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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

14/01/2022

Exorcismo y teatro. Nuevos horizontes para la violencia en el espacio

La violencia en el espacio es una plataforma, inaugurada en octubre de 2020 en el espacio de memoria Ex ESMA, dedicada a la investigación, exposición y discusión pública de las políticas espaciales, urbanas y territoriales llevadas a cabo en contextos autoritarios, y sus efectos y legados actuales. Uno de sus curadores nos propone aquí una lectura crítica acerca del arte frente a experiencias sociales de violencias a través del análisis de dos de las obras que integran la muestra.

 

 Sebastián Chillemi, 40x35 cm. Técnica: tintas sobre papel, 2022.

 

Presentación 

Luis Martínez (52)[1] y Sebastián Chillemi (53)[2] son dos artistas invitados a “La Violencia en el Espacio”, una plataforma inaugurada en octubre de 2020 en el espacio de memoria ExESMA[3], dedicada a la investigación, exposición y discusión pública de las políticas espaciales, urbanas y territoriales llevadas a cabo en contextos autoritarios, y los efectos y legados de dichas políticas[4]. En diálogo con la obra de estos dos artistas, proponemos aquí una lectura crítica acerca del arte frente a experiencias sociales de violencias, proponiendo de entrada que su intervención, a diferencia de las tendencias actuales más recurrentes, corren por caminos paralelos a los de la representación y la cita y se revelan de manera irreverente frente a una irreverencia hoy tan generalizada en el arte que ya se ha convertido en norma.

La invitación hecha a Martínez y Chillemi a participar de “La Violencia en el Espacio” vino de la mano de un conocimiento profundo de su obra y la idea de que tanto el espacio de exposición como sus obras podrían nutrirse mutuamente. Su intervención artística nos confronta con las figuras de la magia y del teatro y nos remite a ese momento único creativo de aquel que opta por hacer del arte su oficio y de la pintura su campo de batalla.

 

 Intervención de Luis Martínez en curso.190x160cm. Técnica: latex sobre tela, 2022. 

 

La pintura como oficio

Si tuviera que usar una metáfora que hable de su obra, Martínez probablemente hablaría de un proceso sucediendo, de un transcurrir al que accede poco a poco. Un espacio tiempo en el que unas veces el tiempo se suspende y se alarga de maneras no lineales y otras en las que los trazos son paralelos a los ruidos de la calle, del camión de la basura, de los autos que pasan por la esquina de 11 de septiembre. Y ese periplo tendría los contornos de una práctica arqueológica en la que Martínez se sumerge para ir desenterrando otros universos que existen allá, del otro lado de la tela blanca neutra, plana y muda. Cuando uno lo ve pintando, ve a Martínez como dialogando, interactuando con esos universos y personajes que pinta, y que van adquiriendo forma, pincelada tras pincelada, trazo tras trazo. Pero su diálogo no es solo con los personajes, también con la tela, el pincel y la pintura. Así, ese momento en que pinta, tiene para Martínez la polifonía ontológica de una plaza de mercado en la que los personajes existen tanto como la pintura y en el que todos son o van siendo. Es en ese momento que la arqueología de Martínez adquiriere las formas del exorcismo pues muchas veces esos universos no son representación, son encuentro de algo que existe más allá de su deseo y no son pasado evocado sino presente latente, no ilustran, tal vez son alusiones. En ese campo en el que sólo existen la tela, la brocha y la tinta, Martínez se mueve, intrépido, por los sótanos de la experiencia humana habitada por seres cotidianos y también extraños humanoides, encallados en los viajes truncos de sus propias existencias, o trepados a barcos que nunca zarparon, habitando paisajes oníricos en donde las tripas, las carnes, el sexo, las gorduras, los huesos y las osamentas, los perros curiosos y los sacerdotes conviven con lo sublime de la vida y de la muerte.

 

El artista Luis Martínez en la Violencia en el Espacio, 2022. Foto: Carlos Salamanca Villamizar.

 

Chillemi, por su parte, pinta más bien como un demiurgo, como alguien que se reconoce y asume con la capacidad de contar relatos, de narrar y con su libreto describir mundos que están aquí, entre nosotros, habitándonos y siendo habitados por nosotros sin que nos percatemos. Sus pinturas proponen más bien una obra de teatro, escenas, relatos en donde personajes recurrentes son puestos a actuar con repertorios establecidos previamente sin planes alternativos. Bajo esas condiciones, sus personajes nos hablan de una vida rutinaria que evoca la pesadilla moderna de Tiempos Modernos en que el operario y el obrero son capturados como una pieza más de la máquina fordista de la acumulación capitalista, mientras allá a lo lejos se muestran tímidos los barrios que se proyectan populares pero que no son ni pueden ser habitados por carecer incluso de puertas y ventanas. 

