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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

27/07/2016

Los relatos del pasado en la discusión del presente

Los 70, esos años que siempre vuelven

¿Cómo se reconstruye el pasado reciente? ¿Cómo hacer para no caer en el relativismo gris o en la insensibilidad frente a acontecimientos dolorosos? ¿Reconstruir la memoria es reconstruir un bien colectivo superior a los propios protagonistas? Algunas de estas cuestiones indaga el autor de esta nota, quien junto a Pablo Waisberg, publicó cuatro libros de investigación periodística para los que recogieron cientos de testimonios. 

Entre el 2004 y el 2016 con Pablo Waisberg escribimos y publicamos cuatro libros de investigación periodística sobre el pasado reciente, en el área de la izquierda revolucionaria, sus personajes y episodios. Cada uno de estos libros nos demandó tres años entre el trabajo de campo y la escritura. Por libro hacemos unas cien entrevistas y nos vinculamos con un número similar o superior de personas que no están relacionadas directamente al tema pero pueden gestionar el acceso a la información o a los protagonistas. Nuestros libros son en cierto modo proyectos colectivos que involucran a mucha gente y generan expectativas.

Todos nuestros libros están cruzados por experiencias traumáticas. Esta suerte de debate nacional sobre los 70 que ya lleva muchos años tiene que ver, en parte, con la intensidad de los conflictos y el carácter trágico de sus momentos más simbólicos. Los 70 son política y muerte, dos temas atados a la condición humana.

Por supuesto que en la discusión sobre aquel pasado, influyen las luchas del presente y estos relatos puede tener aplicaciones muy concretas. Vemos ejemplos todos los meses entre las novedades editoriales. Ahí también nuestros libros generan expectativas, ya no tanto por qué dirán sino más bien por cómo serán leídos por los que participan del sistema de poder que el libro afecta. Es sabido que un texto se completa y adquiere su significado más acabado en la lectura. Y ese es el otro costado fascinante del periodismo que reconstruye el pasado con relatos: al permiso para indagar y saber, que la mayoría convalida, se agrega la posibilidad de asistir a las reacciones de los involucrados, algunas previsibles, otras inesperadas y muchas sencillamente sorprendentes.

En este territorio siempre discutible y conflictivo de la memoria, la reconstrucción, los protagonismos y la responsabilidad en una etapa muy dramática, nos hemos movido todos estos años, con un saldo increíblemente positivo en aceptación y lectura pero también con mucha crítica, con grados diversos de entidad y razón, y hasta condenas furibundas.

Los límites de esa indagación, que vale repetir involucran momentos definitivos en la vida de las personas y sus seres queridos, no tienen alcances muy claros y dependen de la valoración que uno haga de la obra que construye. Si la supone un bien colectivo superior por encima de las situaciones o intereses individuales, no hay límites. Si en cambio uno no es tan jactancioso y entiende su aporte como un elemento más que se suma a la dinámica histórica, no vale la pena afectar mucho a nadie. En los matices intermedios de estas máximas nos movemos con Pablo, para no caer en el relativismo grisáceo ni convertirnos en seres insensibles que desconocen al otro. En medio, casi ni hace falta decirlo, interviene la ideología, la empatía o antipatía con los protagonistas y claro también, la expectativa de los que nos leen y observan.

En este territorio siempre discutible y conflictivo de la memoria, la reconstrucción, los protagonismos y la responsabilidad en una etapa muy dramática, nos hemos movido todos estos años, con un saldo increíblemente positivo en aceptación y lectura pero también con mucha crítica, con grados diversos de entidad y razón, y hasta condenas furibundas. Así es y no puede ser de otra manera.

 

Los 70, esa época que siempre vuelve- Revista Haroldo
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Foto extraida del libro La ley y las armas, 2007.

Los viejos abogados

(La ley y las armas. Biografía de Rodolfo Ortega Peña, 2007)

-¿Y para qué quieren escribir un libro sobre Ortega Peña?

-Porque nos parece que…

-Bueno, bueno, pero primero me van a tener que domesticar…

A mediados del 2004, Eduardo Luis Duhalde ya era secretario de Derechos Humanos de la Nación y hacía 30 años que venía evocando la figura de su socio y hermano de la vida, Rodolfo Ortega Peña, asesinado por la Triple A en la avenida 9 de Julio. Se notaba un tanto cansado de repetir la épica de Ortega a orejas nuevas pero era un político profesional y sabía que la historia de su socio era la suya y la de los dos, una parte destacada en la línea de tiempo del peronismo de izquierda. En parte gracias a esos méritos del pasado, Néstor Kirchner lo había designado en el cargo. Por eso se dejó domesticar y nos recibía, siempre pasadas las 22, en su estudio repleto de libros, en el último piso de un gran departamento clásico en Congreso.

El libro de Ortega, previsiblemente, no le gustó del todo pero reconoció en él mucho trabajo y precisión en los datos. Hasta el final de sus días continuó regalándolo a sus amigos y compañeros políticos como una invitación a conocer su propio mito.

Durante la investigación de la vida de Ortega también nos cruzó una impugnación que se convertiría en un clásico con todos los libros:

-No pueden contar una época que no vivieron.

Este cuestionamiento, que en principio aparece simplón y ridículo porque si así fuera no se podría hacer historia de la colonia o del medioevo, disfraza en realidad una discusión más profunda vinculada a la autoridad necesaria para contar ciertas historias y con la potestad sobre esos episodios que se relatan.

Quien no vivió las desventuras de aquellas épocas, no tiene derecho a contarlas. Las pautas de relación de la militancia, de pertenencia y experiencias comunes fuertes y definitivas, se trasladan a la difusión de esas experiencias. Desde afuera no se puede. Pero sí, se puede, y a menudo conlleva ciertas ventajas.

