21/07/2020
Sarmiento y el final que no fue de la guerra del Paraguay
Por Javier Trímboli
Ilustración Diego Pogonza
A 150 años del fin de la Guerra del Paraguay, el historiador Javier Trímboli da cuenta de la lectura que sobre ella tuvo uno de sus contemporáneos, Domingo F. Sarmiento, quien analizó el conflicto en clave de civilización y barbarie, con un alto componente racista, inaugurando una interpretación sobre la guerra y sobre muchos otros episodios de nuestra historia (y del presente) aún vigente.
¿Qué decir sobre la Guerra del Paraguay en medio de esto otro que nos está sucediendo en 2020, tan de otro calibre aunque también lo sobrevuele la palabra guerra? Están sobre la mesa las iniquidades y los intereses, de muy bajo vuelo, que llevaron a la Triple Alianza -a los gobiernos del Imperio de Brasil, de Argentina y Uruguay- a embarcar a sus pueblos en la guerra contra el Paraguay. En cuanto a los pueblos, se sabe que es poco seguro fijar con precisión dónde por aquel entonces empezaba uno y dónde terminaba el otro; en cuanto a los gobiernos, digamos que sólo salteando alevosamente las vicisitudes de la vida política de los países que entraron en alianza se los puede considerar con más legitimidad o, incluso, más legítimos que al de Paraguay. Con moderación lo planteamos pues no es esto lo que discutiremos. Ya ha quedado expuesto el pronunciado olvido que embarga a la historiografía académica en relación con esta guerra, olvido que hizo creer que traerla a colación era un berrinche del revisionismo. Delata sus punto ciegos, sus inconsistencias, porque al no prestarle atención es mucho más lo que con ella se posterga. La impresión es que está todo dicho y no nos ponemos de acuerdo, cosa que a esta altura tampoco es relevante. Si la experiencia lleva a las nuevas generaciones a interesarse vivamente por la guerra del Paraguay -muchas y muchos indefectiblemente lo harán-, sin demasiada dificultad, a un click o a dos, encontrarán materiales que desplieguen todo esto, que los aproximen a esa verdad que "no se nos escapará".
Pretendemos aportar otra cosa, subrayar algunos diagnósticos que Domingo F. Sarmiento lanzó sobre el Paraguay y sobre esa guerra que, al decir de Augusto Roa Bastos, hizo que su pueblo fuera "un pueblo vencido en el sentido existencial de aniquilación de un destino colectivo." (Transmigración de Cándido López) Desde ya, el nombre de Sarmiento estará entreverado para siempre con ella. Fue presidente de la Argentina en su tramo último, cuando las tropas que respondían a sus generales eran escasas, casi testimoniales, pero se seguía compartiendo el objetivo de acabar con Francisco Solano López que significaba más que acabar con una vida individual. Antes, cuando se encontraba en Washington como ministro plenipotenciario, porque su hijo, Domingo Fidel, se había alistado como voluntario y pidió ser trasladado a la tropa de línea, para entrar sin más demoras en combate. Fue de los muchos que murió en la batalla de Curupaytí. En Vida de Dominguito, su último libro, Sarmiento señala algo más: estuvo entre los jóvenes de la sociedad porteña que acudieron raudos a los cuarteles porque como ellos se vio inflamado por el "lenguaje de champagne" de Mitre, pero también y sobre todo porque su prédica hacia allí lo conducían: "y Dios me lo perdone, si hay que pedir perdón de que el hijo muera en un campo de batalla, pro patria, pues yo lo vine dirigiendo hacia su temprano fin." El macizo texto que viene escribiendo Sarmiento desde por lo menos 1845, que enuncia lo que, casi de inmediato, no querrá que sea más que el enfrentamiento sin cuartel entre civilización y barbarie, es el libreto que interpreta Dominguito en 1865. Exaltado es cierto por el patriotismo, por la coincidencia, circunstancial, entre patria y civilización.
