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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

09/11/2015

Entrevista a Raúl Zaffaroni

Derecho al desarrollo, derecho a la vida

Tras haber renunciado a la Corte ni bien cumplió 75 años, se abocó a impulsar lo que él considera prioritario hoy: el derecho humano al desarrollo. Bajo esa hipótesis dicta cátedra en las universidades del conurbano sembrando la semilla de los futuros “juristas populares”, una generación que por primera vez ingresa a ese ámbito, lo que produce "una enorme contribución a la reducción de la desigualdad". 

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Foto: Paula Ribas/Gentileza Télam

 “A lo largo de mi carrera fui tomando conciencia de que no hay un saber jurídico neutral, que eso es una ilusión. ¿Para qué teorizamos el derecho? Lo hacemos para que los jueces hagan sentencias, para que lo conviertan en jurisprudencia técnica. Pero la sentencia es un acto de gobierno, es un acto político. No son actos partidistas, por supuesto, pero son actos de gobierno. Por consiguiente, lo que nosotros hacemos no puede ser políticamente neutral. Pretender esa asepsia del poder jurídico, una aideología, una apoliticidad, es absurdo, va contra la naturaleza de las cosas”, dice el exjuez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Raúl Eugenio Zaffaroni, durante una entrevista en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. 

Para el actual juez integrante de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, cargo que asumió en junio de 2015, “eso es una idea falsa, importada de una Europa torturada, donde muchos juristas se vieron obligados a decir no, yo hago ciencia, no política. Y después de la catástrofe de la Segunda Guerra, muchos lo siguieron diciendo, porque les daba patente de científicos. Pero en el mundo actual es inaceptable, y en Latinoamérica cada vez queda más claro que no se puede hacer derecho sin un objetivo político. El objetivo político está ahora bien claro: está marcado en las constituciones y el derecho internacional; es un mandato legal. Y si me dicen cuál es el derecho humano por el cual hay que impulsar la realidad constitucional para que se acerque al deber ser, cuál es el derecho humano prioritario, hoy les digo claramente algo que, quizá hace años no veía: es la propulsión del derecho humano al desarrollo, al desarrollo humano progresivo. Del desarrollo humano depende todo lo demás y fundamentalmente el respeto a la vida humana. Cuando se viola este derecho, de la manera descarada en que se lo hace sobre nuestros países, tenemos violencia, conflicto, muertos, carencias…”

El letrado, uno de los juristas más respetados de América Latina, explica que los teóricos del Norte suelen decir que hay tres generaciones de derechos humanos: una primera que son los individuales, una segunda que son los sociales y una tercera que sería lo que se llama derecho humano de tercera generación, entre las cuales está el derecho al desarrollo humano.

"Esta es la historia contada desde el centro para la periferia. La historia contada desde la periferia colonizada hacia el centro es al revés: el primer derecho por el que hemos luchado históricamente es el derecho humano al desarrollo, porque la primera condición del desarrollo es la independencia. De modo que los primeros luchadores por nuestros derechos humanos han sido San Martín, Bolívar, Belgrano, Sucre, Morelos, Hidalgo, Louverture. Ellos han sido nuestros primeros héroes latinoamericanos. Y esos sí eran liberales en serio. Después como no sirvieron, los mataron, otros se fueron a tiempo o se murieron en el olvido, porque vino el neocolonialismo y toda la perversión consiguiente, por obra de las oligarquías mediante las cuales el centro hegemónico nos mantuvo ocupados y sometidos a servidumbre".

¿Y cuál es la lucha hoy por el desarrollo?

Significa reducir los niveles de desigualdad en nuestras sociedades, significa aumentar la base de ciudadanía real. La ciudadanía no es tener el derecho al voto, la ciudadanía es tener un mínimo de vida digna, industrializar, crear trabajo, defender nuestros recursos naturales. Significa, en definitiva, resistir y pelear contra el colonialismo.

