14/10/2016
Ensayo fotográfico
Norte Argentino, años 90
La muestra que se exhibe actualmente en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti reúne una selección de fotografías del libro Norte argentino, la tierra y la sangre, realizado por Marcos Zimmermann a mediados de la década del 90.
Aquel libro era un retrato de la Argentina profunda, hecho en una época en la que se ensalzaba un modelo político venido del exterior de nuestro país. Por eso Zimmermann planteó, para aquél ensayo, dos premisas: que los retratados miraran siempre a cámara y que todos aparecieran en el libro con sus nombres. Intentaba así que el interior olvidado del país mirara a los ojos a quienes vivieran en las ciudades y compraran el libro, y que esas miradas tuvieran identidad cierta.
Estas fotografías se proponen reconstruir esa identidad y esa memoria. Pero, además, Norte argentino años 90 es una reflexión acerca de cómo se producen imaginarios que generan nuevas lecturas en el presente, como también un modo de alertar sobre cualquier intento de repetir la historia.
Estas fotografías fueron tomadas en los años noventa, cuando muchos argentinos miraban hacia el exterior de nuestra patria. En aquél tiempo, el interior profundo de nuestro país era para muchos sólo un espacio en blanco. Consciente de esta paradoja, tomé en 1994 la decisión de mostrarlo, de darle visibilidad a su paisaje y protagonismo a sus habitantes. Para ello, recorrí durante cuatro años el millón de kilómetros cuadrados en los que se asientan los dos nortes de la Argentina y realicé un ensayo, parte del cual se plasmó en el libro Norte argentino, la tierra y la sangre.
Las condiciones a la hora de fotografiar fueron dos. Todos los retratados debían mirar a cámara. Quería que los habitantes de las zonas más postergadas de nuestra patria miraran a los ojos a quienes compraran el libro en las ciudades. Todos debían aparecer, además –y en lo posible–con sus nombres. Pretendía que cada uno de los protagonistas del ensayo tuvieran una identidad cierta.
Fue, supongo que durante una noche en Angastaco, en Cochinoca o en El Mistolar, cuando escribí lo que sigue.
“Quizás, en poco tiempo más, todo lo que quede del Norte sea su inmensa geografía y la mirada de su gente. Tal vez quede además el chipá, los perros por todas partes, el gusto de los collas por los colores vivos y las sonrisas de los más pobres como victoria del corazón sobre los innumerables programas de futuro interrumpidos. Estas fotografías que entrelazan los dos nortes de la Argentina son mi homenaje a esos detalles. Pero por sobre todo son un homenaje a quienes desde los lugares más apartados de nuestro país defienden sus verdades propias.
Porque no quisiera que los que siempre avanzan ciegos y sin razón, avancen. Ni sobre la tierra, ni sobre los animales, ni sobre los niños que acuden a escuelas perdidas, ni sobre sus maestras que hacen dedo para llegar hasta esas aulas solitarias en las quebradas donde el diablo perdió el poncho.Tampoco me gustaría que un falso criterio de civilidad juzgue a los hombres que se emborrachan semanas enteras cuando vuelven de trabajar durante meses en los montes, o que humille a sus mujeres que ya no gritan cuando las golpean sus maridos ebrios, porque saben que en esas abras nadie las oye. Que las ancianas de Catamarca dejaran de rezar en Pascua durante días enteros o que las banderas rojas del Gaucho Gil cesaran de volar con el viento y llamar a sus fieles desde los campos de tacurúes. Que en los carnavales de la Puna los muchachos de las comparsas no bajaran endiabladoslas laderas de los cerroscon trajes de lentejuelas y que no los acompañen chicas que aprovechan ese momento para enamorar a los mozos con harina, faldas y carnavalitos. Aunque lo que más lamentaría sería no volver a encontrar a dioses de carne y hueso, como el que encontré saliendo de las aguas del río Aguapey, en Corrientes. No conversar con los isleros mientras flotamos como camalotes en la corriente oscura del río Paraná, frente a Esquina. O pasar por Mercedes o Bella Vista sin recibir invitaciones en las que me prometan dejar bien al pueblo.
En suma, no quisiera que todos estos mundos propios sean descartados por los supuestos beneficios del progreso. Porque, hasta que los argentinos no nos sintamos hermanos, no habrá mañana para nadie. Y mientras no haya lugar para todos, no habrá futuro para nadie. Ni para los hijos de los poderosos, ni para los nietos de los desposeído. Ni para buscar lo que viene, ni para esperar lo que nos sorprenda. Porque es en las miradas andinas venidas de tiempos inmemoriales, en los ojos adustos de los mariscadores formoseños y en las pupilas chispeantes de los niños misioneros, donde habita gran parte del país cierto, del Norte verdadero.”
Hoy, veinte años después de que fueron hechas estas fotografías, la Argentina parece tomar un camino similar al de los años noventa. Sólo espero que el país profundo, que supo reconstruir suidentidad en los últimos años, esta vez se exprese. Y no deje, nunca más, que los que siempre avanzan ciegos y sin razón, avancen.
Marcos Zimmermann
Mayo de 2016
Marcos Zimmermann nació en Buenos Aires, en 1950. Estudió cine en el Instituto Nacional de Cinematografía. Realizó catorce libros fotográficos de autor que exploran la identidad de su país:Patagonia, un lugar en el viento (1991); Río de la Plata, río de los sueños (1994); Norte argentino, la tierra y la sangre (1998); Desnudos sudamericanos (2009), entre otros. Su obra forma parte del Museo Nacional de Bellas Artes, del Museo de Arte Moderno de la Ciudad de Buenos Aires, del Kiyosato Museum of Photographic Arts del Japón, de la Colección Manuel Alvarez Bravo de la Fundación Televisa de Mexico, etc.
Recibió los premios Pirámide de Oro, Leonardo y Diploma Konex.
En 2014 realizó una retrospectiva titulada Marcos Zimmermann 360º, en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta. Escribe en las revistas culturales Radar y Ñ. Es autor de cuatro novelas inéditas y publicó su primer libro de ficción: Historias de fotógrafos.
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