16/09/2020
A 44 años de la Noche de los lápices
La larga Noche de los Lápices: relatos de una sobreviviente
Por Emilce Moler
La autora, sobreviviente de la Noche de los lápices, reflexiona sobre la construcción de la memoria colectiva y la apropiación de las jóvenes generaciones de la historia reciente con sus nuevas reivindicaciones.
Moler afirma que el desafío es hacer del acto de recordar y resignificar el pasado, una tarea cotidiana.
“Hace muchos años que, en cada aniversario de la Noche de los Lápices, releo mis propias palabras, ideas y consignas de años anteriores. Reviso textos que me devuelven imágenes de encuentros, plazas repletas de jóvenes, banderas, abrazos, emociones, cantos, lágrimas, tristezas, voces entrecortadas de emoción, risas y esperanzas compartidas. Y ante distintos micrófonos, cuento mi historia (…) Cada año, en cada conmemoración de la Noche de los Lápices, sigo tomando conciencia de todo lo que todavía falta contar, que también es demasiado. Entre estos demasiados sentí la necesidad de dejar en palabras escritas cosas que nunca había podido decir: esas que quizás no sirven para una entrevista breve ni para 140 o 280 caracteres; esas que tenía guardadas y que fueron mi andamiaje, mi sostén, mis sombras, mis grises, mis miedos y pequeños actos heroicos. Reflexiones profundas, viscerales, que no siempre se pueden decir de un tirón ante un micrófono o ante un auditorio y que permiten entender quién soy. Así surgió este libro. Seguro que no voy a llegar a decirlo todo, pero ya es algo.”
Así comienza mi primer libro “La larga Noche de los Lápices”. A partir de relatos autobiográficos cuento, en primera persona y con tono intimista mis experiencias como militante y evoco mis escritos desde la cárcel. Pero también, principalmente cada relato es una respuesta detallada a las innumerables preguntas que las nuevas generaciones me han realizado a lo largo de estos años. Los por qué, los cómo, los cuándos, narrados con profundidad, con los detalles necesarios para una mejor comprensión de los hechos.
“¿Sabías lo que te podía pasar? ¿Por qué no te fuiste de La Plata? ¿Qué pensaste? ¿Cómo resististe? ¿Valió la pena? ¿Te arrepentiste? ¿Cómo saliste adelante? ¿Qué pensaste?”
Son las preguntas que en los distintos relatos buceo en mi interior, viajo al pasado y me interpelo en el presente para responderlas y formularme otras nuevas.
Porque la memoria colectiva no es solo una pugna sobre las interpretaciones del pasado, sino los significados que elaboramos de nuestro presente y, en especial, de nuestros futuros posibles.
Ya hemos visto que el mero hecho de recordar, u olvidar, determinados acontecimientos no nos garantizan su carácter transformador, debemos complejizar los procesos de trasmisión de la memoria.
Cada 16 de septiembre se nos presenta, a quienes sentimos el deber de conmemorar el trágico hecho de la Noche de los Lápices, una oportunidad para recrear experiencias, evocar imágenes, tejer tramas de la memoria y, sobre todo, proyectar nuevos horizontes.
Rompecabezas de la Memoria
La preocupación por sostener la memoria colectiva surge en aquellas sociedades que intentan construir formas democráticas de convivencia, como estrategia de reparación del daño producido por la violencia perpetrada por el Estado, como un elemento que permitiría que hechos de este tipo de violencia nunca más se vuelvan a producir. Sin embargo, actualmente la preocupación por el tema se está desplazando hacia una búsqueda por comprender el presente a partir de su articulación con el pasado.
El resurgimiento de regímenes autoritarios en América Latina hace urgente no sólo hacer memoria de las violencias que éstos han ejercido en nuestra historia reciente, sino también comprender aquellos elementos que contribuyeron a su restablecimiento.
Debemos concebir acciones, que además de recuperar la memoria de las víctimas de las violaciones a los Derechos Humanos, que, por supuesto sigue siendo una obligación histórica, se incorporen la multiplicidad de voces que construyen relatos sobre el pasado, y en la recuperación no sólo de experiencias de dolor sino sobre todo de luchas y resistencias, y su articulación con las prácticas actuales de desaparición forzada.
Es necesario propiciar espacios para reflexionar sobre las acciones en las que nos implicamos al recordar, problematizando las versiones del pasado que ellas producen y, al mismo tiempo, promoviendo la construcción de nuevas interpretaciones y sentidos que nutran formas diferentes y móviles de producir sujetos sociales. Espacios que generen debates que permitan explorar sus articulaciones con las luchas políticas que se desarrollan en el presente, reflexionar críticamente al fenómeno de las migraciones contemporáneas, y a las relaciones posibles entre memoria y género, desde una perspectiva feminista.
