16/08/2016
Entrevista a Ricardo Ragendorfer
Las larvas del Golpe
Por Roxana Barone
El periodista e investigador acaba de publicar "Los doblados", un libro que aborda las infiltraciones del Batallón 601 en las organizaciones guerrilleras, hechos que para el autor preanuncian el accionar del Terrorismo de Estado y la trastienda del 24 de marzo de 1976. El tema de la traición, el trasfondo de este pedazo negro de la historia argentina.
“Héroe de guerra”, exclamó el represor Carlos Españadero cuando al otro lado de la línea telefónica el periodista Ricardo Ragendorfer le hizo saber que quería hablar con él sobre el “Oso”, un soplón del Ejército, un infiltrado, un “doblado”.
Lo que siguió fue una seguidilla de entrevistas que dieron origen a una nota: "El exterminador da su versión" en la revista Caras y Caretas, en 2005. Pero esos ocho mil caracteres se merecían mucho más. Eso lo supo Ragendorfer casi al instante, aunque para llegar al libro de investigación pasó un largo rato, casi una década.
“De algún modo la nota de Caras y Caretas fue el germen de Los doblados; fue lo que la nota ´Maldita Policía´ que publicamos junto con Carlos Dutil en la revista Noticias fue a La bonaerense. Fue una especie de escalera. Ahora bien, cuando me planteo el libro tenía dos opciones: hacer un amasijo de casos aislados o hilvanar una historia. Elegí la segunda opción, que tiene una ubicación precisa que va desde la primavera de 1975 al otoño de 1976”, pocos meses después del fallido asalto de ERP al Batallón Domingo Viejobueno, en la localidad de Monte Chingolo.
"La hipótesis es que la firma de los decretos de aniquilamiento, que extendían al resto del país las atribuciones represivas que los militares venían desarrollando en Tucumán (Operativo Independencia), hizo que tomaran directamente el control operacional del país. En ese preciso momento el poder pasó de la Casa Rosada al Edificio del Libertador".
Hay decenas de libros sobre el Terrorismo de Estado pero Los Doblados (Editorial Sudameriana) está entre los más vendidos. ¿Qué puede estar pasando?
El mercado suele tener sus caprichos. Pero supongo que tal vez en el aspecto estrictamente coyuntural la venta se haya potenciado a partir de la frase de Mauricio Macri acerca de la “guerra sucia”. En un aspecto más profundo pienso que este libro toca un par de temas que no fueron explorados, como el de la traición, un tema absolutamente maldito. Aclaro que no me refiero a las personas que en cautiverio y bajo tortura aportaron cierta información. Estoy hablando de traiciones perpetradas por personas que tomaron esa decisión sin haber perdido su condición de sujetos responsables de sus actos y sin haber perdido su capacidad de decisión. Por otro lado, exploro otro asunto abordado colateralmente que es el Batallón 601. A partir de esta investigación sentí una verdadera obsesión por desentrañar la estructura de ese cuerpo, sus modalidades operativas y también y, fundamentalmente, los personajes que anidaban ahí adentro, quienes en este libro son el hilo conductor de esta historia.
Ese viaje a través del Batallón 601 te permitió abordar de alguna manera lo que fue la trastienda del 24 de marzo…
Me permite llegar a una hipótesis. En principio tomé ese lapso temporal por una razón muy práctica: es la época previa a la desaparición masiva de personas, donde los militares tomaban información que obtenían en la mesa de tortura. En esta época previa, el trabajo de inteligencia se basaba en parte por las maniobras de infiltración, por los doblados. Pero, digamos, que hacer ese recorte temporal no fue arbitrario, porque la hipótesis política del libro es que, a diferencia de otros autores que han escrito sobre el tema, no fue el operativo montonero en Formosa –Operación Primicia, 5 de octubre de 1975- lo que les dio a los militares la idea de hacer el golpe de Estado. Esa es una versión Billiken de la historia. Los decretos de aniquilamiento estaban escritos previamente y solamente se aguardaba algún hecho guerrillero de envergadura para ponerlos en práctica. Y ese hecho fue Formosa. Y la hipótesis es que la pronta firma de los decretos (2.770 y 2.771), que extendían al resto del país las atribuciones represivas que los militares venían desarrollando en Tucumán (Operativo Independencia), una especie de laboratorio del Terrorismo de Estado, hizo que tomaran directamente el control operacional del país. En ese preciso momento el poder pasó de la Casa Rosada al Edificio del Libertador.
Ahí comenzó la dictadura…
Para mí ese fue el golpe de Estado y lo del 24 de marzo de 1976 entonces fue apenas una mudanza.
“Esa, señores es una guerra de inteligencia, y su clave es la información”. La frase es del coronel Alberto Alfredo Valín, jefe del batallón 601 en 1975 y fue evocada por Españadero en aquella primera entrevista que le hizo Ragendorfer en mayo de 2005 en el bar Los 36 billares, de Avenida de Mayo.