El colonialismo persiste…

Claro, hoy se llama globalización, pero en realidad es la fase superior del colonialismo. Hoy no se nos ocupa territorialente, ni siquiera a través de oligarquías o de nuestras propias fuerzas armadas alienadas ideológicamente, sino que se ocupan las mentes construyendo realidad a través de medios masivos de comunicación social, que pertenecen al capital trasnacional desarraigado y predatorio de las grandes corporaciones transnacionales. No son los Estados Unidos como país y ni siquiera como gobierno, es ese capital que allá está representado por la derecha republicana y que le pone mordaza al propio Obama. Esas son las fuerzas de la acumulación y concentración ilimitada de capital, que están destruyendo el mundo, provocando catástrofes ambientales sin precedentes y conteniendo nuestro desarrollo humano. Es inevitable que cuando existe una enorme desigualdad y discriminación social, aumente el número de muertos. Y América Latina, en general, hoy, está padeciendo un genocidio por goteo como resultado de una interrupción al derecho del desarrollo humano. Y cuando hablo de genocidio por goteo estoy hablando de miles y miles de muertos.

"Hoy ya no se controla tanto a la exclusión a través de tanques de guerra, hoy se la controla fomentando que se maten entre ellos. Y cuando vemos dónde se concentra la violencia y dónde se concentran los muertos, resulta que víctimas, victimizados, criminalizados pertenecen a las clases más desfavorecidas o a los estratos recién incorporados o semi-incorporados de clase media. Es entre ellos que se desarrolla la violencia. Que se maten entre ellos es perfectamente funcional a ese proyecto".

México, Honduras, Guatemala acaso sean los ejemplos más claros de esta situación de desigualdad y violencia.

Están los 43 chicos asesinados de Ayotzinapa, pero no son 43, son 100.000 muertos en cuatro o cinco años y casi 20.000 desaparecidos. Si seguimos por América Central, nos encontramos con las maras en Guatemala, Salvador, Honduras. Y sin embargo, el Salvador con una política con las maras ha logrado ahorrarse más de mil homicidios de un año al otro. Y si seguimos con nuestro vecino Brasil, sus muertos de las favelas tampoco importan, y cada día los muertos del Brasil van teniendo la piel más oscura. De 23 países que en las Naciones Unidas registran más de 20 por 100.000 homicidios por año, 18 están en América Latina y Caribe, y 5 en África. De modo que no estoy mencionando algo metafórico, estoy hablando de cadáveres. En el cono sur nos estamos salvando circunstancialmente, no por nuestros méritos, sino porque estamos fuera de la ruta de la cocaína: ni la producimos ni estamos en la ruta. La violencia puede descontrolarse muy localmente por competencia entre bandas de distribución interna, siempre con participación policial, obvio.

¿Cómo construyen los medios este escenario?

Disimulan, minimizan, normalizan la violencia, dicen: Bueno, como vino del aire, qué vamos a hacer, no se puede hacer nada, pasa en todos lados. ¿Qué hacen cuando hay bajo nivel de violencia? La inventan, crean una realidad violenta. ¿Cuál es el objetivo? Lo que el colonialismo quiere es una sociedad con 30 por ciento de incluidos y 70 por ciento de excluidos. A los excluidos hay que controlarlos de alguna manera, a través de un enorme aparato represivo, en parte, pero además hay otra característica que es tremendamente perversa. Hoy ya no se controla tanto a la exclusión a través de tanques guerra, hoy se la controla fomentando que se maten entre ellos. Y cuando vemos dónde se concentra la violencia y dónde se concentran los muertos, resulta que víctimas, victimizados, criminalizados pertenecen a las clases más desfavorecidas o a los estratos recién incorporados o semi-incorporados de clase media. Es entre ellos que se desarrolla la violencia. Que se maten entre ellos es perfectamente funcional a ese proyecto.

En este sentido, usted ha trabajado en mostrar cómo es el mapa de la Ciudad de Buenos Aires. ¿Se ve reflejada esta situación?

Eso se ve claramente. Sólo que en la Ciudad de Buenos Aires se ve muy en pequeño, en el resto de América Latina, donde hay violencia en serio, se ve en grande.  En la Ciudad de Buenos Aires tenemos una distribución interesante porque en las villas llega a algo así como 13.5 el índice de homicidio doloso, en tanto que en el resto de la Ciudad de Buenos Aires baja a 2.6, es decir, que en el resto de la Ciudad de Buenos Aires estamos casi con el mismo índice de Europa o de Canadá que son los más bajos del mundo, porque cero no hay en el mundo.

