21/06/2016
La Red del CELS
Las Madres tienen compañía
Por Bárbara Komarovsky
Fotos Javier Salerno
Las Madres de Plaza de Mayo participan de actos, homenajes y dan su testimonio en los juicios. Pero también tienen días “comunes” en los que, en ocasiones, se sienten solas. A partir de la cercanía que construyó con ellas, el CELS creó una red de voluntarios para acompañarlas y hacerlas sentir queridas. La propuesta es que compartan con las “viejas” distintas actividades sociales: dar un paseo, ver una película, ordenar un archivo o tomar un café.
Es lunes al mediodía. Aída Sartí abre la puerta del departamento de la calle Piedras al 100, la sede de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Saluda y, sin pausa, invita a recorrer los distintos espacios, muestra papeles, acerca libros y archivos. Todo en una fracción de segundo. Todos los lunes por la mañana, Aída –menuda y bajita-viaja sola en colectivo y combi desde su casa en Lanús hasta Congreso, donde se encuentra con Héctor Leboso, uno de los primeros integrantes de la Red Voluntaria de Acompañamiento a las Madres de Plaza de Mayo del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Tienen un método: como Héctor vive a la vuelta de Madres, a las 12:30 la llama por teléfono y le pregunta si tiene ganas de que vaya. Si dice que sí –la más común de las respuestas- en menos de tres minutos están juntos. Parecen hechos el uno para el otro: verborrágicos, no paran de hablar y de ir y venir por el departamento contando historias, mostrando objetos y papeles.
“Sentimos que el CELS era el lugar natural y que podíamos aportar algo. El primer paso fue identificar a las Madres que podrían participar del programa y ver qué actividad se podía sostener en el tiempo. Es un acompañamiento social y no terapéutico. Lo fundamental es estar, en cuerpo presente”, explica Sabin Paz.
“A partir de la cercanía que tenemos con las Madres, advertimos que las ‘viejas’ se sienten solas y buscamos una alternativa para acompañarlas y hacerlas sentir queridas”, explica Macarena Sabin Paz, coordinadora del área de Salud Mental del CELS. María Adela Antokoletz y Hector Leboso fueron quienes iniciaron la labor de acompañamiento por iniciativa y sensibilidad propia. Héctor le pidió al CELS dar una respuesta desde un marco institucional y a partir de allí se fue armando la propuesta de la Red, que en junio cumple su primer año.
La propuesta es que los voluntarios acompañen a las Madres en distintas actividades sociales: dar un paseo, ver una película, tomar un café durante algunas horas semanales. La clave es que sea una actividad de mutuo interés.
“Sentimos que el CELS era el lugar natural y que podíamos aportar algo. El primer paso fue identificar a las Madres que podrían participar del programa y ver qué actividad se podía sostener en el tiempo. Es un acompañamiento social y no terapéutico. Lo fundamental es estar, en cuerpo presente”, explica Sabin Paz. Cada caso y cada acompañamiento es distinto: Aída comparte unas dos horas semanales con Héctor Leboso durante las cuales charlan, comentan las noticias políticas de la semana, ordenan el archivo de Madres; Carmen Cobo recibe una vez a la semana a Laila y a Roxana en una residencia de mayores del barrio de Constitución donde vive. De la red, por ahora, participan también Carmen Lapacó y Dora Slavkin, pero la intención es extender la propuesta a más Madres y a otras provincias.
“Las medidas reparatorias se limitaron a indemnizaciones. Son los hijos los que se ocupan de ayudar a los padres a atravesar esta etapa de la vida. En este caso muchos de ellos están desaparecidos y los que quedaron vivos, también son víctimas. Las heridas siguen”, afirma la psicóloga Rosa Matilde Díaz Jiménez, integrante del equipo del CELS junto a Patricia Panich y Sofía Soberón.
Los voluntarios deben tener sensibilidad y disponer de herramientas. El marco formal es un convenio de voluntariado para el que hay pautas de trabajo. “Además, hay un espacio de supervisión a cargo de la psicóloga Cármen Cáceres, del movimiento de Derechos Humanos y con experiencia en el trabajo con adultos mayores. En las reuniones trabajamos en cómo entender el acompañamiento”, explica Díaz Jiménez.
