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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

08/06/2023

Entrevista a María Teresa Andruetto

Mirar hondo en lo pequeño

María Teresa Andruetto escribe poesía, ensayo, narrativa, teatro y literatura infantil y juvenil. También enseña y piensa la literatura en todas sus formas: la que se lee, la que se escucha, la que se imagina. Es una de las autoras más lúcidas y experimentales a la hora de pensar y narrar la dictadura argentina. En conversación con Haroldo, repasa su obra para poner en perspectiva Aldao, su última novela.

¿Qué posibilidades te da para la ficción la construcción de un territorio propio como Aldao? ¿Lo relacionás, a la hora de pensarlo, con otros espacios literarios?

Sí, pero sin esa predicción. Cuando yo empecé a escribir, el tema del territorio ya estaba presente, pero no era Aldao, era Tama, el lugar de mi primera novela (Tama, 1993): un territorio con una impronta latinoamericana en el sentido más habitual de entender lo latinoamericano: una zona andina. De hecho, podría hacer un camino de Tama a Aldao. Yo me crié en un lugar de llanura y Aldao podría corresponderse con ese lugar de mi infancia, un lugar que al principio no me parecía interesante. En cambio, en esa época descubrí el noroeste argentino, particularmente una zona de La Rioja donde estuve pasando mucho tiempo y me fascinó al punto de generarme un territorio de escritura. Sin embargo, a medida que fui envejeciendo, la llanura, de donde vengo, la melancolía de esos pueblos, la cuestión de la inmigración y la clase media baja, con sus (nuestras) miserias y sus modos de existir me fueron atrayendo más. En Cartas a un joven poeta Rilke dice: “Si su vida le parece pobre no la juzgue, júzguese a usted por no ser lo suficiente poeta para extraer sus riquezas”. Entre Tama y Aldao, en el ir de un territorio al otro, ha ido también mi experiencia de escritura y mi reconocimiento a la cantidad de aspectos que tienen los chatos pueblos de llanura. Entonces, la primera vez que aparece Aldao es recién en Lengua Madre (2010), después en La niña el corazón y la casa (2011) y en “Gina”, un cuento que está en No a mucha gente le gusta esta tranquilidad (2017). 

¿Hay una intención de saga en tus novelas?

Sí, pero como algo que devino, no como algo que estaba desde el comienzo. En un momento algo en mi cabeza se vinculó con lo que había escrito anteriormente y, a medida que pasó el tiempo, se me fue haciendo más visible. No tanto los personajes (porque no son los mismos), sino una cuestión más vinculada al territorio: un lugar a donde ir a mirar a la clase media baja de llanura, a las mujeres de ese sector social. ¿Qué sostenemos? ¿Qué mezquindades hay ahí? ¿Qué resistencias, qué luchas? Yo ahora puedo ver todo ahí. Todo lo que veo a nivel nacional lo puedo ver ahí en chiquito. Quizá más que una saga, veo una red: una telaraña que vincula personajes y zonas.

 

Tapa del libro "Aldao"

Además de la cárcel o la desaparición, el exilio es uno de los tópicos más abordados, tanto en las ficciones sobre los 70´ como en los relatos y testimonios de los y las militantes que tuvieron que irse. Más allá de la violencia, la urgencia y el desarraigo sobreviene en muchos casos la reivindicación de una comunidad, una contención, incluso un relato heroico de resistencia. En cambio el insilio, la experiencia de quienes debieron ocultarse en su propio país, todavía es un relato pendiente, una experiencia de precariedad y soledad extrema que queda en segundo plano a la hora de pensar la última dictadura. ¿Por qué creés que esto sucede? ¿Tu motivación es autobiográfica o creés que hay otras razones que te llevan a narrar estas memorias?

