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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

15/09/2015

Diez mil recicladores urbanos en la Ciudad de Buenos Aires

Alquimistas

Mientras disputan con el gobierno de porteño su derecho a ser reconocidos como trabajadores formales, las y los cartoneros transforman 4.000 toneladas diarias de basura en material reciclable. Arrastran a pulmón carros de hasta 400 kilos, luchan por ser incluidos en cooperativas con un salario digno, y resisten a las empresas privadas que buscan apropiarse de sus ganancias.

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Pasada la medianoche los carros están preparados para subir al tren.

Foto Constanza Niscovolos

Norma Acosta y Juan, su marido, siempre andan juntos, ella tira del carro y va sacando residuos de los contenedores negros que hay sobre la avenida Crámer, en el barrio de Belgrano; él la espera en una esquina, separa los materiales lentamente, apilándolos, acomodándolos para que ocupen poco espacio. Norma tiene 46 años, seis hijos. Ya ni recuerda cuándo empezó a cartonear; con Juan salen de su casa, en José León Suárez, a las 8 de la mañana y van al galpón a hacer la separación de residuos reciclables y a venderlos, después viajan a Capital y no regresan hasta las 23. Y así todos los días, salvo cuando llueve.

Ella es una mujer pequeña y delgada, arrastra la carreta de fierros y madera, se trepa a los contenedores negros y revuelve la basura, abre y revisa las bolsas, rescata lo que pueda tener un precio o alguna utilidad para su propio hogar. De los contenedores que, se supone, son sólo para residuos húmedos, salen olores nauseabundos y una mezcla de cosas inimaginables: restos de comida, diarios viejos, cartón, trozos de tela, madera, escombros, caca de perro y gato, apósitos femeninos, ramas marchitas, objetos de punta y cortantes, vidrio, plástico. La biblia y el calefón. Norma revuelve y protesta por lo bajo, no le hace asco a nada, busca pepitas de oro en el basural. De pronto abre una bolsa de la que emergen un oso de peluche y dos muñecas algo sobadas pero bonitas. La cara se le ilumina, “esto es para mi hija más chica, se va a poner contenta”, dice, y se las alcanza a Juan que las guarda en un bolso que lleva colgado del hombro.

“No sacamos más de 80 o 120 pesos por día, la carreta que usamos es prestada. Antes mi marido y yo teníamos una pizzería y además él hacía albañilería, pero una noche un pibe borracho se peleó con otro en el bar, sacó un arma, disparó y le dio en la cabeza a Juan. Quedó hemipléjico y no pudo seguir trabajando. Él me ayuda, no puede hablar y tiene dificultades para mover el cuerpo, pero andamos siempre juntos. Yo estoy esperando que el gobierno de la Ciudad me incluya en el sistema, el incentivo sería de mucha ayuda para nosotros”, relata.

Norma es una de los 5 mil recicladores urbanos, más conocidos como cartoneros, que no están incluidos en el sistema del gobierno de la Ciudad. Se calcula que en Buenos Aires hay alrededor de 10 mil, los otros 5 mil, tras largas luchas y organización en Cooperativas, han ido ingresando a una suerte de trabajo estable cuyos “incentivos”, no sueldos, oscilan, tras un reciente incremento, entre $ 2.500 y 4.800 mensuales, según la tarea que desempeñen.

Los $2.500 son para quienes rescatan materiales de los contenedores negros de 1.20 metro de altura, destinados a los residuos húmedos. Los $4.800, son para quienes tienen a su cargo la separación de materiales secos y la limpieza de las campanas verdes, que son otra clase de contenedores de 1.60 metro de altura, con una entrada del tamaño de una cucha de perro mediano. Se subrayan las medidas, porque para llegar al fondo de los contenedores negros, los cartoneros deben meterse adentro, entre los residuos, corriendo el riesgo de lastimarse –ocurre con frecuencia-  con objetos cortantes o punzantes. En cuanto a las campanas verdes, ingresar a ellas es imposible para un chico de diez años, por lo que la tarea de vaciado y limpieza es una hazaña. 

Campanas verdes hay, por el momento, en los barrios del norte de la ciudad, por lo que la mayor parte de los residuos se obtienen en los contenedores negros donde lo húmedo y lo seco constituyen un amasijo diabólico, ya que es escasa e inadecuada la educación que ha recibido la población acerca de la separación y el reciclado de basura.