La intención, afirman Panich y Díaz Jiménez, es “revalorizar la compañía” y “reafirmar con las madres a las figuras que tienen cerca: hijos, nietos o familiares que se ocupan de ellas”. “Trabajamos con los voluntarios en pensar con qué herramientas leemos lo que tienen a su alrededor, su entorno”, señalan.
Los inicios
Aída Sarti se acercó a Madres tras la desaparición de su hija Beatriz, en mayo de 1977. Integró el grupo fundador que lideró Azucena Villaflor. En esos primeros tiempos, se reunían en casa de Emilio Mignone, fundador del CELS y padre de Mónica, desaparecida en mayo de 1976. Entre las estrategias para exigir la aparición con vida de sus hijos, presentaron hábeas corpus, recorrieron distintas oficinas públicas y se pasaron un día entero en el diario La Nación redactando una solicitada. En esas búsquedas, Aída se cruzó con el marino Alfredo Astiz, quien estaba infiltrado bajo el seudónimo de Gustavo Niño. Decía que su hermana había desaparecido. En ocasiones, iba a Plaza de Mayo con un chico que hacía pasar por el hijo de su hermana. A Aída le llamó la atención porque la primera vez fue con un nene de pelo castaño y en la segunda ocasión fue con uno más rellenito. Lo comentó con una compañera pero el tema se diluyó.
Aída recuerda la figura de Azucena Villaflor y la frase que la llevó a salir del espacio privado de su casa a reclamar frente a la Casa Rosada: “¿Qué hacemos aquí? Vayamos a la Plaza”, les dijo hacia mediados de 1977. Fue el comienzo de la ronda alrededor de la Pirámide de Mayo y el “circulen” de la Policía y el Ejército. Aída vivió en primera persona las caídas del grupo de la Iglesia Santa Cruz. El 8 de diciembre de 1977, el Grupo de Tareas 3.3.2, de la ESMA, integrado por Astiz, secuestró a Esther Ballestrino de Careaga y a María Ponce de Bianco junto con otras once personas en la Iglesia. Azucena, que no había podido ir, fue secuestrada dos días más tarde, al igual que la monja francesa Léonie Duquet.
El departamento en el que funciona Madres tiene un living amplio. Uno de los elementos que resguarda en una dependencia chiquita, al lado de la cocina, es la bandera con las fotos de los desaparecidos que encabeza las marchas de todos los 24 de marzo. Tiene unas 3.600 fotos. Son cientos de metros de lona que ahora –y hasta el 24 de marzo próximo- están enrollados.
En las paredes del living cuelgan las imágenes de todos esos hijos e hijas con sus nombres y fechas de desaparición. La mayoría son muy jóvenes: 22, 25, 33 años. Hay unas 200 fotos. Enfrente, están las Madres que murieron en estos años: son casi 20. Aída se sienta debajo del retrato de su hija Beatriz Cristina Sartí, militante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), trabajadora bancaria y estudiante de Psicología, secuestrada a los 22 años. Hace poco tiempo, abriendo cajones que nunca había abierto, encontró recibos de sueldo de la joven que al momento de ser secuestrada trabajaba en el Nuevo Banco de Italia. Como una forma de reparación, La Bancaria la contactó para dar charlas para los jóvenes trabajadores.
En un lunes atípico, el último de mayo, al mediodía en Madres se arma una mesa improvisada y una ronda de mate. Mientras espera a sus compañeras que se reúnen cada lunes, Aída cuenta de su infancia, en la que vivió durante algunos años en Orense, España. Habla de su mamá, de su papá, de las historias duras de la inmigración.
Minutos antes de las 15, el timbre comienza a sonar. Son las integrantes de línea fundadora. Algunas llegan solas, algunas visten sus pañuelos, muchas se sostienen sobre sus andadores o bastones. La mesa va creciendo: Haydée Gastelu, Laura Conte y Vera Jarach. Más tarde, se irán sumando otras mujeres. Haydée cuenta que tuvo la “fortuna” de recuperar los restos de su hijo, Horacio Oscar García Casteló, hace algunos años. Y que “el amor de madre” la llevó a la Plaza, por impulso de Azucena.
“Primero nos corrían y ahora nos buscan para homenajearnos”, arranca la charla Carmen, sentada en su silla de ruedas, obligada por una fractura hace un par de años. Enseguida se acuerda del último 24 de marzo. Hacía unos años que no participaba de esa movilización y el ingreso a la Plaza de Mayo con sus compañeras la conmovió.