En uno y otro caso, estamos frente a dos artistas que hacen de la pintura su medio de expresión y de vida, pero también de subsistencia y que se consolidaron como artistas durante las dos últimas décadas, en las calles y ferias del Buenos Aires de los años noventa y dos mil en donde campeaban, bajo forma de carritos de reciclaje, pero también de piquetes y de camiones hidrantes y balas de goma, las consecuencias de los neoliberalismos inaugurados con los gobiernos dictatoriales en Chile (Martínez) y Argentina (Chillemi). 

Conocí a Martínez primero y a Chillemi después, en Buenos Aires. Una década de amistad con el primero me ha permitido ver su obra cambiar, crecer y expandirse como una realidad paralela al mundo otro, en el que también existe la amistad que nos une y la inflación, el fútbol, los alquileres, las compras, los amores y las familias, la vida. Con Martínez nos une además la condición de migrantes que, de una forma u otra, condiciona de manera radical la manera de ser y habitar el mundo, a medio camino entre el arraigo y el desarraigo. A Chillemi, por su parte, lo conocí en el estudio de Martínez en el barrio de Núñez, en donde le subalquilaba a aquél una habitación por estudio. Durante varios meses vi a Chillemi pintar de 9 a 5 con dos o tres cigarrillos de pausa y la disciplina del empleado bancario que quince años antes renunció a ser. Chillemi y Martínez pintan y pintan, en formatos, paletas y soportes variados. Y pintan por pasión, por necesidad económica pero también existencial, Martínez para exorcizar, Chillemi para reencantar; ambos por una especie de pasión por hacerse al mundo y parodiarlo hasta exprimirlo. 

 

El artista Sebastián Chillemi en la Violencia en el Espacio. 2022. Foto: Lucas Sebastián Chillemi.

 

La violencia en el espacio y el dispositivo artístico

“La Violencia en el Espacio” que se encuentra en el edificio 30.000 compañeros presentes en la ExEsma (Buenos Aires), es hoy una plataforma interinstitucional de trabajo académico y expositivo que tiene su origen en la exposición itinerante homónima diseñada y coordinada por la socióloga argentina Pamela Colombo y quien escribe y que fue inaugurada en Rosario (2018) y presentada en otras tres oportunidades en Buenos Aires y su área metropolitana en 2019 y 2020. 

Cuando la pandemia llegó a la Argentina en marzo del 2020, la entonces exposición itinerante se encontraba en Bariloche, lista para ser desembalada y expuesta. Una exhibición a la que posteriormente le seguiría un periplo por Puerto Madryn, Mar del Plata y La Plata y que prometía activar las discusiones sobre el pasado reciente que la exposición propone a zonas del país aún abordadas desde esa perspectiva. Pero las medidas de aislamiento tomadas como consecuencia de la pandemia trastocaron las posibilidades de itinerancia y nos obligaron a pensarla no como itinerante sino como permanente y entonces buscar un espacio expositivo adecuado en Buenos Aires. 

A inicios de marzo del 2021, hicimos un acuerdo con “Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas” (Familiares), que nos iba a permitir contar con un espacio de exhibición en una sala amplia en la planta alta del edificio que bordea el costado norte de la plaza de armas de la ExESMA. Pero al llegar, aquella sala que estuvo destinada a los dormitorios de los conscriptos, se mostró como un lugar en el que no solamente la exposición tendría un lugar adecuado sino en el que sería posible pensar en otras actividades para expandir las discusiones que la muestra propone. 

Siguiendo una apuesta en la que venimos poniendo en diálogo la memoria y el llamado giro espacial, nuestras actividades se orientaron en dos direcciones. Primero, abriendo el espacio para que académicos, artistas y activistas tuvieran una caja de resonancia y un espacio de encuentro que fortaleciera sus investigaciones y su producción. Segundo, trasformando el lugar en un lugar de creación y experimentación en donde puedan surgir nuevas preguntas e iniciativas. 