En las villas es donde se concentra, pero lo que también es significativo es que allí se da el mayor porcentaje de NN, es decir, de homicidios no esclarecidos. Yo no creo en conspiraciones, pero sí creo en funcionalidades, entonces daría la impresión de que hay víctimas de primera y víctimas de segunda. Las víctimas de primera se reconocen cuando se junta la televisión delante de Tribunales. Las víctimas de segunda son descartables. No sé si alguien lo piensa conscientemente así, puede ser que no, pero lo cierto es que así funciona.

Quiero llamar la atención sobre algo e insisto con el derecho al desarrollo. Estos datos de la Ciudad de Buenos Aires son de homicidios dolosos, son muertes intencionales. Pero cuidado que el subdesarrollo provoca otro tipo de muertes. Donde hay desigualdad social hay discriminación en la atención de la salud. ¿Qué pasa con los accidentes de tránsito? Algo más o menos parecido.  ¿Se ha mejorado la red vial en los últimos años? Sí, pero igual la mejora es insuficiente. Aumentó el número de vehículos, todos vamos por la carretera; nos venden vehículos que no están hechos para la mayor parte de las carreteras que tenemos. Todos, transporte de personas, transporte cargas y más vehículos, vamos por la misma carretera. En consecuencia, nos vamos a matar todos. Además, la frustración de proyectos trae aparejados más suicidios, no todos conscientes por cierto. Pero conscientes o inconscientes son vidas humanas que se pierden.

De modo que la afectación del derecho al desarrollo es una afectación del derecho a la vida, pero masivamente. Si sumásemos todo eso, nos vamos a encontrar que en diez años nos echamos una ciudad muy grande.

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El jurista junto a Rigoberta Menchú y Baltasar Garzón en el Congreso Internacional sobre Jurisdicción Universal (10-9-2015)

Foto: Julián Alvarez/Gentileza Télam

“Soy auténticamente porteño, aunque no es mi culpa. Yo no elegí nacer ahí naturalmente. Era el día más caluroso del año 40, eso lo registran los récords de calor, y justamente yo nací al mediodía. Supongo que se me debe haber ocurrido decir bueno, hace mucho calor y salgo un rato, me pegaron y no pude volver.  Calculo que en esa época, tres meses escasos del inicio de la Segunda Guerra Mundial, estarían las tropas nazis ocupando Polonia, disponiéndose a avanzar sobre Francia, lo que, como es natural, no me interesaba en aquel momento”, se presenta Zaffaroni.

¿Qué era la facultad de Derecho cuando ingresó?

Un monumento de arquitectura bastante fascista y una facultad gorila. Absolutamente, digamos la verdad. Sí, íbamos aprendiendo cosas, íbamos aprendiendo técnica, pero nos dábamos cuenta de que había un contenido notoriamente antipopular en la enseñanza. Me recibí a los 22 años y de inmediato quise hacer el doctorado. Como el de la Universidad de Buenos Aires estaba suspendido, me fui a la Nacional del Litoral, en Santa Fe. 

...

Durante esos años en Santa Fe, una de las cosas más interesantes que recuerda fue la relación directa con los profesores. A diferencia de Buenos Aires, la gente se encontraba en el bar de la facultad o en la cervecería de la ciudad. Eso permitió un diálogo con otros estudiantes y docentes. El que más destaca es el que mantuvo con un profesor español, un republicano exiliado, Don Manuel de Rivacoba y Rivacoba. De alguna manera fue, si se puede hablar de maestro, su primer maestro.

A los 24 años, obtuvo una beca de la OEA para estudiar criminología en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde conoció al maestro Alfonso Quiroz Cuarón, “una especie de patriarca de la criminología mexicana: había investigado el asesinato de Trotsky e identificado al autor, entre otras muchas cosas”.

Viajó por Latinoamérica, parando en todas las capitales de la región. Volvió a Buenos Aires. Le ofrecieron regresar a México como profesor en la Universidad Veracruzana, donde trabajó hasta la crisis del 68. “Acá estaba Onganía, pero no sé si moría alguno, por ahí de bala perdida, pero lo de México era trágico”, recuerda de aquella experiencia. Con una parada previa en la Universidad de New York en Albany, regresó a la Argentina.

