30/11/2023
Generaciones: Hijos e hijas de los 70
La espera que llega a su fin
Por Miguel Santucho
Ilustración Martín Eito
Hace poco más de tres meses se cumplió un deseo que tengo desde chico, un deseo íntimo y recurrente, pero también uno que expresé públicamente y a viva voz en muchas ocasiones. El deseo de abrazar a mi hermano, de saber quién es, de establecer un vínculo con él y tener la posibilidad de quererlo.
Hace poco más de tres meses se cerró un ciclo en mi vida, terminó la búsqueda, la espera sin plazo, la angustia del tiempo. Y de un momento para el otro me siento desbordado de felicidad. Mucho más fuerte por ya no tener que cargar con el peso de la incertidumbre.
Hace poco más de tres meses estamos transitando una seguidilla de momentos y situaciones únicas, que no hay tiempo para procesarlas. Vivencias inolvidables e irrepetibles. La primera videollamada, el reencuentro familiar, el primer abrazo fuerte, visceral, compartido y para siempre. Siguieron los asados, las primeras charlas a solas, conocer a sus dos hijas, las demostraciones de cariño del entorno -constantes y conmovedoras. Por todo eso siento que nos espera hacia delante mucha más belleza y una luminosidad increíble. Siempre que nos vemos nos abrazamos con el corazón, incluso ya nos estamos empezando a cargar y chicanear un poco, síntoma de que nos vamos tomando confianza y juntos transitamos esta nueva etapa.
Hay algunos momentos particularmente significativos que quiero compartir. El primero fue viajar juntos a Roma para reencontrarnos con nuestros hermanos y la familia tana, que allá viven desde que tuvimos que exiliarnos en los años de la dictadura. Indescriptible el abrazo que nos dimos ni bien nos encontramos: nuestros hermanos Cami y Flori se acercaban a la par y Dani se adelantó para saludarlos… pero no sabía a quién abrazar primero. Terminaron enlazados los tres entre lágrimas, risas y una gran emoción. Enseguida tuve el impulso de sumarme a ese abrazo tan lindo, tan nuestro... Fue increíble.
Ilustración: Martín Eito
También una fuerte emoción recorrIó mi cuerpo cuando fuimos con Dani a rendirle homenaje a Cristina, nuestra mamá, el día de su cumpleaños, en el Pozo de Banfield, último centro clandestino donde fue vista y en el que con toda seguridad nació él. Ese día pude dedicarle a ella unas palabras y por primera vez me la imaginé tranquila, feliz por saber que finalmente estábamos todos juntos. Tampoco puedo dejar de recordar la emoción de mi hermano cuando fuimos recibidos por el Papa Francisco. O cuando nos reencontramos con toda la familia en Santiago del Estero. Particularmente significativa fue la primera charla que dimos juntos en Ushuaia. Sentí una gran energía, en un contexto amigable y cuidado. Me vi atravesado por lo imponente de esos paisajes y pude percibir que realmente estábamos escribiendo un nuevo capítulo de nuestra historia en uno de los lugares más increíbles del planeta. Pasaron tantas cosas y tan intensas en estos pocos meses que todavía me cuesta tomar conciencia de lo vivido. Y creo que esto es solo una muestra de lo que nos espera, es apenas el inicio de un largo proceso reparador que recién comienza.
Para llegar hasta este desenlace tuvimos que transitar un largo camino de búsqueda. El mío se puede resumir como un proceso de construcción de identidad que comenzó con el regreso del exilio italiano a los 17 años. Crecí con la mirada puesta en Argentina, necesitaba de alguna manera vincularme con mis orígenes, con mi historia y sobre todo con la figura de mi mamá, una mujer desaparecida que me había engendrado, que me había amamantado, pero de la que no tenía ningún recuerdo. A mi regreso en el año 1993 inicié un largo trabajo de reconstrucción que me llevó a entrevistarme con ex detenidos desaparecidos que habían compartido el cautiverio con ella, visité los centros clandestinos por los que había pasado, y casi sin darme cuenta esa búsqueda personal se fundió en una colectiva y me hizo militante.
