02/05/2016
Entre la literatura y el cine
Filmar a Conti
En 1973 Haroldo Conti decía: “Mis novelas, sobre todo la que ahora terminé, son concebidas en imágenes. Últimamente estuve haciendo cinematografía documental y esto me permitió profundizar mis experiencias con el color”. Esta nota retrocede a los tiempos poco conocidos del “cineasta” para retratar desde allí las posteriores aventuras y exploraciones fílmicas que unos cuantos hicieron sobre la vida y la obra del autor de Sudeste.
"Así como la literatura influyó en el cine, a mí me pasó al revés. En esta experiencia mía con el arte, yo comencé con el cine. Ahí me inicié, en el viejo club Gente de Cine, que luego se transformó en la Cinemateca Argentina. Después, por diversos obstáculos me tuve que apartar del cine y me volqué a la literatura”, contaba el escritor Haroldo Conti en una entrevista con el diario La Opinión. La nota se publicó el 9 de octubre de 1973.
Efectivamente, entre 1952 y 1953, cuando faltaba casi una década para que su primera novela –Sudeste- fuera editada, Conti había sido becario del Club Gente de Cine, que dirigía Roland. Por esos años, también trabajó como asistente de dirección en La bestia debe morir (Román Viñoly Barreto, 1952), un filme de suspenso basado en la novela The Beast Must Die, de Nicholas Blake, y que tuvo como protagonistas a Narciso Ibáñez Menta, Guillermo Battaglia y Laura Hidalgo. Luego, entre septiembre de 1955 y marzo de 1956, se desempeñó como crítico cinematográfico en el Boletín del Instituto Amigos del Libro Argentino.
Más tarde, fue guionista de cine publicitario y participó del rodaje, en febrero de 1969, de un documental en la Antártida. También escribió, junto a Luis Príamo y el director Nicolás Sarquís, el guión de La muerte de Sebastián Arache y su pobre entierro (1972-77). El filme debió demorar su estreno hasta el regreso de la democracia en el país, en 1983.
“Mis novelas, sobre todo la que ahora terminé, son concebidas en imágenes y trabajo mucho con imágenes, inclusive trabajo el color. Últimamente estuve haciendo cinematografía documental y esto me permitió profundizar mis experiencias con el color. Además, a las novelas no las pienso en capítulos sino en secuencias y considero que apelo a recursos cinematografías”, afirmaba Conti en el diario dirigido por Jacobo Timerman.
Esa huella, tanto en el “montaje” de los textos como en la construcción de escenas, personajes y ambientes, revela que los cruces entre la vida y la obra de Haroldo Conti y el cine son múltiples, diversos, profusos. Sin embargo, su literatura fue llevada al cine recién por primera vez con Crecer de golpe, de Sergio Renán, una adaptación de la novela Alrededor de la jaula. Con melancolía, se describe la soledad de las grandes ciudades y la búsqueda por encontrar espacios de libertad.
Renán venía de lograr la primera nominación oficial a los Oscar para una película argentina con La tregua, la adaptación de la obra de Mario Benedetti. Pese al éxito de público y de críticas, la relación entre Renán y el escritor uruguayo había terminado en forma traumática y el director quería evitar que sucediera lo mismo con su nuevo filme.
Tal vez por su experiencia en el mundo del cine o por su mirada audiovisual, Conti le dijo a Renán que coincidía con su perspectiva, que debía rodar una película y no “su” novela; que le entregaba su obra para que a partir de ella pudiera crear otra. Así que puso pocos reparos sobre el guión escrito por Aída Bortnik y el propio director, aunque le dolió que la película no conservara el mismo título que la novela.
Protagonizada por Ubaldo Martínez, el niño Julio César Ludueña, Olga Zubarry, Ulises Dumont, Miguel Ángel Solá y Cecilia Roth, Crecer de golpe se estrenó el 30 de junio de 1977. Conti ya estaba desaparecido. Había sido secuestrado de su casa de la calle Fitz Roy, en Villa Crespo, en la madrugada del 5 de mayo de 1976, cuando volvía de ver El Padrino II, de Francis Ford Coppola, junto a su esposa Marta Scavac.
