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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

09/11/2023

Prosas profanas #12

Jack Spicer

Por Ezequiel Zaidenwerg

Ilustración Nuria Moris

Prosas profanas no es un homenaje, es un ritual de invocación, un brazo estirado que clava sus uñas en el aire y atisba lo sagrado. El tiempo se pliega y las voces del pasado reverberan en nuestra imaginación como un camino, como un coro que nos permite hacerle frente al caos. En esta entrega, una selección de poemas de Jack Spicer elegidos, traducidos y prologados por Ezequiel Zaidenwerg.

Poeta, extra de cine, detective privado ocasional, lingüista y compañero de pensión de Philip K. Dick en Berkeley en los años de la universidad, Jack Spicer nació en Los Ángeles en 1925 y murió a los cuarenta años, en el pabellón de los pobres del hospital de San Francisco,  tras desplomarse en el ascensor de su edificio por la cirrosis que le había ocasionado su adicción al alcohol. Objetor de conciencia y militante cuir, Spicer cayó en desgracia en UC Berkeley tras negarse a firmar una declaración de lealtad patriótica a los Estados Unidos durante el macartismo, y si bien aprobó todos los cursos no llegó a entregar su tesis de doctorado. Lejos de la vida académica tradicional, Spicer continuó investigando problemas de lingüística y dio un taller de poesía y magia en la Universidad Estatal de San Francisco. Tras negarse, idealista, a proteger sus libros bajo las leyes de propiedad intelectual vigentes, Spicer se rehusó también a venderlos en la icónica librería City Lights, fundada por Lawrence Ferlinghetti, por considerarla, desdeñosamente, “una atracción turística”. Sin embargo, a raíz de las dificultades económicas que parecían perseguirlo, Spicer tuvo que trabajar como librero en ese mismo local los dos últimos años de su vida.

Por simetría o por comodidad, su producción se suele dividir en dos etapas contrastantes: la primera, relativamente “juvenil”, de temática erótica, impactante para la moral de la época; y la poesía “dictada” que escribió –o transcribió– a partir de After Lorca (1957), donde se entremezclan su interés por la lingüística y el ocultismo. Según esta poética, que Spicer desplegó en su madurez, el autor no es agente de su propia expresión, sino un receptor o un huésped que sintoniza o aloja manifestaciones sutiles de una alteridad radical; idea que resuena, aunque en clave esotérica, con las formulaciones contemporáneas de William Burroughs sobre el origen viral del lenguaje, a pesar de su recelo de los Beats, a quienes también despreciaba, juzgándolos unos farsantes ávidos de publicidad. Esta breve recopilación recoge poemas de los dos períodos; felizmente, no siempre son fáciles de distinguir.

Ilustración: Nuria Moris

Una sola noche

Oíme, hijo de puta de corazón de seda,
anoche te decía en el bar,
te pavoneás con esa ropa de ensueño
como un cisne recién salido del agua.
Oíme, hijo de puta de plumaje de lana,
que conste que me llamo Leda. 
Me acuerdo que fingí que tu corbata
de seda roja era un corazón de verdad,
que tu traje de lana virgen era carne de verdad,
que sabías flotar al lado mío con un toque de cisne
de satisfacción casual. 
Pero del cisne te faltó la sangre.
Al despertar mañana, solamente me acuerdo
de las plumas de alguien y de su corazón hecho un bollo,
todo despatarrado encima de mi cama.

Homosexualidad 

A las rosas que se ponen rosas
les gustan los espejos.
A las rosas que se ponen rosas les tienen que gustar
las flores que se las ponen a ellas.
Las rosas que se ponen rosas se están muriendo
con un espejo atrás.
Ninguno de nosotros es más joven pero las rosas
se están muriendo.
Los hombres y las mujeres tienen casamientos y velorios,
son concebidos y destruidos en procesión
formal. 
Las rosas se mueren en un lecho de rosas
y las lloran los espejos.

"Encontramos que el cuerpo es dificil de hablar...” 