Las dos cosas. Tuve experiencia en lo que se puede considerar insilio y frecuento gente que también pasó por eso. No es heroico o no suena heroico el insilio. Se trata de una vida en sordina, justamente porque no se puede hacer mucho alarde de eso mientras se está ahí, a diferencia de lo que puede o pudo suceder con la cárcel o el exilio. Afuera había una valoración por parte de los movimientos de derechos humanos hacia las personas que habían pasado por todo eso. El insilio, en cambio, es más agrisado, consiste más que nada en resistir y no hacer grandes cosas. Consiste en guardarse, en saber disimular lo que se piensa o se siente. Tampoco hay pensión por insiliado y también es difícil que haya porque es difícil precisar quiénes lo estuvieron. Es una la que siente eso porque no puede trabajar, porque vive en otro lugar, cambia de nombre, profesión, se vuelve anónima. Era vivir una vida que no era la que le esperaba a una por las condiciones que tenía. Eso diría que es el insilio. En mi caso, me recibí en 1975 y recién tuve horas de clase, una suplencia, en el año 83. Esos años, ocho años, son años profesionales que una no ejerce y no tiene una casa, no puede tener un buen trabajo. Tengo miles de ejemplos de personas que conozco. El insilio es una zona borrosa. Algunas personas han vivido escondidas como podría ser la Julia de Lengua Madre, pero otras no, han estado a la luz y han trabajado de lo que pudieron. Yo lo que recuerdo de esos años es el silencio, la dificultad de confiar en nadie porque por todas partes podía haber peligro. Justo hay una expresión en nuestro castellano argentino que me parece que expresa muy bien todo esto: “mandarse a guardar”. No se puede (podía) ser amigo de cualquiera. Unos amigos en estos días justo me contaban que durante esos años dejaron de ver a todos los amigos para que no hubiera sospechas sobre ellos; sabían que estaban vigilados. En mi escritura este tema empezó a aparecer con La mujer en cuestión. Yo escribí esa novela en 1998, en plenos años 90´, con todo mi enojo con los 90, con el menemismo, porque parecía que ya se había olvidado todo. Fue antes de la caída de las leyes de Obediencia debida y de la reapertura de los juicios. En ese momento me parece que no había mucha literatura sobre insiliados. Hace poco un equipo de la Universidad Nacional de Córdoba empezó a hacer un proyecto de investigación sobre el insilio.

En la novela una de las protagonistas, que de niña estuvo encerrada (guardada) con su mamá, vuelve a Argentina en plena pandemia y queda aislada, encerrada. ¿Pensaste esa resonancia, esa repetición?

En la devolución de los lectores apareció mucho esa comparación entre los dos encierros. Yo terminé de escribir Aldao en diciembre de 2020, cuando todavía no estaban las vacunas y no se sabía cuándo terminaría el encierro. Mientras iba avanzando en la novela, Jorge Fondebrider me invitó a participar de una experiencia de escritura. Convocó a una cantidad de personas de distintos lugares del mundo para que, durante tres meses, escribiéramos nuestro día a día: el día a día pandémico. Fueron textos muy distintos porque había gente de las ciudades, gente de los pueblos, de Canadá, de México, de Argentina, Italia, Inglaterra. Yo aproveché un poco esas anotaciones para la escritura de la novela. La verdad que no me di cuenta de que se formaba un dialogo entre los encierros, no me di cuenta de ese paralelismo, no lo sentí así cuando lo hacía. Es más, se lo di a leer a una amiga escritora y ella me sugirió que sacara lo referido a la pandemia. No lo hice porque sentí que era funcional a la novela.

¿Creés que existe una forma femenina de narrar la experiencia sobre la dictadura? ¿Te interesa generar un diálogo (o un linaje) con otras ficciones escritas por mujeres?