En todos los sectores de la economía popular existe una disputa de recursos. En el caso de los cartoneros es el material reciclable, aparte de ganarse el pan tienen que disputar sus recursos, y esa disputa tuvo una ventaja coyuntural, no existían condiciones tecnológicas ni  financieras para que los capitales pudieran aprovechar los residuos reciclables.

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Cada bolsón pesa entre 200 y 300 kilos y es cargado a pulso en los camiones que los trasladan al centro de reciclado.

Foto Jasmine Bakalarz

La lucha por la dignidad y el trabajo

Juan Grabois, dirigente del MTE (Movimiento de Trabajadores Excluídos) que agrupa a numerosas Cooperativas cartoneras; y de la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular), sostiene que “en la Argentina más de 100 mil trabajadores cartoneros están sometidos a un régimen de trabajo que atenta contra los derechos laborales elementales. Cartonear es sinónimo de dignidad pero también de jornadas agobiantes, problemas de salubridad,  accidentes de trabajo, discriminación. Ese esfuerzo titánico de miles de hombres y mujeres humildes por vivir honestamente de su trabajo es recompensado con precios miserables por los materiales recuperados y balanzas trucadas”.

El auge del cartoneo en Buenos Aires se dio a partir de la crisis de 2000, cuando miles de trabajadores fueron expulsados de sus empleos. La imaginación popular y lo que ya antes se denominaba “cirujeo” se constituyó en una multitud de mujeres, hombres e incluso niños,  que salía a buscar el peso diario entre los desechos, armados de un carro con cuatro ruedas y dos manijas. Los materiales recolectados se vendían a los galponeros, intermediarios que habitualmente pagaban cifras irrisorias por los reciclables que después vendían a las grandes industrias. Lo cierto es que, eso que parece una iniciativa individual y desesperada, reditúa cifras inimaginables a la industria del reciclado y del papel.

“El trabajo de los cartoneros permite la recuperación de 4.000 toneladas diarias de materiales reciclables a escala nacional, el 82% del total de los residuos que se recuperan. Esto solo, además de constituir la única barrera contra el colapso de los rellenos sanitarios y una crisis ambiental de magnitudes insospechadas, representa un ahorro de unos 1.480 millones de pesos anuales en gastos de enterramiento. El trabajo de los cartoneros es, además, la principal fuente de materia prima para la industria del reciclado en sus distintas ramas: cartón, papel, vidrio, telas y plástico”, explica Grabois.

Nada fue fácil para quienes se lanzaron a cartonear. En el marco de la situación económica y social de 2001, comenzaron a intentar organizarse y fueron apoyados por universitarios, sociólogos, economistas,  militantes sociales, populares y de otros ámbitos. Así fue surgiendo la iniciativa de nuclearse en Cooperativas de trabajo con el objeto de comenzar a proteger sus derechos y a formalizar de algún modo la actividad.

- ¿Juan, Cómo se originó la organización de los cartoneros en la ciudad de Buenos Aires?

- A partir del 2002 empieza un gran crecimiento de la actividad de los cartoneros por dos razones concordantes: la gran desocupación y el aumento relativo del precio del cartón y el papel, que son comodities que cotizan en la bolsa de Chicago. En todos los sectores de la economía popular existe una disputa de recursos. En el caso de los cartoneros es el material reciclable, aparte de ganarse el pan tienen que disputar sus recursos, y esa disputa tuvo una ventaja coyuntural, no existían condiciones tecnológicas ni  financieras para que los capitales pudieran aprovechar los residuos reciclables. Sólo se podían aprovechar con el trabajo de miles de compañeros en condiciones infrahumanas. Era la única forma de que los poderes concentrados pudieran, al final de la cadena, quedarse con el papel y el cartón. En los inicios de la organización, la disputa era con la policía que coimeaba a los trabajadores. Hasta 2002 la recolección estaba prohibida por un edicto de la dictadura, cartonear era una contravención. En el gobierno de Aníbal Ibarra hubo una persecución brutal, había una unidad específica para impedirles trabajar y la policía los detenía y les cobraba su participación en la economía popular, que era la coima de todas las semanas para dejarles pasar el camión.