Su primer cargo como juez fue en el Tribunal oral en Villa Mercedes, San Luis en 1969. En 1972 obtuvo una beca de la fundación Max Planck y pasó casi todo el año en Alemania. Al volver publicó su primer libro “Teoría del delito” (1973). Durante esos años daba clase en la Facultad de la Universidad Católica de La Plata y en los últimos años en la del Museo Social, finalmente algo en el posgrado de la UBA. Pasaba dos noches a la semana durmiendo en ómnibus. En 1975 le ofrecieron ser juez Penal Federal de la Ciudad de Buenos Aires y aceptó.

"Me miraban como un bicho extraño, yo no pertenecía a la familia, por así decirlo. Ahora sí, después de todos estos años uno se hace de la familia, aunque siempre sea el hijo descarriado. A medida que pasaba el tiempo y en círculos muy pequeños nos íbamos dando cuenta de que eso no era el onganiato, sino algo mucho más terrible y nunca visto antes". 

¿Cómo se llevaba como juez con esas dictaduras que se fueron sucediendo en el país?

En San Luis era la época de Onganía y para mí era la primera vez que formaba parte del poder judicial. Me llevé muy bien con mis dos colegas y nos manejábamos de una manera independiente, nunca tuvimos presiones. Naturalmente que nos ocupábamos de las cosas ordinarias del abigeato, del robo de ganado.. Luego, cuando el gobierno constitucional me nombró Procurador General de la Provincia en 1973, ahí hubo un problema porque había una extrema derecha que estaba procurando la intervención de la provincia de San Luis y que en 1976 se montó en el golpe. En ese momento, desde la procuración y desde el Superior Tribunal intentábamos evitar la intervención federal a la provincia.  

¿Y en el juzgado federal en Buenos Aires?

Fue otra historia, tratábamos de contener el golpe, concedíamos hábeas corpus y opciones de salida, pero vino el golpe, removieron a mis dos colegas, presenté la renuncia, porque al reabrirse tribunales al único que no habían removido era a mí. Me  ofrecieron quedarme, pero como juez de sentencia ordinario, me mandaron a un altillo en la calle Viamonte, a ocuparme de los ladrones comunes. A lo largo de los seis años no me ascendieron y me miraron con mucha desconfianza, me habían echado de la Universidad de Buenos Aires, estaba refugiado en universidades privadas. Me miraban como un bicho extraño, yo no pertenecía a la familia, por así decirlo. Ahora sí, después de todos estos años uno se hace de la familia, aunque siempre sea el hijo descarriado. A medida que pasaba el tiempo y en círculos muy pequeños nos íbamos dando cuenta de que eso no era el onganiato, sino algo mucho más terrible y nunca visto antes. Nadie elige la época que le toca vivir, pero nuestra experiencia vital anterior de golpes y dictaduras, ya nada tenía que ver con lo que empezábamos a saber que estaba pasando.

¿Y qué ocurrió durante la Dictadura cívico-militar del '76?

Como era juez para los ladrones comunes, no había mucho motivo de presión; investigamos hábeas corpus, los que pudimos investigar, hasta que con motivo de uno que investigué hasta el final y de una opción de salida que había concedido antes, nos sacaron los hábeas corpus y los centralizaron en la justicia federal para que no investigáramos más. En fin, esas fueron algunas cosas que fueron sucediendo aquellos años. Nos íbamos identificando los que estábamos aterrados ante lo que sucedía. Nos reuníamos como podíamos, tomé contacto con algunas personas del CELS. En Europa me enteré de detalles horripilantes. Trataba de sustraerme en alguna medida a lo que me rodeaba escribiendo. Escribí un tratado de cinco tomos. Pensé en irme del país, pero un viejo profesor me dijo con razón:  Zaffaroni, todo pasa, aguante. Pensé que no era inútil hacer notar que mascar hojas de coca o fumar un cigarro de marihuana no sólo no afectaba la seguridad nacional, sino que su punición era inconstitucional. Alguien se daría cuenta de que quedaba gente que mandaba señales diferentes. Escribí un libro sobre el derecho penal militar, para mostrar que tampoco era legal en ese ámbito tan particular lo que estaba pasando. No causó mucha gracia en ese momento.

