01/07/2016
Otras miradas sobre la doctrina
Las católicas disidentes
Por Roxana Barone
Formadas en la religión, buscan romper el doble discurso de la Iglesia en torno a los derechos de las mujeres sobre sus cuerpos. "No somos apóstatas. Nosotras decimos que las prohibiciones están más en lo que dice la jerarquía eclesiástica que en la propia doctrina", explica Marta Alanis, la fundadora de "Católicas por el Derecho a Decidir", una sólida red de investigación e incidencia en las políticas públicas.
“Una mujer llega con un proceso de aborto espontáneo a un hospital público y la empiezan a maltratar. Empiezan a sospechar: “¿qué te hiciste, qué te hiciste?”. Entonces la apuran para ver si confiesa. Mientras lo único que deberían hacer es atenderla. Esa sospecha, esa amenaza, ese maltrato, la intervención de la policía hacen que otras mujeres que están en situaciones similares terminen no yendo al hospital y mueran”.
En la Argentina se practican unos 500 mil abortos al año, según cifras del Ministerio de Salud de la Nación que no contabiliza los que se atienden en el sistema privado: en la clandestinidad no hay registros. “Los números son altísimos. Tenemos un promedio de dos abortos por cada mujer en la etapa reproductiva. En proporción tenemos más prácticas que Bolivia, más que México, más que Brasil. ¿Por qué? Hay varias respuestas, una de ellas es haber logrado la libertad sexual sin la educación correspondiente. Y en otros muchos casos, ya pasaba en la época de mi abuela, se usa como método anticonceptivo. A mí no me preocupa que haya 500.000 abortos si las mujeres deciden interrumpir su embarazo y deciden hacerlo en condiciones seguras. Por eso es que el sistema de salud y el sistema de justicia tienen que preguntarse si la prohibición sirve para algo”.
Marta Alanís es católica y levanta esa bandera para defender los cuerpos y los derechos de las mujeres. A principios de los años 90 fundó en la Argentina “Católicas por el Derecho a decidir”, una organización disidente de la moral sexual de la Iglesia y que actúa políticamente esa disidencia.
“Para las mujeres de sectores populares la Iglesia ha sido en América Latina un lugar de socialización y de aprendizaje de derechos. No de derechos sexuales y reproductivos, pero sí a ser valorizadas como trabajadoras del hogar, sobre todo en las comunidades más progresistas. Eran lugares donde se hablaba un lenguaje de respeto a la dignidad humana, pero de dominación, de obediencia al marido. Nosotras rompemos con eso. Al ser feministas no alentamos la obediencia a ciegas, porque la doctrina dice que es más pecado cumplir a rajatabla lo que enseña la Iglesia si no lo hacés a conciencia. Entonces, al actuar esta disidencia pública y política, lo que buscamos es romper el doble discurso, porque esta mirada cerrada de la sexualidad y la reproducción obliga a católicas y católicos a callar cosas que hacen en su vida privada. Y también obliga a decir cosas que la gente ya no cree porque la noción de Dios y la noción de lo sagrado también cambiaron en el imaginario. Y sin embargo seguimos repitiendo un credo de hace dos mil años. Hay que que hacer un nuevo relato de lo que creemos. No necesitamos un Estado vertical ni una jerarquía para vivir la espiritualidad y la fe porque si no la religión pasa a ser un instrumento de disciplinamiento y no de enriquecimiento”.
De derechos y prohibiciones
La historia de la organización se remonta a principios de los años 70 en Estados Unidos, de la mano de la activista y académica Francis Kissling, quien con sus trabajos de investigación demostró que la doctrina católica no tiene una prohibición absoluta respecto del aborto. Nace así "Catholics For A Free Choice" en 1973, cuando la interrupción voluntaria del embarazo se despenalizó en Nueva York.
“Católicas surge por la preocupación del aborto y de los derechos sexuales y reproductivos en general, porque no podemos pedir aborto sin pedir educación sexual”, explica Alanís.
A Latinoamérica llega en 1989, bajo el liderazgo de la médica uruguaya Cristina Grela. “No es una sucursal, sino que es un aprendizaje de lo que ocurre en Estados Unidos, es una transferencia de investigaciones, porque el contexto es muy diferente. A partir de esa experiencia comenzaron a surgir los grupos nacionales: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, México, Nicaragua, Paraguay, Perú y República Dominicana, que se acaba de sumar. Trabajamos en red desde nuestra identidad: somos mujeres católicas y feministas”, define Alanís.