Renán asegura que no tuvo problemas con la censura dictatorial pese a la desaparición de Conti: “Lo que ocurría era que yo era más omnipotente que ahora, sobre todo después de la gran repercusión que había tenido La tregua”. La siguiente película de Renán fue La fiesta de todos, una celebración coral del Mundial de Fútbol obtenido por la Selección argentina en 1978.
Los libros de Conti sí sufrieron la censura en dictadura y, luego, la demora en ser reeditados con el retorno democrático. Hubo que esperar hasta 1991 para que su obra llegara otra vez al cine por medio de una versión de Mascaró, el cazador americano, la última novela del chacabuquense. Dirigida por el cubano Constante Diego y con la participación en el guión de Jorge Cedrón y Eliseo Diego, fue premiada en los festivales de La Habana, Cartagena y Trieste, aunque recibió muy poca difusión en la Argentina.
Con la llegada del nuevo siglo, una serie de películas vinieron a saldar parte de esa deuda.
El más bello de los ríos
Sudeste es, para muchos, la mejor novela de Conti. En la obra, según el propio autor, “los pequeños sucesos de un tipo que ni siquiera tiene nombre se juntan y se pierden sobre ese río-tiempo con otras historias tan insignificantes como la suya”. Conti conocía esas historias mínimas desde la cercanía. Había sobrevolado las islas como piloto civil y luego vivió en su casa de Punto Muerto, Islas Les Palmiers, en el arroyo Cruz del Gambados.
El pasaje de esa novela al cine era un viejo anhelo del director Sergio Bellotti. Una profesora de la secundaria en Junín, una ciudad cercana a Chacabuco, le había regalado el libro y el cineasta lo había atesorado durante décadas. “A mí siempre me sedujo todo lo que es aventura, lo épico, la cuestión del héroe, el hombre soñador, la marginalidad. Y Sudeste me atrapó enseguida. Me pegó mucho por la descripción del pibe, del Boga. Es más, a esa edad me fui a vivir solo a una escuela agrícola en Casilda. No porque estuviera peleado con mis viejos, sino porque me quería ir”, contaba el realizador en diálogo con este periodista en 2002.
El azar quiso que Bellotti reencontrara la novela en la biblioteca de su mujer. Encontró otro ejemplar de esa primera edición que había leído, con la tapa dura, de Fabril. Era de su suegro, que también se llama Haroldo. La releyó y se prometió que la iba a filmar. Así, empezó a trabajar en un guión, al que se sumó Pablo de Santis y después terminó junto a Daniel Guebel. Presentaron el proyecto en un concurso del INCAA, pero hubo un problema jurídico y el guión no fue evaluado.
La causa entró en stand by. Bellotti filmó, en 1999, su ópera prima, Tesoro mío, sobre el caso Fendrich, un empleado del Banco Nación de la ciudad de Santa Fe que se había quedado con tres millones de dólares. Tras el peregrinaje por los distintos festivales internacionales, volvió a su viejo anhelo. Presentó el guión en un nuevo concurso del INCAA. Esta vez ganó el primer premio.
A fines de 2001, comenzó a filmar Sudeste. Después de la larga travesía con el guión, decidió dejarse llevar por la corriente del río, por el ánimo del río. El primer día tiró el libreto al agua. “Después lo fui a bucear porque había cosas que no me acordaba”, aclaraba entre risas.
En un bar de Palermo, cercano a su casa, a escasas cuadras también del departamento en el que fue secuestrado Conti, Bellotti sacaba su cuaderno de anotaciones en ese verano de 2002 y (me) leía:
- Sudeste es una película filosófica, como la novela. La búsqueda de exactitud que hay en Conti fue mi punto de partida. El río como protagonista y el hombre como excusa. Como diría Morosoli, “la naturaleza anda y el hombre va detrás”. Quise ser fiel a los pequeños actos, las pequeñas cosas, la cotidianeidad, la observación de la naturaleza, lo etnográfico.
- Esa realidad es una realidad ignorada y está acá nomás, a treinta kilómetros en línea recta. En el Anguilas, el riacho donde vive el Boga, todo sigue igual que hace cuarenta, cincuenta, trescientos años. Todo lo que veas en la película son los tipos que viven ahí en el Anguilas. Ese es el Anguilas. Es un pantano. Y de fondo, ahí nomás, tenés todo ese fantasma que es la ciudad de Buenos Aires.
