07/11/2023
La historia de Caras y Caretas (1898-1941)
La fundación de la mirada
Por Ana Lía Rey
La mítica publicación inauguró a principios del siglo pasado una nueva forma de consumir novedades, en la que la imagen comenzó a protagonizar la propuesta editorial de un modo inédito hasta entonces. Los avances técnicos y la emergencia temprana de un mercado lector amplio y demandante, claves para el éxito de la primera gran revista argentina.
Los reportajes fotográficos como narrativas de los conflictos sociales
Hacia fines del Siglo XIX Buenos Aires y Montevideo eran dos ciudades que constituían un hinterland por donde se movían inmigrantes de diferentes naciones europeas que venían a “hacer la América” mayoritariamente trabajadores rurales y urbanos, también llegaron hombres de acción y de profesiones liberales: periodistas, escritores, dibujantes, fotógrafos. La zona fue también el escenario de un ir y venir de compañías artísticas y de exiliados políticos y deportados. Ese espacio geográfico reducido y con relativas facilidades para transitarlo, permitió la movilidad de las personas entre ambas ciudades, probando suerte y ganando experiencia hasta lograr un trabajo estable. Es el caso de Eustaquio Pellicer, un periodista español que llega a Montevideo y comienza a trabajar en diferentes medios hasta que lanza una revista que llamó Caras y Caretas. Era un Semanario festivo y tuvo como principal colaborador al dibujante Charles Schütz. La revista albergó a importantes escritores: José Enrique Rodo y Samuel Blixen Claret y publicó poemas, crónicas costumbristas y críticas teatrales; tenía una gran caricatura de tapa y una página central que acercaba a la revista a la prensa satírica de la época. Al poco tiempo Pellicer abandona la empresa y se traslada a Buenos Aires, la revista continuó su circulación varios años más bajo el total control de Schütz.
Caras y Caretas, Año I, 20 de junio 1890
Ya en Buenos Aires, Pellicer escribió en La Nación y se convirtió en un consumidor calificado de los espectáculos visuales que por entonces ofrecía la ciudad: exhibiciones cinematográficas entre las secciones teatrales, funciones de kinetoscopio y otras sorpresas ópticas. Lo visual se había apropiado de parte del gusto social de la época, tanto que José Álvarez (Fray Mocho) titulaba a sus crónicas en el diario La Mañana “Instantáneas metropolitanas”, con una clara referencia a la imagen fotográfica.
La incorporación social de la imagen fue posible gracias al impacto de las nuevas tecnologías en los consumos culturales. En ese efervescente fin de siglo, que algunos llaman belle époque Argentina, Eustaquio Pellicer lanzó, el 19 de agosto de 1898, la circulación de un folleto anunciando la aparición de Caras y Caretas. Semanario festivo, literario, artístico y de actualidades (Segunda época). Claramente se refería a la primera experiencia uruguaya con una tapa que ahora se imprimía a todo color. En ese lanzamiento aparecía una artista de variedades haciendo el característico gesto de “ojo”, y anunciaba “Ya estoy aquí”. Son unas pocas hojas, con una estética gráfica en la misma línea que la publicación uruguaya; los responsables eran: Eustaquio Pellicer como redactor, Bartolomé Mitre y Vedia director y el dibujante Manuel Mayol. Esta plana mayor describía así sus ilusiones:
“Con planes de iluso, con anhelos de cándido, con falsa idea de los negocios o con exagerado concepto de la propia suficiencia, hétenos aquí embarcados en la empresa de agregar un nuevo periódico a la larga lista de los existentes. (…) nos anima el deseo de hacer un periódico que no se parezca a ninguno de la familia” (Caras y Caretas, 19 de agosto de 1989) y agregan que no tienen programa, solo coraje.
Caras y Caretas, Circular. 19 de agosto de 1898
Un mes y medio más tarde salió la prometida revista, incorporaba cambios en el diseño gráfico interior y un tema de actualidad en tapa, la cuestión de límites con Chile. Lo interesante es que Mitre había dejado lugar a José Álvarez (Fray Mocho) en el cargo de director. Su nombre debió haber causado revuelo en el entorno familiar ya que se proponían hacer un periódico que “no se pareciera a ninguno de la familia”, La Nación ya había comenzado su proceso de modernización y se encaminaba a convertirse en una importante empresa periodística.
