07/07/2017
Daniel y el duelo interminable
Por Roxana Barone
Fotos Mónica Hasenberg
Daniel Tarnopolsky es el único sobreviviente de su familia. El 15 de julio de 1976 fueron desaparecidos sus padres y sus dos hermanos. Este 7 de julio su madre Blanca hubiera cumplido 89 años y en su homenaje familiares y amigos colocaron una baldosa a la entrada del Hospital de Niños, donde trabajó. Este acto de recordación trae a la luz a una pionera de la psicopedagogía, a quien obturaron su carrera y su vida, y despliega una historia que nunca deja de conmover.
“En Barrios por la Memoria y Justicia las baldosas son el material donde plasmamos la memoria del terrorismo de Estado con su rastro de desaparición forzada, tortura y muerte, fríamente planificada para imponerle a toda una sociedad un modelo económico y político, con mayoría de excluidos. Lo hacemos a través de reponer los nombres de nuestros desaparecidos, allí donde dejaron huella, tratando de rescatar y reivindicar sus historias.”
“Es muy fuerte hacer la baldosa, ir colocando las letras, construirla. La fuimos haciendo de a poco, con mucha obsesión para que las letras quedaran perfectamente alineadas”, dice Daniel Tarnopolsky, único sobreviviente de una familia diezmada el 15 de julio de 1976. Este 7 de julio su madre Blanca Edelberg hubiera cumplido 89 años y ahora su nombre descansa en forma de huella a la entrada del Hospital de Niños Ricardo Gutierrez, donde trabajó.
No es lo mismo -piensa su hijo- que cuando colocó una lápida en la misma tumba que sus abuelos con los nombres de sus padres, Blanca y Hugo. “La puse en el Cementerio Británico porque algo tenía que hacer. Ellos eran laicos y nos habían pedido ser cremados. Mi madre, que amaba el sur y que nos hizo amar el sur, nos había dicho que su deseo era que tiráramos sus cenizas al lago Nahuel Huapi. Así van a estar una vez por año obligados a visitarme, nos decía. Las cenizas terminaron en el agua, sí, seguramente están en el agua, pero no las pudimos tirar en el Nahuel Huapi”.
…
Cuando la secuestraron, Blanca tenía 48 años y Hugo, 51. Daniel cumplirá a fines de este año los 60. “Ahora me doy cuenta de lo jóvenes que eran. Para mí siempre mis padres habían sido secuestrados y asesinados grandes. Los jóvenes eran mis hermanos Betina y Sergio, y mi cuñada Laura. Aunque parezca extraño tardé mucho en darme cuenta de esto”.
“Ella estaba en el corazón de su carrera profesional, en la etapa que se junta experiencia con formación. Con los años fui descubriendo todo lo que mi madre había sembrado, las innovaciones que había realizado desde la psicopedagogía al entretejerla con el psicoanálisis, al abrirse del lugar puramente educativo. Porque antes se trataba de ayudar a aprender al chico con problemas de aprendizaje. Y mi madre, junto con otras pioneras, abrió el camino hacia la visión clínica, a entender los problemas de aprendizaje desde un lugar psicoanalítico. Ellas fueron las que pensaron: No es falta de inteligencia sino que es la expresión de otra cosa”.
En el Hospital de Niños la recuerdan como la creadora de un nuevo paradigma, que siguen transitando las y los psicopedagogos hoy, cuando la carrera tiene estatus universitario. Pero cuando ella empezó este era un campo semidesierto, dominado por la medicina hegemónica.
Pero Blanca no pudo terminar de cerrar lo que había empezado a construir. Su carrera fue obturada.
“Julio se vive mal. Llueve, hace frío y está gris y yo siempre estoy con gripe. El 15 de julio de 1976 llovía a cántaros. Nunca me voy a olvidar porque cuando hablé con mi abuela y me fui a su casa para ver qué había pasado, tenía un gamulán que quedó hecho una esponja. En Europa –donde estuve exiliado- en julio hace calor y al menos eso ayudaba a limpiar el aire. Ahora deberé esperar a agosto para que se me vaya esta gripe, que cada año vuelve recurrente”.
Ese 15 de julio que Daniel recuerda con precisión las fuerzas represivas secuestraron en cuestión de horas a su hermano Sergio, militante peronista, entonces soldado conscripto en la ESMA y asistente de Jorge "El Tigre" Acosta; a sus padres de la vivienda familar; a su cuñada Laura Inés del Duca, estudiante de Letras, de su propia casa; y a su hermana Betina, de 15 años, militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), a quien arrancaron de los brazos de su abuela. Todos fueron vistos por última vez en la Esma.
–¿Y si a ustedes los agarran, qué hago? –le pregunté en la última conversación que tuvimos.
Tomábamos café en un bar de la calle Uruguay entre Tucumán y Viamonte. Yo estaba “levantado” de casa desde principios de junio cuando “chuparon” a Patricia. Historias comunes en la Argentina de esos años. Historias de desapariciones, de penas, de horrores.
–Si a nosotros nos agarran, vos te escondés.
