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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

16/03/2016

Mi 24 de marzo de 1976

Polvo, vacío y viento

"¿Es cierto que, como tantos, ese día amanecí enterándome del golpe por radio Colonia en la voz de Ariel Delgado? Creo que sí, que muy temprano, con mi vieja, nos enteramos por radio Colonia y creo, me parece recordar ahora mismo que sí, que pusimos la tele y que sí, ahí estaba el remanido Comunicado número 1.  Tan remanido; tan espantoso cuando se le quita óxido o clonazepam a ese recuerdo en particular. Ah: la música castrense, la foto fija, el escudo, el gorro frigio"

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Primer lugar común: este texto está sujeto, típicamente, a los engaños y traiciones de la memoria.

Segundo lugar común: todo se desarrolla según uno recuerda –o el imaginario de- a la dictadura. Blanco y negro con mala resolución (ayudan para eso no sólo la subjetividad sino los archivos documentales, los recordatorios de Página/12, las fotitos tamaño carnet de mis compañeros desaparecidos del colegio secundario en sus legajos). Invierno siempre, frío de cagarse, silencio en las calles, gris, neblina, visillos cerrando, miedo virando a pánico.

Dato cierto: todos sabíamos que ese día, o el día anterior, o el siguiente, iba a ocurrir el golpe. Desde el archivo periodístico está el célebre titular de La Razón vespertina: “ES INMINENTE EL FINAL. TODO ESTÁ DICHO”. Desde lo microbiográfico: el futuro cuñado de un compañero de colegio era cadete del Liceo Militar y le dijo algo así como “es pasado mañana”. Dato incierto. Porque se supone que yo había cambiado de colegio secundario –shot en el orto- y que por entonces ya no frecuentaba a ese compañero del Nacional Buenos Aires. Pero sí, se ve que lo habré visto, porque recuerdo casi con nitidez el augurio funesto del cadete, que, no lo sé, acaso nunca se casó con la hermana de mi amigo G.

¿Es cierto que, como tantos, ese día amanecí enterándome del golpe por radio Colonia en la voz de Ariel Delgado? Creo que sí, que muy temprano, con mi vieja, nos enteramos por radio Colonia y creo, me parece recordar ahora mismo que sí, que pusimos la tele y que sí, ahí estaba el remanido Comunicado número 1. Tan remanido; tan espantoso cuando se le quita óxido o clonazepam a ese recuerdo en particular. Ah: la música castrense, la foto fija, el escudo, el gorro frigio.

Estaría ya vestido, supongo, consumidas las tostadas con manteca, y como un buen alumno, cumplidor del deber cívico o escolar, fui hasta la parada del entonces llamado 159, a la vuelta de casa. Lo esperé media hora, no vino, volví.

Impresiona; es fulero: no tengo un solo, un miserable recuerdo de qué dijimos en casa, con mis viejos. Mis dos hermanos ya se habían independizado.

Pero sí me acuerdo del día siguiente. Fui al colegio. Una profe de Historia celebró el golpe –argumentos de la época: era necesario, basta de caos y desorden- y el palomita blanca que en muy relativa medida fui viró para el lado de la insolencia improductiva (alto riesgo, además) porque se me dio por contestarle, creo que intentando contenerme, que no, que a partir de ahora, 25 de marzo de 1976, todo sería peor y quizá horroroso. Alumno 1-profe 0, pero al pedo.

Ya me había hecho muy amigo de los más revoltosos en lo que era mi nuevo colegio, el Nacional Vicente López. Conocía algunos de sus nombres, habían sido alumnos de mi vieja (qué calor ser hijo de una profesora en el propio colegio: “Vos sos hijo de la…?”). No recuerdo nada, pero nada, de lo que hayamos dicho ya sea con los revoltosos o con los virtuosos acerca del golpe. Y eso que, entre otros, había pibes de la Juventud Guevarista. Desaparecieron seis de nuestra época y al menos nueve de promociones anteriores (¿debo decir “desaparecieron, por supuesto”?), incluyendo al hijo de Graciela Fernández Meijide. La cuenta en el Nacional Buenos Aires es más abultada: más de un centenar, incluyendo no sólo desaparecidos. Eso no lo vimos el 24 de marzo; lo atisbamos, acaso medio tapándonos ojos y oídos.