Ragendorfer no lo conocía, así que para aquel primer encuentro el represor puso la biografía de Kissinger sobre la mesa para hacerse reconocer. Hubo desconfiaza inicial, pero finalmente la entrevista se concretó. El periodista tomaba notas, no grababa. “Mis reuniones con él fueron fructíferas, sus dichos eran muy precisos y los que no lo eran me dieron la oportunidad de explorarlos, porque más allá del valor de su testimonio en sí mismo, tenía un valor agregado que era una especie de guía para la acción. O sea, todo su discurso direccionó la historia hacia un punto preciso”, dice ahora en un bar de San Telmo.
En el prólogo lo resume mejor: “Resultaba extraño estar con él; era como la frase de Walsh al revés: Hay un fusilador que vive”.
“El tipo pese a su baja jerarquía –era mayor del Ejército-, era bastante importante dentro del Batallón 601; era una especie de estratega en las sombras, era un tipo cuyas sugerencias y cuyas deducciones incidían en los pasos operativos del Batallón y de alguna manera también quien me permitió empezar a explorar la figura del Oso”, cuyo verdadero nombre era Rafael de Jesús Ranier, el soplón que tras haber entregado a un centenar de compañeros fue ajusticiado por el ERP. Su cadáver apareció con una frase: “Soy un traidor a la revolución y entregador de mis compañeros”.
A Españadero, hoy con prisión domiciliaria por delitos de Lesa Humanidad, se sumaron otras entrevistas a antiguos militares y represores: Albano Harguindeguy, Carlos Dalla Tea, Héctor Vergez, el agente chileno Enrique Arancibia Clavel, el enlace entre el Batallón 601 y el pinochetismo, porque el libro también aborda “la terrible trastienda de primer bautismo de fuego del plan Cóndor en Argentina”.
"Mi fascinación, si le puede llamar así, por este tipo de retratos tiene que ver con que de algún modo cada uno de ellos es una muestra cabal de lo que Hannah Arendt llama la banalidad del mal. Son tipos que después de torturar volvían a su casa y acariciaban la cabeza de sus hijos. Lo aterrador no era que eran monstruos con garras, lo aterrador de ellos es que son seres absolutamente normales".
Después de estas entrevistas ¿cómo era volver a casa? ¿Cómo se procesa eso?
A mí me fascinaba un poco hablar con estos tipos. Me fascinaba mucho, diría. La técnica que utilizaba no era polemizar con ellos, ni hacer preguntas incisivas. Lo que habían hecho ya es de dominio público, no necesitaba que eso saliera de su boca, cosa que no iba a suceder porque lo niegan. Yo quería que hablen de cualquier cosa, porque digan lo que digan, refiéranse al tema que refieran, el modo de decirlo iba a revelar lo que son y cómo son, aunque sea un comentario del clima. Y parte de mi distanciamiento es que -creo yo por mis orígenes- tengo un gran sentido del humor. La anécdota de Españadero que se puso nervioso porque yo ingresé al bar por la puerta de Rivadavia, cuando él me esperaba por Avenida de Mayo y que yo cuento en la introducción me regocijó el alma. Cuando Harguindeguy me acepta ver durante su arresto domiciliario en Los Polvorines, dos semanas antes de morir, le toqué el timbre de su casa con un kilo de masitas secas.
¿No sentías ningún temor?
Lo que a mí me aterroriza no es saber que ellos que parecen personas normales hayan sido capaces de cometer aberraciones semejantes. En todo caso lo que me aterroriza es que cuando estoy en un bar, cuando estoy en colectivo o en la calle Florida veo a mi alrededor y me pregunto cuántas de estas personas normales, en un contexto así, harían cosas semejantes. Eso sí me aterroriza.
Hay un claro intento de lograr un retrato íntimo de esos personajes. ¿Por qué?
Eso me interesaba mucho, acaso porque prácticamente es un tema vedado a la opinión pública, porque de los represores solamente sabemos sus nombres, dónde prestaron servicios y las carátulas de los crímenes que cometieron y ciertas descripciones de sobrevivientes. En ese sentido, mi fascinación, si le puede llamar así, por este tipo de retratos tiene que ver con que de algún modo cada uno de ellos es una muestra cabal de lo que Hannah Arendt llamaba la banalidad del mal. Son tipos que después de torturar volvían a su casa como de cualquier trabajo y acariciaban la cabeza de sus hijos. Lo aterrador no era que eran monstruos con garras, lo aterrador de ellos es que son seres absolutamente normales.
¿Hubo dolor en la escritura?
En ciertos momentos tal vez sí. Me resultó inevitable encariñarme con algunos personajes como Pepe Mangini o el mismo Santucho. Santucho es un tipo que me atrae terriblemente pese a sus garrafales errores.
¿Por qué “Los Doblados”?
