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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

07/05/2021

La apropiación popular de la tecnología

En 2014 el proyecto Atalaya Sur se propuso trabajar para que los sectores populares organizados dieran la pelea por la producción, la distribución y acceso a la tecnología. Así, entre otros objetivos, planteó la posibilidad de llevar Internet a diez hogares de la Villa 20 porteña mediante la creación de una red pública. Casi siete años después, con 300 familias conectadas en medio de la pandemia, la organización planea que en 2022 al menos un millar de viviendas accedan al mismo servicio, algo que cambió la dinámica de sus habitantes.

Primero fue una prueba piloto que abarcó a diez casas de la Villa 20, ubicada en el barrio de Villa Lugano, al sur de la Ciudad de Buenos Aires. Al poco tiempo, las conectadas en el barrio eran 50 y casi siete años después, en un contexto de aislamiento y emergencia sanitaria por el coronavirus, la red se extendió a 300 viviendas con la expectativa de llegar a por lo menos 1.000 en 2022.

"Empezamos a trabajar en 2014 para brindar conectividad a quienes no tienen acceso a Internet, pero con una lógica distinta e integral: no se trataba únicamente de consumo de tecnología, sino de participación. Tomar la conectividad como un derecho a la comunicación: que la red nos permitiera construir un espacio público y generar contenidos locales", explica a Haroldo Manuela González Ursi, coordinadora de Atalaya Sur.

Y lo resume en cinco palabras: “Apropiación popular de la tecnología”.

Atalaya Sur forma parte de la Organización Proyecto Comunidad, surgida en 2002 como una consecuencia de la crisis social, económica y política que provocó la renuncia del entonces presidente Fernando de la Rúa en diciembre de 2001. Proyecto Comunidad comenzó atendiendo las necesidades más urgentes en el asentamiento La Lechería, una antigua fábrica ubicada en el barrio de La Paternal que había quebrado a mediados de los años ‘70 y que 200 familias fueron ocupando como vivienda, tanto en un interior como fuera de ella, en precarias casillas al costado de la vía del ferrocarril San Martín.

El trabajo comunitario realizado en educación, salud y formación profesional se completó con la organización de la Cooperativa Los Bajitos para luchar por la vivienda digna. En 2007, se logró la compra de un terreno en el Barrio de Mataderos donde se proyectaron las 85 viviendas definitivas para los socios. 

Pero la reacción discriminatoria y violenta de un grupo numeroso de vecinos, promovida por la estigmatización de los medios de comunicación y el accionar del gobierno porteño, hizo que las familias de la Cooperativa no pudieran acceder a su propiedad ni al financiamiento de la obra presentada.

Un año después La Lechería fue desalojada por el gobierno porteño y las 50 familias de la Cooperativa habitan actualmente un complejo habitacional en el barrio de Villa Lugano que, a finales de 2010, fue bautizado como “Barrio Néstor Kirchner”.

 

Los Bajitos, sin embargo, mantiene el reclamo por una solución habitacional definitiva para todas las familias de la Cooperativa y la recuperación del terreno del cual son propietarios. Bajo la órbita del Proyecto Comunidad se encuentran la Cooperativa Gráfica del Pueblo, la FM La Patriada,  el Café de los Patriotas y el portal Villa20.org.ar

“Cuando llegamos a la Villa 20, que está a 15 cuadras del Barrio Néstor Kirchner, prácticamente no había Internet; sólo un prestador cuyo servicio era muy caro y brindaba pocos megas. Pero, además, los sectores populares se conectan mayoritariamente por medio de la telefonía móvil, que es el servicio más caro dentro del paquete de conectividad que existe. A eso se suma la dificultad de que en el barrio muchas veces no hay señal”, señala González Ursi.

Para Atalaya Sur, Internet es una de las posibilidades tecnológicas. Otras, por ejemplo, son los dispositivos móviles. “Queríamos que aprendieran a usarlos para construir redes de comunicación al interior del barrio. Por eso la conformación de un portal de noticias y brindar cursos de capacitación técnica en telecomunicaciones. Antes de trabajar por garantizar la conexión a Internet dimos talleres de robótica y programación, y a eso le sumamos cursos de impresión 3D”, cuenta la coordinadora de Atalaya Sur.