Caras y Caretas, Año 1 Nº 1, 8 de octubre de 1898
Caras y Caretas aprovechó las novedades técnicas como el fotograbado y fotomecánica, existente en el periodismo gráfico de otros países, pero que aún no se habían utilizado en la prensa nacional y se encontraba en disponibilidad en algunas imprentas locales que habían adquirido esta alta tecnología gráfica. La imprenta de Fausto Ortega y Ricardo Radaelli se había fundado en 1901 sobre la experiencia de un taller anterior llamado “Ortega y Millán”. Ortega era de origen español y había adquirido conocimientos sobre fotograbado en España, trabajando también en Francia y Londres perfeccionando su oficio. Por entonces Buenos Aires era una plaza muy atractiva para probar suerte. En 1885 estos socios instalaron un taller de fotograbados en esta ciudad y en 1901 constituyeron una nueva sociedad, “Fausto Ortega y Ricardo Radaelli”. La empresa ascendió rápidamente al compás del crecimiento editorial en Buenos Aires y, a los pocos años, construyeron un gran edificio de más de 4000 m2, compraron una dotación de modernas maquinarias y contaban con un plantel de alrededor de 400 trabajadores. Caras y Caretas se apropia de esos beneficios que aún no habían llegado a los diarios. Esas empresas multigráficas dedicadas a impresiones industriales permitían componer páginas donde textos, fotografías y grabados potenciaban la apropiación de la lectura.
Talleres donde se imprimía Caras y Caretas. Sección fotomecánica.
El magazine Caras y Caretas de carácter misceláneo y heterogéneo llegaba a los kioscos para ser consumido preferentemente durante el fin de semana, funcionaba como una puesta al día de noticias para el consumo de un público que se había ampliado al calor de las leyes de la educación obligatoria pero también de un público amplio y diverso. En su variedad temática se encontraban crónicas sociales, cuentos cortos de destacados escritores de la época, acontecimientos internacionales y nacionales con énfasis en lo visual expresado en fotografías, grabados, caricaturas e ilustraciones. Se podía hojear en el patio del conventillo, era lectura de entretenimiento en los ratos libres, se llevaba al parque y también estaba en la sala familiar y sus contenidos podían ser consumidos por personas con diferentes capacidades lectoras.
Desde el primer número Caras y Caretas fue acompañada por gran cantidad de publicidades; avisadores de diferente tipo – profesionales, negocios, bares y restaurantes, bebidas, tiendas etc – están presentes ocupando páginas y garantizando ingresos suficientes para sostener la publicación y también para asegurar el bajo costo en el mercado. La publicidad fue una de las características de los magazines populares y parte de la lógica de su éxito en el mercado: bajo costo y alta tirada.
La revista utilizó muchas estrategias comunicacionales, pero con los “reportajes fotográficos” pudo hacerse cargo de la potencia de lo visual para la tarea informativa y para el inicio de una profesión que irá construyéndose a lo largo de los años, la del fotoperiodista. Fueron los reportajes fotográficos como formas narrativas los que, por ejemplo, acompañaron las luchas sociales de principios de siglo. Caras y Caretas le puso imágenes a aquellas huelgas, consagrando una instancia visual nueva en la forma de representar a las masas en conflicto con el poder.
Gelatina de Plata, 1911. Tomado de Buenos Aire, 1910. Memoria del Porvenir
La narrativa de los conflictos es más efectiva en la primera década de la revista, primero porque hay mucha conflictividad obrera dentro de las áreas de producción y una evidente disputa entre capital y trabajo, también porque algunas huelgas generales se declaraban por solidaridad a excesos represivos con saldo de muertos y heridos que provocaban algunas huelgas parciales (Huelga en Rosario y Huelga general de 1904) o conflictos que no tiene que ver con la producción y el salario sino con las condiciones de vida de los trabajadores como la Huelga de Inquilinos en 1907.