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Homenaje a Zaffaroni en la Universidad Nacional de San Martín, tras su retiro como miembro de la Corte (15-12-2014)

Foto: Alejandro Santa Cruz/Gentileza Télam

En esa misma época, con los presos comunes, ¿se endurecieron las cosas? ¿Qué recuerda de aquello?

Lo que siempre he sostenido. En esa misma línea de pensamiento me revocaban buena parte de las sentencias, porque consideraban que tenían que ser sentencias más duras. En esto no creo que haya habido una presión por parte de la dictadura. No. Estaría mintiendo. Creo que era como que intuían que eso era lo que quería el poder militar, pero no porque hubiese una injerencia directa. Y esto es importante que lo diga, es importante porque esto es algo cercano a la “Banalidad del mal” de Hanna Arendt: muestra una línea ideológica propia de algunos jueces. Si hubiese sido presión militar era otra cosa. Yo creo que era totalmente autónomo, era como decir “bueno, yo estoy en sintonía con la voluntad del de arriba”.

Pero en ese momento, hubo una reforma penal…

Que fue uno de los momentos más represivos de legislación penal de nuestra historia, sólo superado por Blumberg naturalmente, y por algunos comunicadores sociales que quieren algo peor. El número de presos aumentó de una manera absurda, las penas aumentaron, la constitucionalidad de todas esas normas no se discutía, era punible cualquier tenencia mínima de marihuana, con penas que no admitían libertad condicional. Se bajó la edad de responsabilidad, de modo que cualquier adolescente con un resto de marihuana quedaba estigmatizado y hasta se decía en sentencias que era una lesión a la seguridad nacional.

"Si no hay garantías que pongan límite al poder punitivo, perdemos el derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad, no vamos a tener derecho de privacidad. Si se rompe el límite al poder punitivo, vamos a tener un policía debajo de la cama. Sí, esas son las garantías". 

¿Cuál es límite del poder de castigar?

No creo que haya ningún derecho de castigar, creo que hay un poder de hacerlo y ese poder no es fijo. El poder de penar es un poder que si no se controla con el contrapoder jurídico se desbarranca. El límite puede ser más o menos retributivo, más o menos pensar en la devolución de una cantidad de mal, que no puede exceder de eso, que guarde una cierta proporción de una cantidad de daño. Se ha teorizado infinitamente, pero no hay un ius puniendi, un derecho de penar; hay una potentia puniendi, un poder de penar, y si eso no lo controlamos a través de un límite jurídico, ese poder de penar se va al totalitarismo y al genocidio y desaparecen todos los bienes jurídicos, porque cuando se pierde el límite jurídico, cuando el poder punitivo se expande, adiós, perdemos todos los derechos. Y los perdemos todos los ciudadanos. 

¿Esos límites son las garantías?

Que no son para los delincuentes, sino para todos los ciudadanos. Si no hay garantías que pongan límite al poder punitivo, perdemos el derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad, no vamos a tener derecho de privacidad. Si se rompe el límite al poder punitivo, vamos a tener un policía debajo de la cama. Sí, esas son las garantías.

...

"Volvió el gobierno constitucional, me ascendieron a juez de Cámara y un buen día, cuando hacía años que era juez de cámara, sentí que mi función en el poder judicial estaba terminada. Fue una cosa muy rara, estaba en un pleno de la Cámara Penal y sentí que estábamos discutiendo cosas administrativas que no tenían mucho sentido y como no discutíamos cosas en serio, como una condena perpetua y demás, me acerqué a la ventana y vi el techo del teatro Colón y dije: ¿Qué estoy haciendo acá?”.

Renunció. Lo nombraron Director General del Instituto Latinoamericano de Prevención del Delito de las Naciones Unidas en Costa Rica (ILANUD), donde vio cómo se manejaba la burocracia internacional. A los dos años, volvió.

¿Comenzó allí su carrera política? ¿Por qué?

