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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

15/02/2016

La historia de Luana

Dejala ser

Tenía menos de dos años cuando comenzó a autopercibirse y expresarse como nena a pesar de que su genitalidad es de varón. Eligió su nombre, Luana, y luchó tenazmente para ser así reconocida. Su madre derrumbó muros de prejuicios junto a la CHA y a ATICO, y hoy la niña trans vive feliz y es pionera en el ámbito de la diversidad sexual.

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En julio de 2007 Gabriela Mansilla tuvo mellizos tras un embarazo de alto riesgo, primero llegó Manuel y minutos después Federico. Tras unos días en neonatología sus padres, felices, pudieron llevarlos a su casa. Eran dos bebés preciosos pero muy diferentes, mientras Federico era plácido, Manuel estaba permanentemente inquieto, lloraba mucho, casi no dormía y su ansiedad comenzó a preocupar a la familia.

El padre ya proyectaba el futuro de los niños, uno iba a ser electricista, como él, y el otro mecánico, seguramente juntos tendrían un taller.

Sin embargo la realidad no cumplió sus deseos. La inquietud de Manuel llevó a que le hicieran estudios de sueño y Gabriela recorriera pediatras y especialistas que pudieran descubrir a qué se debía el malestar del niño, pero no había una razón que pudiera ser invocada de parte de los médicos. Caprichos, decían.

El padre jugaba mucho con Federico, pero lo enojaba el llanto de Manuel, su insomnio, su malestar constante. Todo siguió así hasta que los mellizos pasaron el año y medio y comenzaron a balbucear. En ese momento Manuel empezó a decir “yo nena”. Poco más tarde su juego favorito era disfrazarse como la Bella del film La bella y la bestia, o como Aurora de la Bella durmiente.

Manuel  hurgaba en el placard de su madre y  se ponía remeras que le quedaban como vestidos. Al principio parecía un juego pero luego pasó a preocupar a ambos padres, un trapo de piso sobre la cabeza era para el niño una cabellera de princesa. Las cosas empeoraron, no había forma de quitarle los disfraces y ponerle su ropa habitual. El llanto era conmovedor, no sonaba a capricho sino a un profundo dolor.

- ¡Yo nena!- gritaba Manuel.

- No sos una nena, sos un nene- replicaban sus padres inútilmente.

“Yo le decía que era un varón y se daba la cabeza contra la pared y me repetía que no. El papá empezó a decir que él no iba a tener un hijo puto, ¿qué le iba a decir a sus amigos? Le pegaba, le sacaba las cosas de mujer que se ponía, y él se escondía. A los dos años y medio aprendió a vestirse solo, se me aparecía con mi ropa mojada que descolgaba de la soga, y me decía “yo nena”. Y cuando ya hablaba mejor, argumentaba, “yo no soy un nene, soy una nena, soy una princesa”. Hasta que con cuatro años me dijo “soy una nena y me llamo Luana, y si vos no me decís Luana yo no te voy a contestar”. Eligió el nombre de una compañerita de colegio. ¡Lo que me costó, lo que me costó nombrarla!”, relata su madre.

Manuel  hurgaba en el placard de su madre y  se ponía remeras que le quedaban como vestidos. Al principio parecía un juego pero luego pasó a preocupar a ambos padres, un trapo de piso sobre la cabeza era para el niño una cabellera de princesa. No había forma de quitarle los disfraces y ponerle su ropa habitual. El llanto era conmovedor, no sonaba a capricho sino a un profundo dolor.

- ¡Yo nena!- gritaba Manuel.

- No sos una nena, sos un nene- replicaban sus padres inútilmente.

Luego de un tiempo Gabriela recurrió a una psicóloga cuya devolución fue que era un varón y había que tratarlo como a un varón de la forma que fuera, tenía que vivir de acuerdo a sus genitales. Pero Manuel se resistía, escondía ropa de mujer para ponerse de noche. La psicóloga le decía a su madre: “Si tenés que darle un chirlo se lo das, pero no le permitís vestirse de mujer”. El papá, siguiendo esos consejos, cerraba la puerta del dormitorio matrimonial con llave para que Manuel no pudiera sacar ropa del placard; cuando lo visitaban amigos lo encerraba, no quería que lo vieran. Como respuesta Manuel comenzó a autoagredirse, arañarse, golpearse la cabeza contra la pared.

A esta altura de la entrevista Gabriela, el fotógrafo y la cronista, dejamos de hablar de Manuel, él ya no existe, irrumpe en escena Luana, de vestido rosa, el pelo largo atado en colitas de colores y una voz cristalina y seductora que afirma su imagen de niña bonita.