–¿En una embajada, como hizo el tío Jean en Chile?
–No, hijo, acá es distinto. No sé, vos te escondés, te las vas a arreglar.
Cuando se llevaron a Patricia, prima de mi papá, compañera de militancia y muy amiga de Sergio –mi hermano mayor–, mis viejos tuvieron miedo de que vinieran a casa a buscarlo y que se llevaran a alguno de nosotros. Fue entonces cuando mi viejo me pidió que me buscara otro lugar dónde estar.
(Fragmento del libro Betina sin aparecer)
“En algún lugar se sigue sintiendo eso de quedé solo. Respecto de ese núcleo íntimo, quedé solo. Ahora tengo una mujer, mis hijos, una familia. Pero hay un lugar en que sigue habiendo mucha soledad. Y eso es algo que sentimos todos: los hermanos, las madres, los familiares. Es un lugar de donde te arrancaron algo que no hay manera de llenar. Uno vive con eso. Ya no duele tanto. No sufrís todo el día. Pero es un tema que te acompaña toda la vida".
“Las vacaciones en el sur”, dice rápido cuando la Haroldo le pregunta por sus mejores recuerdos. Iban en un Renault 4 que a lo sumo llegaba a los 80 kilómetros por hora. Hugo manejaba, Blanca de copiloto y los tres chicos peleando, cantando, durmiendo. Era un viaje en tres etapas: Buenos Aires-Bahía Blanca; Bahía Blanca-Neuquén; Neuquén-el Sur. Lo recuerda y se ríe fuerte, como muchas veces durante la entrevista. También se acuerda de las últimas vacaciones juntos, todos en familia, en febrero de 1975 cuando conocieron México. Fue espectacular.
Blanca trabajaba como docente en universidades y atendiendo en centros de atención de salud, pero tenía su consultorio en casa, por lo que su vida le permitía transcurrir entre los pacientes y los chicos. Daniel la recuerda trabajando mucho, pero también dándose tiempo para cocinar, hacer tortas y postres. Hugo, que era químico, pasaba más tiempo en la oficina.
“Familia con historias simples”, define Daniel, que a diferencia de sus padres, sí se interesó por la religión. “Ellos no lo soportaban. Eran laicos y anticlericales. Tenían una profunda raigambre socialista. Lo que me enseñaron era que para que todos estuviéramos bien la clase obrera debía estar lo mejor posible. Y eso es lo que sostuvieron fuertemente”.
De la mano de un tío abuelo y con su hermano Sergio empezaron a ir a la sinagoga. Pero cuando falleció y ellos se hicieron adolescentes, ese rito se discontinuó. Su hermano se puso a militar y él a hacer tarea social. Y la vida religiosa se fue desdibujando. Pero volvió a surgir en Francia “buscando raíces más allá del lugar de vida”.
“Para el común de la gente soy muy practicante, para los judíos ortodoxos soy un laico. Llevo adelante mi religiosidad en comunidades conservadoras -modernas- junto a personas como Daniel Goldman y Silvina Chemen, rabinos muy comprometidos políticamente y con quienes tengo un gran entendimiento”.
Además de su tarea en la Esma junto a los organismos de Derechos Humanos y de su profesión, Daniel hace canto lírico y litúrgico. “Oficio en Bet-el. Me hace bien, es un canto que me eleva. Que me conecta con otros mundos, otros mundos más tranquilos”.
…
Betina sin aparecer es el libro que Daniel escribió en 2011 para contar la historia de su familia y además para mostrar su convicción de que su hermana estaba viva en algún lugar. De la mano de médiums y videntes, seguía buscándola con la esperanza de que había sobrevivido, que había sido secuestrada por un represor que se la había quedado como trofeo.
Sin embargo, hoy dice: “Betina ya está. Durante muchos años llegaron mensajes de que estaba sufriente, pero después eso se limpió y me calmó. Ya no está más sufriente. Está elevada”.
“Betina y Sergio son fantasmas fuertísimos que siguen dando vueltas”, dice, y enseguida cuenta que está escribiendo un segundo libro basado en su hermano. “Sería como la segunda parte de Betina, en la que trato la negociación con mi hermano. Es un tema complicado que nunca se terminará de resolver. Los asesinos son los asesinos; los torturadores son los torturadores; las bestias son las bestias. Pero los nuestros podían hacer cosas para cuidarse o para no cuidarse y ahí hay un lugar gris. Hay quienes tuvieron el cuidado de avisar a su entorno y hay otros que -como mi hermano- dijo: yo me juego la mía, sin poder pensar que tal vez la suya podía tener consecuencias para otros. No tengo odios, furias, broncas. Pienso que de alguna manera se da con Sergio esa pelea de hermanos de dame el autito que es mío. Se mezcla todo. Pero uno vive acompañado de este tipo de situaciones que no se pueden cerrar, con paneles abiertos que a veces llaman más, lastiman más, se calman y se vuelven a abrir. Son cosas que no terminan. Es el duelo interminable. El duelo imposible”.
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