Llevamos 37 años de una democracia que, a pesar de muchos obstáculos, fue fortaleciéndose. Mucho de lo que pudimos construir fue en parte gracias al compromiso y la lucha de los ex detenidos, quienes, junto a todos los militantes de derechos humanos y ciudadanos comprometidos, desde los primeros momentos, decidimos hablar. Salir a contar lo que nos pasó, además de remover historias muy dolorosas para muchos, nos liberó de ese lugar donde los mismos represores habían decidido ponernos: en la clandestinidad, en la ilegalidad, allí donde nada parecía verdadero.
Después de muchos años de lucha, de relatar nuestras historias; las voces de los sobrevivientes se convirtieron en testimonios, los cuerpos de los desaparecidos permitieron reconstruir los lazos que faltaban, el silencio se hizo discurso, la memoria, la verdad y la justicia fueron políticas públicas.
Estas conquistas no han sido fáciles, fueron tiempos de lucha en soledad, de encontrarnos con gran parte de una sociedad que no quería escuchar lo que teníamos para decir. Sin embargo, con el gran impulso de las políticas implementadas a partir del 2003, fuimos venciendo de a poco el silencio y el miedo que ellos implantaron como herramienta fundamental para la instauración de un modelo socio-económico excluyente, apelando al adormecimiento de una sociedad y eliminando los canales de participación política en un Estado democrático.
En los cuatro años del gobierno de Macri vivimos muchos retrocesos, no todos los que se propusieron gracias a las luchas populares. Si era una tarea compleja sostener estos relatos con un gobierno que lo propiciaba, la tarea que se tuvo con uno que, sin decirlo a veces explícitamente, deshizo todo lo hecho, fue aún más compleja. Se desfinanciaron programas educativos, de difusión, proyectos y políticas de pedagogía de la memoria, programas de inclusión educativa, de acciones vinculadas a los juicios por lesa humanidad. Hay sentencias que permiten que los genocidas vuelvan a sus casas, cada vez más voces de “justicia por mano propia” construyendo esto como el sentido común… múltiples retrocesos históricos.
Nuevos escenarios, nuevos desafíos
Hoy, nuevamente un gobierno nacional y popular está en el gobierno, y comenzamos a recuperar lo perdido, sin embargo, este escenario nos interpela a repensar nuevos escenarios y trascender las conmemoraciones de las efemérides.
Quienes asumimos el compromiso de abrazar la lucha por los derechos humanos, nos hemos planteado en forma permanente un sinfín de preguntas: ¿Cómo transmitir a las futuras generaciones la historia del horror? ¿Qué queremos trasmitir? ¿Cómo lo hacemos? Y pese a que durante este tiempo fuimos encontrando respuestas -de acuerdo con las diferentes coyunturas políticas que atravesamos-, estos interrogantes siguen emergiendo y planteándonos nuevos desafíos para avanzar en el camino de la verdad y la justicia.
En lo personal, durante todos estos años he compartido cientos de charlas, entrevistas y encuentros con jóvenes, que me han ayudado a comprender las demandas de cada momento, así como también los diferentes obstáculos a vencer.
Y es en este punto donde volvemos a actualizar los cuestionamientos sobre cómo seguir para afianzar lo alcanzado y que no se convierta en un punto ciego.
Durante los gobiernos kirchneristas se abordaron en forma permanente estas temáticas, tanto en las conceptualizaciones sobre la memoria, como en las tensiones en que se inscriben y los conflictos que generan.
Hubo espacios donde se repensaron cómo continuar en estas trasmisiones. Y en este nuevo desafío los jóvenes son quienes vuelven a crear interrogantes que nos atraviesan. Permitir y promover que surjan estos conflictos naturales, estas contradicciones, es un paso no sólo necesario sino sumamente motivador para que ellos puedan apropiarse de la historia. Muchas veces, algunos docentes y padres se paralizan y se angustian frente a este tipo de dificultades; pero hay que tener en cuenta que para los estudiantes las controversias y tensiones, funcionan como una especie de antídoto ante situaciones que les resultan lejanas y colaboran en el proceso de producción del relato histórico.
16 de septiembre: Efemérides para la reflexión
Mucho hemos avanzado y esto ya es propiedad de las nuevas generaciones: los jóvenes se hacen presentes en las calles, en marchas, entre banderas, con sus nuevas reivindicaciones, con la fuerza de las mujeres, por el aborto legal y en contra del patriarcado. Se apropian de la historia reciente, protagonistas de su época, marcan agendas, actividades, valores. Hoy disfrutan, quizás sin saberlo, de ser jóvenes en democracia, gozan de no ser perseguidos políticos, subversivos, presos.
Las voces de olvidar el pasado, de dar vuelta la página, son sofocadas por las risas, los cantos de los jóvenes en las plazas, en los miles de actos que se realizan en las escuelas a lo largo del país para cada manifestación que lucha por sus derechos. Eso fue lo que se logró, lo que logramos entre tantos.
Y en las efemérides resuenan fuertes. El difícil desafío es que las voces se escuchen cada día, en cada momento, en cada decisión, no como susurro, sino fuertes, altas… como en las efemérides.
* Emilce Moler, ex detenida -desaparecida de la Noche de los Lápices
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