De corridas y homenajes
El último viernes de mayo marca una temperatura que no supera los 10 grados. Por la tarde, sobre la calle Cochabamba, en el barrio de Constitución, corre un viento que obliga a subir el cierre de la campera. Sobre esa calle arbolada, está el geriátrico donde vive Carmen Cobo, la madre de Inés, secuestrada el 1 de septiembre de 1976 y desaparecida desde entonces. Espera a la Revista Haroldo y a sus acompañantes del CELS, que prepararon una merienda con brownies y mate.
“Primero nos corrían y ahora nos buscan para homenajearnos”, arranca la charla Carmen, sentada en su silla de ruedas, obligada por una fractura hace un par de años. Enseguida se acuerda del último 24 de marzo, cuando se conmemoraron 40 años del golpe. Hacía unos años que no participaba de esa movilización y el ingreso a la Plaza de Mayo con sus compañeras la conmovió.
“Con el tiempo nos dimos cuenta de que ganamos a pesar de todo. Inventaron cosas para acallarnos pero siempre seguimos en pie”, dice Carmen, que trabajaba de maestra primaria en una escuela de Avellaneda, que dejó en cuanto pudo jubilarse para abocarse a la búsqueda de su hija, de quien nunca pudo saber su destino.
Durante los meses que siguieron a la desaparición de Inés, Carmen guardó silencio. “Al principio no lo manifesté, pero un día me animé y se lo conté a una compañera, que me escuchó y no se asustó”, recuerda sobre aquellos inicios de búsqueda en el que también se sumó al grupo de Madres. “Lloré mucho, muchísimo todos esos años. Íbamos a una oficinita en Casa de Gobierno para pedir por nuestros hijos y nos decían que no nos preocupáramos, que debían estar por ahí”, cuenta.
El grado que más le gustaba era 4º. “No eran ni tan niños ni tan grandes”, asegura. Con todo, tuvo algunos alumnos adolescentes, como una chica de unos 15 años que murió luego de una operación. “Todos decían cosas muy feas de ella”, recuerda ahora. Dice que le dolía escuchar a esas maestras.
-¿Qué operación Carmen? ¿Un aborto? – pregunta una de las acompañantes.
-Sí – afirma con la naturalidad que da llamar a las cosas por su nombre.
Es que Carmen tiene 92 años pero la cabeza joven y abierta. Le gusta hablar de política, se entusiasma al saber que las cosas cambiaron desde aquellas rondas a hoy y que hay miles y miles de chicos interesados en saber qué pasó durante el Terrorismo de Estado. “Es increíble lo que se ha avanzado”, dice, esta mujer chiquita, mamá de Noemí, abuela de tres nietos y dos bisnietos.
Las heridas que no cierran
Una frase de Carmen Lapacó guía el trabajo de la Red: “Hay heridas que nunca cierran”. “Por eso promovemos encuentros y buscamos homenajearlas desde algo grato. Además de la búsqueda de sus hijos, tienen una vida social, que queremos recuperar”, señala Panich.
En ese sentido, una de las primeras actividades fue convocar a una merienda para que se encontraran y charlaran, como lo hacían en el pasado. Es que estas mujeres pasaron décadas de su vida una muy cerca de la otra. Muchas se hicieron amigas y fueron familia. Por esa la Red también busca promover sus encuentros, ahora que para algunas de ellas es más difícil movilizarse con autonomía.
Pero la Red también se ocupa de exigir cuestiones que el Estado “demora en resolver”. “Nos llamó la atención que no hubiese políticas sociales específicas. Exigimos respuestas institucionales para generar condiciones de vida dignas para las Madres. Y que los actores estatales se involucren para que estas mujeres atraviesen de la mejor manera esta etapa de la vida”, afirma Sabin Paz.
Hay una foto que plasma el trabajo de la Red: las Madres en la marcha del último 24 de marzo. Allí están ellas, con sus bastones, sus arrugas y su fuerza intacta. Lograr esa foto fue un trabajo que involucró a los voluntarios y al CELS. Se organizaron y pudieron llegar a ese escenario desde donde vieron a la multitud que las homenajeaba, que abrazaba a las “Madres de la Plaza”. Con sus 80 y 90 años ellas estaban ahí reclamando Memoria, Verdad y Justicia.
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