- ¿Los camioneros cobraban por el traslado de carros y mercadería?

- Si, y el movimiento se organizó en ollas populares, porque la gente no tenía para comer, peleando con la policía y dando una batalla interna para que los camioneros, los choferes, no obligaran a los compañeros a venderles el material a ellos mismos. Se buscó que los recolectores no fueran empleados de ellos, sino que sólo les contrataran el flete. Este período duró hasta el 2005. En el 2006 la organización ya había crecido y empezamos a disputar políticas públicas, pero recién en 2011 logramos avances. Eso sucedió porque Mauricio Macri sacó de funcionamiento el  “tren blanco”  y miles de compañeros -la mayoría viven en el conurbano-  no pudieron seguir trabajando. Hubo una reacción inmediata, con cortes y acampes en toda la ciudad que terminó en un gran desalojo con fuerte represión en Barrancas de Belgrano. Fue una respuesta política que nos permitió empezar a negociar el primer programa serio de reconversión de los compañeros.

- ¿En qué consistió ese programa?

- Hubo  un segundo elemento: fue que la Ciudad tenía un contrato bochornoso con un privado al que le pagaba $100 millones por año para el reciclaje y las estadísticas indicaban que no reciclaban nada, mientras que los cartoneros reciclaban 700 toneladas por día. Con esos datos dimos la lucha para que rescindan el contrato con los privados y parte de ese dinero subsidiara el trabajo de los nuestros. Cuando en 2008 se desarrolló la tecnología necesaria para el reciclado, los contenedores de clasificación, el transporte y las máquinas para el tratamiento mecánico biológico de los residuos, comenzaron los tironeos más fuertes y la disputa de los recursos. Los representantes de esa tecnología en la argentina son Roggio, algunas empresas extranjeras y un muy fuerte lobby de las ONG ambientalistas, punta de lanza para los "eco-negocios". Esa disputa hoy está vigente, los contenedores nuevos que colocó Macri están diseñados para que los cartoneros no puedan realizar su trabajo. Sin embargo, debido al acierto cualitativo y cuantitativo de nuestro programa, en 2011 se logra que en la nueva licitación de basura, la parte de residuos húmedos siga siendo privada, pero que la parte de reciclados sea estatal y se concesione a las Cooperativas de Trabajo en un sistema público de gestión social para recolección. En 2012, se adjudicó a doce de ellas, por concurso público, la recolección de residuos sólidos urbanos secos. El ministerio de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad y las Cooperativas, firmaron en 2013 un contrato en el que el Estado tomó la responsabilidad de otorgar a los cartoneros uniforme de trabajo, obra social, seguro de accidentes y un incentivo económico para cumplir con normas de higiene y seguridad laboral.

“Tirar del carro no es para todos, tiene sus riesgos, te arruina el físico, tenés que usar faja, te salen hernias, hay gente grande laburando. Y si te enfermás perdiste, porque trabajamos con el cuerpo. Los que entramos al sistema tenemos seguro por enfermedad, pero los que están afuera no tienen nada". 

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Los no incluídos hacen jornadas de 12 y 14 horas de trabajo y regresan a sus casas al amanecer.

Foto Constanza Niscovolos

Tirar del carro no es para todos…

Al anochecer la calle Comodoro Rivadavia, desde Libertador hasta Lugones, es escenario del trabajo cartonero, allí llegan innumerables carros de la Cooperativa Las Madreselvas que recorren la zona norte de la ciudad. Pegado a uno de los costados de la ex Esma, el paisaje parece una pintura de Antonio Berni en la que se reúnen cientos de cartoneros semejantes al entrañable Juanito Laguna. Grandes camiones trasladan carros y bolsones repletos de materiales reciclables a los galpones y los centros verdes. Es el producto de ocho, diez o doce horas de trabajo diario.

Rafael Candia (40), cuenta que “yo laburaba en la construcción pero no me daba para vivir. Empecé con el carro y me gustó, es fuerte pero es más libre y cuando te acostumbrás llevás la comida diaria a tu casa; tengo señora y cuatro pibes y, gracias a Dios con esto andamos. Claro que es duro, tenés que tirar del carro, la gente se molesta, te mira mal, te tiran los colectivos encima, muchos te desprecian, otros se dan cuenta de que esto es laburo y hasta juntan cosas para darte”.