El camino fue largo y escarpado, la situación difícil de aceptar, el padre no lo toleró y abandonó el hogar. Gabriela, sola, sin dinero, aunque apoyada por su madre y sus hermanos salió a la búsqueda desesperada de alguien que le dijera qué era lo que pasaba con su hija.

“Después de mucho andar encontré a una psicóloga que me dijo que necesitaba una especialista en género o en identidad, pero no supo indicarme un lugar concreto. Me dio una notita sellada que decía que “el niño presenta una posible problemática en su identidad sexual”, con esto tenía por lo menos que no éramos locos, que la nena no estaba enferma… y con ese papelito fui golpeando puertas. Pedía ayuda, no tenía idea de nada, sabía que existían los homosexuales, chicas travestis, de lesbianas tenía poca data, y de las chicas o varones trans, cero… Yo me casé con mi primer novio, qué se yo…”, dice Gabriela.

 

El deseo de Luana

Y finalmente llegó a la CHA (Comunidad Homosexual Argentina) y conoció a Valeria Pavan, coordinadora del Área de Salud y asesora técnica del Programa de Atención Integral para Personas Trans del Hospital Durand, y ella: “con enorme dulzura me dijo dejala ser… es una nena trans”.

-¿En la CHA sabían de otras chicas trans?

-Sí, pero eran todas adultas, tengo más de 300 testimonios, y le pedí que me diga cuántos nenes y su respuesta fue: ninguno. No había un papá o una mamá que hubiera ido con una criatura a decirle “mi nene dice que es una nena”. Pero Valeria no se asombró ni dijo que era raro, lo raro era que la mamá concurriera con esa inquietud, era una mamá que escuchaba y no le pegaba un cachetazo. Lo único que le dije es que no quería verla sufrir más, golpearse…

Y ahí empezó la historia de saber cuál era el deseo de Luana, escucharla y no retroceder. Decirle que habían entendido. Era el tiempo de pensar qué hacer con la escuela, el jardín, el barrio, los vecinos, preguntarse en qué mundo iba a vivir.

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Las respuestas las fueron encontrando con Valeria Pavan, una vez a la semana ida y vuelta de Merlo a Plaza de Mayo, tres horas de viaje. Luana llegaba vestida de nene y en una bolsita llevaba sus juguetes, su peluca, su ropa de nena. Entre tanto su madre comenzó a escribir en un cuaderno cómo se comportaba su hija en la casa y se lo entregaba a la psicóloga que, a su vez, se veía a solas con Luana durante una hora de terapia.

“Mi hija se quejaba y se auto lastimaba porque en el jardín y en casa la tratábamos como varón porque tenía pene y testículos, porque para ella no era lógico que la trataran de esa forma. Y explicación de eso no hay: ella es, es… es en su esplendor, y ¿por qué no?”, pregunta Gabriela, y reproduce la inquietud de Luana:

-¿Por qué no puedo ser la princesa que baila?

-Porque tenés pene y testículos

-¿Y las demás qué tienen?

Y hasta que no investigó, Luana no paró. Y preguntó por qué ella no tenía vagina cuando supo que la vagina se llama vagina. Y pidió vagina y tetas. Ahora, con 8 años, ya sabe que hay hormonas y sueña con que a los diez años quizá pueda tener lo que las demás chicas. Lo sabe porque su prima tiene diez y ya le van creciendo las tetas.

“No vas a tener ni vas a comer hormonas a los 10 - dice su madre y le explica los diferentes tratamientos posibles que existen a partir de los 16 o 18 años. Nunca le mentimos, con ella todo es así, vamos viendo todos los días, y la demanda es tan grande y lo que se impone desde afuera es tan potente…” afirma Gabriela.

-¿Y ahora en el colegio, afuera, en el barrio, cómo es?

-Y ahora es como la estás viendo, una nena con el pelo largo, sus colitas o sus hebillitas, con vestido y decirle Luana, porque la apariencia tiene que coincidir con lo que estás diciendo; a eso estamos acostumbrados culturalmente. No es lo mismo cuando era Manuel en el jardín de infantes, con el pelito cortado a lo militar, pantalón y un DNI que decía Manuel, que lo que es hoy Luana en la escuela, con su documento con ese nombre y su apariencia. La transición fue volar por el aire, a la gente le entró a dar pánico, urticaria, no se acercaba, me decían que era contagioso, que ahora todos los nenes iban a querer ser nenas, las mamás dejaron de saludarme, sólo una o dos quisieron saber, escuchar. Pero soportamos muchas cosas, decían que yo estaba loca y por eso vestía al nene de nena, le pedían a la escuela que nos echaran.

-¿Los otros nenes y nenas cómo actuaban con Luana?