Encontramos que el cuerpo es dificil de hablar,
y la cara, muy dura para que deje oír del otro lado,
encontramos que los ojos al besarnos tartamudean
y que en su vaivén las ingles
balbucean como idiotas.
El sexo es un dolor de boca. El
rechinar de nuestros cuerpos
cuando nos frotamos las bocas
para intentar hablar.
Como nenes callados nos abrazamos
doliéndonos juntos.
Y el amor es un vacío en el oído. Como remedio
nos ponemos una cara contra la oreja
y escuchamos como si fuera un caracol,
arrullados por su rugido.
Encontramos que el cuerpo es difícil, y hablamos
a través de su pared como dos desconocidos. 

Poema sin ningún pájaro 

¿Qué te puedo decir, querido mío
cuando me pedís ayuda?
No sé qué nos depare el futuro,
y ni siquiera qué poesía
vamos a escribir.
Suicidate. Volvete loco. Gente con más talento
que cualquiera de los dos lo intentó.
En una época me encantabas pero
no sé qué nos depare el futuro. 
Lo único que sé es que en mis amigos
me encantan la fuerza y la grandeza,
y detesto como se les quiebra el cuerpo cuando se mueren
y se los comen las imágenes.
Se acabó la joda. Se terminó el picnic.
Volvete loco. Suicidate. No va a quedar nada
después de que te mueras o te vuelvas loco,
salvo la calma de la poesía. 

Una carretilla roja

Descansá y mirá esta puta carretilla. Sea
lo que sea. Perros y cocodrilos, lámparas de sol. No
por su significado.
Por su significante. Por ser humano,
el signo se te escapa. Vos, que no sos muy brillante
sos una señal para ellos. No,
quiero decir, los perros y cocodrilos, lámparas de sol. No
su significado.

La lengua de las cosas 

Este mar, humillante en sus disfraces
y más duro que nada.
Nadie escucha a la poesía. El mar
no pide que lo escuchen. Una gota
o un estruendo de agua. No significa
nada.
Es
pan con manteca
sal y pimienta. La muerte
que los jóvenes quisieran. Golpea
las orillas al azar. Señales blancas al azar. Nadie
escucha a la poesía. 

Un libro de música 

Al llegar al final, los amantes
se agotan como dos nadadores. ¿Dónde
se terminó? No hay forma de saberlo. Ningún amor es
como un mar, con su vertiginosa procesión de los límites de las olas
de la que dos puedan salir exhaustos, ni hay larga despedida
que sea como la muerte. 
All llegar al final. Más bien, diría yo, es como un pedazo
retorcido de soga, 
que no oculta en sus últimas vueltas
sus terminaciones. 
Pero, me dirás vos, amamos
y algunas partes de nosotros amaron
y el resto de nosotros va a seguir siendo
dos personas. Sí,
la poesía termina como una soga.

Improvisaciones sobre una frase de Poe 

“La indefinición es parte de la verdadera música”.
Cuya gran armonía
no se rebaja a definirse. La gaviota
a solas en el muelle que no para de graznarle
a ningún pez, a ninguna otra gaviota,
a ningún mar. Tan carente por completo de sentido
como un corno francés.
Ni siquiera es una orquesta. Armonía
a solas en un muelle. Cuya gran armonía
no se rebaja a definirse. Ningún pez,
ninguna otra gaviota, ningún mar: la verdadera
música. 

Radar 

Posdata para Marianne Moore

Nadie sabe exactamente
cómo se ven exactamente las nubes del cielo
o la forma que tienen las montañas debajo de ellas
o la dirección en que nadan los peces.
Nadie sabe exactamente.
El ojo está celoso de todo lo que se mueve
y el corazón está demasiado enterrado en la arena
para darse cuenta.

Están embarcadas en un viaje,
esas criaturas del azul profundo
que nos pasan por al lado como rayos de sol
Mirá
esas aletas, esos ojos cerrados,
que admiran hasta la última gota del mar.

Esa noche me metí en la cama angustiado,
no le pude tocar los dedos. Mirá el ruido
del agua,
el movimiento escandaloso de las nubes,
el empuje de las montañas jorobadas
enterradas al borde de la arena. 

Ezequiel Zaidenwerg

Nació en Buenos Aires y vive en Brooklyn. Escribe, traduce, enseña y saca fotos. Su libro más reciente es 50 estados: 13 poetas contemporáneos de Estados Unidos, una antología novelada de poesía estadounidense. Envía diariamente por email poemas traducidos a través de su newsletter El poema de hoy.  

Nuria Moris

Profesora de Artes Visuales e ilustradora.

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