Mucha gente cree que viene de dobles agentes. Pero eran agentes unidireccionales: un doble agente reporta a dos lugares a la vez. Y estos ni siquiera eran agentes, eran personas que se habían convertido en soplones. Una cosa es un oficial del Ejército que se filtra en una organización y otra cosa es un exmilitante que empieza a reportar para, en el lenguaje de entonces, “el enemigo”. Este libro no subscribe a la teoría de la “guerra sucia”, acá no hubo guerra.
Que no es lo mismo que “quebrados”…
No, quebrados son las personas que cantan en la tortura, hay un punto que merece ser debatido pero yo pienso que las personas que entran a un campo de concentración como víctimas y que logran sobrevivir a ese infierno salen siempre como víctimas pese a las debilidades o a las atrocidades que pudiesen haber cometido adentro. Esos son los quebrados, que merecen solidaridad.
En el libro no hay juicios de valor, excepto en la frase final, donde se siente el sello Ragendorfer: “Que su Dios se apiade de él”. ¿Cómo se construyen esos personajes abominables?
Es una técnica de sobrevivencia. Desde hace años escribo policiales, si me llegara a involucrar afectivamente con todas las victimas sobre las cuales escribí y que por cierto no dejaron de existir por causas naturales, ahora estaría en un manicomio. Siempre busco un distanciamiento: por un lado para no volverme loco y por otro para no malograr la escritura. Creo que el carácter abominable de esos personajes debe surgir a partir de la descripción de los hechos, no a través de la adjetivación del autor. Al Oso, la vida y la historia ya lo condenaron. Lo que a mí me llamaba la atención es que el tipo fue uno de los exponentes más letales en su oficio y lo hizo sin ser un agente de inteligencia, sin ser un cuadro político, sin ser un cuadro militar. Era un lumpen de capacidades muy limitadas, un intelecto rayano en el retraso madurativo. No obstante, el tipo había sido no entrenado sino amaestrado simplemente para ver y oír. Había sido amaestrado no para sacar conclusiones sino para que contara lo que veía y lo que oía, aunque lo que veía y lo que oía no lo comprendiera. Para armar ese conjunto de espejos rotos, ese conjunto de piezas dispersas estaba Españadero y su gente.
¿Qué es la traición?
En el sentido fáctico resulta obvia la respuesta: es frecuentar a una persona para eliminarla mintiéndole, y con el agravante de que algunos de ellos habían pertenecido a un mismo universo, a un mismo espacio político. Pero más allá de eso, la traición es como la inteligencia, nos diferencia de los animales. Es una figura universal que me ha impresionado mucho a través de la historia y la literatura. Yo no sé si hubiera escrito este libro si no hubiera leído El Ejército de las sombras de Joseph Kessel, que trata el tema de la traición en el marco de la resistencia francesa. En ese sentido, la quinta pata de un cataclismo histórico siempre es la traición, junto con la economía podríamos corregir a Marx y decir que es también uno de los motores de la historia.
¿Este pedazo de la historia se puede mirar como una foto o sólo se puede mirar con perspectiva histórica?
Como ambas cosas, yo no escribí sobre una cosa que pasó cuando yo no vivía. Yo estuve bastante cerca de esa historia. Cuando pasa esto yo tenía 18 años y los protagonistas, especialmente los integrantes de las organizaciones guerrilleras, me parecían en aquel entonces muy adultos y muy maduros. Y hoy veo sus fotografías y veo que eran pibes, pibitos. Es inevitable al escribir un libro entre el pasado y el presente la visión que tiene un hecho que sucedió en el pasado y la visión que en ese momento uno tuvo del mismo.
El libro es una prueba irrefutable de la inexistencia de la teoría de los dos demonios.
No hay dos demonios, ni tampoco hubo una guerra ni una guerra sucia. “Guerra sucia” es un término militar que los jerarcas de la dictadura solían utilizar durante el ejercicio del Terrorismo de Estado. Acá hubo un Estado terrorista, y si hubo una guerra fue una guerra contra la sociedad civil. En ese sentido, lo que describo en el libro no son episodios bélicos, sino que son episodios con algún ribete bélico; pero ni el ERP ni Montoneros ni ninguna organización armada o popular eran fuerzas beligerantes. Por eso cuando la represión ya es inocultable, los militares empiezan a utilizar el término “guerra sucia”. Dirty War, que lo toman de los norteamericanos. Hasta ese momento hablaban de luchas antisubversivas; en ningún comunicado ni en ningún documento ni oralmente el Ejército o las Fuerzas Armadas se referían a Montoneros como enemigos: eran delincuentes subversivos.
Es una investigación periodística, pero también puede leerse en clave de novela, de thriller.
Uno de los objetivos del libro era construir una historia como a mí me hubiera gustado leerla. Y en ese sentido, siempre me pregunto si la vida imita a la literatura o la literatura imita a la vida. Y es una pregunta incontestable, pero lo que sí sé es lo que diferencia a la ficción de la no ficción. Cuando escribís una ficción el truco consiste en tratar de que ese texto parezca verosímil. En cambio cuando uno escribe una investigación periodística el truco consiste en lograr que ese texto parezca una novela.
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