-Si vos los dejás solos actúan naturalmente, ninguno le dice “bajate los pantalones o levántate la pollera que depende de los genitales que tengas que yo juegue con vos”. Son espontáneos, juegan, se llevan bien o mal, pelean, se amigan. El género no importa, los que marcamos el género somos los adultos. Por eso está el rincón de las nenas y el de los nenes separados, el rosa es de las nenas y el celeste es de los varones, si los colores son de todos, son cuestiones culturales pre establecidas. Mi familia colaboró mucho, nadie quería verla sufrir.

 

Dar la cara

Gabriela trabaja desde los 13 años, “siempre fuimos muy pobres, pero mi mamá nos demostró lo que es la dignidad”, dice y asegura que les enseñó a mirar para adelante y a restarle importancia a los comentarios de la gente. Eso mismo ella les transmitió a sus hijos para que pudieran afrontar los cuestionamientos cuando Luana empezó a aparecer en público vestida como una nena.

“Al principio ella se cruzaba con los vecinos y se hacía una bolita, me decían “¡Ay! ¿Compraste la nena?, o lo estás llevando a una fiesta de disfraces…” Y yo le decía que caminara para adelante, que no hiciera caso, que ella es una nena, y que yo, su hermano, sus tías y su abuela, entre muchos otros, estamos de su parte. Y ahora Luana se hace respetar, nunca dio un paso atrás, anda con la cabeza en alto, nunca volvió a vestirse de varón. Y se fueron acostumbrando, es una nena, y si hablás con ella no ves otra cosa que una nena. Y los medios, la tele, hicieron el resto… viste cómo es, si aparecés en la tele… son tan cholulos, y no es que te saludan porque aceptan a la nena, lo hacen porque apareciste en la tele”, subraya.

“Al principio ella se cruzaba con los vecinos y se hacía una bolita, me decían “¡Ay! ¿Compraste la nena?, o lo estás llevando a una fiesta de disfraces…” Y yo le decía que caminara para adelante, que no hiciera caso, que ella es una nena, y que yo, su hermano, sus tías y su abuela, entre muchos otros, estamos de su parte. Y ahora Luana se hace respetar, nunca dio un paso atrás, anda con la cabeza en alto, nunca volvió a vestirse de varón".

Conseguir el DNI de Luana como mujer llevó más de un año, el papá firmó el trámite a pesar de que ya no integraba la familia, se necesitaba la firma de los dos y un abogado. Toda esta tramitación que fue ardua y llena de escollos, se hizo con el acompañamiento de la CHA y de Atico, Cooperativa de Trabajo en Salud Mental a la que la CHA derivó a Gabriela y a su hijo Federico para que reciban apoyo psicológico.

“Cuando pedimos el formulario para obtener el DNI no tenían ni idea, Luana tenía cinco años, la trataban como varón, lo rechazaron. Cuando tenía seis, desesperada puse mi esperanza en la Casa Rosada y le hice llegar una carta a la ex-Presidenta, de puño y letra, denunciando que nos estaban negando un derecho, una ley. Se hizo eco Página/12 y al día siguiente me despellejaron viva, madre trastornada con esquizofrenia y no sé cuántas cosas más dijeron, en la tele opinaban especialistas, terrible. Hasta que a través de la CHA intervinieron el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación) y la Secretaría Nacional de Niñez, conocieron a Luana, hicieron un dictamen favorable para el reconocimiento de su identidad. Luana dice que la Casa Rosada es el castillo de las princesas…”.

Pero entre tanto, desde que se hizo público, los medios acechaban: “Maten al putito y a la madre” fueron títulos del momento, la CHA y las demás organizaciones daban la cara por ellas. Finalmente Gabriela fue a buscar el documento a La Plata y se lo entregó el ministro, “y fue como darle la dignidad a mi hija, secarle todas sus lágrimas, restañar su dolor”.

Las anotaciones diarias de Gabriela se convirtieron en un libro de su autoría, “Yo nena, yo princesa”, se hizo un documental,  la invitan a dar charlas, todo llegó de golpe y eso le otorgó enorme respaldo, y significó una ayuda importante para otras personas.

“Siempre digo que esto no hubiera pasado si nos hubiéramos quedado escondidas, con miedo, sin dar la cara y luchar por mi hija –comenta-. Y detrás nuestro hay tantos otros y otras que la pasaron mal, que sus padres ocultaron su identidad sexual, que recién de grandes pudieron empezar a tener dignidad y a mostrarse como lo que realmente son. Luana va a tener dificultades, pero ya está encaminada, protegida, cuidada y con su derecho, eso no puede quitárselo nadie. Y no voy a parar, como mamá, no como trans. Y es que cuando el Estado la reconoció y cuando la ley la respetó, la gente empezó a respetar a Luana”.

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