Por las dificultades que impuso la pandemia, solo hasta mediados de mayo de 2021 logramos transportar la muestra de Bariloche a Buenos Aires. A mediados de julio, accedimos al lugar y poco a poco realizamos la instalación de la muestra e hicimos los ajustes de iluminación, electricidad y conectividad. En septiembre empezamos a realizar una serie de reuniones de planificación; fue entonces que Martínez y Chillemi se sumaron.

Hasta entonces la muestra tenía cinco unidades en donde se problematizan, a través de una decena de proyectos por módulo, distintas dimensiones de la problemática general: Espacios de gran escala, espacios de vida, de expulsión, de esparcimiento y ecologismo y naturaleza, componían los ejes de los módulos que funcionan cada uno de manera autónoma. Al proponer un juego de transparencias, el conjunto de esos cinco volúmenes alude a la simultaneidad de los procesos que se producen en los contextos autoritarios, evocando una sociedad y un territorio nacional tabicados en distintos niveles de experiencia, muchas veces sin tener plena consciencia y muchas otras en perversa contradicción. En una de esas reuniones, sin plegarse a la estructura existente, pero dialogando con ella, Martínez aludió a otro espacio, al interior, a aquél en donde los dispositivos del poder se ponen en evidencia con total eficacia condicionando las maneras en que pensamos, actuamos, amamos y existimos incluso después o por fuera de esos gobiernos autoritarios. Se trata de ese espacio interior, de ese universo del yo desgarrado y desterritorializado por experiencias sucesivas de las formas más discretas de la violencia, de ese universo de lo humano interpelado por los dispositivos del poder del Estado, de la Iglesia y del mercado que en contextos dictatoriales se exacerban de maneras radicales y se expresan en un discurso en primera persona. Con la pregunta por la experiencia propia, Martínez rompía, al mismo tiempo que complementaba, la potencia de la exhibición: el intento por una aproximación pedagógica, heredera de las ciencias sociales, que documenta los proyectos, las acciones y las políticas gubernamentales hablando en tercera persona, con una mirada documental y pretensiones de verdad, pero al mismo tiempo distante y ajena. Siguiendo a Martínez, entonces, la violencia en el Espacio, permanece pero no solo allí afuera; está en nosotros, nos habita y es allí, en el fondo, en donde algunas formas de verdad, de memoria y de justicia cobran forma glosándose con recuerdos y nostalgias de rutinas familiares que se combinan con la política de los discursos y las imágenes de la televisión y se despliegan en un trabajo histórico o documental tamizado a través de la experiencia propia, al propio cuerpo, la introspección. Para Chillemi la cuestión fue un poco distinta y la ficha le cayó ni bien entró a la Ex-Esma. Una mañana, después de que pasáramos por la entrada de la Avenida Libertador y llegáramos a la Plaza de armas, Chillemi recordó su paso por el lugar siendo conscripto y su juramento a la bandera una mañana de junio de 1988. Y recordó el rumor que corría por las filas de los soldados aquel día, aún cinco años después de la caída de la dictadura. Debajo del cemento y los discursos y la parafernalia militar, una red de túneles conectaba los edificios unos con otros de la entonces Escuela de Mecánica por donde eran llevados a rastras los detenidos- desaparecidos. Y aunque irreales (a medias), aquellos túneles eran una metáfora perfecta de la naturaleza del gobierno militar que combina la grandilocuencia del acto soberano y la moral autoritaria de los uniformes, la disciplina y las formaciones perfectas con las catacumbas de un poder de excesos, desbordado de violencia. Chillemi entonces entró por esa puerta al mundo de su propia experiencia, sus recuerdos propios, los juegos de fichas rastis y los muñecos de playmobil que, al mismo tiempo que evocan esos años, le darían a sus obras esa textura de teatro en donde se traman las experiencias humanas con diversos repertorios de violencia. 

 

 Luis Martínez en la Violencia en el Espacio, 2022. Foto: Carlos Salamanca Villamizar.

 

El Espacio de la experiencia

Otra característica importante de la intervención de Martínez y Chillemi es justamente su relación con el espacio, en su triple acepción como lugar, como punto de encuentro y como ámbito de trabajo. Aun en los primeros momentos en que el lugar estaba siendo imaginado y habitado se emplazaron de tal forma que su obra dialogara con el lugar y con lo que allí estaba destinado a ocurrir: presentaciones, diálogos, discusiones y visitas. Si pensamos la exposición como una plataforma pública de trabajo, haciéndose a los lugares más altos de las paredes del lugar, esa intervención artística nos habla de las experiencias de destrucción creativa, de las expulsiones y los desalojos, de la producción incesante de la desigualdad, de aquello que acontece en los rincones y las esquinas del mundo que se describe más abajo. 