El río es el protagonista de Sudeste. La excusa, el Boga, un pescador errante que, escribe Conti, “no habría sido capaz de rebelarse contra nada, ni forzar la vida, el río, en lo más mínimo”. Uno de los méritos del filme de Bellotti es haber sabido capturar la minuciosidad con que Conti describe aquello que permanece invariable, los objetos personales y las prácticas cotidianas, ante ese río que es constante devenir.
La película recuerda que Sudeste tal vez sea el Facundo del siglo XX, por la narración precisa del trabajo, los saberes y destrezas de junqueros y pescadores, tan ignorados, tan a punto de extinguirse, como los baqueanos de Sarmiento. Claro que en Conti no hay ánimo de captura sino, en todo caso, respeto, admiración y cierta ternura.
El Boga es un adolescente que se deja llevar por lo que el río propone. Esa monotonía se quiebra con el encuentro de un barco en ruinas, el Aleluya. “La libertad que le da el río se encuentra con esa mayor libertad: ese barco de líneas esbeltas, tirado ahí en el medio de la selva, sobre una bifurcación. Y él se encuentra con eso y lo quiere reflotar”, contaba Bellotti.
Ahí, el Boga se cruza con el Cabecita, el dueño oligofrénico de ese aguantadero que es el Aleluya, y después con el Pampa, un “hombre oscuro”, como se autodefine. Esos tipos aparecen y destruyen la naturaleza de deseo que tenía el Boga. La aparición del Pampa irrumpe con esa totalidad que es el río. Si el río es libertad, es monotonía en movimiento, la orilla no puede ser más que zona de incertezas. En la orilla, en la costa, está el peligro.
El momento más bello de la versión cinematográfica de Sudeste: el Boga perdido, con su bote, en la desembocadura del Anguilas. Sus figuras, las de él, las del bote, recortadas, como describe Conti, “por planos blancos y grises, como bastidores, de los edificios más altos de Buenos Aires, bajo la constante opresión de una nube gris”. El Boga, solo, en el medio del río, con la ciudad en la espalda.
La literatura de Conti es de viajes a zonas de provincias, se constituye como una forma de hacer justicia a personajes y lugares habitualmente marginados por la literatura argentina: ya sean los isleros y sus ritos cotidianos; o, la vida de las pequeñas y medianas ciudades bonaerenses. Su obra representa una búsqueda por romper las brechas de un país social y geográficamente desconectado. Es un intento por incorporar al mundo de lo representable a ciertos personajes, ciertos lugares, ciertas prácticas.
Bellotti lo sabía: “La vida de esa gente perdida en las islas es un microcosmos tan cercano y tan distante, tan de espaldas a la ciudad de Buenos Aires. Es la vida de un mundo que observa a través de los ojos de un pez moribundo. Hombres viejos, lejanos, solitarios. Todo ese mundo es Conti”.
La gente de las islas también lo sabía. Según contaba el realizador, los isleros conocían a Conti “perfectamente”. Y lo graficaba con anécdotas. En pleno rodaje, un día llegó un chico en un gomón y le preguntó a Bellotti si era él quien iba a filmar “la película de Haroldo”. Y le trajo unas grabaciones, que guardaba su padre, de unas conferencias que Conti dio en la Facultad de Letras. También el hombre que les alquilaba una embarcación era un fanático de Conti. Y mientras transformaban al barco en el Aleluya junto al director, le hablaba de la novela, se sabía los diálogos de memoria, lo orientaba con los personajes.
Sudeste era “el” libro y “la” película de la isla. Como explicaba el director: “Conti era un autor que había vivido y había defendido las islas y había escrito de ellas como nadie”.
En el Festival de Amiens 2002, Luis Ziembrowsky fue distinguido como el mejor actor, y el presidente del jurado, Monte Hellman, decidió galardonar a Sudeste con un premio especial. Luego, Bellotti filmó La vida por Perón y el documental Las memorias del señor Alzheimer con el escritor tandilense Jorge Dipi Dipaola. Murió a los 54 años, en octubre de 2012.