Por un lado leo mucho a mujeres y me gusta inscribirme en una genealogía de mujeres -de hecho soy parte del equipo que lleva adelante el proyecto de narradoras argentinas de Eduvim-. Además de leer a las contemporáneas, me gusta rastrear a las que no leí por ese modo patriarcal de la formación literaria, del canon, etc. Por otro lado, no creo que exista una sino muchas formas femeninas de escribir. Si una habla de una “forma femenina” habla de un encasillamiento en la escritura y me parece que una escritora o escritor es alguien que escribe de un modo singular, distinto, que tiene una relación singular con la lengua que no entra en un cuadradito. Hay muchísimas maneras de escribir, de contar. A la vez, la identidad está hecha de muchos elementos: en mi caso, es mi condición de mujer, pero también soy la que vivió en un pueblo, en una provincia, la descendiente de inmigrantes, la hija de una familia de clase media muy modesta, la que fue a la universidad pública, la que empezó a publicar y a viajar afuera del país después de los cuarenta años. Todas estas son capas y capas que hacen a la forma que una tiene de escribir. Desde haber vivido en lugares muy precarios, hasta haber pasado el insilio y haber sido parte de esta generación y no de otra. Para mí siempre ha sido muy importante la diversidad de autores y autoras, de editoriales, de proyectos, porque esa diversidad permite que voces distintas entren a la gran manta cultural de un país y una sociedad. Yo veo a la literatura de un país como un enorme tejido de voces diversas, de diversos modos de escribir y de leer. A través de ese tejido nos decimos a nosotros y a nosotras mismas quiénes somos. 

 

Postal de Oliva, Provincia de Córdoba, donde la escritora pasó parte de su infancia.

¿Creés que la sumatoria de versiones de una historia crea otra historia, la “verdadera”? ¿Existe para vos alguna equiparación entre recuerdo y realidad? Pensamos en la multiplicidad de versiones sobre una misma historia que aparece en tus novelas La mujer en cuestión (2002) y Los manchados (2015) y en tu poemario Cleofé (2017), donde diferentes mujeres (Milagros, Rosa, tu madre, por nombrar algunas) ofrecen su voz para contar o volver a contar.

A mí me gusta la multiplicidad de historias. Vuelvo a lo de la diversidad: que no se cristalice una verdad. Cada uno tiene su verdad. Sí hay puntos en común, hay matices en un sentido o en otro. ¿Cuál sería la historia verdadera? Sería la sumatoria, la interrelación de las múltiples historias de los vivientes de una sociedad o personajes de una novela. Hay distintos modos de conocer y uno de esos modos es la observación: girar en torno a un objeto y darse cuenta de que uno nunca lo ve completo, siempre lo ve desde un ángulo y se pierde otras cosas. Bueno, eso me gusta hacer con los personajes: colocarlos en un lugar, que miren desde ahí la historia. Después hay otros que la miran desde otro lugar. Eso sí me aparece mucho, es como una necesidad que aun cuando no me la proponga de arranque, aparece pronto. Por ejemplo en Aldao yo creí que con la voz de la narradora con la que comienza la novela podía contar toda la historia. Sin embargo, en un momento algo se interrumpió para mí (es algo que muchas veces me pasa. Hay como un hiato de escritura y tal vez por un tiempo no sigo con eso, la dejo). Sentí que algo se había cerrado y me fui a la hija, ¿Cómo habría vivido la hija? Se trata de correrse, de darle voz a más de uno para que no haya una voz única y autoritaria que pueda dar certeza de todo lo sucedido. Para certeza hay otras cosas, están los juicios, está la historia, el análisis histórico. Yo creo que nosotros podemos escribir así como escribimos - en el sentido de la multiplicidad de historias, de la ambigüedad- porque se han hecho los juicios. Porque la verdad histórica está o fue recuperada en otra parte. Entonces la literatura se puede ocupar de otras cosas. Ni de las principales víctimas ni de los represores más reconocidos: puede ir más abajo, puede ir a otras zonas. A mí me interesa conocer qué nos pasó como sociedad para sostener la dictadura, porque, por un lado, se sostuvo y también, por otro, hubo resistencia, los dos movimientos, pero sin un sostén de una parte importante de la sociedad, por miedo, por hostigamiento, por mirar hacia otro lado, lo que fuere, no hubiera durado tanto la dictadura. A mí me interesa ir a mirar ahí, abajo, a donde no llega la ley, ni los juicios, a donde sólo el imaginario nos permite ir a ver. Me interesa focalizarme en una zona que conozco mucho que es la clase media baja, las mujeres de los sectores medios bajos de los pueblos.