Esta intervención nos lo lanza a la cara. La violencia en el espacio está en nosotros, nos habita, hace parte de nuestra existencia y llega a limitar incluso los horizontes de posibilidad de aquello que nos animamos a imaginar como plataforma de exposición, pero también como las formas de las vidas colectivas que creemos posible construir.

Los artistas aceptaron el reto de imaginar esa plataforma como lugar de encuentro y creación. Y desactivando la figura del artista solitario, participan activamente exorcizando los sueños y las pesadillas de los conscriptos y conquistando ese lugar del pasado para convertirlo en un lugar situado en el presente, que mire al futuro. Y lo hacen a fuerza de arqueologías de nuevos viejos mundos o piezas de teatro que se montan una y otra vez. Y lo hacen también habitando el lugar, acudiendo rutinariamente y con horarios fijos como lo hacía Chillemi, cortando para el almuerzo y regresando nuevamente a su escritorio hasta la tarde. Y en ese nuevo habitar, Chillemi ya no atraviesa la misma plaza en donde prestó juramento a la bandera de un país que se autoproclamaba ordenado mientras en sus sótanos eran arrastrados a la muerte los detenidos desaparecidos. 

Aludiendo a las múltiples temporalidades de esta intervención, refiriéndose a su obra, un día Martínez me habló de Valparaíso. Primero pensé que se refería a la ciudad portuaria de los 70 y 80. Pero él hablaba de la ciudad de hoy con sus ascensores oxidados, sus monumentos en ruinas, sus barrios populares en llamas y en donde con el correr del tiempo se yerguen también y como en todas partes “soluciones habitacionales” en las que la existencia deviene mera sobrevivencia. Y me habló de una ciudad que creció con el puerto pero que con el neoliberalismo imperando por la razón y por la fuerza, era secada como un pozo de agua por la empresa portuaria que explota los recursos sin fin y sin vergüenza. La institución estatal dictatorial desplegó un universo de leyes y decretos que iban en contra del buen vivir y a favor del empresariado. Así, las políticas económicas nacionales tomadas al calor del consenso de Washington de impacto casi universal, se traducen en los cuerpos incómodos en habitáculos en donde todo es escaso, hasta el aire, en los cuerpos lastimados y lacerados por la violencia autoritaria. Y nuevamente, al hablar de ese lugar y de esos años, Martínez se refiere no o no solo a esos habitáculos de las vidas en coerción sino a los territorios internos, a esos paisajes del ser y las emociones hasta donde el gobierno autoritario también llegó con sus moralidades, hábitos y racionalidades transformando personas, relaciones y maneras de coexistir. 

Vista así, la obra de Martínez y Chillemi nos abre nuevos interrogantes acerca de La violencia en el espacio, mientras abajo, en los módulos y en los otros rincones del lugar, surgirán nuevos debates, ideas y exposiciones que permitan abordar las políticas espaciales llevadas a cabo en contextos autoritarios, pero también las posibilidades de justicia frente a esas violencias. Como nos propone Chillemi, un espíritu, tal vez el de la memoria, mira hacia el pasado y vuela hasta hacerlo presente, aparece sobrevolando los barrios populares, las chimeneas, las tuberías enmarañadas, las plazas vacías o vaciadas y con una pregunta por el futuro.

 Sebastián Chillemi, 40x35 cm. Técnica: tintas sobre papel, 2022.

 

*La exposición “La Violencia en el Espacio. Políticas urbanas y territoriales durante la dictadura cívico-militar en Argentina (1976-1983)” se encuentra en el edificio “30.000 compañeros presentes en 1° piso del edificio de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas (Familiares) en el Espacio de Memoria y Derechos Humanos Ex ESMA (Buenos Aires). La muestra permanecerá cerrada durante enero y reabrirá sus puertas a partir del 3 de febrero los días jueves  y sábados de 10 a 18 hs. 

 


 

Carlos Salamanca. Arquitecto, investigador Independiente del  CONICET- Instituto de Geografía “Romualdo Ardissone”, Universidad de Buenos Aires. Director del Programa Espacios, Políticas, Sociedades del Centro de Estudios Interdisciplinarios de la Universidad Nacional de Rosario. Co-coordinador de la Exposición “La Violencia en el Espacio”, Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos.

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