Fernando Martínez (38), lo describe de otro modo: “Tirar del carro no es para todos, tiene sus riesgos, te arruina el físico, tenés que usar faja, te salen hernias, hay gente grande laburando. Y si te enfermás perdiste, porque trabajamos con el cuerpo. Los que entramos al sistema tenemos seguro por enfermedad, pero los que están afuera no tienen nada. Nosotros tenemos una guardería de la Cooperativa para los hijos nuestros en Maquinista Savio, nos turnamos entre hombres y mujeres para poder salir a laburar.”

Alrededor de cien trabajadores de Las Madreselvas desarrolla sus tareas en el Centro Verde de Nuñez, que es el lugar donde se separa, selecciona y enfarda la mercadería recogida por los cartoneros, y finaliza su ciclo al ser enviada a las industrias y empresas papeleras. Del personal de la planta un 40 % son mujeres; el mundo cartonero está poblado de un gran porcentaje de mujeres, alrededor del 60 %, y en las reuniones generales de delegados de todas las Cooperativas, de los 62, son mujeres 48.

“Esto es un Centro Verde de 2.500 metros cubiertos, con una flota de camiones y un equipamiento, pero esto lo tuvimos que hacer cortando calles, saltando sobre los escritorios, y aún hay compañeros que viven en asentamientos. Nosotros solos en Las Madreselvas somos 600, de nosotros comen 600 familias, 3.000 personas”, apunta Eduardo Nasiff, trabajador de la Cooperativa y miembro de ATE, (Asociación de Trabajadores del Estado).

Mientras muestra las máquinas enfardadoras que aglutinan en inmensos paquetes los materiales reciclados, relata: “Muchas organizaciones confluimos ahora en la CTEP (Central de Trabajadores de la Economía Popular) que es una herramienta que nuclea a trabajadores del campo popular donde coincidimos artesanos, vendedores ambulantes, feriantes, cartoneros, cooperativistas de empresas recuperadas. Los que motorizaron esta iniciativa son los compañeros del MTE y de la Cooperativa Amanecer de los Cartoneros que tiene 1.500 trabajadores, y muchas organizaciones nos hemos ido sumando por necesidad de una central que tenga las características de los movimientos que nosotros representamos. Disputamos la política pública porque es lo que nutre a los sectores en los que trabajamos, con qué cara vengo a discutir yo en qué partido político nos referenciamos si hay compañeros que no todos los días tienen para comer. Hace cuatro años no nos imaginábamos esto, hoy hay más de 500 compañeros con reglas formales de trabajo, uniformados, limpiando el Centro Verde y probando la red de incendio; cuántos compañeros antes han muerto quemados en los galpones, en sus casas, la red de incendio nos costó sangre sudor y lágrimas, hace dos meses hubo un incendio tremendo acá porque no estaba activada la red, hizo falta esa desgracia para que la activaran”, concluye.

Los carros grandes cargan hasta 400 kilos; los más chicos, cerca de 200, los reciclables se apilaron a lo largo de la jornada en bolsones que terminan formando torres en una arquitectura milagrosamente estable. Cuando parte el último tren de pasajeros, comienza la tarea de subir los carros al andén por escaleras empinadas. No hay rampas.

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En la estación de tren no hay rampas para subir los carros llenos a los vagones, una tarea que castiga los cuerpos jornada tras jornada.

Foto Constanza Niscovolos

El último tren

Anochece y el frío, uno de los primeros del otoño, penetra como astillas en los cuerpos. En la estación ferroviaria Chacarita, en Corrientes y Dorrego, alrededor de las 20.00 una multitud de mujeres y hombres acampan junto a sus carros repletos. Durante varias horas esperan allí la llegada del tren que, de madrugada, los lleva a José C. Paz para dejar sus mercaderías en Sol y Verde, un centro de acopio y separación de residuos.

Los carros grandes cargan hasta 400 kilos; los más chicos, cerca de 200, los reciclables se apilaron a lo largo de la jornada en bolsones que terminan formando torres en una arquitectura milagrosamente estable. Cuando parte el último tren de pasajeros, comienza la tarea de subir los carros al andén por escaleras empinadas. No hay rampas. En alardes de fuerza sobre humana hombres y mujeres empujan al unísono hasta alcanzar la meta. Cuando a medianoche arriba el tren cartonero van acomodando carros y mercadería en los vagones en un trabajo milimétrico de distribución del espacio.