Además de la multiplicidad de enfoques o miradas, encontramos en Aldao (y en tu obra en general) un cruce de registros. Cartas, panfletos, materiales teóricos, testimonios que se mixturan en un gran tejido. ¿Esa combinación de materiales es una posición política a la hora de leer/narrar tanto los 70´ como el presente?


Sí, eso estaba en mí, en mi necesidad, incluso antes de tomar conciencia sobre el posicionamiento político que eso implica. Me gustan todas las formas sucias. Me interesa mucho la realidad, me interesan mucho las voces, captar aquello que todavía no se ha domesticado tanto: las escrituras no oficiales, digamos, una carta o un relato de alguien, un documento. Y que unos contradigan a otros, porque eso también lo pone en jaque al lector, lo hace pensar, lo incomoda. Yo me incomodo para escribir entonces pretendo lo mismo.

La poeta Diana Bellessi se referiría a esas voces, rumores, formas sucias quizás, como la pequeña voz del mundo ¿Qué lugar tiene tu oficio de poeta a la hora de esta escucha?

Yo lo que escribo lo voy leyendo, le presto mucha atención al sonido y trabajo toda la corrección con el oído. Por ejemplo, los capítulos de Aldao de la hija y de la madre los trabajé de un modo poético, de un modo más demorado. La lengua se demora ahí y eso es algo propio del poema, los cortes en las palabras y las frases. Yo reviso y corrijo mucho. Me preocupa mucho la lengua, mucho más que lo que cuento. Aunque me preocupan también los recursos, la estructura, me inquietan más las cuestiones de la forma. Sí, voy al fondo social sola: son mis historias, mi experiencia, el lugar de donde vengo,  los bordes, los problemas de la gente, la infancia, la condición de las mujeres, la vida política, la memoria, nuestros traumas sociales, todos esos intereses que están en mi vida. Eso sale, no tengo que ir a buscarlo. Lo que sí voy a buscar es la forma: la idea de trabajar con cartas en Lengua Madre, o la idea de hacer una cantidad de voces que le hablen a alguien que no aparece en Los manchados. Me interpelan las cuestiones estéticas, que el fondo aparezca de una mejor manera, que no aparezca de modo convencional, cursi. Que no se escuche una voz como de docente, bajando el dedito, diciendo cómo hay que hacer, cómo hay que comportarse. Eso me preocupa mucho: que mi ideología, por llamarla de modo general, no avance sobre el lector sino que lo interpele para que pensemos, nos incomodemos, nos conmovamos juntos.

Retomamos una de las preguntas anteriores. En la mayoría de los casos, los personajes de tus ficciones son mujeres. Por ejemplo, tanto en Lengua madre como en Aldao uno de los ejes principales es la maternidad y la ausencia de varones -que se fueron a vivir y narrar los grandes relatos de la dictadura- para los roles de cuidado (aunque haya matices y solidaridades eventuales). ¿Cómo atraviesa la ola feminista de los últimos años tu escritura?