“La jerarquía eclesiástica nos trata de apóstatas, de falsas católicas. Pero todas las integrantes -abogadas, médicas, trabajadoras sociales, sociólogas- fuimos educadas en el catolicismo y desde ese lugar es que venimos haciendo una lectura con ojos de mujer de la Biblia. Por eso decimos que las prohibiciones están más en el discurso de la jerarquía que en la propia doctrina”. Con todo, reconoce que hay cosas que se han flexibilizado dentro de la Iglesia. “Pero la sexualidad sigue siendo un tema muy difícil para una institución tan misógina. Es cierto que el Papa tiene voluntad de hacer un proceso de inclusión de las mujeres, pero difícilmente llegaría a aceptar un debate sobre el aborto”.
La militancia de Marta Alanís comenzó desde muy joven en la provincia de Córdoba en villas y barrios populares. Por eso reconoce que el movimiento de la Teología de la Liberación fue un buen puntapié para llegar a la teología feminista, con la que profesa. “Pudimos pensarnos en clave teológica. Nosotras decimos que la teología feminista trata de deconstruir el patriarcado, tanto en la religión como en la sociedad. La opresión de clase existe, como también la opresión de género”.
Inspiradas en esa creencia, Católicas se expande por América Latina. “Después de que cae el Muro de Berlín, la Iglesia cambia su discurso en sus encíclicas: deja de hablar en contra del comunismo y hace foco en cómo el feminismo pone en riesgo la familia tradicional heterosexual. Siempre venían diciendo lo mismo con respecto al aborto, pero con menos intensidad. A partir de ese momento el discurso cambia de “anticomunismo” a “antifeminismo”. Algo muy sutil que no se percibe de un día para el otro. Ese es el marco en el que surge la organización en la región, un continente con un gran cantidad de fieles en el que es muy difícil hablar de sexualidad y reproducción contrariando a los obispos y al Papa”.
Sin embargo lo hacen, militan, aportan nuevos argumentos para quebrar el discurso hegemónico. “Eso es lo único que hacemos, porque no cambiamos la práctica de las mujeres católicas, que ya abortaban, que ya usaban métodos anticonceptivos. Nosotras decimos lo que realmente pasa entre las mujeres: que las católicas abortan en la misma proporción que las mujeres de otras religiones y que las mujeres no creyentes; decimos que el aborto en determinadas condiciones, en determinados momentos, es una decisión ética válida para las mujeres y que no tienen por qué tener culpa. Siempre es un dilema ético, pero lo pueden resolver, acompañadas y en paz. Entonces para las mujeres católicas que nos escuchan, que nos leen, que reciben nuestros materiales, somos un instrumento de liberación de sus conciencias y de reconciliación con ellas y con sus decisiones”.
No conocen al papa Francisco, pero en varias oportunidades le escribieron, como cuando visitó México. “Le pedimos por el sufrimiento y el dolor de las mujeres de Ciudad Juárez. También le dijimos que él tiene la oportunidad, ya que tiene una visión progresista de muchos temas, de bajar el nivel de subordinación de las mujeres dentro de la Iglesia. Tenemos una relación de mucho respeto con él porque está apoyando causas en América Latina en un momento de gran riesgo por el avance del neoliberalismo. Este Papa es mejor que otros en ese lugar, pero, claro, una cosa es el momento, la coyuntura, y otra cosa es lo que nosotras queremos. Para vivir la fe, yo necesito comulgar con mis hermanos, con mis hermanas, no necesito un Papa que me diga qué pensar, qué rezar, qué hacer con mi sexualidad, cómo condenar o no a la homosexualidad, cómo imponer un modelo de familia que ya no existe. La iglesia de nuestros sueños es una iglesia sin jerarquías. Pero, mientras tanto, es mejor este papa que otros para parar el fundamentalismo religioso, para parar el neoliberalismo, que es el fundamentalismo del mercado”.
La vida militante
Como “buena católica”, Marta Alanís se casó y tuvo cuatro hijos con aquel marido, que la acompaña en esta lucha desde hace más de 40 años. Militaban juntos cuando el Terrorismo de Estado puso en jaque a la familia, que debió exiliarse. El primer destino fue Bolivia, donde se escondieron en el Altiplano. “Soñábamos con la revolución. Cada uno se la imaginaba diferente, como a Dios. Pero sonábamos con la posibilidad de cambios. Mientras estuvimos en Bolivia, no nos dimos cuenta de que nos habíamos ido de Argentina, pero cuando nos tuvimos que ir a Francia, y no sabíamos ni decir agua, con cuatro niños, uno recién nacido, nos dimos cuenta de que estábamos lejos”.