La espera se hace larga, los baños públicos están cerrados con llave, lo que impide su utilización. La noche es inhóspita y nadie facilita nada a quienes han caminado kilómetros mientras trabajaban. Alrededor de la estación no hay quioscos ni bares abiertos. Sin embargo el ambiente es bullicioso, solidario, se comparten chistes, se matea, y se discute sobre las reivindicaciones comunes. Los no incluidos en el sistema aquí son mayoría. Se nota por la ausencia de los uniformes que entrega el gobierno de la Ciudad, no obstante una gran cantidad de ellos participa en las cooperativas y está en las listas de espera que confeccionan sus delegados para reclamar.

¿Cuál es la diferencia de precios del cartón entre las cooperativas y la venta individual a los galponeros?

Al compañero que no está en el cooperativismo los galponeros hoy le pagan  $1 el kilo de cartón, al que vende en cooperativismo $2 con 40 centavos, porque hay menos intermediarios entre nosotros y la gran papelera que es la que nos debería comprar. Pero el Estado no regula ese precio para hacer su propio negocio, si regulara nos tendrían que pagar $4 el kilo, lo que significaría $4.500 o 5.000 por compañero, responde Jaqueline Flores, presidenta de la Cooperativa “Anuillán” del MTE.

"No es tan fácil, pasa que a la compañera de carreta le cuesta permitirse este cambio, tenemos muchos años sin estudio, la calle nos dio virtudes y saberes, pero el tema de que la mayoría no tiene estudios hace que se rechace esta posibilidad. Ser analfabetos es algo que les ocurre a muchos compañeros y compañeras".

Paola Caviedes, representante de la Federación de Cartoneros, explica: “El cooperativismo hace que tu esfuerzo no lo regales día a día, tuvimos que reeducarnos en el auto ahorro, no es lo mismo vender día a día que juntar y vender lo de una semana. El galponero te engancha día a día con la libretita y el día que llueve y no pudiste laburar te tira 100 mangos, pero quedás endeudado quince días con el tipo, y así te chupan la sangre. “

¿El gobierno de la Ciudad no interviene en esto?

No, encima ahí está el Estado ausente que no quiere tratar la ley de Envases, que no respeta la ley de Basura Cero. Nosotros tenemos la capacidad de hacer toda la recolección de la ciudad de Buenos Aires, nosotros fuimos los que la creamos, no necesitamos más empresas privadas acá. ¿Por qué todo el mundo licita? Nosotros somos alquimistas, magos, hicimos la escuela “Tras cartón” para que nuestros pibes de 16 años tengan un oficio, hacen muebles de cartón, sillones, objetos, es como una magia lo que hacen con los materiales reciclables, y se venden en muchos lugares del país. Es una forma de incluirlos y no tenerlos en la calle trabajando, es una forma de crecer, es como una continuación de la guardería que armamos en Fiorito y que trabaja hasta la noche, con horario de padres cartoneros, nuestros pibes se merecen lo mejor. Nosotras no tuvimos opción pero queremos que nuestros hijos sí la tengan. Si a los 18 años igual querés laburar en la calle y agarrar la carreta, que es un laburo bien honrado, dale, pero tuviste opción, no es que no tuviste más remedio. Porque si no qué pasa, nos acusan con “el paco, los pibes, los cartoneros…”. Pero somos nosotros los que nos hacemos cargo de nuestra propia realidad, ellos señalan, nosotros resolvemos, generamos soluciones. Nuestros pibes valen y nos hacemos cargo de ellos, y la sociedad no sabe todo esto cuando a veces nos desprecian, pero por suerte muchos van comprendiendo el valor de nuestro trabajo y nos apoyan.

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Las mujeres representan el 60 por ciento del total de los recicladores de la Ciudad de Buenos Aires.

