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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

14/03/2016

Mi 24 de marzo de 1976

40 años de sed

"Una mañana recogí el diario y una de las tantas noticias de muertes y desapariciones me llevó hasta el borde de la cama donde aún dormía mi marido para decirle: 'Ayer la mataron a Cristina Bettanin y yo no puedo llorar.  ¿Te das cuenta de que no puedo llorar? Estoy viva y seca. Este país se acabó para mí'”.

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El 24 de marzo de 1976, a la tarde, me enteré de que por fin estaba embarazada de mi primer hijo.  Y esa noche llegó el Golpe Militar.

Hasta el día de hoy esas dos frases juntas me resultan casi irreales, un big-bang imposible: en mi cuerpo, creciendo la vida; en el cuerpo de mi gente, la muerte que ya había empezado su marcha con la Triple A y que desde esa noche redoblaría el paso con los militares.

Yo era periodista en la Editorial Abril y aunque no militaba desde mediados del ’74, sabía que no había blanqueo posible. ¿Qué hacer, por dónde empezar? Creo que así rezaba el título de uno de los capítulos de los muchos tomos de las Obras Completas de Lenin que con mi marido fuimos rompiendo en pedacitos y tirando por el inodoro a lo largo de varias semanas. Obviamente, también nos preguntábamos qué hacer con nuestras vidas y la de ese ser que estábamos trayendo a un mundo literalmente de terror.

Mucho se ha escrito sobre ese terror.  No es fácil volver, ahora, a ese año en que mi vientre fue creciendo parejamente con el miedo. Hago mías estas palabras de Walter Benjamin: “Quien intenta acercarse a su propio pasado sepultado tiene que comportarse como un hombre que excava. Ante todo, no debe temer volver siempre a la misma situación, esparcirla como se esparce la tierra, revolverla como se revuelve la tierra. Porque las "situaciones" no son nada más que capas que sólo después de una investigación minuciosa dan a luz lo que hace que la excavación valga la pena, es decir, las imágenes que, arrancadas de todos sus contextos anteriores, aparecen como objetos de valor en los aposentos sobrios de nuestra comprensión tardía, como torsos en la galería del coleccionista. Sin lugar a dudas, es útil usar planos en las excavaciones. Pero también es indispensable la incursión de la azada, cautelosa y a tientas, en la tierra oscura.”

Aun en medio del terror, permanecí en el país durante el 76. Para mí era inconcebible alejarme de mi obstetra y parir en España o en México, desde donde exiliados amigos nos urgían a partir. Así que nos quedamos y sobrevivimos, bebiendo la negra leche y jugando un campeonato de TEG que duró nueve meses, encerrados cada fin de semana en los que el trabajo no nos obligaba a movernos por una Buenos Aires aullante de sirenas. 

Imágenes, entonces. Imágenes que reaparecen desde la tierra oscura del terror y vienen  nadando en  la  negra leche de la madrugada la bebemos al atardecer/la bebemos al mediodía y  por la mañana la bebemos de noche/bebemos y bebemos/cavamos una fosa en el aire donde no hay estrechez, tal como escribió Paul Celan en su “Fuga de la Muerte”.

Aun en medio del terror, permanecí en el país durante el 76. Para mí era inconcebible alejarme de mi obstetra y parir en España o en México, desde donde exiliados amigos nos urgían a partir. Así que nos quedamos y sobrevivimos, bebiendo la negra leche y jugando un campeonato de TEG que duró nueve meses, encerrados cada fin de semana en los que el trabajo no nos obligaba a movernos por una Buenos Aires aullante de sirenas. Ese juego de mesa se había puesto perversamente de moda y con otros amigos nos reuníamos a jugarlo enloquecida y obsesivamente.  Enloquecíamos para no enloquecer.

Mi hijo nació el 1º de diciembre y en enero del ’77 supe que, como fuera, tendríamos que salir. No porque tuviéramos indicios ciertos de estar siendo buscados, sino porque una mañana recogí el diario y una de las tantas noticias de muertes y desapariciones me llevó hasta el borde de la cama donde aún dormía mi marido para decirle: “Ayer la mataron a Cristina Bettanin y yo no puedo llorar.  ¿Te das cuenta de que no puedo llorar? Estoy viva y seca. Este país se acabó para mí”.

Mi profunda y amorosa amistad con Cristina no se había dado en la militancia, sino que fue germinando en las redacciones, ella con su cámara de fotos y yo con mi grabador. Compartimos eso y mucho más.  Como mucho más fue lo que compartí con los otros compañeros del gremio de prensa  que hasta hoy están desaparecidos y formaron parte de mi vida: María Bedoian, Marta Mastrogiácomo, Jaime Colmenares, Enrique Raab…  

Para todos ellos  no he cesado de cavar fosas en el aire.  He llevado tempranos carteles con sus nombres en las primeras marchas de las que participé desde el 83, a mi regreso de México, y con ellos  -con los 30.000 presentes, hoy y siempre- marcho cada 24 de marzo.

Así lo haré este año también. Porque Juan Gelman me enseñó que

no es para quedarnos en casa que hacemos una casa
no es para quedarnos en el amor que amamos
y no morimos para morir
tenemos sed y
paciencias de animal

Tenemos sed aún. Se llama Memoria, Verdad y Justicia.

Por eso escribimos. Y por eso marchamos.

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