Fueron años durísimos durante los cuales la familia fue acompañada por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, de la mano del cura español Gregorio Iriarte y de las Hermanas de Maryknoll, radicadas en Bolivia, y también por el ACNUR.
A Francia la dejaron cuando triunfó la revolución nicaragüense, en 1979. “Nos fuimos a trabajar en la campaña de alfabetización en un país que tenía el 30 por ciento de alfabetizados. Fue una experiencia maravillosa, que logramos concretar gracias al Consejo Mundial de Iglesias que pagó nuestros pasajes. Y trabajamos mucho con los curas de la Teología de la Liberación. La revolución nos salvó a nosotros que veníamos destrozados, porque hay que ser honestos: los que fuimos a ayudar, crecimos un montón. Encontramos un lugar en el mundo, pero sabíamos que estábamos de paso”.
-Querían volver…
-Queríamos volver. Y el día 2 de abril cuando se declara la Guerra por Malvinas pensamos que los militares no iban a aguantar dos frentes, uno interno y uno externo, y al día siguiente fuimos a pedir los pasaportes. Llegamos el 11 de febrero de 1984 a Córdoba. No teníamos a nadie. El que no estaba afuera, estaba desaparecido. Nos tuvimos que insertar, tuvimos que mandar a los chicos a la escuela, definir un lugar dónde vivir, tratar de trabajar porque no teníamos familia que nos bancara, y siempre con temor, porque los Ford Falcon seguían frenando en las esquinas.
En Córdoba trabajó varios años para Cáritas Arquidiocesana. Era la época de las ollas populares y Marta Alanís coordinaba esa tarea con las mujeres del barrio. Hicieron una investigación sobre maternidad y aborto en mujeres católicas de sectores populares, de lo que resultó un libro, que fue su entrada a la organización que fundó en 1993 y que hoy es una de las voces cantantes de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, que el 30 de junio presentó por sexta vez un anteproyecto de ley para legalizar la interrupción voluntaria del embarazo hasta la semana 14 de gestación, en consonancia con la legislación que ya existe en otros países.
“Católicas comenzó haciendo trabajo en los barrios y en las villas porque los curas nos pedían que fuéramos a hacer talleres con las mujeres para hablar de sexualidad, reproducción, preocupados por la cantidad de hijos que tenían en situaciones de extrema pobreza; enseñamos educación sexual, sobre anticoncepción. Después llevamos la experiencia de poner en los medios de comunicación y en publicaciones todo lo aprendido, lo recopilado, lo experimentado. Y en una tercera etapa pusimos todo eso al servicio de la incidencia política para lograr cambios legislativos y en las políticas públicas: trabajamos con el sector salud, trabajamos con efectores de justicia, impulsamos la Alianza Nacional de Abogad@s por los Derechos Humanos de las mujeres; tenemos un área de litigios, un área de investigación, trabajamos en cursos de posgrado con perspectiva de género en derechos sexuales y reproductivos”, resume la tarea de la organización, que se puso al frente del caso de Belén, la joven tucumana, presa hace más de 800 días por un aborto espontáneo.
“Al caso Belén llegamos tarde realmente”, se lamenta. Nadie conocía la situación de esta joven, pero la casualidad quiso que la abogada Soledad Deza, integrante de Católicas, se enterara de que comenzaba el juicio, por el fue condenada a ocho años de prisión.
“Belén ingresó al hospital Avellaneda, uno de los cinco que hace atención obstétrica en la provincia de Tucumán, con una patología abdominal. Desde el principio dijo que no sabía que estaba embarazada. Su historia clínica dice que tuvo un aborto espontáneo, incompleto y sin complicaciones. Pero se activó una maquinaria destinada a criminalizarla. Cuando le dieron el alta, se fue presa a un penal, con una condena por homicidio doblemente agravado por el vínculo. Todo sucedió dentro de un hospital. ¿Cómo puede ser? Esa es la combinación de la policía, del sistema de salud y la justicia en un pacto patriarcal y misógino porque es pobre. Si no fuera pobre no hubiera ido al hospital público y hubiera tenido la oportunidad de tener un aborto seguro”.
Católicas pidió la excarcelación de la joven, pero el juez se la negó. “Belén es una bandera del movimiento de mujeres. Llegaremos a los lugares a los que se tenga que llegar. Si hay que ir a la Corte Suprema, llegaremos. Y si no hay respuesta en los lugares nacionales, iremos a los tribunales internacionales. Pero a estas cosas hay que ponerles freno”.
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