Los 52 tomos de las Obras Completas no permiten dudar de que los asuntos sobre los que Sarmiento escribió fueron numerosísimos. A Paraguay no le dedicó un libro completo, no se dejó tentar por una biografía de Gaspar Rodríguez de Francia o de Francisco Solano López, pero observaciones sobre sus circunstancias históricas y políticas salpican sus escritos, se dejan ver en cantidad de discursos y cartas. Así, por ejemplo, encontramos una caracterización envuelta en un párrafo inacabable de Facundo hecho de preguntas que incriminan a Europa -a la historia y a la filosofía- por haberse desentendido de lo que ocurría entre nosotros, y de paso le recuerda sus deberes: "(...) en el Paraguay, tierra desmontada por la mano sabia del jesuitismo, un sabio educado en las antiguas aulas de la Universidad de Córdoba abre una nueva página en la historia de las aberraciones del espíritu humano, encierra a un pueblo en sus límites de bosques primitivos y, borrando las sendas que conducen a esta China recóndita, se oculta y se esconde durante treinta años su presa, en las profundidades del continente americano (...)" La alusión irónica -la segunda bastardilla- es precisamente al doctor Francia, pieza inconmovible de su imagen de lo que es Paraguay. Su proyecto -continuación de los jesuitas, a veces de Felipe II-, tiende decididamente al encierro, a retirarse del progreso del mundo. Un espejo, uno más, para retratar y lastimar a Rosas.
Casi un cuarto de siglo después, en diciembre de 1869, recibe como presidente al último contingente significativo del ejército argentino que vuelve de Asunción: "La guerra del Paraguay á que fuimos arrastrados por la desacordada ambición de un frenético, es el abismo que venía de siglos cavado para sepultar con estrépito lo que quedaba en América del Gobierno dado por Felipe II á las Españas, é injertado en el Paraguay sobre la tradición indígena. (...) De siglos acá no se habían medido dos civilizaciones distintas: el despotismo antiguo y la libertad moderna. Dios no nos ha de pedir cuenta de la sangre derramada en la mas legítima defensa. La historia no ha de echar de menos tampoco la cadena que quería detener el progreso humano en las bocas del río Paraguay y destrozaron los aliados." López, el "frenético", es una muy relativa novedad porque el cuadro se mantiene. Vale, no obstante, destacar lo de la "tradición indígena". Mientras que en la cita de Facundo el pueblo es la víctima, el secuestrado, en esto otro, que carga con una guerra que inesperadamente se extendió durante cinco años, la mención a la "tradición indígena" hace adivinar una zona de entendimiento entre las mayorías sociales y sus gobernantes. Y no es menor que, como si imaginara algún castigo, se preocupe por poner a Dios y a la historia de su lado, sin recriminaciones.
Es en Conflictos y armonías de las razas en América, libro también tardío, donde lo que andaba desparramado se condensa. El marco es mayor, América, pero Paraguay es lo que más se acerca al caso testigo de lo que obstinadamente argumenta, con desazón, atravesado todo por el denso conservadurismo del momento, atado al positivismo. En su búsqueda por atrapar sentidos e influencias, Sarmiento se saltea accidentes de la historia, va por la longue durée. "Esa fruta de las misiones no tardo en madurar. Produjo el espantoso despotismo del doctor Francia, representante laico del sistema indio-jesuítico. Murieron hace diez años a manos de otros mamelucos cien mil neófitos, en la terrible guerra que dio fin al reinado de López." Los mamelucos que obedecían a los bandeirantes se convirtieron en soldados de los ejércitos aliados; los indios en tropa paraguaya. El Paraguay en pie de guerra fue el resultado de los errores, insalvables, de la colonización española en América, que se muestran depurados en el accionar de los jesuitas. Porque los miembros de esta orden despreciaban a la Europa moderna que nacía desde las ciudades, que abrazaba el libre pensamiento, al progreso y a sus comodidades. Juzgaban como resblandecimiento y decadencia al abandono que se acentuaba de la vida religiosa, por lo tanto hicieron mucho para preservar a los indios de este contacto. Los responsabiliza Sarmiento de inculcarles el desprecio por el hombre