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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

28/07/2017

Y se fue caminando como una reina

Ana María Ponce escribía poemas cuando podía. Estaba cautiva en la ESMA pero se las ingeniaba para garabatear versos a escondidas que le salían desde el alma. Ella no sobrevivió al horror, pero sus escritos llenos de vida pudieron ser rescatados. Este sábado un homenaje en el Museo Sitio de Memoria la recordará en toda su hondura. 

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Ana María Ponce escribía poemas cuando podía, a escondidas. No era su cautiverio en la ESMA un lugar propicio, pero aún así encontró cómo garabatear letras que le salían desde el alma. Algunos están escritos a mano y otros mecanografiados; muchos tienen correcciones, tachaduras.

Para que la voz no se calle nunca,

para que las manos no se entumezcan,

para que los ojos vean siempre la luz,

necesito sentarme a escribir

en este preciso momento en que

todo comienza a ser silencio…

El 6 de febrero de 1978 era lunes de carnaval. Loli, como la llamaban sus compañeros, fue convocada para ser trasladada. Ante la sospecha de que su destino era inexorable pidió a sus secuestradores que le permitieran ver a Graciela Daleo, una compañera que estaba cautiva junto con ella.

“Un verde me va a buscar a la Pecera y me dice que tenía que bajar al Sótano porque Loli necesitaba hablar conmigo. Me bajan al Sótano. No sé qué habrá inventado Loli para hacer ese pedido. (…) Cuando entra, el Pedro Cacho le dice a Loli: ‘Prepárese que la llevamos a La Plata’. Ahí nos miramos y creo que nos despedimos para siempre. Loli se dio cuenta, y yo también, de lo que estaba por venir. Agarró una bolsita que tenía. Sacó de la bolsita un sobre, me lo dio, me dijo: ‘Guardalo’. Ese sobre contenía los poemas que Loli fue escribiendo mientras estaba secuestrada, poemas de prisionera. Con Alicia Milia los conservamos, y unos años atrás, pudimos entregarlos a su hijo. A Loli se la llevaron, yo me quedé en el Sótano, desesperada, con la certeza de qué era lo que iba a pasar. Finalmente me llevaron al tercer piso. Ahí los compañeros me contaron que a Loli la habían subido, la habían hecho sacar algo de ropa que tenía en su cucha y que también se habían llevado al Negro, Edgardo Moyano (…). Recuerdo que Alicia Milia me dijo: ‘La Loli se fue caminando como una reina’”, contó Graciela Daleo.

Loli fue asesinada en el Salón Dorado del centro clandestino de la ESMA. El grupo de tareas mató ese mismo día a Edgardo Moyano, militante de Montoneros. El cuerpo de Loli nunca fue entregado a su familia, continúa desaparecida, pero sus poemas rescatados de lo siniestro traen algo de luz.

Un verso

que tenga

el color claro

de los ojos,

un verso que

hile finamente

los pensamientos recónditos,

un verso que apriete el dolor,

y las palabras contra la boca,

un verso

que endurezca los músculos

reblandecidos,

un verso

que alcance a penetrar el cuerpo

mientras mis manos

apretadas y frías

sientan fluir suavemente la vida.

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“Gran parte de sus poemas hablan de libertad, de esperanza, de dolor, de resignación y, al final, de aceptación del propio destino. Pero a pesar del horror sufrido día tras día, no hay en sus escritos ni una sola gota de odio hacia sus captores y torturadores, no hay sed de revancha ni resentimiento, y no hay tampoco, atisbo alguno de arrepentimiento de sus convicciones, lo que muestra a las claras que su compromiso y su dignidad fueron mantenidas con firmeza hasta el último día”, escribió su hijo Luis “Piri” Macagno Fernández en una edición de 2011 que el programa Memoria en Movimiento hizo de los poemas rescatados.

Piri sobrevivió al horror de milagro. El 18 de julio de 1977, cuando cumplía dos años, se llevaron a su mamá. Unos meses antes, el 11 de enero de 1977 habían secuestrado a su papá, Godoberto Luis Fernández, quien según testimonios de sobrevivientes fue visto en la ESMA, aunque poco se sabe de su paso por este centro clandestino.

Para celebrar aquel cumpleaños, Loli había llevado a Piri al Jardín Zoológico de Palermo. Mientras caminaban cerca de allí, un grupo de tareas de la ESMA la secuestró. Nadie sabe cómo se las ingenió para entregar a su hijo a una amiga. Días después fue Marcia Roxana Seijas, compañera de militancia, quien recibió al niño que estuvo al cuidado de su familia durante varios meses, hasta que pudo reencontrarse con su abuela materna Elba Susana Macagno, quien inscribió a su nieto con su apellido.

Niño,

si mañana no estoy,

quiero que recuerdes que estuve.

Que te di mi vida,

mis mejores años,

mi ilusión,

mi abrazo cálido.

Niño, quiero que

recuerdes que fui,

parte de vos mismo

y que tus manos han sido

hechas por mis manos;

que tus ojos son

parte de mis ojos,

que tu frágil cuerpo

lo construí con el amor

que te tuve,

que le tuve a él

que te tuvimos los dos.

Niño, si mañana no estoy,

quiero que sepas

que aunque te perdí

vos, vos no me perdiste.

Ana María Ponce nació el 10 de junio de 1952 en San Luis. Su familia le decía Ani. Sus compañeros, Loli. Era la mayor de tres hermanos. Sus padres eran docentes universitarios y su abuelo había sido fundador del Partido Laborista, que apoyó la candidatura de Perón en 1946. Cuando terminó el colegio secundario se recibió de maestra con medalla de honor. Para seguir estudiando se mudó a Buenos Aires. Ingresó a la carrera de Historia y Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de La Plata, donde comenzó a militar en la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN) y en la Juventud Peronista. Fue en ese espacio donde conoció a quien sería su marido, estudiante de Diseño Industrial, con quien se casó en 1974.

Ese año participaron del acto de Ezeiza por el regreso de Perón y luego se unieron a Montoneros. Cuando la represión en La Plata se agudizó decidieron mudarse a Buenos Aires. Lo que sobrevino ya es historia conocida.

“La poesía la hizo más libre que sus asesinos”, escribió el escritor Juan Gelman para celebrar sus escritos y su vida. Lo mismo ocurrirá este sábado en el Museo Sitio de Memoria cuando el poeta y editor Mariano Blatt, la cineasta Lucia Puenzo y su hijo Piri la honren durante La Visita de las 5.

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