Corrían los años noventa y en el país la política oficial nos proponía la reconciliación, dar vuelta la página decían, olvidar el pasado. En la práctica significaba liberar a los condenados y garantizar la impunidad para los culpables. Esta realidad generó en mí un gran espíritu de rebeldía y por suerte no solo en mí: en 1995 se conformó la agrupación H.I.J.O.S. (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio), a la que pertenecí desde febrero del 96 hasta finales del 99. Poco tiempo, pero muy intenso. Me incorporé a la agrupación pocas semanas antes del vigésimo aniversario del golpe, nunca voy a olvidar nuestra presentación en sociedad, la primera aparición en una marcha del 24 de marzo. La plaza de Mayo estaba repleta, sin embargo ante nuestra llegada la gente empezó a abrirnos el paso. Fue muy simbólico. Estábamos ocupando un lugar entre los aplausos de la multitud.
Una vez más en forma colectiva, desde H.I.J.O.S. construimos conciencia contra la impunidad, generamos formas de condena social interpelando a los barrios, en alianza con las organizaciones solidarias presentes en el territorio y nunca resignamos la búsqueda de nuestros hermanos.
Cuando volví a la Argentina en busca de mis propios orígenes, me encontré con muchos vacíos. No solo tenía que darle sentido a la ausencia de mi mamá y de mi hermano, sino que precisaba incorporar a esa ecuación a las víctimas que el Terrorismo de Estado se había cobrado en mi familia paterna, y algo más: había un faltante social. Es decir, mi búsqueda personal estaba estrechamente relacionada con el concepto de los 30.000 desaparecidos y la imagen de los 300 hermanos y hermanas que aún tenemos que encontrar. Gracias a ese compromiso colectivo que fui asumiendo, me di cuenta que no iba a poder darme por satisfecho hasta que se hiciera justicia. Y hasta que encontráramos a todos los hermanos y hermanas que fueron apropiados.
De alguna manera siento que no fue una elección, yo no decidí racionalmente ser un militante o dedicar cada vez más tiempo a la búsqueda, sino que fue consecuencia lógica de tomar conciencia de quién era. Lo primero fue generar las herramientas para emprender esta tarea y me di cuenta de que el testimonio, la palabra en primera persona, el compartir lo que uno siente y lo que uno vivió, es una manera de construir memoria irremplazable. Se trata de transformar una tragedia personal en una experiencia de construcción colectiva. Ahí estaban los ex detenidos con sus invaluables aportes a la construcción de la memoria y la justicia, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo poniendo el cuerpo y la palabra al servicio de la búsqueda, ahí tenía que estar yo también aportando mi granito de arena.
En 2012 mi abuela Nélida falleció sin haber podido abrazar a su nieto. Tampoco pudo recuperar los restos de su hija. En los últimos años de su vida me designó como su sucesor en la búsqueda, me entregó la carpeta con todas sus investigaciones y presentaciones. Y fue en el momento de su partida cuando comprendí que debía dar continuidad a su legado. Hoy soy miembro de la Comisión Directiva de Abuelas de Plaza de Mayo y asumí junto a mis compañeros y compañeras el compromiso de continuar la búsqueda hasta encontrar al último de nuestros hermanos apropiados.
La búsqueda de Daniel fue más solitaria, más difícil quizás. Él tuvo que asumir las dudas, poner en tela de juicio su historia, tomar conciencia de la mentira en la que fue criado. Un elemento clave para entender su audacia son sus hijas, que fueron su verdadera motivación y sostén. Y es justamente esa generación, la de los bisnietos de las Abuelas, a la que actualmente apostamos para que resignifiquen el derecho a la identidad, lo incorporen como un derecho básico y lo difundan en sus códigos y formas de comunicación. Creo que ahí está la clave para encontrar a los que faltan y asegurar que la mentira no siga reproduciéndose de una generación a otra. Este compromiso se alimenta de una gran esperanza y una gran certeza. La esperanza consiste en revertir ese plan sistemático de apropiación de menores que la dictadura quiso imponernos. La certeza es qué estamos haciendo lo correcto.