Insolencias de la adolescencia o perplejidades que suscita el pasado visto desde el presente: y sin embargo jodíamos. Ya era dictadura y sin embargo jodíamos. Chistes verdes en los baños, risotadas en el aula, cargadas a los profesores, peleas con los celadores. Pero cuando salía del colegio y tenía que encontrarme con los poquitos pibes de la UES de Zona Norte ahí las cosas volvían a la normalidad: éramos un puñado, cambiaban sin mayores explicaciones nuestros responsables de célula, eran confusas las consignas. Tiritábamos en blanco y negro a la madrugada en descampados, llenos de dudas y miedo, simplemente sin rumbo.

Un día un compañero no apareció más. Los conocedores y semiconocedores lo dimos por eventualmente boleta o estaciones cercanas. Ese no murió, no desapareció. Me lo encontré de casualidad ante las puertas de un tercer colegio cuando me tocó a mí rajarme a México DF. Abrazo que quedó para la historia personal de ambos.

¿Pero qué onda con el día 24, el 24 de marzo? Hago fuerza, busco ahora mismo en la memoria. Nada. Sólo lo ya dicho: que sabíamos que venía el golpe, que no hubo sorpresa, que el chisme del cadete del Liceo Militar, Ariel Delgado en radio Colonia, Comunicado número 1.

Dale, vamos, un esfuerzo más: ¿recuerdos del 24? Nada más que lo dicho. Nada, nada, nada. ¿Hay que ponerse obvios y decir que es lógico, que es el trauma, la negación, el borrado de la memoria, el paso del tiempo? No lo sé. O resulta más interesante explorar y ver que se funden otros recuerdos: el llanto de mi hermano mientras Isabel Perón comunicaba la muerte del General ambiguo, llanto que yo sentía que no podía contener del todo por no verme igualmente afligido. O el recuerdo de otra profe que tuve, particular, que me ayudaba con matemáticas, una muy buena persona, que cuando sucedió lo de Trelew cuatro años antes –yo era un pendejo de 14 años- me suplicó que por favor no, que no pusiera en duda la versión oficial sobre la fuga, porque le hacía mal. Y me acuerdo de otro acto irresponsable que cometimos con amigos del Buenos Aires el último verano Antes de Cristo (Antes del Golpe), viniendo no sé por qué por uno de los puentes del Riachuelo cantando en modo coral y a voz en cuello un tema de Santana, hasta que nos paró la cana.

Este breve ejercicio de escritura me confronta con algo que ya conozco: es dolorosa (es de por vida) no sólo la tragedia, sino la impotencia de la memoria. Es tan obvio que debo haber hablado (mucho) del golpe con mis viejos, sobre todo con mi padre. Y con mis hermanos. Pero nada: polvo y vacío y viento en lugar de memoria. 

¿Y qué nos habrá dicho el responsable de célula inmediatamente antes o inmediatamente después del golpe? No lo recuerdo, sí que ya desconfiaba de la, ejém, autoridad política de nuestros mayorcitos. Ahí estarán los documentos históricos, acaso una celebración del golpe porque el golpe dejaba las cosas más claras. O algo parecido, algo que no me gusta nada, que cada vez me gusta menos.

Este breve ejercicio de escritura me confronta con algo que ya conozco: es dolorosa (es de por vida) no sólo la tragedia, sino la impotencia de la memoria. Es tan obvio que debo haber hablado (mucho) del golpe con mis viejos, sobre todo con mi padre. Y con mis hermanos. Pero nada: polvo y vacío y viento en lugar de memoria, con la curiosa paradoja de escribir esto en un espacio dedicado entre otras cosas a la memoria, pero, felizmente también, a los brutos líos, tensiones y ambigüedades de la memoria personal y la colectiva.

¿Qué hablé con mi viejo el 24 de marzo de 1976? Quisiera recordarlo. Sí supe ya exiliado de la frase del mejor amigo de mis padres, un docente de Exactas echado en la Noche de los Bastones Largos, dicha ya en agonía:

-No quiero morirme en un país fascista.

Y se murió. Y cuando los tres hermanos volvimos del exilio, mi viejo ya era un hombre viejo y enfermo.

Eso, supongo, es también 24 de marzo.

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