Si bien es cierto que durante los primeros años de la publicación predomina la convivencia de grabados y dibujos con algunas fotografías que cumplen una función absolutamente ilustrativa seguramente estaba en las aspiraciones de Pellicer la incorporación de imágenes con un carácter más informativo. La revista utilizó la reproducción de fotografías y además tuvo desde el inicio un Departamento Fotográfico dirigido por Salomón Vargas Machuca que junto al responsable de los reporteros Modesto San Juan se hacían cargo de la selección de material fotográfico disponible, de las coberturas periodísticas y de recibir las fotografías de los lectores. La revista convocaba a los lectores a que hicieran llegar sus fotografías de acontecimientos y hechos cotidianos, convirtiéndolos en hacedores de las noticias y pagaba la participación con mínimas colaboraciones. Los lectores no sólo podían publicar imágenes, sino que también podían adquirirlas pagando una módica suma de dinero. Aunque existía una estructura de producción vinculada a la imagen es difícil la identificación de los fotógrafos que trabajaban en la revista, en líneas generales se apuntaba a un departamento fotográfico como el responsable de las imágenes impresas.
Los reportajes de Caras y Caretas no solamente narraban y eran un estímulo para comprar o aficionarse a uno u otro periódico porque la reproducción fotográfica estimulaba el sentido visual del consumidor. Por otro lado, las imágenes permitían configurar una enciclopedia urbana geográfica e identitaria de los actores en conflicto al identificar su lugar de trabajo o su barrio.
El reportaje fotográfico fue un género muy recurrente en la revista ilustrada, y es aquel que está destinado a utilizar todo el caudal informativo de la fotografía, son instantáneas tomadas en el momento en que se está produciendo el acontecimiento, es el modo que tiene la revista de narrar una noticia de actualidad utilizando mayoritariamente imágenes acompañadas por textos muy breves, en esa diagramación gráfica las representaciones cobran un peso narrativo que nos permite leer los acontecimiento con otras herramientas. Un reportaje fotográfico habla de hechos puntuales y nos brinda posibilidades diferentes a las que ofrece la misma noticia redactada en el diario de la mañana. En principio el acontecimiento está mediado por la salida semanal de la revista, por lo tanto, la revista busca estrategias para hacer una cobertura periodística que conserve vigencia y que diga más cosas que la prensa periódica; que invite a leer.
Si bien la fotografía no ha reemplazado al texto en la función comunicativa ha modificado su pertinencia y su sentido; la disponibilidad de imágenes que permitió la reproducción técnica facilitó la circulación masiva de las mismas y por lo tanto generó un impacto significativo a la hora de crear subjetividades e identidades colectivas.
La cultura visual que se construye a fines del siglo XIX nos permite mirar esas imágenes como representaciones visuales productoras de sentido que son apropiadas de manera diferenciada por la sociedad, leer imágenes puestas en series y con criterios periodísticos nos habilita a pensar en cómo son producidas y en sus circuitos de circulación, o sea en los medios de los que forman parte, sino en la propia fuerza subjetivadora de la imagen que deja al lector identificarse, encontrarse y reconocerse en ella.
Las identidades colectivas se fortalecieron a la hora de mostrar un conflicto social a través de las imágenes, y, a la vez, las fotografías manifestaron la modernización del mundo del trabajo a través del ejercicio de la profesión, la importancia del uso de la técnica a la hora de ejercer un oficio, las imágenes colectivas de los obreros dentro de los establecimientos o afuera de los mismo.
Hasta la aparición de Caras y Caretas la representación de las movilizaciones callejeras tomaba las formas de la estetización de las caricaturas satíricas, en cambio los reportajes buscan acercarse a la realidad de una huelga, de un conflicto y mostrar sus actores, sus expresiones, los símbolos que acompañan ese conflicto, los estandartes, la sociabilidad de la huelga cuando esta tenía una larga duración y mostrar a los actores y las consecuencias productivas al detener el trabajo.
A diferencia de la lectura en los diarios tanto de los que acompañaban a los trabajadores como de los matutinos de mayor tirada donde el conflicto se leía a través del pliego de condiciones de la huelga y del relato de los acontecimientos, las imágenes estetizaron el conflicto y lo introdujeron dentro de la cultura visual de la época.
La huelga general (1904) y La huelga de inquilinos (1907)
Caras y Caretas, 1 de enero de 1905, N° 326.
Caras y Caretas, 1 de enero de 1905, N° 326.
Caras y Caretas, 21 de septiembre 1907, Nº 468
Caras y Caretas, 5 de octubre de 1907, Nº 470
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