día que estaba alcoholizado me preguntó si yo sabía de qué murió mi papá, y le dije que se cayó de una escalera pintando y me contestó que mi papá era subversivo, extremista y que lo mataron los policías y los militares. Yo quedé helado, apenas sabía lo poco que se hablaba en la escuela, esa noche esperé despierto a mi mamá, le pregunté y me dijo la verdad. Primero quedé como si no hubiera pasado nada, pero con el tiempo comencé a entender, a buscar, a leer y me empezó a afectar.
Mi mamá y mi tía lo buscaron dos años por todos lados a mi papá, hicieron habeas corpus, iban a los cuarteles, a la policía, una vez les bajaron los dientes a piñas, les decían que se fueran a cuidar a los hijos que seguro mi papá se había ido con otra prostituta de los Montoneros.Y bueno, mi mamá me contó lo poco que sabía, que papá a las nueve de la noche estaba en casa porque a esa hora se comía.
Yo me separé dos veces, de mi primera mujer tengo la nena, y de otra mujer un varón.
Antes siempre lo veía a mi padrino Alberto, pero nunca me contó nada, él estuvo en el Vesubio, yo recién conocí su testimonio cuando fue a declarar al juicio. Él fue el que me contactó con Patricia Berardi, del Equipo Argentino de Antropología Forense, EAAF, ella me hizo la muestra de sangre. Y ahí empecé con todo, fui a Madres, a Abuelas, ellas me derivaron a un psicólogo de los que trabajan con los familiares, hice seis meses de terapia e ingresé a HIJOS y ahí estoy, sí, en HIJOS de Avellaneda porque es donde vivo. En provincia de Buenos Aires trabajamos mucho desde que están los gobiernos de Néstor y Cristina. Militamos en la reivindicación de compañeros, en nombrar plazas con los nombres de los desaparecidos, en recorrer colegios, ir a los Consejos Escolares, dar testimonio, ubicar a más familiares de compañeros, solidarizarnos con ellos y compartir nuestras historias. Yo sé que todavía hay muchos hijos que, como me pasó a mí, saben poco o nada de lo que pasó con sus padres. Hay que seguir encontrándolos.
* Hijo de Rubén Ramón Mataboni, detenido-desaparecido el 3 de diciembre de 1976.
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