A mí la ola feminista de los últimos años me atraviesa de modo muy potente. Desde muy chica yo he mirado ahí, a las mujeres, mucho antes de escribir. Después también tengo una experiencia de vida haciendo sororidad como mujer en situaciones muy duras. Tuve una separación con hijas pequeñas, cuidé en parte a las hijas de mi hermana que murió muy joven, muchas situaciones con otras mujeres de mi generación y la de mi madre. Luego en los años 80´, recién terminada la dictadura, empecé una militancia barrial, un plan de viviendas, con las mujeres del barrio. Ahí ya había empezado a dar clases y me contrataron de un centro para dar talleres a mujeres: talleres de recuperación del tejido social. Di talleres a mujeres en algunos casos precariamente alfabetizadas. Eran talleres de expresión a través de la palabra y entonces yo llevaba a mujeres que leía: un pequeño párrafo de Sara Gallardo, Amalia Jamilis, Elvira Orphée u otras que iba descubriendo. Después hablábamos de algún recuerdo que esas lecturas les hubieran traído. Es decir, no hablábamos de la obra sino que esas escritoras servían de puente. También leíamos poemas de Pizarnik, Orozco, Storni. Por ejemplo recuerdo de ese tiempo aquel poema de Storni, “Pudiera ser”, que dice: “Dicen que silenciosas las mujeres han sido /de mi casa materna” (…) y todo esto mordiente, vencido, mutilado, / todo esto que se hallaba en su alma encerrado, / pienso que sin quererlo lo he libertado yo.” En ese espacio hablábamos de las situaciones de cada una y nos daba tela para mucho. Yo tuve una cosa muy fuerte con las mujeres, primero en la vida, después en la literatura. Después ya tuve un trabajo de mucha conciencia: la colección de narradoras argentinas que llevamos adelante con otras dos mujeres: Juana Luján y Carolina Rossi. Arrancamos en 2012 y en el 2015, con el primer Ni una menos, empezamos a ser vistas como colección. Y ahora, hoy, sí sentimos que los vientos son propicios, tanto para la colección como para la escritura de muchas mujeres. Me incluyo porque yo empecé a publicar en la editorial Random House: la reedición de La mujer en cuestión en 2010, Lengua madre en 2012. De algún modo yo también me beneficié por esa ola, creo yo, de valoración. A la vez, me parece que hay que estar atentas para que no se cristalice algo ahí: que el feminismo sea un espacio donde seguir pensando, porque a veces también se puede transformar en “hay una manera de escribir sobre mujeres o desde la mujer, o como condición de mujer, o hay una manera de ser mujer”. Pienso que es riesgoso y empobrecedor. Lo mismo pasa con la cuestión de la dictadura: no hay una manera de ver eso, lo más importante es que no se estereotipe, que no se congele, que supure siempre para que haya siempre más, más para ver, para tomar conciencia.

María Teresa Andruetto

En La mujer en cuestión (entre otras de tus novelas) se narra la imposibilidad que un pueblo pequeño da a una militante de volverse anónima para así evitar la condena social. ¿Además de un modo femenino, existe un modo no urbano de narrar la dictadura que aún está inexplorado?

Bueno, aparecerá alguna vez alguien que narre algo distinto, las formas no existen hasta que alguien aparece y las inventa. A la hora de narrar a mí me interesa particularmente el narrador o la narradora, la técnica narrativa que se elige. Una vez elegido eso, la escritura va hacia donde nos lleve esa voz (o esas voces) y el aprendizaje es no ponerse por sobre quien narra sino ser aquel/aquella que narra. Y ese narrar no es solamente cuestión de persona verbal sino también de distancia con lo que se cuenta, de ánimo, de tono; si se narra desde la rabia, desde la envidia, desde la nostalgia, desde el amor. Todo eso pesa a la hora de contar. Ahora, por ejemplo, estoy leyendo Había una vez pájaro de Alejandra Costamagna y allí se cuenta algo de la dictadura chilena. Es un relato de una chica sobre la historia de su padre preso, la reescritura de su primera novela. Al parecer, alguien le sugirió reeditar la obra y ella le respondió que ya no le parecía aquello que había contado. Entonces lo vuelve a contar de otra manera, mucho más breve. Hay un recurso ahí que me interesa. La literatura es una cuestión de forma y es la forma la que hace que una historia sea distinta. Todos sabemos más o menos ciertas cosas de la dictadura, pero podemos crear ciertos ángulos para que aparezcan cosas que desconocemos. Esa es la gracia al escribir, una descubre algunas cosas que no sabía y se las hace descubrir al lector.