Los perfumes de la noche
La representación estética de las ciudades de la provincia suele eludir la significación de su dinámica interna, de los conflictos y los problemas que la atraviesan. Algunos optan por retratar a esos pueblos, a esa gente, como poseedores de una cultura más pobre. Otros acuden al pintoresquismo, que no implica una valoración a la vida de esas ciudades sino una autocrítica al caos de las grandes ciudades.
No es el caso de Conti.
Sus relatos ambientados en Chacabuco, su ciudad natal, rehúyen tanto de la aproximación cínica como del costumbrismo e intentan un enfoque intimista de la vida de esos lugares. Como escribía Rodolfo Benasso (Rodolfo Mattarollo), autor de El mundo de Haroldo Conti (1969), “más que historias de pueblo son relatos que suceden en un pueblo”.
El director Santiago Palavecino nació en Chacabuco. Y es consciente de esa deuda. “Me parece que si uno instala un relato en nuestra ciudad no puede menos que aludir a Conti. La ciudad ha sido nombrada en la literatura porque Conti ubicó sus relatos ahí”, señala. Su primer largometraje, Otra vuelta, se estrenó en 2005. Aclara que “más que una adaptación es un homenaje a Perfumada noche. Es una historia tejida alrededor del cuento de Conti”.
Rodada en 16mm blanco y negro, está protagonizada por José Marsiletti, primo y alter ego del realizador, Valentina Bassi, Roberto Carnaghi y cuenta con la participación especial del escritor Martín Kohan. El protagonista, Sebastián (Marsiletti), trabaja en Buenos Aires en una productora de televisión. Por azar, tiene la posibilidad de filmar algo más personal: una adaptación de Perfumada noche. Entonces, vuelve a Chacabuco después de más de diez años. Esto coincide con el suicidio de un amigo que hacía mucho que no veía.
“Sebastián tiene una obsesión personal con la obra de Conti, como si de alguna manera su pasado biográfico y esos relatos fuesen una misma cosa. Esa fascinación por Conti, que para el personaje es una obsesión, en la película representa un homenaje. De esta manera, la sombra de Conti planea todo el filme”, reconoce el director. Es decir, la infancia del protagonista se funde con la infancia del pueblo. Una infancia, una memoria de ese pueblo niño, sellada muy fuertemente por la literatura de Conti. El personaje que interpreta Roberto Carnaghi, el tío de Sebastián, condensa ambas infancias. El tío, así, aparece como una mixtura de personajes contianos, desde el tío Agustín de Las doce a Bragado o Perdido al señor Pelice de Perfumada noche. En cierta forma, ese pueblo mítico de la obra de Conti, ese pueblo de tapialitos amarillos de sol y calles de tierra, se funde en uno de sus habitantes.
La participación de Martín Kohan representa otro eje importante de la película. Kohan se interpreta a sí mismo: es un escritor que va a Chacabuco a dictar una conferencia sobre la obra de Conti. Kohan es el autor de la novela Dos veces junio, una indagación sobre el accionar del terrorismo de Estado. En el filme, el escritor se encuentra con Sebastián, que lo consulta sobre su posible adaptación. Las palabras que Kohan intercambia con el protagonista fueron escritas a cuatro manos entre el autor de Ciencias morales y el director. “El discurso de Martín fue construido a partir de lo que él piensa en relación a lo que había que decir en la película. Martín se enganchó mucho con los cuentos chacabuquenses de Conti porque, de acuerdo a su opinión, escapan al costumbrismo. Por eso, le previene al protagonista que no caiga en esos facilismos. Teme que en la adaptación, Conti se transforme en un producto mercantil, que Sebastián utilice a Conti para convertirse en un bienpensante. Me interesaba particularmente su participación porque funcionaba como una advertencia para mi propia película. Martín es la conciencia moral del filme”, afirma Palavecino.
Imágenes que salen del armario
El primer documental sobre Conti llegó de la mano de Homo Viator, estrenado en junio de 2009. Con elementos ficcionalizados, es un viaje al principio del camino del escritor, en su Chacabuco natal, y de forma paralela reconstruye las horas previas a su desaparición en 1976. Dirigida por Miguel Mato y con la actuación de Darío Grandinetti, formó parte de la quinta entrega del proyecto “Vidas Argentinas” del Centro Cultural Caras y Caretas y fue galardonada en el Festival de Valladolid.