El Frente Grande me ofreció ser candidato a constituyente. Hicimos lo que pudimos, era una minoría. Ahí surge la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires y se empezó a pensar en la constituyente, que se hizo en el 1996. Fui presidente de la comisión de redacción. Luego fui electo diputado de la Ciudad de Buenos Aires, en la primera Legislatura, que era muy creativa porque teníamos que hacer todas las leyes orgánicas. Era el juguete del pibe, algo así como construir una “Brasilia” en lo jurídico. Sobre el final del mandato ocurrió una cosa un poco rara. Yo había tenido algunas actitudes un poco particulares, intervine decididamente para derogar los famosos edictos, y aunque no soy el autor del código contravencional de la Ciudad, me lo atribuyeron. La policía vio afectada sus cajas y mandó a un grupo de travestis a que se desnudaran en las calles y argumentaba que no podía hacer nada porque el código se lo impedía. Era mentira, obviamente, porque las exhibiciones obscenas están en el código penal. Pero los dirigentes se asustaron y decidieron impulsar una reforma introduciendo “la oferta y demanda de sexo en la vía pública”. No voté esa reforma ridícula y, como no había cumplido las órdenes de la cúpula, me dijeron: “vos en la lista sos piantavotos”, cuando ya era candidato a la reelección como legislador. “Sería conveniente que renuncies y te vamos a dar el INADI”. Renuncié y me dieron el INADI como premio consuelo. Debo reconocer la gran mano que me dieron los medios, que fueron los que permitieron la presencia del INADI en la opinión pública. Ese fue el paso por la política que terminó en la crisis del 2001.

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Foto: argentina.ar

Usted ha dicho que nunca hizo deberes para ser ministro de la Corte.

La imagen tradicional de ministro de la corte es otra, el que hace los deberes, con la corbatita, con cara de serio. Yo nunca había hecho eso. Tengo más vocación de transgresor que de estar adaptado a vender una imagen. De modo que me sorprendió el llamado del presidente Néstor Kirchner. Aspiraba a ser defensor general de la República. Así que le dije a quien ofició de primer intermediario: “No, yo quiero ser Defensor General de la República”. Y me respondió: “No, te necesitamos acá”. Le pregunté “¿Qué es esto? ¿Una prueba de militancia?”. “Sí, aguantate”. Bueno, no exactamente, usó otra palabra.  

En verdad, nunca había soñado con ser ministro de la Corte. No lo tenía en mis cálculos, no fue una ilusión que tuve de pibe, tenía algunas dudas pero bueno, al poco tiempo las dudas se me disiparon porque todo el mundo empezó a hacer una campaña terrorífica para que yo no llegue y al ver quiénes hacían la campaña aparté cualquier duda. Si esos me agredían, era porque estaban seguros de que yo podía hacer algo. Hasta hoy muchos de ellos siguen señalándome el camino: no necesito mucho, sólo ver por dónde andan y circular por la acera opuesta.  

¿Puso alguna condición?

La conversación que tuve posteriormente con Néstor fue muy sincera. En un momento dado le dije: “Mirá, hay dos cosas en las que no tranzo: una es en los crímenes de lesa humanidad, las leyes de obediencia debida y punto final”. “No, no –me dijo-, nosotros tampoco”. “Y el otro es el corralito –le dije- de alguna manera a la gente hay que devolverle los ahorros en algún momento”. “Bueno, eso lo vemos después”, me respondió. Después lo miré y le dije “Pero, ¿vos me conocés bien?”. “Quedate tranquilo que te conocemos bien”, me respondió. Ese fue el diálogo. Era un gran tipo, frontal y sincero.  

En ese diálogo, usted hace referencia a por lo menos tres fallos durante su permanencia en la Corte. ¿Cuáles considera que son los más importantes?

No hago un balance, eso no me corresponde. Lo único que creo es que mantuve mi línea de mi pensamiento. La importancia que haya o no tenido es una evaluación que no me siento habilitado para hacerla, sería una autopropaganda que no me gusta.

¿Le quedaron fallos pendientes?

Sí, creo firmemente que el trabajador policial es un trabajador como cualquier otro y por ende debe tener todos los derechos que todo trabajador tiene, menos el derecho a huelga, que tampoco tiene ningún trabajador de servicio de primera necesidad. Es absurdo que el trabajador policial no pueda realizar peticiones en forma colectiva, es absurdo que no pueda discutir horizontalmente sus condiciones laborales. No tiene sentido que cada vez que hay un reclamo por parte de la policía tengamos policías hablando de espaldas como si fueran la ETA o que lo tengan que hacer sus mujeres porque ellos no pueden hacerlo. Eso me quedó pendiente. Y quedó pendiente porque desde hace muchos años, en cuanto llegó, dimos una vista a la procuración, la procuración lo retuvo muchísimo tiempo, creo que dos o tres años, después cuando llegó de nuevo a la Corte proyecté el voto declarando la inconstitucionalidad de la prohibición de sindicalización, empezó a circular pero no llegó a tiempo.