 

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Foto extraida del libro Firmenich, 2010.

Los montos

(Firmenich, 2010)

Con la biografía de Firmenich la dificultad para acceder a la memoria no fue ser un elemento exógeno al colectivo, porque “montonero” se dice de muchas maneras y no todos sus miembros se reconocen por la calle. También hay pertenencias que trascienden las generaciones. Aquí la dificultad fue que la discusión sobre el personaje seguía abierta y los efectos políticos de nombrarlo o callarlo seguían vigentes. Tan vigentes como la teoría de los dos demonios en amplias franjas de la población

A pesar de un trabajo de aproximación y persuasión que llevó años, Mario Eduardo no habló y tampoco su círculo familiar, ya muy entrenado para no complicar a su miembro más célebre en un terreno de desastre permanente para el biografiado: los medios y los periodistas. Después de su primera aparición post indulto en el programa español el “Perro verde” -una entrevista paga con un entrevistador demasiado extranjero para complicar- se inició la debacle mediática con un Bernardo Neustadt en su momento de mayor audiencia impugnando la representación que Firmenich supo tener. Con ese desprecio y desparpajo liberal que tanto funcionó, Bernardo lo colocó en la categoría de error histórico de la que nunca saldría.

Con el libro en la calle, Firmenich se enojó mucho con algunos pasajes que daban cuenta de su vida y de su personalidad, aunque no tanto como para impedirse preguntar si el libro funcionaba y si se vendía bien. Su familia, en cambio, por primera vez vio reflejado al Mario que ellos conocían. La derecha abierta y orgullosamente antimontonera dijo que era una biografía autorizada y falaz pero sorprendentemente sumó el contenido del libro a la estrategia de persecución judicial, dándolo así por bueno ante la máxima instancia institucional de confirmación de verdad.

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Foto extraida del libro La Tablada, 2013

El núcleo de acero

(La Tablada. A vencer o morir, la última batalla de la guerrilla argentina, 2013)

Nada podía salir bien con los protagonistas del copamiento del cuartel de La Tablada o con quienes lo defendieron. Era, vaya paradoja, una batalla perdida desde el arranque. Cuando empezamos sabíamos que no había relato posible que satisficiera a un movimiento político y revolucionario que perdió a 32 de sus miembros en una operación imposible y que nunca se permitió discutir aquel desastre.

Para la contraparte, los policías y militares y sus círculos, también nuestro libro atentó contra lo que suponen la defensa corajuda de los más altos e inflamados valores patrióticos. Dijimos que se torturó, mató y desapareció gente en la recuperación y esas verdades que no pueden dejar de admitir, las entendieron como una consecuencia inevitable para aquel que entra armado a un cuartel. La negación más absoluta de la ética del guerrero que busca probarse en igualdad de condiciones y jamás ante el enemigo rendido e inerme.

Aquellos mismos que empujaron copar un cuartel en plena democracia, con un plan militar deficiente y mintiendo sobre la existencia de una conspiración golpista, fueron previsiblemente los más críticos con el libro y quienes en lugar de superar sus pequeñas diferencias de interpretación de los hechos para dar una discusión trascendente entre los cuadros y adherentes del Movimiento Todos por la Patria (MTP), prefirieron colocarnos como agentes militares al servicio de una conspiración que pretende desprestigiar a Enrique Gorriarán Merlo, el responsable político y operativo del asalto, como si eso fuese necesario.

En el MTP residual, a ese grupo se lo conoce como el “Núcleo de acero”, porque permanece incólume junto a la doctrina gorriaranista de que a la Tablada fueron a frenar un golpe de Estado y que gracias a ellos no hubo más interrupciones militares en la democracia local.

Pero también hubo críticos de Gorriarán y de la acción militar dentro de los sobrevivientes, que nos criticaron el tono de la crónica de las acciones armadas y la legitimidad de entrevistar militares. Volveríamos a elegir el mismo estilo y nos volveríamos a sentar con los uniformados como hicimos pero las críticas son atendibles.

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Foto extraida del libro La noche de las corbatas, 2016. 

Los hijos

(La Noche de las Corbatas, 2016)

 Con menos de un mes en la calle y con lecturas y análisis en curso, es un tanto prematuro hablar de los efectos de este libro. Todavía tiene que caminar y bajar la espuma de la novedad para que quede algo más o menos definitivo. Pero mayormente, en función de la propuesta de esta nota, el libro está impactando en la construcción de la memoria de los deudos de los abogados que murieron y desaparecieron en el episodio. El libro amplía y sistematiza la información de las víctimas y las pone en el contexto de una Mar del Plata que agudizó al extremo los elementos que hicieron de los 70 esa época que siempre vuelve.

Ya se ven no obstante pequeñas reacciones que tienen que ver más con las internas en Mar del Plata, de las que somos absolutamente ajenos. El voluntarismo para acomodar la historia al relato que se quiere imponer, el personalismo de entenderse como referencia exclusiva y ciertos vicios de gueto, pudimos atisbar en la presentación que hicimos en la Facultad de Derecho de Mar del Plata, frente a una sala llena de representantes de todos los sectores afectados por el episodio.

Pero lo importante es que, en escala, en “La Noche de las Corbatas” está toda la nueva agenda de la literatura de los 70: los grupos paraestatales, la complicidad civil, el papel de la Justicia, los conversos y todo aquello que todavía no ha sido contado pero que inexorablemente, más allá de la etapa política retardataria, oposiciones interesadas y esfuerzos sobrehumanos, terminará contándose.

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