Parece, por otra parte, que no te interesa tanto cerrar las historias. ¿Por qué?

Todas las preguntas que los y las lectoras puedan hacerse a partir del argumento yo también podría hacérmelas. Si bien sé lo que fue apareciendo en la escritura, también me pregunto un montón de cosas y me gusta que quede un margen de apertura porque tiene que ver con las cosas que están prohibidas a la hora de escribir: explicar, juzgar, teorizar, darle clases al lector (sobre derechos humanos, feminismo, etc). Yo he acompañado muchísimos procesos de escritura de muchas personas a lo largo de treinta y pico de años. Una de las cosas fundamentales (y más difíciles) es aprender a correrse de una versión explicadora, cómo hacer que los personajes estén vivos, con todas sus contradicciones. Para eso una no tiene que partir de lo que sabe -eso es siempre un problema a la hora de escribir-, sino meterse en un punto de vista narrativo y tratar de no salirse de ahí. Yo a veces leo obras de otros y veo que se han salido; cuando me salgo yo, a veces lo advierto y otras veces no lo advierto, y mal para mí.

Entablar un vínculo con un posible colaborador de los militares, entregar a una hija a sus abuelos, maternar en la precariedad, salir del espacio privado para meterse en política. El aislamiento y la reclusión como castigos por abandonar el ámbito doméstico, también. ¿Creés que tus novelas son relatos de redención para las mujeres que las protagonizan?

Todas esas cosas yo las vi o me han pasado cerca. No son autobiográficas pero sí he vivido en espacios donde vi esas cosas o pasé algunas de ellas. No son cosas que no les pasen a las personas en general y a las mujeres particularmente. No creo que a la literatura le venga bien que las mujeres sean siempre mujeres valoradas por su coraje o impolutas o heroínas, no me gusta lo heroico, me gusta ir a mirar y comprender la condición de las mujeres, la condición de la sociedad, la condición de las mujeres en cierto contexto social. A mí me parece que lo que aparece en general es una capacidad de lucha y resistencia que tiene que ver con la maternidad, con la necesidad de tener que cuidar la cría a cualquier costo ante la agresión externa. Sí, muchas mujeres de mis novelas se quedan solas y todas estas cosas son más comunes de que parece. Además, yo he vivido en distintos momentos de mi vida (momentos largos) en condiciones de altísima precariedad y allí se ve la condición humana puesta en otras dimensiones, se ajustan los valores o se reajustan los modos de vivir y de hacer, de hacer amistades, de hacer parejas. Entonces yo puedo aportar esto, a mí no me gusta escribir sobre cosas que no comprendo, que no he experimentado, de un sector social ajeno. Nunca iría a África para ver cómo sitúo ahí una novela. Me gusta mirar hondo en lo pequeño, en un territorio pequeño. “Mirar mucho de lo poco”, dirían los griegos. Mirar más hondo que extenso. En ciertos lugares la gente vive así y a lo mejor no hay tanta gente que escriba y que conozca cómo se vive en ciertos lugares, de ciertas maneras.

Vas a estar presentando Aldao en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. ¿Representa algo específico para vos?

Es hermosa la invitación. No he presentado Aldao en muchos lugares porque para presentar hay que salir y exponerse, quizá la parte más ardua de la vida de escritor, al menos para mí que vivo acá en el campo. Yo lo presenté en el pueblo acá cerca y fue una presentación preciosísima. Fue en un lugar en el que yo había dado taller durante varios años. Fue muy lindo. Me han ofrecido en muchos lugares y he dicho a todos que no, que estaba bien con eso. Sólo le he dicho que sí al Conti por varias razones: porque es el Conti, ese lugar emblemático, y por el formato: leer unos fragmentos acompañada por música me parece hermoso. En general las invitaciones a leer son a leer poesía y en este caso es a leer fragmentos de una novela. Me gustó mucho eso: el lugar y el formato.

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