blanco, europeo, y por sus hábitos, así como de alimentar el orgullo por lo propio: "Los salvajes, con más juicio que los europeos civilizados; el indio mejor que el blanco, 'porque están separados a semejanza de los habitantes de las campiñas europeas, de los malos cristianos que viven en las ciudades.'" Soberbio aislamiento. Legitimada, la cultura de los indios, aun marcada poderosamente por los jesuitas, se vuelve influencia decisiva sobre los mismos españoles americanos, criollos. Busca el contraste Sarmiento: "¿En qué se distingue la colonización del Norte de América? En que los anglosajones no admitieron á las razas indígenas, ni como socios, ni como siervos en su constitución social." Mientras que la colonización española "absorbió en su sangre una raza prehistórica servil." Agentes conscientes de esta maniobra fueron los jesuitas. (Octavio Paz que no simpatiza con ellos señala que en México se opusieron tenazmente a la política de "tabula rasa" de las creencias índigenas y fueron "guadalupanos fervientes". Los bolcheviques del catolicismo los llama en una entrevista de 1975) No importa que los Borbones, en su afán de modernización, los expulsaran en 1767. Ya era tarde, el daño estaba hecho. Las montoneras que atraviesan nuestro siglo XIX son hijas de esta tolerancia admirativa que hizo posible una subjetivación plebeya y orgullosa. Paraguay es la quintaesencia de un error garrafal. La guerra fue el ensayo más radical en pos de "corregir la sangre indígena" que se infiltró en esas nuestras venas.
Lo escribimos así porque lo más inquietante de esta lectura de Sarmiento es que, a pesar de que la guerra había concluido porque "hemos muerto a todos los paraguayos de diez años arriba" -carta a Santiago Arcos de septiembre de 1869-, el asunto no está resuelto. Como si se vistiera de heraldo negro para arruinarle el optimismo a los de su clase, y avisar sobre nuevos caudillos, multitudes y malones. Le preocupan los "dispersos", los de las reducciones jesuitas y los que sobrevivieron a las expediciones militares al sur del Río Negro. "No nos dejaron Reducciones, pero los indios que se dispersaron, son parte hoy de los ciudadanos argentinos." Votarán, siguen contagiando su influencia. "Están mezcladas á nuestro ser como nación, razas indígenas, primitivas, prehistóricas, destituidas de todo rudimento de civilización y gobierno". Es ante esta ampliación del campo de batalla que irrumpe en las páginas de este libro la institución a la que también va asociado su nombre: "Solo la escuela puede llevar al alma el germen que en la edad adulta desenvolverá la vida social; y a introducir esta vacunación, para extirpar la muerte que nos dará la barbarie insumida en nuestras venas (...)".
Estremece la relación que se monta entra escuela y vacuna, vacuna antibárbara, que en el argumento expuesto no pretende más que consumar la derrota de todo aquello que se opuso, aunque más no fuera por instinto, a la consagración sin atenuantes de la vida capitalista. "La América del Sur se queda atrás y perderá su misión providencial de sucursal de la civilización moderna. No detengamos a los Estados Unidos en su marcha; es lo que definitiva proponen algunos. Seamos la América, como el mar es el Océano. Seamos Estados Unidos." Por eso, cuando en octubre del año pasado el papa Francisco, en el sínodo amazónico, cuestionaba severamente los desastres que había producido y seguía produciendo la contraposición entre civilización y barbarie, se inscribía en una historia que no está cerrada. "No hemos venido aquí a inventar programas de desarrollo social o de custodia de culturas, de tipo museo, o de acciones pastorales con el mismo estilo no contemplativo con el que se están llevando adelante las acciones de signo contrario: deforestación, uniformización, explotación. Ellos también hacen programas que no respetan la poesía —me permito la palabra—, la realidad de los pueblos que es soberana."
La desesperanza de Sarmiento, sus constataciones tan inteligentes como brutales, son una oportunidad. Devuelven el ánimo.
* El autor es historiador, profesor en la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata y asesor del Centro Cultural Kirchner.
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