06/03/2017
Primer Paro Internacional de Mujeres
Deseo y duelo
Por María Pía López
Fotos Leticia Pogoriles
Ni una menos es una experiencia de realización de duelo público, la constitución de un conjunto de ceremonias que permitan, ante la muerte, crear una experiencia común. Se inscribe en la potente lucha de las Madres y Abuelas y en la certeza de que a la crueldad se la enfrenta con feminismo. “Nosotras hablamos con mujeres, no con víctimas. No reductibles a su circunstancia de ser objeto de violencia”, dice la autora.
Un canto nos entusiasma. Dice, en algún tramo, “ahora que estamos juntas / ahora que sí nos ven / el patriarcado se va a caer, se va a caer”. Me impresiona la falta de mediaciones del cantito. El supuesto: de la reunión, la política callejera, la visibilidad, se pasa a la modificación de las condiciones de vida. Lo cantamos, sabiendo qué queremos que termine, a oscuras respecto de lo que vendría. Que caiga el patriarcado, aunque la Real Academia Española no reconozca su existencia. Síntoma de su condición monárquica, mercantil y conservadora, el diccionario de la RAE cumple una función ideológica y de las seis acepciones que lista para patriarcado ninguna significa aquello que nombramos: un sistema en el cual la división sexual del trabajo implica que los tramos impagos del trabajo socialmente necesario recaigan sobre las mujeres, que además ocupan lugares más bajos en todas las jerarquías políticas y sociales, además de poner límites en muchas sociedades a las decisiones sobre el propio cuerpo y deseo, como ocurre con la criminalización de la interrupción del embarazo.
Cada vez que asesinan a una mujer –o a una travesti o trans- por serlo, se despliega una operación cruenta de normalización. Es un modo salvaje de poner en caja, de reponer disciplinas agrietadas. Adobe sangriento para las paredes que crujen. Por si no alcanza, están los discursos sociales que funcionan y agitan los hechos como advertencias o enseñanzas. Ni una menos surgió como grito ante la extendida crueldad de los femicidios. Fue y es la decisión de componer una fuerza común contra las violencias y opresiones que tienen su punto más alto en el asesinato, pero que se extienden por toda la vida social. Fue y es un modo del duelo público. Judith Butler dice que el duelo es reconocimiento de una interdependencia que está en el origen mismo de la vida y que permanece como huella inconsciente, velada tras la idea de autonomía individual. Somos corporalidades vulnerables y finitas. El duelo recupera la condición corporal común: la vulnerabilidad. Por eso, el duelo es público, no sólo íntimo. Es fuerza activa, reconocimiento de comunidad, política.
Ni una menos es una experiencia de realización de duelo público, la constitución de un conjunto de ceremonias que permitan, ante la muerte, fundar una experiencia común. Decidimos ponerle palabras e imágenes, ideas y contexto, a los asesinatos. Allí donde otros resolvían apelando a patrones normativos, inscribiendo el crimen como sanción inaceptable al desplazamiento de la norma pero a la vez señalando que la norma debe ser preservada (como ocurrió con el titular de Clarín sobre Melina: fanática de los boliches abandonó la secundaria); nosotras dijimos que había que tomar la denuncia en un sentido anti normativo. Lo que venía a hacer el asesino es sancionar el desvío. A su loco modo, con la crueldad que otras pedagogías relegan o desconocen.
Ni una menos construyó ese enlace entre asesinato y normativización. Dijo que cada uno de los cuerpos de las violentadas le competía, porque en ellas reconocía la fragilidad común. Al hacerlo, nos inscribíamos en una tradición potente: la de las Madres de Plaza de Mayo, nuestras bravas antígonas. Las que fueron de decir que eran madres de todos los desaparecidos a decir que esos hijos eran militantes y a vincular ese reconocimiento del carácter público de sus muertos con la vivencia más personal y singular de los que habían muerto. Escuché a Estela de Carlotto decir, sobre su experiencia y la de Abuelas: lo más importante que ocurrió fue la decisión de juntarnos. Juntarnos no es sólo reunirse, sino reconocer la interdependencia. Es un modo de transitar la fragilidad. De actuar a partir de ella, no negándola.
Las derechas saben interpretar la vulnerabilidad. Afirman al individuo separado y autónomo y sujeto a amenazas de toda índole. Cada vivencia de fragilidad puede ser reconvertida en corrida hacia tecnologías protectoras –médicas, securitistas- o dar lugar a modos de venganza: hacer pagar a otros por esa vulnerabilidad. Exponerlos a ellos a la muerte o al dolor. El punitivismo arrastra el limo de ese sueño de venganza. Que pague lo que hizo. Seguridad es el modo de tratar nuestra corporalidad vulnerable de un modo reactivo. Tiene que haber otros. Por eso es importante no negar la condición del duelo –el dolor de fondo, la vivida fragilidad- sino volverlo público, sustrato de política en común.
Tramar políticas desde el deseo, es pensar en nuestra propia fuerza, singular y colectiva. Abrir la imaginación a otros mundos posibles. Llamamos patriarcado a una estructura cuya condición cultural es el machismo. Y que se expresa como desigualdad social, condena al trabajo impago, organización restrictiva de las vidas, desposesión y encadenamiento.
Frente a las estrategias punitivistas, nosotras deseamos vidas que merezcan ser vividas, ampliar las libertades y el reconocimiento de la autonomía. Reclamamos igualdad y a la vez diferencia. Lejos de ver soluciones en una emergencia nacional de violencia de género –que permitiría liberar de controles a las fuerzas de seguridad y a los negociantes de compras estatales-, creemos que hay que afirmar una red de afinidades y resonancias, complicidades y protección. Por eso, oponemos feminismo a la crueldad, confrontamos con micropolítica de las alianzas a la discursividad que nos quiere víctimas. Las industrias del espectáculo, los grandes medios de comunicación, las ONGs liberales, las agencias estatales, nos interpelan como víctimas, actuales o potenciales. Nosotras hablamos con mujeres, no con víctimas. No reductibles a su circunstancia de ser objeto de violencia.
Tramar políticas desde el deseo, es pensar en nuestra propia fuerza, singular y colectiva. Abrir la imaginación a otros mundos posibles. Llamamos patriarcado a una estructura cuya condición cultural es el machismo. Y que se expresa como desigualdad social, condena al trabajo impago, organización restrictiva de las vidas, desposesión y encadenamiento. Si bien la experiencia callejera de Ni una menos, las grandes movilizaciones colectivas, no se dieron con el lenguaje clásico del feminismo, configuran una experiencia feminista: reconocen la fuerza del deseo común y saben que el problema está en ese ramificado y complejo sistema que incluye cruentas sanciones al lado del amoroso chantaje del cuidado.
El 19 de octubre de 2016 se realizó el primer paro nacional de mujeres. Estamos al borde de un paro internacional el 8 de marzo, en cincuenta países. Esas interrupciones dicen del hartazgo, del necesario basta a una sociedad que produce infelicidad y violencia, de la fuerza de la que se parte y que muchas veces queda invisibilizada –se para porque se hace y se hace mucho, cotidianamente-, del deseo por otro mundo. El día del paro puede ser, entonces, el primer día de un mundo porvenir. Y ahí el duelo colectivo adquiriría otro sentido: no sólo el descubrimiento de la vulnerabilidad común sino el duelo por un tipo de vida cuyo final queremos ver. Aún sin saber lo que vendrá.
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