El trabajo de la organización se combinó, acaso azarosamente, con la instalación de una escuela secundaria técnica de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en Villa Lugano con orientación en Robótica. “Entonces, muchos de los pibes que habían hecho nuestros cursos pasaron a la UBA. Fue un proceso”, completa.

La propuesta de formación, capacitación, producción de contenidos e Internet se fue retroalimentando y creciendo.  “Teníamos muy en claro el objetivo político y estratégico de que los sectores populares se apropien de la tecnología, pero no teníamos los conocimientos técnicos. Ninguno venía del palo de la tecnología, y eso implicó tejer alianzas y contactos para tener el conocimiento e implementarlo”, comenta González Ursi. 

“Articulamos con la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), donde había un posgrado en Telecomunicaciones. Hicieron un estudio de factibilidad para que llegara Internet desde nuestro local a la Villa 20. Así, instalamos las primeras torres de Internet y todos los compañeros de la organización se fueron transformando, gracias a las capacitaciones, en un equipo técnico”, indica.

La red pública de Internet, gratuita para los habitantes de la Villa 20, se amplió a 27 puntos del barrio gracias a subsidios gestionados en el Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM). “Pero después vino el macrismo”, dice González Ursi y deja un silencio antes de continuar con un ejemplo de los años 90 aplicado por Carlos Menem para la red de ferrocarriles: “Equipo que se caía, equipo que cerraba”.

Los equipos fueron sufriendo problemas técnicos y Atalaya Sur no contaba con el apoyo económico del Estado para reponerlo. “Tampoco teníamos el financiamiento para pagar Internet, entonces cambiamos la estrategia: armamos una red domiciliaria para la cual los vecinos y las vecinas hacían un aporte solidario para comprar los megas mayoristas. Llegamos a 50 hogares en esos años”.

Cuando a fines de 2019 asumió Alberto Fernández como presidente, Atalaya Sur volvió a presentar ante el ENACOM un proyecto para conseguir subsidios bajo la figura de Aportes No Reembolsables (ANR), destinados a cooperativas.  Pero apenas iniciadas las gestiones fue declarada la pandemia del coronavirus, que puso en la agenda pública las dificultades y desigualdades para acceder a Internet en los barrios populares. “De pronto la prensa hablaba de que en las villas no había Internet y nosotros en la 20 éramos los únicos que ofrecíamos un servicio. En ese contexto conseguimos que el ENACOM aprobara los ANR y también un subsidio del Ministerio de Desarrollo Productivo para extender las conexiones domiciliarias a 500 hogares. Ya tenemos 300 conectados y la idea es llegar a otros 500 hogares. La expectativa es que a fin de año o a principios de 2022 tengamos a 1.000 hogares conectados a nuestra red”, se ilusiona González Ursi.

Atalaya Sur, de todas las experiencias conocidas, la única que plantea la conectividad en la villa, que es un territorio complejo porque está ubicada en un centro urbano, con sus características geográficas propias y una densidad poblacional de 30.000 habitantes.

La conectividad a Internet dinamizó la vida del barrio y generó trabajó genuino entre quienes están a cargo del mantenimiento y el desarrollo de la infraestructura de la red.

“Hay cuestiones, como las capacitaciones, que se suspendieron por la pandemia, pero trabajamos con cada vecino que tiene un equipo en su hogar para comprender cómo funciona, qué hacer cuando se cae el servicio, etc. Nosotros no somos una oficina comercial, así que, por ejemplo, cada uno debe identificar dónde está el problema y saber si se cortó la luz en donde está instalada la antena. Es parte del tejido comunitario y la apropiación de cada vecino”, señala.

El acceso a Internet también tuvo un impacto económico en el barrio, porque los vecinos pasaron a usar WhatsApp para comunicarse con sus familiares, en su mayoría oriundos de Bolivia y Paraguay, cuando antes lo hacían mediante llamadas internacionales.

Pero el principal impacto estuvo en que la conexión a Internet permitió a los niños, niñas y adolescentes garantizar la continuidad educativa en la pandemia. 

“Pensar una conectividad es cambiar la lógica. La única forma que tiene el barrio de conectarse es por medio de la organización social. La apropiación, entonces, es la bandera y hay que pensarla en territorios complejos como la 20”, finaliza González Ursi.

Gabriel Túñez

Periodista en medios de comunicación nacionales e internacionales

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