Cuando anunció su retiro de la Corte en enero de 2014, dijo, entre otras cosas, que se iba porque había dejado de ser una herramienta. ¿Herramienta para qué?

Para impulsar el derecho al desarrollo. Creo que hay cosas que hay que hacerlas hasta cierto momento: las funciones son para eso, para hacer algo y cuando uno cree que ese algo se puede hacer mejor desde otro lugar, tiene que irse al otro lugar. Y el otro lugar es volver a la vida académica porque ahí es donde hay que formar a los cachorros. La vida de uno se acaba un día, como la de cualquiera, y tiene que haber diez, cien, mil, diez mil que sean mejores que uno, y más transgresores y más peligrosos para los privilegios que uno. Eso lo que hay que hacer.

¿Y eso es lo que está haciendo en las universidades del conurbano bonarense en las que está trabajando?

Nosotros tuvimos una reforma universitaria en 1918 que fue muy importante porque permitió el acceso a la universidad de las clases medias, y sobre todo de los hijos de la inmigración, y eso cambió la fisonomía del país. Creo que en este momento estamos viviendo una nueva reforma universitaria: las universidades del conurbano con un 90 y algo por ciento de primera generación de universitarios están introduciendo otras capas sociales, están acortando distancias, son una enorme contribución a la reducción de la desigualdad, son otras clases sociales que entran a la universidad y esto cambia la fisonomía del país de nuevo. Vamos a tener otro país diferente. No importa si todos logran recibirse o no. El mero hecho de que llegue un hijo de trabajador a la universidad es un momento importante. Y de ahí tienen que salir los técnicos del futuro. Trabajar eso es fundamental: no hay desarrollo sin capacidad humana para el desarrollo. Una sociedad que tiene incluidos y excluidos, entre el incluido y el excluido no hay dialéctica. El excluido está de más, nació errado, es descartable. La universidad restablece una competencia, una dialéctica.

¿Esos cachorros serían nuestros próximos juristas populares?

¿Qué quiero decir con jurista popular? El jurista comprometido con el derecho humano al desarrollo. Significa un jurista comprometido contra las grandes desigualdades sociales. No estoy pensando ni en la sociedad comunista ni en la sociedad socialista ni en la socialización de los medios de producción. Seamos sensatos, y no me siento mal porque me digan reformista. Hoy la bipolaridad mundial no está en capitalismo o socialización de los medios de producción. Se acabó esto de la Guerra Fría. Hoy está entre un capitalismo productivo, más o menos razonable, respetuoso de los límites de la especie sobre el planeta, y un capitalismo trasnacional, desarraigado, financiero y explotador. Es eso lo que estamos discutiendo. Tratemos de hacer una sociedad con un capitalismo más o menos razonable que dé lugar a la movilidad vertical de la sociedad. Y eso es el derecho al desarrollo, que haya trabajo y que haya menos desigualdad social, que haya menor discriminación en la salud, en la educación, en la represión, en la victimización. Y sí, eso es un jurista popular: un jurista jugado a la ampliación de la base de la ciudadanía real de la población. Yo no soy el único que piensa así. Quizás tenga la virtud de decirlo más claramente, o quizá lo haya pensado un poco más que otros, e incluso habrá quienes hacen prosa sin saberlo.

El jurista popular va a salir fundamentalmente del conurbano. Esta generación no hará lo mismo que otros que la precedieron en la ampliación de la ciudadanía real: hubo episodios lamentables en esta ampliación histórica. Hubo quienes ascendieron en la escala social y pasaron a ver a los rezagados, de entre los cuales habían partido, como enemigos. Esta generación deberá aprender que los rezagados son los suyos y que si logra ascender no es para cerrar la puerta a los que quedaron abajo, sino para tenderles la mano hasta que nadie quede abajo.

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