Foto Constanza Niscovolos

Presentismo y promotoras ambientales

Claudia Marcela Silva (47) es delegada y presidenta de la Cooperativa “9 de agosto”, de José León Suárez. “Nosotras nos levantamos a las 7 y trabajamos en el galpón en la separación hasta el mediodía, atendemos la casa y a las 16  venimos para Capital en tren desde José León Suárez, la línea del Mitre que nos deja en Belgrano, y caminamos hasta la parada nuestra en Balbín y Roosvelt. Tenemos un horario que nos controla una empleada del gobierno de la Ciudad. Si a las 18.15 no estamos en nuestro lugar con el bolsón y el uniforme perdemos el presentismo. Una vez que nos controlan cada uno con su bolsón (bolsos blancos que cargan alrededor de 150 kilos y se llevan en carros más chicos) recorre y se ocupa de los materiales de las campanas verdes; los porteros nos entregan los materiales de cada edificio y luego esperamos al camión que se lleva los bolsones a la noche y volvemos en micro a casa. Pero los compañeros que están en lista de espera cargan los carros grandes y a la noche viene a buscarlos camión. Cuando todos ingresen al sistema ellos harán lo mismo que nosotros”.

Uno de los grandes problemas que enfrentan los cartoneros es la ignorancia y la indiferencia de la población acerca de la necesidad de separar los residuos húmedos de los secos, incluso en los barrios en los que ya hay campanas verdes. Por su parte, el gobierno de la Ciudad hizo muy poco al respecto.

Por ese motivo desde hace ya un par de años, se presentó en la Legislatura de la Ciudad un proyecto de ley que proponía la creación de promotoras ambientales, tarea que desempeñarían las mujeres cartoneras o recolectoras de residuos urbanos, tras la realización de una capacitación especial. El proyecto durmió el sueño de los justos hasta hace muy poco, cuando ante la insistencia inclaudicable de las mujeres de las cooperativas, se aprobó no una ley sino una resolución sobre el tema que también había sido impulsado por el legislador porteño Adrián Camps (PSA).

La alegría de las chicas de las cooperativas “Anuillán” y “Las Madreselvas” no se hizo esperar, un gran número de mujeres cartoneras son jefas de hogar. Jaqueline Flores y Ana María Amador confirmaron que “salió la resolución y eso significa empezar a sacar a las compañeras de las carretas, son treinta ya las que no tiran más de la carreta”.

Quienes pasan a ser promotoras ambientales dejan de estar catorce horas en la calle para realizar su trabajo durante seis horas diarias. Esto genera el reencuentro con la familia, que es algo que preocupa mucho al mundo cartonero, y especialmente a las mujeres.

“Nosotras hacemos el timbreo, damos charlas de capacitación con los vecinos puerta a puerta y esto ya hace cinco meses que está vigente en la zonas de Dorrego, Santa Fe, Juan B. Justo y Alvarez Thomas, Recoleta, Chacarita”, detallan.

¿Cuántas mujeres más van a desempeñar el rol de promotoras ambientales?

 No es tan fácil, pasa que a la compañera de carreta le cuesta permitirse este cambio, tenemos muchos años sin estudio, la calle nos dio virtudes y saberes. Incentivamos a que se quieran educar, sin forzar nada, primero hay que entender por qué nos tocó ser los pobres de la patria y eso te lo da el estudio, la comprensión de todo lo que ha pasado, La vida te da la fortaleza y el coraje de defender tu dignidad, pero el saber nos falta y eso lo necesitamos. Tenemos escuelas primarias y secundarias de educación popular.

¿Va a haber promotores urbanos varones?

No, ellos tienen otros roles, choferes de los camiones, operarios en las plantas y centros verdes. Nosotras somos mujeres cartoneras dentro del mundo cartonero y no queremos dejar de ser mujeres. Nos ha tocado hacer el mismo laburo con el mismo peso de 300 kilos de los carros que a los hombres, y lo hicimos sin que nos pesara. Pero después de doce años de organización y de adquirir derechos, hoy nos reelegimos y nos reencontramos con estas mujeres que somos. Y son cosas que al Estado le molestan cuando exigimos, hombres y mujeres, tener los derechos que nos corresponden y de los que fuimos privados. Hoy las promotoras pueden volver a sus casas a un horario normal, estar con sus hijos, ayudarles en la tarea escolar, comer juntos y verlos acostarse. Y eso no es otra cosa que un derecho”.

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