Dejamos para el final una historia en la que el cine interviene como un acto de reparación, al mismo tiempo familiar y colectivo.
En los años setenta, Conti había mantenido una fructífera relación con el director de cine Roberto Cuervo, quien comenzó a filmarlo para componer su “retrato humano”. El proyecto quedó trunco: Conti desapareció en 1976 y Cuervo falleció en un accidente automovilístico nunca del todo investigado en 1979.
Treinta años más tarde, Andrés Cuervo recuperó el material filmado por su padre y completó su proyecto en el documental El retrato postergado. Estrenado en 2011, cuenta con registros fílmicos inéditos de Haroldo Conti en vida y testimonios de audio de Eduardo Galeano, Martha Lynch y el propio Conti tomados por Roberto Cuervo.
“Toda la vida tuve idea de la existencia del material sobre Conti y la imagen más fuerte de mi viejo que yo tenía -a través de los relatos de mi vieja- era que estaba haciendo esta película. Así que siempre estuvo presente la idea de terminarla, aunque era algo muy difícil de resolver emocionalmente”, dice Andrés Cuervo sobre su ópera prima.
Y esa deuda que sentía por llegar al final al proyecto que había quedado inconcluso, había surgido aún antes de su deseo de hacer cine. Mientras estudiaba la carrera de Imagen y Sonido en la Universidad de Buenos Aires, escribió muchas versiones del guión de la película. Algunas se basaban sólo en la figura de Conti; otras, en la de su padre; otros en la relación entre los dos; e incluso hubo algunos en que el propio director aparecía descubriendo el material.
“Nunca encontraba la forma. Pero después, trabajando en otros proyectos, en los que hacía tareas de producción, entendí cómo se hacía una película y comprendí que yo también podía hacer cine”, señala. Así se lanzó al rodaje entre noviembre y diciembre de 2008.
Con respecto a los materiales grabados por su padre, cuenta que se perdieron algunos audios, porque en las notas de filmación hay constancia de entrevistas de las que hoy no se encuentran los tapes. “Cuando intervinieron la Universidad de la Plata durante la última dictadura, se quemaron todos los archivos y se perdió muchísimo material. Lo que quedó se salvó porque mi viejo se lo llevó a su casa en Lincoln”, dice.
Cuervo, en realidad, no sabía que se conservaban los apuntes tomados por su padre en los años 70. En el último año de la carrera de Imagen y Sonido tuvo como profesor a Oscar Barney Finn, el guionista y director de cine y teatro. Un día, Barney lo llamó y le dio una carpeta llena de papeles. Eran todos los manuscritos, los dibujos y los proyectos de su padre, porque Barney también había sido su profesor en 1974 y guardaba todo el material de sus alumnos.
Esas notas le permitieron comprender el sentido de los materiales que se habían conservado. Así, advirtió que el padre, en el inicio del proyecto, apuntaba a realizar una adaptación del cuento “Con otra gente”, de Conti. y que luego se fue transformando por cuestiones económicas, en un retrato humano del escritor nacido en Chacabuco.
El director sostiene que su padre comenzó a filmarlo a Conti en un momento de cambios políticos e ideológicos. “Con la novela En vida, Conti viajó a Cuba y vio a la revolución en una etapa floreciente y se quedó fascinado. Entonces conservó su poética, porque como artista la vive y la sufre, pero cambió sus objetivos. Con Mascaró se lanzó a hacer un realismo mágico con una postura revolucionaria muy definida. Ese es el Haroldo que aparece en los audios que grabó mi viejo”, explica.
El filme le permitió a Cuervo no sólo profundizar su mirada sobre Conti, sino también sobre su propio padre. “Estoy entendiendo y procesando muchas cosas. Mi viejo era un pibe de 25 años, con muchas ganas de hacer cine, y tenía una profunda admiración por Conti. Creía que era el mejor escritor del mundo. Siento que este documental es una forma de agradecerle a mi viejo, de devolverle algo que él me dejó”, dice.
En ese documental postergado y reencausado, Conti vuelve, con su voz, con su cuerpo desgarbado, a contarnos sus historias.
El retrato postergado (2009) de Andrés Cuervo.
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