Para poder dimensionar la importancia de que tiene cada encuentro, hay que empezar por recordar que Abuelas es la primera asociación civil en el mundo en generar las herramientas y la legitimidad necesaria para interpelar a la sociedad sobre el derecho a la identidad. Aún más, fueron ellas quienes impulsaron su redacción en la Declaración Universal de los derechos del Niño. Abrieron caminos donde antes no los había. Crearon un Banco Nacional de Datos Genéticos para resguardar las muestras de ADN de las familias que estábamos buscando. Impulsaron la creación de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad.
Su estrategia fue la determinación, la constancia y sobre todo mucho amor. El secreto fue conformar un grupo heterogéneo, con distintas ideologías, religiones y clases sociales, pero al mismo tiempo fuerte y unido con un objetivo en común. Formaron un colectivo que 46 años después sigue fuerte y ahora está en pleno proceso de renovación generacional, para sostener la búsqueda el tiempo que sea necesario, hasta encontrar al último de nuestros hermanos. Siempre de forma colectiva, con el fundamental apoyo de la sociedad, el acompañamiento de promotores desinteresados como actores, cantantes, deportistas. Y el aliento de toda la gente que nos acompañó y nos sigue acompañando, como los compañeros de los nodos de la red por la identidad que llevan nuestro mensaje a todas las provincias de la Argentina y de las ciudades más importantes del mundo.
Por último, el reencuentro con Daniel resignificó muchas cosas. De repente muchas palabras tomaron sentido. Ciertos esfuerzos pasaron a tener un valor trascendental. En primer lugar, el cautiverio de mi madre, su fuerza y determinación para llevar a término un embarazo en las peores condiciones posibles. La sola presencia de mi hermano borró la imagen de mujer sufriente que tantos testimonios de abusos y torturas me habían forjado. Y me develó su verdadera esencia: con ella no pudieron. Resistió largos meses hasta traer a este mundo a su último hijo. Vivo, sano, sensible. Porque Daniel es una excelente persona, a pesar de la soledad en la que creció y de la crianza que tuvo.
Resignificó también la gran búsqueda de mi abuela, todo su trabajo. Y a pesar de que no lo pudo conocer, todos sabemos que tenemos que estar muy orgullosos y agradecidos porque sin ella hoy no podríamos estar juntos.
En estas pocas pero sentidas palabras, no solo quiero compartir la alegría que estoy viviendo y el orgullo que siento por mi madre y por mi abuela… también quiero expresar mi agradecimiento a la sociedad en su conjunto. Porque a Daniel lo encontramos entre todos y todas. Muchos sostuvieron la búsqueda. Otros difundieron. Y hubo quienes lo acompañaron, hasta que él pudo encontrar el camino a casa.
A pesar de estar transitando el cuadragésimo aniversario de democracia ininterrumpida se escuchan cada vez más fuertes discursos negacionistas y se reponen debates que creíamos superados. La batalla cultural está más vigente que nunca y es indispensable que salgamos a defender lo que hemos construido. La Democracia debe ser fortalecida con participación, priorizando los objetivos comunes por sobre las diferencias, reforzando redes y fortaleciendo el tejido social.
Desde mi lugar entiendo que la búsqueda también está en riesgo a pesar de ser urgente y que todavía falta encontrar a muchos y muchas. Por eso me atrevo a pedir que nos comprometamos aún más. Cada uno desde su lugar, de la forma que pueda, según sus capacidades y virtudes. Sigamos poniendo el cuerpo y la cabeza para fortalecerla. Ayudemos a los que tienen dudas a sostener el camino hasta la verdad. Multipliquemos las voces, acortemos las distancias, interpelamos a las nuevas generaciones. Porque la verdad nos hace libres. Nos da fuerza. Y porque entre todos estoy seguro que vamos a poder. Como decíamos en H.I.J.O.S.: ¡lo imposible solo tarda un poco más! ¡Y nuestra única venganza es ser felices!
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