15/06/2018
No me gustan los mundiales de fútbol
Por María Freier
Verónica Freier y su compañero Sergio Kacs fueron secuestrados el 11 de junio, apenas 10 días después de iniciarse el torneo. En este homenaje a su memoria, su hermana la recuerda en aquellos años de juventud cuando la militancia era un sueño de transformación. “Imagino esos gritos de dolor en contraste con el alboroto por los goles. Aún se me eriza la piel”, escribe.
No me gustan los mundiales de fútbol y menos éste, que evoca los 40 años de aquel que se realizó en Argentina bajo el ala siniestra de la última dictadura. Menos me gustan pues durante aquella época siniestra mi hermana Verónica fue secuestrada junto a su compañero Sergio Kacs. Fue la noche entre el 11 y 12 de junio de 1978.
Vero -como le decíamos en casa- o Vicky -como la llamaban sus compañeros- nació el 1 de octubre de 1955, quince días después del golpe de Estado que derrocara al General Perón. En ese entonces y hasta los tres años fue la peladita; también gorda furia, porque de muy chiquita mordía, especialmente a nuestro tercer hermano, de los ocho que fuimos.
Ya más grande Verónica solía decir que quería ser monja y bailarina y los adultos festejaban su disparatada picardía. Éramos muy pequeños cuando nos mudamos a una casa en Ciudad Jardín, donde vivían muchas familias parecidas a la nuestra. Con esos compartíamos los juegos en la calle entre escondidas, rayuelas y bicicletas. Más tarde vinieron las clases de dibujo, de flauta dulce, el coro y el teatro… Juntos despuntamos la adolescencia, siempre en la escuela pública.
Crecimos en esa familia y en aquel barrio magnífico, llenos de amigos donde nos enriquecíamos de arte, campamentos, lecturas y humanismo y nos fuimos convirtiendo en adolescentes-jóvenes, con grandes cuestionamientos a la realidad injusta de la sociedad y del mundo. Era el tiempo de las discusiones interminables con nuestros padres sobre religión, política y especialmente sobre el peronismo.
Como muchos jóvenes con Vero comprendimos que había que transformar la realidad. Empezamos en el cristianismo social de la Iglesia del Tercer Mundo y luego en una agrupación del Movimiento Revolucionario 17 de Octubre, el MR17, liderado por Gustavo Rearte, un luchador y militante de la Resistencia Peronista, que falleció en julio de 1973.
Con Verónica fuimos a su funeral en la CGT de los Argentinos con militantes de la resistencia, decenas de coronas de laureles atravesadas por una cinta dorada “Hasta la Victoria Siempre” y el padre Mujica rezando al lado del cajón. Apenas pasábamos los 18 años.
A la vuelta nos quedamos despiertas y emocionadas hablando de lo que estábamos viviendo. La historia era nuestra. Es imposible escribir sobre Verónica sin conjugarla en un nosotras: tener una hermana tan cercana fue algo natural durante 22 años.
Llegamos a marzo de 1976. Yo, más temerosa, a fin de año abandoné la militancia; Verónica continuó en otra agrupación: el OCPO (Organización Comunista Poder Obrero).
Dos años más tarde tuvimos nuestra copa del Mundo. Empezó el 1 de junio. El 11, apenas 10 días después, vi por última vez a Verónica. Desde ese día está desaparecida junto a su compañero Sergio.
Durante muchas noches de insomnio me aturdía pensando en los gritos dolorosos de mi hermana dentro de las mazmorras de la tortura. Años más tarde, pudimos ir reconstruyendo su desaparición. El aturdimiento se volvió tenebroso cuando supe que estuvo secuestrada en el centro clandestino que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada, a escasas 15 cuadras de la cancha de River. Imagino esos gritos de dolor en contraste con el alboroto por los goles de aquel Mundial. Aún se me eriza la piel.
Verónica y Sergio padecieron la ESMA, de allí fueron trasladados en los vuelos de la muerte. No son muchos los sobrevivientes que estuvieron con ellos; pero sus testimonios alcanzaron para poder formar parte de la querella en el Juicio III de la Megacausa cuya sentencia se conoció el 29 de noviembre del año 2017. Sus asesinos fueron condenados y la legitimidad judicial, si bien necesaria, no es suficiente. Sigue habiendo entre los acusados un pacto de silencio, un modo lamentable de continuar ejerciendo poder y aplicar sufrimiento sobre las víctimas y sus familiares.
No es suficiente, porque los daños de un terrorismo de Estado sobre la vida son interminables y no se agotan en una generación. La construcción de la memoria no es lineal, tiene fisuras, altibajos y relieves diferentes. Son retazos donde siempre falta una parte de un rompecabezas inacabable. Continuamos viviendo, como por impulso, una vida que aún replica situaciones complejas.
¿Por qué escribir sobre mi hermana? Porque la palabra alivia y repara. Y también otorga un lugar: las víctimas son nombradas, las libramos del silencio y del olvido. Tomamos la palabra por todos aquellos que no pudieron hacerlo.
“El derecho y el deber de contar lo que sucedió, nos convierte en cronistas de un tiempo excepcional. Callar y silenciar la barbarie sería otorgar la victoria a los perpetradores de esa misma barbarie, los señores de la muerte”, escribe el pensador italiano Giorgio Agamben.
A 40 años del secuestro y desaparición de Verónica y Sergio, a 40 años de aquel Mundial del terror enterrar la memoria es otorgarles la razón a sus asesinos, esos perpetradores de la muerte que aún hoy rondan por toda nuestra tierra.
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